Más que para saber, muchos acuden a la universidad para obtener los títulos que allí se otorgan, porque suponen, o quieren creer, que cuanto mayor y mejor sea la titulación que se tenga, tanto mejores serán los trabajos a desempeñar así como sus remuneraciones.
Pero la titulación no siempre lleva emparejada la cualificación y cuando la cualificación se tiene no siempre se necesita. Entendidos como un bien de mercado, la abundancia de saberes académicos no suele corresponderse con las demandas del desarrollo económico. Ya se sabe, cuando un bien es abundante su precio baja. A lo que se puede añadir que, cuando un bien se fabrica en masa de modo que sea asequible y llegue a más consumidores, su calidad suele resentirse.
Se produce así un desfase entre la formación que puede acreditarse (idiomas, másteres, doctorados, dobles titulaciones, seminarios, periodos en prácticas, etcétera) y las competencias que se demandan para muchos puestos de trabajo. Dicho en términos economicistas: se gasta mucho tiempo y mucho dinero en fabricar un producto mediocre que, además, no se necesita.
En cualquier caso, el mensaje que relaciona el paso por la universidad con la promesa de un empleo mejor en el futuro ha calado en todas las capas de la sociedad. Y en esa concepción que tenemos del estado del bienestar, se considera que el acceso a la educación superior es uno de los servicios a los que tenemos derecho. Y este derecho incluye que esta educación sea muy barata, incluso gratuita, de forma que la falta de recursos económicos no sea un impedimento para el que quiera recibirla.
Partiendo de esta premisa, hay una especie de beca general para todos los jóvenes que cursan estudios superiores en el sistema público de enseñanza. Alrededor del 80% del coste de los estudios universitarios es pagado por el Estado, es decir, por los contribuyentes. Y para recibir esta subvención no se tiene en cuenta ni la renta ni la nota, aunque esta última sí condiciona que se puedan elegir unas carreras u otras. El 20 % restante lo tiene que pagar el alumno, aunque existen becas de matrícula para financiar aquellos casos en los que no se disponga de medios para costearlo.
Además de estas becas existen otras destinadas a colaborar en el pago de los desplazamientos, los libros, el alojamiento en una comunidad autónoma diferente de la propia o incluso un salario, con las que se pretende contribuir a que todos los jóvenes tengan las mismas oportunidades de recibir una educación universitaria, con independencia de su lugar de nacimiento y su renta familiar.
Se piensa que todas estas medidas garantizan la equidad y reducen las diferencias sociales, que son un mecanismo de justicia social, pero no es cierto. En primer lugar porque los requisitos para recibir algunas de estas becas, como es el caso de las becas de movilidad entre comunidades autónomas, están próximos al umbral de pobreza y su dotación no cubre la cuantía de los gastos a los que están destinadas; lo que determina que, en la práctica, una amplia mayoría de estudiantes no pueda estudiar fuera de su lugar habitual de residencia, lo que limita sus posibilidades de elección incluso dentro del sistema público.
Pero, sobre todo, esta supuesta justicia social es muy discutible porque el reparto no le llega a todos sino solo a aquellos jóvenes que han querido y han podido seguir estudiando, mientras que no se ofrece una ayuda o prestación similar a aquellos que quieren iniciar su vida laboral y necesitarían una financiación para iniciar sus proyectos. Porque tan válido y tan legítimo es invertir en los futuros titulados como en los nuevos empresarios y trabajadores autónomos.
El hecho es que se está pagando con el dinero de todos la educación de unos pocos, sin distinguir entre los que tienen recursos y los que carecen de ellos ni exigir una contrapartida por los privilegios que se están ofreciendo.
