Se podría pensar que el tiempo es algo externo, algo en lo que estamos inmersos, que transcurre desde el pasado hacia el futuro y que podemos medir por la alternancia del día y de la noche, el ritmo lunar o la sucesión de las estaciones. Sin embargo, cada célula y cada organismo tienen un tiempo propio, un tiempo interior que viene escrito en los genes y que pauta los ritmos biológicos.
Cada ser vivo tiene un funcionamiento cíclico y uno o más relojes internos que lo coordinan. Estos relojes son los que marcan la sucesión del sueño y la vigilia, los ciclos ováricos, la floración de las plantas, la época de reproducción de los animales o las migraciones anuales de las aves y los salmones.
En los seres humanos este reloj se encuentra en el interior del cerebro, en el núcleo supraquiasmático, que es un grupo de neuronas localizadas en el hipotálamo, cuya actividad oscila de manera rítmica: cuando este núcleo está más activo el cuerpo actúa como si fuese de día y, en caso contrario, como si fuese de noche. Sorprendentemente, la duración de este ciclo no es de 24 horas sino de 25, y hay múltiples teorías, de todo tipo, que intentan explicar este desfase.
Lo cierto es que, para que nuestros ciclos estén en armonía con los ritmos de la naturaleza, nuestro reloj interno debe ponerse en hora continuamente y para ello dispone de distintos sincronizadores. Uno de ellos es una hormona, la melatonina, que se produce en la glándula pineal y regula el ciclo diario del sueño, entre muchas otras funciones.
La actividad de la glándula pineal responde a la iluminación ambiental, de manera que la secreción de melatonina aumenta según va disminuyendo la luz solar, hasta que alcanza un pico máximo durante la noche. Cantidades altas de melatonina le indican a nuestro reloj que, en el exterior, ha anochecido y, en consecuencia, hay que preparar el cuerpo para dormir. La temperatura corporal baja lentamente y nuestro metabolismo se ralentiza.
Sin embargo, cada persona alcanza el pico en una hora distinta. Las hay que lo alcanzan horas antes de la medianoche, necesitan irse pronto a dormir y madrugan, estando mucho más activas en las primeras horas de la mañana. También hay otras a las que les sucede lo contrario, su pico máximo de melatonina se produce cerca del amanecer, se acuestan tarde y rinden mejor por la noche. Entre unas y otras, entre las alondras y los búhos, hay todo tipo de situaciones intermedias.
Sucede también que, además de variar a lo largo del día y del año, la producción de melatonina y las horas de sueño varían con la edad. Un niño necesita dormir más horas que un adolescente y este, a su vez, duerme más que un adulto. No debe sorprendernos que la producción de melatonina esté vinculada con la secreción de la hormona del crecimiento: se crece más cuando uno es joven y se hace mejor de noche que de día. Y lo mismo sucede con la regeneración de las células.
Como puede verse, el reloj biológico de cada uno de nosotros conecta de manera diferente con los relojes del exterior, no solo los relojes solares o lunares, sino también los relojes mecánicos o digitales, aquellos que miden el tiempo social.
Hasta hace poco más de cien años, los ciclos naturales condicionaban el ciclo social. Las horas de luz y oscuridad en cada momento del año fijaban cuando empezaba y terminaba el día y las actividades que se hacían en él. Los días de invierno eran distintos de los de verano, así como el momento de irse a la cama o de empezar a trabajar. Todo esto ha cambiado desde la llegada de la electricidad. La luz eléctrica nos permite seguir siendo productivos de noche y hace más fácil alargar la vigilia, pero también propicia que fabriquemos menos melatonina y que nos acostemos más tarde de lo que deberíamos. Nuestro reloj biológico se desajusta y, junto con él, la sincronización de los ciclos de nuestro organismo.
Cuando las condiciones ambientales cambian rápida y bruscamente, el reloj interno necesita un tiempo para adaptarse a las nuevas circunstancias. Un ejemplo muy conocido es el del jet lag, el desorden que se produce cuando en pocas horas atravesamos varios husos horarios, volando de este a oeste o viceversa. Si volamos hacia el este acortamos el día, le quitamos horas adelantando los relojes, mientras que al volar hacia el oeste lo alargamos; pero en uno y otro caso distorsionamos el ciclo día-noche al que estábamos adaptados y nuestro organismo tarda un tiempo en darse cuenta de lo que está pasando.
