Puestos a medir la calidad de nuestra democracia el mejor indicador sería probablemente la participación de los ciudadanos en la vida política. La teoría al uso dice que los partidos son el cauce natural de esa participación; sin embargo los bajos niveles de afiliación demuestran que eso no es así. En las pasadas elecciones, 35.779.208 personas tenían derecho a voto y, de ellas, 24.590.557 lo ejercieron. Buscando por aquí y por allá parece que la suma de los afiliados a todos los partidos en España asciende, en números redondos, a 1.300.000: un 4% de los electores.

Algo falla en nuestro modelo de democracia cuando el 96% de los electores (34 millones) no quieren afilarse a los partidos para participar en la vida política. Seguro que a muchos les gustaría contribuir más a mejorar esta sociedad por medio de la política. Hasta estarían dispuestos a hacerlo a través de los partidos si fueran atractivos. ¿Y a los partidos? ¿Les interesaría que millones de personas llamaran a sus puertas pidiendo participar en su actividad política?

En general la vida interna de estas organizaciones es bastante pobre. No sirve para formar políticamente a sus afiliados. Ni siquiera para darles una información sobre las propuestas del partido mejor que la que cuenta la prensa. Apenas hay debates sobre la situación política del país, y la mayoría de los que hay suelen centrarse en los asuntos internos del partido y, por tanto, en las luchas internas por el poder.

Supongo que la mayoría de los que siguen afiliados es porque están convencidos de que, pese a todo, es la mejor forma de mantener vivo un compromiso político para avanzar hacia un mundo mejor. Algunos aspiran honestamente a ejercer ese compromiso desde algún puesto parlamentario o de gestión pública. Y de hecho en muchos casos lo hacen, con contribuciones muy positivas. Otros, en cambio, lo ven como una simple oportunidad profesional. En todo caso hay muchos que se hartan y se van. Así que, probablemente, el total de afiliados “activos” no llegue ni a los 200.000.

Tampoco parece que los dirigentes de los partidos aspiren a otra cosa. Con esta fórmula disponen de unos cuantos expertos para responder a sus necesidades electorales, tienen suficientes candidatos para llenar sus listas electorales y mantienen una organización más disciplinada y controlada.

Voy a plantear una ficción. Supongamos que el sistema político se tomara en serio que los partidos fueran la vía de participación activa y masiva de los ciudadanos en la política, y una Ley les obligara a ello. Por ejemplo, calculando el dinero que reciben del Estado en función, no solo del número de diputados que sacan, sino también por el número de sus afiliados. Eso supondría un cambio radical en su filosofía de actuación. No es lo mismo captar votos, que pueden ser incluso el fruto de una decisión puntual bajo la presión psicológica de que los otros traerán el “desastre”, que captar afiliados, que pueden salirse a los dos meses. Tendrían que hacer lo que hace cualquier empresa cuando constata que sus clientes le dan la espalda: preguntar a los ciudadanos qué podría interesarles de su partido y hacer los cambios correspondientes.

Si yo fuera –y sigo con la ficción- el responsable de hacer esos cambios en un partido, partiría de la base de que los posibles interesados querrían, en primer lugar, no tener la sensación de que afiliarse a un partido es como entrar en una organización “cerrada”, una especie de secta donde piden fidelidad, disciplina, obediencia, etc., en dosis significativas. Nada de eso. A esas personas les diría: usted participa en este partido cuando quiera y como quiera, sin fidelidades ni adhesiones. Puede asistir a conferencias y debates sobre temas de actualidad, de personas que digan cosas que merezca la pena escuchar, de las que usted pueda aprender y con las que pueda debatir. Puede formar parte de grupos de trabajo para analizar los problemas concretos que a usted le interesen y elaborar propuestas de solución. Propuestas que, tras superar los oportunos exámenes de viabilidad, pudieran ser incluidas en los correspondientes programas electorales y de Gobierno. Puede participar, si lo desea, en los actos e iniciativas públicas que considere convenientes. Y, por supuesto, usted es libre de participar al mismo tiempo, si quisiera, en los debates, trabajos y actividades de otros partidos. Esa aparente infidelidad no sería un pecado. Creemos que aportar y sopesar las ideas expuestas en otros partidos incluso enriquecería nuestros debates internos.