Y se da la situación de que un número significativo de alumnos prolongan más allá de lo necesario su tiempo de permanencia en la universidad, empleando para realizar sus estudios muchos más cursos de los que se necesitarían. Son alumnos becados, aunque no se consideren como tales, a los que no se les retira la ayuda ni se les demanda que paguen el precio real de aquello que no están aprovechando. Es más, incluso esta situación se utiliza como argumento para justificar que a los alumnos declaradamente becados, aquellos que reciben un dinero extra además de la subvención general, no se les pida ningún requisito que no se les esté exigiendo a los otros, ya que hacerlo sería una forma de discriminación o de colocarlos en una situación de desigualdad.
Y sorprende la falta de exigencia en uno y otro caso. Porque conviene recordar que, antes de la implantación del estado del bienestar, las becas las concedían los mecenas, las clases más pudientes, con la intención de captar a los mejores elementos de las clases más humildes. Con ello los ponían a su servicio y de paso se renovaban, evitaban la endogamia y la degeneración que traía consigo. Lo que antes hacían los mecenas o las oligarquías hoy le corresponde al Estado, pero las contrapartidas no son las mismas. Quien recibe una aportación que procede del esfuerzo colectivo y le coloca en una posición de privilegio tiene la responsabilidad de aprovecharla y de hacer algo con ella, algo que vaya más allá del propio beneficio personal.
Y al hablar de contrapartidas no me estoy refiriendo exclusivamente a poner al servicio del Estado, o del país, los conocimientos de los ingenieros, técnicos o economistas que ha contribuido a formar, de manera que en conjunto resulte más competitivo y esta competitividad nos revierta a todos. También estoy hablando de otra cosa; estoy hablando de facilitar la vida de los demás, de contribuir a que lleguen a estar mejor de lo que ahora están, de iluminar y enriquecer el mundo sórdido en el que nos encontramos. Aunque para hacer esto no es preciso, y puede ser contraproducente, acudir a la universidad que tenemos ahora.
Es una decisión social, pero parece que estamos optando por una universidad de masas en lugar de hacerlo por una universidad de élite, parece que estamos primando la cantidad sobre la calidad. Y estamos olvidando que poner los conocimientos a disposición del dominio público y facilitar el acceso a ellos, de forma que todo el que quiera aprender tenga la posibilidad de hacerlo, no es lo mismo que lograr que todo el mundo sepa. Especialmente si todo está diseñado para que haya un único lugar donde aprender, solo se pueda aprender lo que allí se determina y haya una única forma de hacerlo.
Si estudiar no tuviera las connotaciones mercantilistas que ahora tiene y además se aplicara el lema de la Academia de Atenas, No entre aquí quien no sepa Geometría, la mayoría de las universidades ya se habrían cerrado o estarían vacías. Aunque estuvieran completamente financiadas y dotadas con todos los medios que fueran precisos y la falta de dinero no fuera un obstáculo para acceder a ellas.
La educación siempre es un bien y nunca se tiene la suficiente, cuanta más educación para un mayor número de personas tanto mejor. Pero no debe confundirse la universalización de la educación con la asistencia masiva a las escuelas, por muy superiores que estas sean. Ni debe confundirse la búsqueda del conocimiento con el aprendizaje de una técnica, aunque sea la que tienen el astronauta o el cirujano.
En un mundo ideal, alguien tendrá que ocuparse de esas cosas, preferiblemente el que tenga más capacidad, más corazón y más generosidad para hacerlas; cada uno la parte que le corresponde y que esté dispuesto a asumir; pero solo lo justo, ni un segundo más. Para dedicar todo el tiempo disponible a los asuntos esenciales: respirar, moverse, dormir, soñar, estudiar, observar, sentir, admirar y maravillarse, y todo aquello que nos haga más ligeros, más humildes y más felices.
Titulaciones, documentos que acrediten que se es economista, cardiólogo, ingeniero de caminos, arquitecto, físico, químico, o cualesquiera de tantas otras cosas que se pueden ser para — que en definitiva es lo que a cada viviente importa — hacer más grata o confortable o soportable la forma de vivir (tanto la propia como la de quienes los rodean) que nos hemos montado.
