No hay comunicador que lo cuestione, ni dirigente que no esté dispuesto a pronunciarlo en cuanto pueda. Se ha convertido en un sello que resume convincentemente un propósito hacia el bien común, y que salvaguarda a quien lo maneja de sospecha alguna ante los demás. Basta mencionarlo para despejar las dudas y que una digna aureola de bondad impregne a quien lo pronuncia.
Es un término que siempre llamó la atención desde que se comenzó a usar. Es una de esas palabras que se insertan como coletillas en la forma de hablar, y que se utilizan de manera mecánica dando por supuesto su significado. Se considera como uno de los principios inamovibles que sustentan inequívocamente la esencia de nuestra identidad social. La sociedad del bienestar.
Yendo a lo más usual del término, se está hablando de sociedades en las que la educación y la sanidad son un bien común gratuito y universal, ciertos derechos individuales importantes están garantizados, la opinión de los ciudadanos es tenida en cuenta y las leyes regulan las relaciones generales. Hay, y cabrían, muchas acepciones y variantes, pero sin duda, se está hablando de una «sociedad en la que se está bien» porque estas cuestiones, consideradas básicas, están aseguradas.
Los medios de comunicación, en su ya consolidada estrategia de polarizarse hacia las noticias más escabrosas, y trayéndonos las múltiples incidencias mortales de otras sociedades, y tragedias de diversa índole en cualquier lugar del planeta, por remoto que resulte, es cómo si quisieran decirnos «no te quejes, pues mira como están otros sitios», participando así como un elemento importante de esta escenografía.
Paradójicamente, se observa en el clima social en el que nos movemos, una tensión en los conflictos que son recogidos y registrados, que contradice esta versión benévola del bienestar. Separaciones de pareja fuertemente disruptivas, conflictos escolares frecuentes, extendido estrés laboral, tensiones y agresividad intrafamiliar, bajas en el trabajo por razones de salud psicológica, violencia de género y abusos por doquier.
Los profesionales que trabajan en los medios en los que estas situaciones se producen, alzan su voz mayoritariamente para reclamar más medios, poner en evidencia la escasez de recursos, y así se crea un escenario en el que muy pocos piden una reflexión colectiva sobre lo que está sucediendo, y, en cambio se reivindica una mayor cuota de participación y protagonismo en todo ello.
Si nos atenemos a los datos relativos a la salud psíquica y mental de los usuarios del sistema público de salud, también nos encontramos con una situación que parece contradecir esta realidad de bien estar.
El 40% de los europeos sufre cada año algún tipo de trastorno neuropsiquiátrico según el último informe de Septiembre de 2010 del Colegio Europeo de Neuropsicofarmacología y del Consejo Europeo del Cerebro.
Entre los países con mayor tasa de suicidio, seis pertenecen a la comunidad europea (OMS). La depresión es uno de los primeros trastornos manejados en el primer nivel asistencial, y el consumo de antidepresivos ha superado hace una década al de los antibióticos, siendo el primer medicamento entre la población adulta (18-45 años) en muchas sociedades, estando presente en millones de hogares (Journal of Clinical Psychology). Se calcula que entre un 30 y 60 por ciento de las personas que acuden al sistema sanitario de salud lo hace con algún tipo de anomalía relacionada con la salud mental, como alteraciones psicológicas o sus derivados. El suicidio es la tercera causa de muerte entre los jóvenes entre los 10 y los 14 años en la Europa comunitaria, y el estrés grave y los problemas adaptativos es la segunda causa de ingreso hospitalario entre esa misma población. Los problemas de salud mental afectan al 20% de la población infantil, y más de un tercio de los atendidos por otras causas presentan sintomatología relacionada con ello. La enfermedad mental en la mayoría de los países europeos es la causa de la mitad del absentismo laboral registrado. Entre los niños de todas las edades, los trastornos relacionados con la salud mental son los que más han crecido porcentualmente en la última década. Por último, un informe reciente de la OCDE indica que casi el 50 por ciento de los pacientes con enfermedades mentales graves y cerca del 70 por ciento de aquellos con un desorden moderado no reciben tratamiento para su enfermedad, por lo que los datos mencionados son casi con total seguridad bastante más altos que los aportados.
Visto todo ello sonroja decir que vivimos en una sociedad que está bien, y preocupa sobremanera que no se incida en mensajes que nos hagan tomar conciencia de la necesidad de abordar el «estado personal» como una cuestión prioritaria entre los ciudadanos. ¿No se nos estarán escamoteando unos datos que es necesario que sepamos? ¿No deberíamos conocer estas situaciones para ayudarnos a reflexionar sobre las causas que podrían estar generando esta notable insatisfacción común, y tratar de abordarla como un objetivo esencial en nuestras vidas? ¿Por qué este desinterés en que no seamos más conscientes de lo que nos está sucediendo, y nos mantengamos en una ficción de autosatisfacción?
Quizá convenga vigilar este malestar, más que seguir persiguiendo un bienestar que parece tan sobredimensionado como ficticio.