Pero no es el único caso. Nuestros ritmos también se descolocan con los cambios de los turnos laborales y con la alternancia entre el horario laboral y el horario festivo. Durante cinco días a la semana se duerme poco y se madruga mientras que los días restantes retrasamos el momento de irnos a la cama y nos levantamos tarde; lo cual viene a ser equivalente a vivir en dos husos horarios distintos y viajar de uno a otro todas las semanas.
El resultado es que, por distintas circunstancias, todos estamos sometidos a una cronodisrupción continua, en la que resulta difícil que cada cual encuentre el momento idóneo para hacer cada una de las cosas que le demanda cada día, como cantar, correr, resolver un problema de matemáticas, comer o tomar una medicina.
La forma en que una sociedad distribuye el tiempo, es decir, sus horarios, expresa muchas de las características que la definen, entre ellas sus prioridades y sus valores. Pero esta distribución no es algo natural, sino una construcción social, algo que se aprende.
Entender los relojes y los calendarios y regular la conducta en función de lo que indican es un proceso que se inicia en la infancia y necesita de varios años para completarse, un proceso que se sistematiza y se interioriza en la escuela.
El tiempo, el modo en que se reparte y el uso que se hace de él, determina el proceso educativo. Establecer la duración de la escolaridad obligatoria y de cada una de las etapas que la componen, decidir cuántos días escolares hay, establecer cuándo comienza y cuándo termina la jornada escolar y cómo debe repartirse, fijar los descansos y las sesiones de trabajo y cuál es su secuencia no son acciones neutras, sino que están encaminadas a la consolidación de un modelo. Un modelo que todavía conserva muchas de las inercias del taylorismo y su organización científica del trabajo, a pesar de lo que digan las neurociencias y la cronobiología.
Todos conocemos el modelo escolar: está profundamente grabado en nuestro cerebro a fuerza de repetirlo. Su unidad básica es la hora; cinco o seis cada día, cinco veces a la semana. Horas que forman una rejilla que se llena con asignaturas, según las cantidades prescritas por la legislación y la disponibilidad de los profesores. Los lunes, a las 9, Inglés, los martes, a las 11, Matemáticas, los miércoles Lengua… y así hasta que termina el curso.
Pero las hormonas y los neurotransmisores no se segregan por turnos a intervalos regulares de una hora. Ni los niveles de atención se mantienen desde que comienzan las clases hasta la hora de la salida; es más, son menores en las primeras horas de la mañana y van aumentando progresivamente a lo largo del día. Tampoco el cerebro trabaja de manera uniforme, sino que uno de sus hemisferios siempre está más activo que el otro y ambos, izquierdo y derecho, se alternan en su funcionamiento, de modo que hay periodos más propicios para la razón y otros más adecuados para la expresión y el movimiento.
Y no funcionan igual los relojes de los adolescentes que los de los niños o los de los adultos. Tal vez porque sus cerebros se están transformando, tal vez porque están madurando sexualmente, pero su biología les demanda que lo hagan todo más tarde, incluido el acostarse; sus relojes van retrasados, pero se les exige que madruguen, cuando lo lógico sería que su jornada escolar comenzara una o dos horas después, en consecuencia con lo que les está sucediendo.
El tiempo escolar es un tiempo cristalizado, un tiempo rígido, cuando lo que se necesitaría es un tiempo líquido, un tiempo que se adapte al entorno en el que fluye. Y lo mismo podría decirse del reparto de los espacios o de los contenidos. Ya hace años que el tiempo laboral se está concibiendo de otra forma, desde contemplar la flexibilidad de los horarios hasta trabajar por proyectos y objetivos, individual o colectivamente, dentro o fuera de la empresa, según las demandas de cada tipo de trabajo y las peculiaridades de aquellos que van a hacerlo. Pero no sucede lo mismo con el tiempo de la escuela, que es anacrónico, que ya no se corresponde con lo que marca su época.
Gracias Enrique por su post porque está centrado en algo importante que refuerza dos ideas básicas. La primera es que no hay dos humanos iguales y nunca lo habrá, incluso por razones biológicas. Aunque estamos lejos de entender nuestras diferencias, sus causas y consecuencias, lo importante es que estamos aprendiendo a conocer mejor la humanidad. La primera mitad de su post se refiere a esta idea.
La segunda, a la que se refiere en la segunda mitad de su post, es a la importancia de cómo usamos el tiempo. Aunque usted pone el énfasis en el uso coordinado del tiempo entre personas porque hoy, más que nunca antes, coexistimos con otros cercanos y lejanos, cada uno de nosotros individualmente enfrentamos el problema de decidir cómo usar nuestro tiempo, sin duda una de las decisiones más difíciles que nos enfrentamos diariamente porque no todas sus consecuencias son reversibles. Sí, muchas consecuencias de no haber usado bien nuestro tiempo son irreversibles, algo que es claro cuando pretendemos habernos graduado de adultos pero nos damos cuenta del tiempo perdido en los años de educación.