Hay una cantidad apabullante de gente, preparada y titulada, que no encuentra trabajo; no hay trabajo para todos, y si no lo hay, ¿qué maldita falta nos están haciendo a nadie, ni qué falta se están haciendo a sí mismos, los titulados mediocres?
Los humanos somos egoístas, quizás, pero hay formas de egoísmo que son muy sensatas, y si entre todos estamos costeando la formación de quienes se van a ocupar de nuestra salud, y de nuestros habitáculos, y de nuestras carreteras, y de impartir justicia y de un montón de cosas más, no parece descabellado exigirles que den la talla.
Pero hay infinidad de profesionales, con títulos en los bolsillos, que son del todo mediocres, ¿y para titulados mediocres tiene sentido el propiciar que todo aquel al que se le que se le ponga entre ceja y ceja el tener un título haya de conseguirlo, aunque sea a trancas y a barrancas a cuenta de los contribuyentes?
El que tiene dinero y se lo puede permitir tiene derecho a, si lo desea, aplicar su dinero y el tiempo que le pueda llevar el conseguirla en adquirir una formación universitaria — lo mismo que se comprará un coche mejor o una casa más grande — que, luego, ya se verá si se le luce o no, y si llega a ser bueno en lo suyo o del montón y sin prestigio ninguno. Pero estará empleando su tiempo y su dinero.
El titulado excepcional siempre será otra cosa, rico o pobre; y si el que apunta maneras de ser un titulado excepcional no cuenta con recursos, por supuesto que es perfectamente razonable que toda la sociedad se implique en que salga adelante, que por un economista o por un cardiólogo o por un arquitecto o por un físico o por un químico o por cualquier profesional que de veras va a representar un bien para sus congéneres, naturalmente que merece la pena el esfuerzo. Pero por el mediocre no.
Creo que en Estados Unidos, universidades y grandes empresas llevan en su agenda el seguir como sabuesos las trayectorias de estudiantes que despuntan en determinadas materias, las que sean especialidad de la tal o la cual universidad o empresa; y eso está muy bien, ¿no?, eso es ejercer de mecenas, ¿no?, y de toda la vida de Dios el protegido ha respetado a su mecenas, y ha correspondido y ha estado a la altura de qué se esperaba de él, y no ha tomado el pelo al protector.
Pero, aquí y ahora en este mundo tan democrático que tenemos, y con tantos derechos que todos nos hemos arrogado, resulta que hasta el más muerto de hambre tiene que rascarse el bolsillo para sacar adelante a su vecino, si lo vale como si no, y ejercer con sus impuestos de mecenas sin haberlo elegido y sin derecho a rechistar ni a exigir que ese juez cuya formación he contribuido a costear me juzgue en condiciones, y que las casas que construyen los arquitectos sean todas perfectamente habitables, y que los economistas asesores de los gobernantes manejen correctamente los dineros, y que el gobernante que tiene la formación que yo no tengo me gobierne de manera impecable, que para eso he contribuido a que sepa lo que se supone que debe saber.
Así que becas, sí; pero que las den los mecenas. Y las que demos los contribuyentes que esté muy aquilatado y calibrado si el que va a recibirla la merece o no.
Y, en referencia a la última frase del artículo, a partir de “ni un segundo más”, me pregunto que ha ido pasando en las personas, en las formas de entender en las sociedades modernas qué es evolución y qué es progreso, para que todo nuestro objetivo sea el trabajar para ser más poderosos y para poseer más cosas, y hayamos dejado de lado “los asuntos esenciales: respirar, moverse, dormir, soñar, estudiar, observar, sentir, admirar y maravillarse, y todo aquello que nos haga más ligeros, más humildes y más felices.”.
No sé, pero en algún punto de nuestra historia torcimos por algún camino equivocado.
No acabo de enteder ni el artículo ni algunos comentarios. Nos oarece bien unos tarugos que como tienen dinero nos vayan a mandar y dirigir sus empresas. Y MAL QUE UNOS SUPUESTOS MEDIOCRES ALCANCEN UNA FORMACION UNIVERSITARIA, a medio plazo el reino de los idiotas. ESO SÍ FORRADOS.