Este funcionamiento no tendría por qué ser incompatible con la capacidad de decisión de la dirección del partido. ¿Que una propuesta le parece inadecuada a la dirección? Pues la rechaza. Pero, eso sí, tendrá que esforzarse en explicar por qué y convencer a sus artífices. De lo contrario perdería “clientes”. Pero ya solo con ese esfuerzo, convertido en práctica cotidiana, se lograrían al menos tres cosas: consolidar un método de formación y debate político que ayudaría a atraer y madurar a más ciudadanos, disponer de una mayor fuente de ideas y reducir el recurso a la mentira por parte de los dirigentes, al ser más públicos los procesos de elaboración de los programas.

Es una ficción. Cierto. Pero un sistema de primarias para elegir, por ejemplo, al candidato a Presidente del Gobierno podría ayudar a avanzar en esta dirección. Tal como sucede en Estados Unidos, los votantes en esas primarias tendrían que inscribirse en el registro del partido como “simpatizantes”. Pero, como sucede allí, eso no les impediría luego votar al candidato de otro partido o abstenerse. En esas primarias los candidatos tendrían que debatir entre sí públicamente durante varios meses, esforzándose en explicar sus diferencias. Del mismo modo, un sistema de listas abiertas para elegir a los diputados entre los diversos candidatos, ayudaría también a avanzar en este sentido.

Evidentemente, los cambios en esta dirección deben ser emprendidos desde los propios partidos. Son ellos los que deben abrirse a la sociedad y orientarse hacia sus “clientes”. Pero, si no estuvieran por la labor ¿significaría eso que los ciudadanos no pueden hacer nada? Sería más difícil, pero sí podrían hacerse cosas.

Imaginemos, por ejemplo, que un grupo de personas quisiera organizarse para informarse, reflexionar y debatir sobre los principales problemas que tiene la sociedad, con el objetivo de elaborar propuestas de solución. Podrían empezar por publicar sus reflexiones y propuestas en Internet. A medida que fueran consolidando sus métodos de trabajo y que fueran despertando el interés en otras personas, su grupo se podría ir ampliando con quienes estuvieran interesados. Podrían pasar a organizar debates públicos de carácter periódico y así, poco a poco, ir generando una estructura de funcionamiento, cada vez con mayores niveles de participación, con debates más maduros, invitando a expertos y a personas con experiencia política. Siguiendo así podrían llegar a crear una organización relativamente potente, con capacidad de análisis, de reflexión y de gestación de opiniones y propuestas alternativas. Si fueran capaces de adquirir una cierta relevancia social y mediática, acabarían teniendo una cierta influencia sobre los partidos y los políticos convencionales. Si en lugar de una sola iniciativa fueran muchas, estaríamos asistiendo a una activación política de la sociedad civil.

A la postre, los partidos se enfrentarían al dilema de abrirse a la sociedad para dar cabida a estas iniciativas, o acabar siendo arrinconados por otros tipos de organizaciones políticas mejor conectadas con la sociedad. ¿Es una ficción? Ya veremos.

(Este artículo se publicó por primera vez el 22 de Abril de 2012)

13 comentarios

13 Respuestas a “LOS PARTIDOS Y EL PECADO DE LA FIDELIDAD”

  1. José María Bravo dice:

    Invita, MB en este articulo, a preguntarse que es un partido político. Primero, incluso, a preguntarse que es una ideología. Iríamos con estas preguntas a las raíces colectivas, a las creencias y reflexiones que los han forjado.

