Me gusta pensar que cuando nacemos a la vida somos anarquistas porque todos llegamos libres de doctrina, completamente ajenos a cualquier concepto de poder. Pero enseguida, casi desde la concepción, empezamos a recibir la acción modeladora de quienes llegaron antes que nosotros. Luego nos pasamos la infancia soñando con llegar a mayores para ser por fin independientes, libres del gobierno de los adultos que nos rodean; la adolescencia es una efervescencia que anuncia que ese momento parece aproximarse. Pero un día descubrimos que la autoridad que entonces nos ceñía no ha hecho sino cambiar de manos sin solución de continuidad para irse haciendo menos amable, más áspera y menos identificable, y después de algunos años de estrellarnos contra el cristal terminamos por claudicar y tomarle el gusto a eso de vivir ahormados y gobernados, renunciamos a la aventura sin siquiera haber llegado a probar su sabor, hasta que al fin no nos queda ya más aspiración que instalarnos por el resto de nuestra vida en la seguridad de una actitud infantil de supeditación nunca transcendida, en la que siempre hay quien nos diga lo que podemos y lo que no podemos hacer y nos sancione si incumplimos, mientras flotamos a la deriva sobre una maraña de derechos pregonados y obligaciones no elegidas, arrastrados por la corriente hacia la muerte.
Hablemos un poco de política.
Como ya hemos visto en otros artículos, y por otra parte es bien sabido, la palabra política hace referencia a lo que pasa en la polis, es decir, en la ciudad. Cuando se acuñó el término, en los tiempos de la antigua Grecia, las ciudades eran estados independientes, pero siguió usándose desde entonces para referirse a la gestión de una comunidad organizada.
El Diccionario de la Lengua Española propone varias definiciones de la palabra política. Veamos algunas de ellas:
Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados.
Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.
En sintonía con estas acepciones, y con carácter general, cabría decir que el ciudadano de a pie, al menos en este país, suele concebir la política como la acción organizadora de una sociedad que se ejerce de manera piramidal y desde arriba hacia abajo. La mayoría de los sistemas políticos que conocemos se diferencian entre sí por el procedimiento empleado para establecer y organizar la estructura de esa pirámide. Cuando el procedimiento vigente durante un período determinado entra en crisis se plantea el problema de qué nuevo sistema establecer para legitimar a quienes han de situarse en la cúspide de la pirámide y en los estratos superiores, y la nueva manera en que deben ejercer la acción organizativa sobre el conjunto. Sea cual sea la dinámica interna de esta estructura, y los mecanismos en virtud de los cuales se distribuyan y activen los puestos en los diferentes niveles, siempre se presupone que el conjunto y cada uno de esos niveles están obligados a recibir el flujo organizativo descendente, acatarlo y servirlo, sea cual sea el principio de legitimidad constituido. Es decir, que la política parece estar basada, solamente, sobre el establecimiento de un principio de autoridad ejercido con poder desde una minoría hacia el conjunto.
Pero el diccionario ofrece otra acepción aún para el término política:
Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo.
Es decir, que también se produce la acción política siempre que una persona, con independencia del nivel en que se encuentre situada, decide expresar su individualidad, incidiendo con ello en las dinámicas de lo colectivo.
La reflexión que les propongo −que aunque vieja sigue vigente, acaso muy vigente− pivota sobre la suposición de que, así como el niño aspira de manera natural a desarrollarse hasta ser capaz de emanciparse de la autoridad de sus padres, y la aventura de lograrlo cuanto antes y en las mejores condiciones se convierte en su principal responsabilidad, de igual manera y siguiendo el mismo impulso, en todo ser humano (no importa lo oculto que pueda llegar a quedar) late el anhelo de desarrollarse para conquistar posibilidades de libertad cada vez mayores. Sin embargo la sociedad se nos presenta a sí misma conformada, mayoritariamente, por personas plenamente convencidas de que necesitan vivir acogidas en el seno de una estructura superior donde haya quien las proteja y les proporcione cauces seguros por los que conducir sus vidas hasta el final. No voy a cuestionar ahora si este modelo sigue siendo necesario; quizás en términos generales sí que lo sea aún en buena medida. Pero, ¿lo es siempre y en todos los casos?