Que los títulos universitarios no son una panacea de acuerdo…pero acaso lo son los no universitarios?. y LA FORMACION UNIVERSITARIA SI SE TRABAJA NO ES TAN MALA- lA RESPONSABILIDAD DEBE DE SER DEL QUE QUIERE APRENDER.
y si se quiere excelencia el que no pasa la nota sea rico o pobre a la calle de la universidad. ¿Y a dónde va? A formarse en las empresas…Ah que las empresas no están para eso…hay que darles el trabajador formado a su imagen (cada empresa la suya, faltaría más) y a bajo precio y sin que tenga que pagar la SS, ENTONCES ES NORMAL QUE LOS BUENO SE MARCHEN EY QUEDEN LOS TARUGOS RICOS, ESO SÍ.
Estoy de acuerdo con el análisis de su artículo.
Como docente universitario he llegado a oir a algún alumno con motivo de alguna exigencia absurda que tenía derecho a tal o cual «porque él me pagaba», a lo que tuve que responder que no pagaba sino la quinta parte del coste de su formación. De hecho están llegando a la Universidad algunos individuos muy mal informados y eso es parte del mal. Pero hay más, claro. Además de recuperar una cultura de excelencia por parte de los docentes hay que insistir en la del esfuerzo por parte de todos (también del gobierno, que nos tiene abandonados).
Recientemente se ha implantado una norma que encarece el coste de las segundas, terceras y cuartas matrículas. Es decir, el coste es mayor tras suspender y se incrementa con cada suspenso. Curiosamente está haciendo que algunos se planteen que tienen que estudiar. ¡Qué brutos somos!
La educación de nuestros hijos será un peso para el contribuyente el día en que deje de estar subvencionado. El problema de los balances y las cuentas de estado es que se construyen sobre números. Y si bien, estos a veces descubren propiedades maravillosas, todavía no hemos encontrado la relación que une la multiplicación con el milagro de los panes y de los peces. Una lástima. Habrá que seguir en ello.
Así las cosas, las becas pueden suponer una carga cuando el dinero recaudado se hace indispensable para tapar los agujeros de los bancos, sostener el enorme aparato gubernamental de recomendados, apesebrados y enchufes varios, y todas esas cosillas livianas sin las que la vida transcurriría con la ligereza que lo hace. ¿Con qué nos íbamos a divertir?
A la losa que las becas universitarias suponen para nuestras pobres y doloridas espaldas podemos añadir los millones de jubilados, aproximadamente 0,4 por trabajador activo. El coste del desempleo. Otro tanto. Enfermos, vagos y maleantes varios. Multitud.
Pero como por algo hay que empezar, a ver si suprimen de una vez las becas a todos esos vagos que no quieren estudiar y empiezan a valorar que lo vale un peine. Hombre ya. ¿Quién los necesita?
Estimada o estimado Isi:
Compruebo que está altamente productiva o productivo en cuanto a la publicación de comentarios se refiere. En relación con ello, copio una frase de este artículo:
«parece que estamos primando la cantidad sobre la calidad»
Y digo esto porque este párrafo:
«Así las cosas, las becas pueden suponer una carga cuando el dinero recaudado se hace indispensable para tapar los agujeros de los bancos, sostener el enorme aparato gubernamental de recomendados, apesebrados y enchufes varios, y todas esas cosillas livianas sin las que la vida transcurriría con la ligereza que lo hace. ¿Con qué nos íbamos a divertir?»
me recuerda a cualquiera de las afirmaciones que podemos encontrar en los comentarios de El País, El Mundo y otras publicaciones similares.
Este blog pretende ser otra cosa.
Hay veces que «viscerar» es necesario para mantener un poco de cordura. Porque hay días en que te levantas y te das cuenta que nada tiene sentido. Ni el mundo que le dejamos a nuestros hijos ni los hijos que le dejamos al mundo.