Aunque en la segunda mitad usted pone énfasis en el uso del tiempo en la escuela y en lo poco que este uso ha cambiado, pienso que ese cambio vendrá –y en alguna medida ya está ocurriendo– como respuesta espontánea a las deficiencias de la educación escolar. Estas deficiencias se han agravado como consecuencia de los muchos intentos de negar las diferencias biológicas y culturales en infantes, adolescentes y jóvenes (es decir, diferencias a que usted hace referencia en la primera mitad de su post).
Señor EB, se alegra una al constatar que cuando ha leído al autor-aún sin terminar de escuchar sus palabras, de usté,- ( que no tengo tiempo) empieza dando las gracias. Pues hay palabras que tienen un ritmo balsámico, como los cantos, en los que importa más el significante que el significado. Es importante que todos conozcamos la glándula pineal, la que conecta cerebro con cuerpo, y al trp, que viene de fuera sí o sí, pues es esencial con y para la luz. Es básico e imponente si se quiere dejar de educar a los que sólos sabrían como hacerlo si se respetaran sus ritmos. Saborear éste aminoácido nos hace distinguir las luces de las tinieblas, pero no vaya a buscarlo lejos, lo tiene en cualquier hierba comestible del campo virgen.
Con ánimo didáctico, tal vez convenga aclarar que trp es una forma abreviada de referirse al triptófano, un aminoácido esencial para los humanos, es decir, que no podemos fabricar y tenemos que obtener mediante la alimentación. Su principal fuente (mejor que la hierba) son los alimentos ricos en proteínas, como los huevos, los filetes o, si uno es vegetariano, los cereales integrales, las almendras y los garbanzos. Es un precursor metabólico de la serotonina, un neurotransmisor implicado en la regulación del sueño (se precisa para que la glándula pineal segregue melatonina) y del placer.
Las industrias parafarmacéuticas lo distribuyen, solo o asociado con la melatonina, como suplemento alimenticio, para regular el sueño o combatir la depresión y el estrés. Es decir, para reparar o paliar los daños que provoca nuestra forma de vida tomando uno o varios comprimidos y ahorrándole trabajo al cuerpo; y, tal vez, volviéndole perezoso.
Dicho esto, no termino de ver la relación entre la alusión al agradecimiento del señor EB (que a su vez agradezco) y el resto del comentario.
Con cariño, gracias por tus aportaciones
Le recomiendo volver a leer su post y mi comentario para ver la relación. Que usted haya escrito su primera parte sólo como antecedente de la segunda no implica ignorar que usted reitera diferencias biológicas entre personas. Que usted esté preocupado por lo mal que se usa el tiempo en las escuelas, su tema principal, no implica ignorar como usted mismo lo dice que ese uso es una construcción social, es decir, resultado de decisiones de individuos actuando colectivamente. Sí, nuestra capacidad individual para tomar buenas decisiones y en particular decisiones sobre el uso del tiempo marca grandes diferencias entre humanos. Una vez más muchas gracias por reforzar ideas básicas que no están directamente tratadas por usted pero que hacen a la esencia de lo que está diciendo.
Buenos días.
Disculpe pero aún no había escrito comentario alguno sobre su artículo que me requería algo más de tiempo pero que comparto y que además me parece básico que la biología de nuestros ritmos y adaptaciones por edad, estación, e incluso espacio, debieran tenerse en cuenta a la hora de decidir los horarios de los alumnos, en realidad de todos.
Sólo comentaba brevemente que a veces la forma de transmisión de los mensajes es tan importante como su fondo para que se genere un ambiente respetuoso.
Estimado Autor,
Con respecto a su artículo, sólo quería reflexionar sobre algunos aspectos por si ayudara al debate profundo que necesitamos, para adjustar los tiempos a los ritmos.
La cuestión del tiempo, de cómo se nos impone y de cómo lo manejamos o nos limita, es esencial y supone una herramienta poderosa, que usan las sociedades para su control social, por lo que está intimamente ligado a la economía.
También está intimamente ligada a los delirios de prolongación de la vida de los humanos y animales y con ello a la salud, pues hay compañías que han puesto mucho dinero en estos asuntos.