    Es interesante, incluso gracioso, oír los debates políticos de la gente de la calle. Si el partido del que es simpatizante toma cualquier iniciativa, la más rocambolesca imaginable, la defiende. Que defiende ese ciudadano, correcto, simpático, amoroso familiarmente?. Defiende su ego, su historia, su abolengo, su religión, sus raíces. A eso lo han educado, a eso se debe. Ese el problema, el problema de todos. No esta afiliado aun partido, pertenece a un partido. Su partido no busca adscritos, su partido busca fidelidad, esto en principio. Pero como busca un partido adeptos?. Pues simplemente actuando como el hombre de la calle, exacerbando el ego, el nacionalismo, la comodidad, la pertenencia al poder, la participación en la riqueza. Como podría decir MB de una empresa, si vienes a trabajar con nosotros ganaras más, tendrás coche, tarjeta de crédito, etc. Ese es el hombre de la calle, ese es el político. No es tan bueno ni es tan malo. Es un hombre de éxito en este entorno de valores sociales.

    Echo en falta, en el articulo de MB, más universalidad, más saber que estamos en un mundo más amplio que nuestra casa, que nuestra comarca, que nuestra religión, que nuestra etnia. La política, si fuera otra cosa, hablaría de otras cosas.

  2. M.B. ARANDA dice:

    Para el buen funcionamiento de una empresa es fundamental la calidad de su personal directivo. De hecho, las empresas se esfuerzan en buscar y poner a su frente a las personas más adecuadas, aunque para ello tengan que abonar altos salarios.

    Si partimos de la base de que la empresa más importante de España es la propia Administración, sería deseable que al frente de ella estuvieran los mejores gestores.
    Pero, ¿qué pasa en la práctica? Pues que la gran mayoría de los altos cargos de la Administración están ocupados por personas afiliadas al partido que haya ganado las últimas elecciones. Admitiendo, que es mucho admitir, que las personas elegidas entre los afiliados sean las mejores posibles, la elección se habrá efectuado entre un colectivo que representa bastante menos del 4 % de los electores.

    ¿Y qué pasa con el más del 96 % restante? ¿Qué pasa con las muchas personas con excelente preparación y acreditada experiencia en gestión de empresas que no están afiliadas a ningún partido y que, salvo raras excepciones, no tendrán opción a ocupar ninguno de esos altos cargos?

    ¿No es esto una muy pobre utilización del potencial humano disponible en España?

  3. José María Bravo dice:

    Lo que dice M.B.Aranda es muy cierto y, quizás, mete el dedo en la llaga. En el articulo pasado de Manuel Bautista sobre el Anarquismo y la Deuda se discutió sobre las elites. M.B.Aranda habla de que se escoge a los directivos en la administración entre el 4% de la población pero lo mismo sucede en las empresas. Y a que se debe esto?. A la concepción personalista y elitista de la sociedad y por ende de los partidos políticos. Ahí se evidencia la ideología imperante, el lastre social de vivir anclado en un formato político, organizativo, caduco.

    Manuel Bautista, probablemente, intenta en su articulo decir que se debe ampliar el basamento de los partidos para dar cabida a esa gente capacitada desconocida pero, yo, lo veo difícil si no se modifica la concepción, la ideología, que sustenta nuestra política.

    Por eso el grito de esta juventud, de esta frustración, tiene que tener cabida en la transformación del ideario político. No debemos ser renuentes a un cambio radical, a un nuevo lenguaje sin fronteras. España ya no es la misma de hace poco, ya hay más razas, más inmigrantes, más formas de vida. Si se quiere, más ideas que hay que tener en cuenta. Bautista habla de Estados Unidos, hoy se habla de Catar, de la India, de países emergentes. Hay nuevos modelos que hay que mirar.