Una aclaración. Dije “viscerar” por lo prolífico de mis comentarios. Normalmente prefiero leer a escribir. Escuchar a hablar.
En cuanto a la premisa del artículo:
“parece que estamos primando la cantidad sobre la calidad” un lugar común donde los haya.
permítame que le responda con otro:
de la cantidad sale la calidad.
A veces pierdo un rato en leer los comentarios del País, el Mundo y otros periódicos. Es un buen ejercicio para saber qué opinan los ciudadanos al margen de la” voz del amo”. Y le aseguro que los hay francamente buenos.
La educación genera externalidades positivas que nos benefician a todos y permiten un verdadero progreso social.
¡La de problemas que puede solucionar vivir en una sociedad con gente formada! ¡la de malentendidos y estupideces que se podrían evitar!¡la de personas que pueden ser influenciadas positivamente!
No sobran universitarios, faltan muchos más. Falta tanta formación que haga impensable tópicos como «es culpa de los padres-sin formación- que no los educan», «en España hay mucho cateto/nini», «la gente tiene un nivel de conversación de bar» etc.
Formar a cuatro afortunados nos ayuda bien poco como sociedad: se irán a trabajar donde mejores ofertas tengan, servirán a los intereses que consideren oportunos, se podrán aprovechar de la estupidez ajena o bien influirán positivamente a unos pocos en el día a día.
Formar a la sociedad supone un incremento de las probabilidades de que surja gente excelente, creativa, necesaria.
Las becas aumentan probabilidades y mejoran a largo nuestra sociedad, no son un premio, son una NECESIDAD.
Si quieren ayudar no hablen de becas, hablen de cómo hacer la universidad más barata. Es posible reducir MUCHO el coste de la universidad con las nuevas tecnologías. Muchas titulaciones podrían hacerse online (v.g coursera) y hacerse pruebas presenciales, convirtiendo la universidad en un centro de saber y no de lectura.
La universidad no es la única formación posible. Para desempeñar muchos trabajos tampoco hace falta una diplomatura, ni una licenciatura, pero al acabar la educación obligatoria un gran porcentaje de alumnos no se plantea qué quiere hacer, porque parece que el único camino es la universidad. A ver si dejamos la «titulitis» ya, que para tener sentido crítico y ser mínimamente culto no hace falta una licenciatura. No es lo mismo formación académica que educación, aunque hasta cierto punto puedan ir relacionados. Hay gente con una FP o menos que da mil vueltas a más de un garrulo universitario con título en mano.
La universidad ya es barata. El alumno, como ya han dicho mil veces, paga un mínimo de lo que cuesta su formación. La gente que más se queja de los precios de la universidad es aquella que tiene muchas asignaturas de tercera o cuarta matrícula. Todo el mundo puede tener un mal año o entrar un poco despistado, pero lo que no puede ser es que permitamos el tremendo despilfarro que supone hoy la educación universitaria porque «para qué voy a darme prisa en acabar la carrera, si total yo en casa de mis padres vivo estupendamente». Tardar diez años en terminar una carrera de cinco cursos es una tremenda irresponsabilidad y una falta de respeto a todos los que con nuestros impuestos subvencionamos esos estudios.
Personalmente, me parece que habría que subir (¡mucho!) los mínimos exigidos para las becas. Hablo de notas, no de renta. Entrar a la universidad no debería depender del nivel socioeconómico, pero sí debe poder exigirse un mínimo aprovechamiento de ese recurso (aunque creo que esta mayor exigencia hacia los alumnos tendría que ir unida a exigencia hacia los profesores universitarios y a una mayor inversión en el sistema educativo a nivel de educación obligatoria, que tampoco todo va a ser culpa de los alumnos).
