Hay palabras que súbitamente invaden el discurso del ámbito político, económico, empresarial o educativo. Se trata de términos fuerza o conceptos clave que parecen encerrar la solución a los problemas propios de cada contexto, o que al menos suministran nuevos elementos con los que armar el pensamiento.
Se extienden desde la literatura especializada hasta los consejos de administración, gabinetes, congresos, seminarios, cursos, ponencias y demás entornos en los que se debate o se discute sobre el estado de las cosas y cómo podrían mejorar. Después pasan a los medios de comunicación, donde los utiliza cualquier experto, analista o tertuliano un poco más leído o enterado que los demás. Así se van difundiendo hasta que llegan a emplearse con profusión, con y sin propiedad, vengan a cuento o no.
Por ejemplo, igual que lo fue la palabra sinergia, el término disruptivo es una palabra de moda. Particularmente entre los emprendedores, que buscan el producto o la innovación disruptiva que sea capaz de crear un nuevo mercado o revolucionar el que ya existe, desplazando a los competidores.
Aunque el adjetivo disruptivo y su sustantivo asociado, la disrupción, no tienen un significado preciso, y lo mismo se habla de disrupción endocrina que de comportamientos disruptivos. El uso del concepto es muy amplio y tanto se aplica al funcionamiento orgánico o psicológico como a las ideas, los productos o los modelos sociales. Se emplea cuando se quiere señalar un cambio brusco o significativo o para señalar aquello que lo produce.
Incluso en el mundo de la educación el término se refiere a dos situaciones diferentes y con alcances e implicaciones muy distintas. De un lado, se habla de comportamientos disruptivos, para referirse a todas aquellas conductas de los alumnos que dificultan o interrumpen el normal desarrollo de la clase; como pueden ser los movimientos de sillas, los murmullos o las intervenciones a destiempo. Por otro lado se habla de pedagogía disruptiva o disrupción en la educación, indicando con ello el conjunto de ideas y prácticas que pueden conducir a un cambio brusco del modelo educativo actual. En este artículo no vamos a hablar de los comportamientos disruptivos de los alumnos sino de la disrupción, del posible cambio de modelo y cómo se podría conseguir.
En todos los discursos sobre los cambios que se avecinan, la disrupción suele vincularse con la tecnología y no tanto con las ideologías. Tanto es así que se llega a pensar que basta la introducción de una cierta tecnología para que cambie un modelo social. El fuego, el hierro, la rueda, la máquina de vapor o Internet fueron hitos tecnológicos disruptivos, que transformaron las formas de hacer y de pensar.
Esto es lo que desde hace años se viene pregonando respecto a la escuela y las nuevas tecnologías, que serían la herramienta necesaria para renovar un sistema que no funciona. Incluso los más extremistas llegan a cuestionar la necesidad del contacto físico entre alumno y profesor. Algo que puede ser válido para ciertos temas cuando estamos hablando de instrucción, pero no cuando se habla de educación. Y aquí puedo suscribir la afirmación de Arthur C. Clarke: “Un profesor que puede ser sustituido por una máquina debe ser sustituido”.
Sobre la premisa de que la innovación tecnológica conduce necesariamente al cambio educativo, se conectan las escuelas a Internet y se llenan de ordenadores, tabletas, pizarras y materiales digitalizados. Paralelamente se crean plataformas de aprendizaje y bancos de recursos digitales, mientras que las grandes empresas de la telefonía o la informática otorgan premios y financian congresos en los que se habla de Educación Disruptiva.
Pero pasan los años y la disrupción no se consigue, posiblemente porque no puede conseguirse reformando lo que ahora se tiene, intentando mejorar un modelo que en esencia se da por bueno. Y se ofrecen como disruptivas las mismas prácticas de siempre, en las que solo cambian la herramienta que se usa o la estrategia que se emplea, pero no se cuestiona el fin que se persigue.
Estas tecnologías, por si solas, no van a provocar la disrupción; a lo sumo la van a facilitar, si es que se produce. Porque lo disruptivo no son los Cursos Masivos Online Abiertos (MOOC), ni el uso de Moodle o cualquier otra plataforma educativa, ni las redes sociales para intercambiar dudas o coordinar proyectos escolares, ni la gamificación para intentar que lo académico parezca un videojuego, ni tantos otros posibles usos educativos de lo digital.
Lo disruptivo no consiste en encontrar la mejor tecnología para desarrollar los contenidos del currículo sino que reside en cuestionar que este currículo tenga que existir. Lo disruptivo es prescindir de cursos, espacios y horarios restrictivos, adaptándose a lo que demanden las circunstancias y necesidades de cada persona, cada momento y cada comunidad. Lo disruptivo es educar a cada persona en la posibilidad de elegir, de diseñar y comprometerse con su propio itinerario educativo. Lo disruptivo es formar personas lo suficientemente autónomas y maduras y disponer de profesores lo suficientemente preparados como para que esta elección pudiera funcionar. De esta manera se conseguiría que la escuela fuera un lugar al que cada cual accede en el momento más adecuado y que abandona cuando ha completado lo que podía o tenía que hacer en ella; sin necesidad de que el bagaje adquirido sea uno concreto y establecido de antemano, sino el resultado de una trayectoria, que tanto puede continuarse en otra escuela, como en una empresa, la universidad o cualquier otro lugar donde alguien tenga algo que enseñar.
El último párrafo suena en mí como una premonición, un augurio o una revelación que ojalá Sea!!!! law šá lláh……
En retrospectiva, afirmo, el “modelo educativo” o los “el modelo” son trituradoras de carne, a tenor de un supuesto patrón existente. Seguir el camino de Caperucita, las baldosas amarillas, los renglones de Dios escritos, caídos al submundo de las ideas, ciencia autoridad, de hombres lobo, hojalata, leones de Congreso inviriles, espantapájaros cuidando otros campos, productivos y sostenibles al señor.
Eufemismo diurético, adoctrinamiento para nuevos peones de reina y su reino, buscando lugar en la cadena de montaje, puñetero muñeco camino de unos estantes del consumo en masa. De ley, es el derecho al orgasmo en la sociedad dominante, nos pregunta ¿a quien te quieres más? Retórica adelantada y descontada,…, sueños de justas administraciones, a varias velocidades, como el fornicio de la mujer del cesar en las arcas públicas, gritos de placer y alaridos de excitación.
Es poder, ¡aprendan, reproduzcan-se! , civilización a ferrocarril de un sólo sin sentido.
Aprendamos, el firme árbol de poder, esas arraigadas raíces, hieren, aran, cultivan la tierra a interrogante armado, ahogan en sombra de mal presagio un camino en regocijo del ciego lazarillo búho ateniense. Pasto aliñado a cloroformo y señoreaje, libertad bucólica del decapitado.
Ese “baile de los caballeros”, civilización de Zeus falla en su ira,…, reino animalia de membrana y ala, para vampiros en traje de faena civil.
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