  4. Enrique Sánchez Ludeña dice:

    Supongo que este millón trescientos mil de afiliados incluirá a los propios políticos.
    Si supiéramos cuántos políticos hay, haciendo una simple resta obtendríamos los afiliados que no ejercen, con lo que el 4% ¿en cuánto se quedaría?

  5. Maite Aragonés dice:

    Como bien dices Manolo «Ya veremos» o quizá, ya estamos empezando a verlo, creo que la creación de este blog abre una brecha en la dirección que tu apuntas, hay otros grupos o colectivos que a través de la red, están generando corrientes de opinión y participación, aunque la mayoría de los que yo conozco al menos, están más especializados en una o dos temáticas. Lo que vosotros hacéis tiene el interés de que aglutina diversas disciplinas y por tanto, pone en conexión diferentes aspectos de la realidad.
    El movimiento 15-M creo que partía de un planteamiento parecido,el colectivo «tomar la plaza» proponía reuniones asamblearias en los barrios, con el fin de que los vecinos participasen, paralelamente se propulsaban comisiones de estudio, para posteriormente debatir propuestas. Aquí alguien dirá «pero..¿que ha pasado con ese movimiento, donde está ahora? esta claro que fracasó…» Da igual,no era más que un brote de una corriente subterránea,una manifestación del cambio de paradigma hacia el que nos dirigimos, por lo que supongo que en el futuro veremos nacer y morir nuevas iniciativas. Parece que la cuestión es, que con mayor o menor acierto, y desde diferentes perspectivas, aires nuevos se están filtrando por las rendijas del sistema, produciendo la impresión de que todo se está moviendo a una gran velocidad, y generando la esperanza de que los seres humanos por fin, empezaremos a dejar atrás la fase de la adolescencia, para iniciar un período de madurez, que supongo que se caracterizará por una actitud más participativa en todos los ámbitos es decir, por una asunción de la propia responsabilidad, que generará -dentro de un funcionamiento en red-. una creciente capacidad de autogestión, que seguro que poco a poco, contribuirá a hacernos más libres tanto individual como colectivamente.

  6. Manuel Bautista dice:

    En relación con lo que plantea Enrique (y en cierto modo MB Aranda), habría que matizar más qué es lo que se entiende por «político» e incluso por «afiliado». Técnicamente, bastaría con pagar la cuota que establece un partido para ser ya un afiliado. Pero eso la mayoría de la gente lo hace a través del banco y no tiene porqué implicar un compromiso adicional de nada. Determinar qué tipo de activismo y en qué grado es el que justificaría la condición de «afiliado» puede ser tan complejo y matizable como determinar a qué se llama «católico».

    En cuanto a lo que se entiende por «político» también está cargado de matices. En la Administración tiende a considerarse como tal a los nombramientos que requieren decisión del Consejo de Ministros; es decir, Director General para arriba. Pero la mayoría de ellos ni siquiera están afiliados al partido gobernante, y es probable que algunos ni siquiera hayan votado a ese partido. En realidad, lo que ahí sucede es que, ante la falta de gente preparada dentro del partido, los ministros recién nombrados recurren masivamente a los funcionarios de los altos cuerpos de la Administración, que no son políticos en sentido estricto sino «personal directivo», que es otra cosa. Lo que sucede es que el personal directivo de una «empresa» tan peculiar como es la Administración, tiene un gran bagaje de «cultura» en la gestión de los asuntos públicos que se parece bastante a cierta cultura política, y eso es lo que se requiere en la mayoría de esos puestos de Altos Cargos.

    Por tanto, contestando a la pregunta de Enrique, es difícil determinar cuantos políticos hay, porque muchos de los que lo parecen puede que ni siquiera estén afiliados. Y, por otra parte, más allá de ese 4% hay muchas personas (funcionarios en su mayoría) que, sin considerarse a sí mismos como políticos ni estar afiliados, aceptan puestos de alta responsabilidad en la Administración, asumiendo tareas consideradas típicamente (pero quizás erróneamente) como políticas.