Varias cosas. De entrada, una buena cita:
«Si crees que la educación es cara, verás lo que nos cuesta la ignorancia»
Luego, un par de apuntes:
1) Lo de que el alumno sólo paga una parte del coste del curso universitario es algo que todo el mundo sabe, pero… ¿Son ciertas las cifras? Hasta la fecha no he podido encontrar un desglose del verdadero coste de cada curso. Qué partidas comprende. Cuáles son los datos. Porque ni en España tenemos ley de transparencia (ni voluntad ni cultura) ni las universidades son para nada transparentes http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-10-02/la-universidad-opaca-solo-dos-centros-espanoles-aprueban-en-transparencia_35759/
Es decir, aceptamos como un dogma el coste que nos dicen que tiene la universidad. Quisiera que alguien, con datos en la mano, me lo explique o me diga dónde encontrar esa información.
2) «Tardar diez años en terminar una carrera de cinco cursos es una tremenda irresponsabilidad y una falta de respeto a todos los que con nuestros impuestos subvencionamos esos estudios.»
Sí y no. ¿Estudias derecho y tardas 10 años? Sí, es una barbaridad. Susana Díaz, actual presidenta de la Junta de Andalucía se sacó derecho en 10 años.
¿Estudias una ingeniería? Entonces todo cambia. El primer día de mi ingeniería, el director nos reunió a todos en el salón de actos y nos dijo: «las carreras son de 4-5 años (plan antiguo o Bolonia) pero la media para acabarlas está entre 6 y 9»
¿Estamos locos? Si se diseña un plan de estudios que de media es imposible cumplir sólo caben 2 opciones: o todos somos tontos o el plan de estudios está mal diseñado (y/o implementado).
Algunos datos:
Ing. Industrial: 7 años de media en 1999 http://elpais.com/diario/1999/10/13/andalucia/939766954_850215.html
Ing. Industrial: 9 años de media en 2008
http://www.lavozdegalicia.es/ferrol/2008/05/20/0003_6833648.htm
No encuentro fácilmente la fuente del INE que cita esta persona, pero aquí más datos (2006-2010). La que más, 11 años para ingeniería naval http://www.dat.etsit.upm.es/?q=node/13507
¿Y cómo van las becas para la ingeniería? Pues con los últimos cambios, existen criterios específicos para las ingenierías (tienes más margen de suspensos que en el resto de carreras para tener la beca) pero en la práctica sólo unos pocos pueden dar el rendimiento que exigen en cuanto a notas y aprobados.
No me quiero extender más, pero las notas no dicen nada de tu aprovechamiento de la carrera y las becas no se pensaron para la excelencia, para eso están las matrículas de honor.
No vamos a solucionar la complejidad desde la simplicidad; no hemos participado en una sociedad que es herencia y en la que tenemos poco margen de maniobra para transformarla. Las crisis no nos dan, como muchos piensan, posibilidades para cambios sociales significativos; lo son para meter el freno a fondo, porque esto que nos preocupa no tiene coherencia ni más futuro que el presente que sostenemos, cada vez más gris y repetitivo.
La mediocridad es la base y el resultado de la sociedad en la que vivimos. Los egresados no son culpables de tales resultados, fueron invitados a hartarse de mediocridad desde que, por fortuna, ingresaron en la educación de este Estado de cosas; como tampoco son culpables del horizonte sin futuro al que se enfrentan o dirigen: la sociedad que somos, tenemos y sostenemos.
Ir hasta las raíces y ver los múltiples nutrientes que favorecen estas relaciones sociales (de todo tipo), estos valores y estas instituciones que tenemos, es imprescindible. Sin bajar a los infiernos no es solución cerrar las universidades de masas. Solo queremos disponer de la urna para decir qué queremos (sin decidir); solo las financieras, la bolsa y sus representantes políticos bien colocados en los gobiernos del mundo hablan del futuro que quieren (pueden y trabajan para ello). Las calles repletas de manifestantes, las masificadas universidades, las organizaciones sociales, etc., nada de esto logrará hacer de lo evidente motivo para parar la Historia, o al menos esta.