A pesar de lo sugerente que quizás pudiera ser el paralelismo que les acabo de proponer, se produce una diferencia fundamental entre el caso del niño ante la autoridad de sus mayores y el caso del adulto ante el poder establecido: todo niño que anhela independizarse de sus padres sabe que tarde o temprano lo conseguirá, aunque solo sea porque en la mayoría de los casos ellos morirán antes que él, sin embargo, en la relación entre el ciudadano y el poder, tal y como se viene produciendo a lo largo de la historia conocida, sucede algo mucho más difícil de remontar: el poder, fiel a su obsesión de perpetuarse indefinidamente, nos asegura que mantendrá incólume su estructura por siempre, y que sólo tras nuestra propia muerte, y no antes, soltará por fin su mordaza.
Pero esta amenaza tantas veces cumplida encierra también un matiz que es a un tiempo terrible y prometedor, y es que el sueño −quizás debiéramos decir pesadilla− que tiene el poder de perpetuarse únicamente es viable en la misma medida de nuestra propia entrega a él, de la autonegación de nuestras posibilidades de libertad. Las viejas leyendas llamaban a esto vender el alma al diablo. Ante este dilema, ¿diríamos que existe la opción de no ceder ante él? ¿Y si hubiera personas que, no solo ni deseen ni necesiten ser gobernados ya por nadie más que por sí mismos, sino que además se sientan capaces de retar al poder y ganarle la mano?
En todos los momentos de la historia habríamos podido encontrar, y sin duda también hoy, entre los millones de adaptados al modelo, personas que conciben al ser humano habitado, más allá de su personalidad aparente, por una esencialidad tan inalienable como desconocida, que consideran que descubrir esa realidad, su leit motiv y su razón de existir, es una experiencia que requiere y produce libertad. Estos hombres y mujeres, menos atentos a sus posibles derechos que a sus ciertas responsabilidades, aseguran que así como cada ser humano nace con la responsabilidad inherente de identificar y desobedecer las exigencias que le dicta su ego para así superar su propio estado de desarrollo personal, por la misma razón también deberá cuestionar los dictados del Estado y de todos los diferentes poderes, siempre que dificulten o impidan la aventura intrépida de buscar nuevas ideas y lenguajes más allá de los parámetros convencionales. Y vivir en clave de aventura en un mundo aún doblegado por las tiranías de la supervivencia, el utilitarismo y el miedo a la muerte, es sinónimo de insumisión, de una insumisión mucho más verdadera y necesaria que aquella simplista que suelen propugnar los rebeldes tradicionales. Por eso el poder se arroga la misión de producir, administrar y suministrar opinión y cultura a sus súbditos, en un intento permanente de calmar la sed de aventura que encuentra en el pensamiento, en las artes y en las ciencias la apertura de caminos siempre vírgenes hacia la libertad y la transcendencia.
¿Cómo seremos capaces de posicionarnos políticamente ante el número creciente de personas que desde su fuero interno ya no reconocen la autoridad de ningún poder, y menos que nada del pueblo, para gobernar su vida por encima de su conciencia? ¿Cómo consideramos en este nuevo tiempo los demócratas, republicanos, monárquicos, liberales o fascistas, católicos, musulmanes, nacionalistas, o ateos, adoradores de los órdenes impuestos, a los aventureros que aman lo imprevisible, que creen en el mundo como una espléndida obra de arte por descubrir, fruto estético del amor, de la que acaso un día todos habremos de formar parte? En el siglo XX los matábamos y en el XXI, por el momento, los estamos escondiendo. ¿No conocerán mensajes que nos puedan ayudar a orientarnos ante los nuevos retos que tenemos planteados?