    En realidad, la posibilidad de recurrir a los funcionarios de estos cuerpos es lo que ha permitido que los partidos no hayan tenido que hacer frente a la gestión del Gobierno sólo con sus afiliados. ¡Con esos ínfimos niveles de afiliación habría sido un desastre! Es decir, los cuerpos de élite de la Administración suplen en la práctica la tremenda carencia de afiliados cualificados de los partidos. Lo cual, como siempre, tiene grandes ventajas pero también inconvenientes.

  7. Manuel Bautista dice:

    En relación con el comentario de Maite, estoy totalmente de acuerdo en que estamos asistiendo ya a la gestación de una nueva forma de entender la participación en la actividad política. Habrá muchos intentos fallidos, y aparentemente fracasados, pero todo eso irá madurando una actitud colectiva dispuesta a responsabilizarse cada vez más. En suma, iremos pasando de la actual inmadurez, caracterizada por «la culpa es de los políticos» y los ciudadanos solo son unas «pobres víctimas inocentes» de aquellos, a unas actitudes donde cada vez estemos más dispuestos a asumir más responsabilidades, aunque solo seamos ciudadanos «de a pie».

  8. José María Bravo dice:

    En la respuesta a M.B.Aranda y Enrique Sanchez: Que los partidos políticos no tienen un peso transformador en los gobiernos porque en realidad el sistema burocrático tiene su propio anclaje administrativo , el cuerpo de elite de la administración ajena a un determinado partido, que es el que lleva el peso cotidiano de las tareas. Hay simples cambios de maquinistas pero los trayectos de viaje son los mismos. De hecho sabemos, incluso lo expresan los gobernantes, se tienen que cumplir las tareas asignadas por los poderes administrativos internacionales.

    En la respuesta a Maite Aragones: Que estamos asistiendo a una forma de participación diferente en la vida política. Pero, yo diría ajena a los partidos políticos. Ajena a la idea de remozar los partidos políticos tradicionales que es lo que parece enunciar, MB, en su articulo. No tiene nada que ver con la participación del 4% o del 20% en este sistema burocrático. No tiene nada que ver con la eficiencia de este modelo político. Que de hecho, MB, ya lo amplia al explicarnos que en realidad, hay un numero mayor de directivos en el cuerpo de la administración, más allá de los llamados «políticos». En fin, la expresión política de la calle lo que esta es acallada, acobardada, y apenas una minoría persiste, muchas veces sin rumbo porque se le cierran todos los caminos.

    Lo demás, es complacencia, mala consejera.

  9. Ignacio dice:

    Una buena reforma electoral obligaría a los partidos a ser mas responsables.

    Pero no se me ocurre como puede darse acabo con el status quo actual.

  10. Valentina dice:

    Pues a mí la ficción que nos cuenta Manuel Bautista en este artículo, la verdad es que me gusta.
    ¿por qué no la convertimos en realidad? Desde aquí mismo.

  11. Estanislao dice:

    Movimientos como el 15 M fracasarán siempre que los acaben capitalizando los que más vocean, los que más bulla meten, los que organizan más bronca y los que aprovechan la coyuntura para organizar un botellón y, ya metidos en faena, algo más si es que se tercia. Ese tipo de actitudes y comportamientos minan el ánimo de las gentes que realmente queremos un cambio, una forma distinta de hacer las cosas ¿Pero cómo? ¿Con qué método que de alguna forma no sea selectivo se puede tener un mínimo de esperanza de que quienes participan quieren, en serio y de manera seria, algo serio?
    Yo la verdad es que lo encuentro complicado. Pero aquí hay mucha buena cabecita pensante. ¿Por qué no pensáis en organizar algo? Teorizar está bien, pero lo bueno sería llevar las ideas a la práctica. Al principio podría parecer casi absurdo, o pretencioso, o una utopía. Pero… ¿por qué no intentarlo?

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