Para muchos de nosotros, el tiempo no es lo mismo que el ritmo. Y por supuesto que de su artículo se deriva que nuestros ritmos, circadianos y no sólo, es decir nuestra evolución en edades y sus cambios bioquímicos, neurológicos , hormonales e inmunológicos, requieren un aprendizaje de adaptación a los ritmos, que la luz eléctrica y los horarios impuestos por los países- los cambios de hora- que poco que ver tienen con la luz solar y que en absoluto ahorran energía sino que la desgastan, están teniendo mucha influencia en la memoria, el ánimo y la atención de los estudiantes y de sus profesores.
Le enlazo un artículo bastante fácil de leer y que demuestra la línea del suyo. Bastante reciente.
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4284776/
Por último, sólo un detalle. Ya sabe que no me gusta profundizar en aspectos sobre bioquímica y regulación metabólica pues no quiero parecer dogmática y porque se desconoce muchísmo aún sobre el control que el metabolismo tanto de las serotonina, con tres distintas variantes geneticas que se combinan y que no todos tenemos las mismas, a partir de la cual se genera la propia melatonina. La propia neurohormona no sólo se produce en la glándula pineal y tiene funciones protectoras y antiestrés..varias.
Si me parece importante recalcar que la fuente del triptófano, precursor de estas dos sustancias, se produce sólo en plantas y bacterias y que recientemente se ha descubierto una muy estricta regulación del triptófano en animales demostrándose que es uno de los aminoácidos que tenemos en menor proporción en nuestras proteínas, cuya concentración libre en plasma está muy muy regulada.
La fuente es vegetal y no animal y comer proteína animal no nos asegura tener suficientes reservas de éste aminoácido.
Hace un tiempo escribí un artículo de divulgación que hablaba de la importancia para la salud humana- física y mental claro- de no inhibir selectivamente la síntesis de trp en animales:
http://www.eldiario.es/ultima-llamada/biodiversidad-cultura_alimentaria_6_543555647.html donde mi lenguaje es estrictamente científico y está documentado pues además me defendí ante un tribunal con el tema regulación del metabolismo de aminoácidos en inmunidad.
En cuanto a tomar derivados en pastillas de moléculas esenciales- que no podemos sintetizar los animales- también creo que sabe que coincido con su apreciación.
Gracias por su texto.
Que los “tiempos” no se perciben de la misma manera, aunque se encuentren ceñidos a un “marco horario”, es algo que, creo, percibe todo el mundo de forma consciente o inconsciente.
Que ante un peligro, ante una situación placentera esos tiempos cambian: o se viven “eternos”, o extremadamente “breves”, es algo que continuamente experimentamos a lo largo de la vida.
Nuestra estructura social, me parece, está comprobando, aunque en base a algo tan…¿cómo definirlo…mercantilista?…, como es un aumento en cantidad y calidad productiva, que debe de respetar los tiempos individuales de cada persona, sus momentos más latos y los más declives de su relación con la “luz”, y por tanto, de su relación con su sistema endocrino, para poder estructurar una construcción social más competitiva, en términos acordes a ese diseño mercantil.
Entiendo, de algún modo, que ésto nos aboca a volver la mirada a nuestras emociones, a nuestra capacidad de sentir y de percibir, a nuestra sensibilidad…a nuestro “sistema límbico”.
Allí donde se ha querido desligar la razón de la sensación, dando a la primera la “cualidad objetiva”, y a la segunda la catalogación de “subjetiva”, seguramente habrá que empezar a replantear estas connotaciones, incluso porque el propio desarrollo del modelo económico en el que nos desenvolvemos, empieza a no tener más remedio que contar con ello, si quiere mantener, o recuperar niveles de “eficiencia”, aunque nada más sea por “egoísmo” del propio sistema.
Y también me parece que, tener en cuenta las características individuales de las personas, y sus diferentes tiempos biológicos y de relación con su entorno, aunque pareciera que potencia una especia de “atomismo” social, de aislamiento individualista, es posible, sin embargo, implique una mayor consciencia de la relación con el medio, porque libera, o quizás debería hacerlo, una actitud fundamental para su desarrollo: la atención.
Una “atención” que, a lo mejor, también podríamos calificar como “alerta” mantenida, y que pondría en evidencia las interacciones que marcan nuestros procesos vitales, y por tanto, sociales.
No somos “seres impermeables” moviéndonos en burbujas individuales.
Reconocer el desconocimiento de cómo realmente funciona ese término “consensuado” de “tiempo”, y su relación con nuestra capacidad de acción y aprendizaje, quizás sea un paso social importante y pendiente de realizar.
Pendiente,…y urgente…parece que también.