Por mi parte hace mucho tiempo que no espero nada de quienes nos gobiernan o aspiran a hacerlo, pues no solo no suelen ser sabios, ni filósofos, ni artistas, sino que ni siquiera consideran que para conducir la vida de los demás necesiten llegar a serlo; no me parecen sino gentes perdidas de sí mismos que ahogan la sed que ya no sienten en un mar de confusiones sin horizonte. Pongamos nuestras expectativas y exigencias en nosotros mismos, cambiemos derechos por responsabilidades, pues éstas son el único pasaje hacia la libertad; no olvidemos que, al fin y al cabo, como diría un físico, una infinitud creativa lo impregna todo, los seres, las ciudades, las montañas, los anhelos, el poder, la política, todo.
Alberto, interesante articulo que, quizás, por su larga extensión puede debilitar el mensaje.
La Ética de la Responsabilidad ha sido cuestión de la filosofía siempre. Kant, Weber, y otros, han sido autores que profundizaron sobre el tema. La Ética de la Responsabilidad ha sido, por ejemplo, asociada al utilitarismo. Véase la manía política de decir que, aunque no guste la decisión tomada, se hace por responsabilidad. O, también asociada al «finalismo», como, por ejemplo, acabar con el servicio gratuito de la salud para hacerlo viable, desde el punto de vista presupuestario.
También estado asociado a la Ética de la Consciencia. Pero esto también lleva a juicios morales. Por ejemplo «no mentir». Pero si estas acogiendo en tu casa a un rumano, indefenso, que quieres proteger de la expulsión, pues mientes.
Bueno, parecen ejemplos nimios, pero la responsabilidad sigue siendo asociada al deber. Quizás, en tu escrito, podríamos considerar el «Deber Ser». En fin, parece que, más bien, lo asocias a la «Libertad». A esa libertad añorada del anarquismo y, también, del liberalismo.
Entendido que tu concepto de libertad lo perfilas en el Arte. Bueno aquí, sin más, el concepto de «Arte» es complejo. También hay Etica del Arte. Considérese el concepto de finalidad del Arte, que ha tenido, en las expresiones doctrinarias e ideológicas de las naciones.
El «Arte», sin más, no es una palabra «azul». En fin, Alberto, lo interesante de tu articulo es que se pueda mirar desde varios puntos de vista. Ojala, este articulo tuviera continuidad y que se abriera la «persiana» de la Estética. Y, que alguien se atreviera a hablar de Estética superando la Ética y sus responsabilidades.
Por ejemplo, su mensaje, Señor. Transparente. Del futuro
Te felicito por esta reflexión tan cristalina sobre la política. Como señalas, el diccionario de la RAE y, lo que es peor, la mayoría de la gente, idnetificamos «política» y «gobierno», cuando en realidad se trata de actividades más bien contradictorias, en tensión permanente. El gobierno, la gestión de los asuntos cotidianos, debe estar al servicio de los ciudadanos, atendiendo a las necesidades que surgen de la vida en común y creando las condiciones que hagan posible un vida política, es decir, una vida más alllá de la necesidad.
Quizá la política no está concebida para organizar la vida en un estado. La referencia al origen de la política -la polis-, aunque es obvia, me parece fundamental aunque se suele pasarpor alto: no es lo mismo una ciudad que un estado.
Pienso que la posibilidad de la política, la posibilidad de reducir el gobierno e incrementar la autodeterminación (la libertad polítca) pasa por reforzar las relaciones políticas entre los habitantes de las ciudades, los barrios, los pueblos. La alternativa al sistema vigente -basado en gobierno difuso entre el estado y el mercado- empieza por lo local.
Un saludo,
J.
Alberto, tiene tu propuesta las mística de quienes a lo largo de la historia de la humanidad han cuestionado la necesidad de someterse al Leviatan para garantizar el correcto funcionamiento de la sociedad. Vamos transfiriendo conscientes o inconscientemente al Estado, en cualquiera de sus formas, parcelas de nuestra libertad, cuando no toda, a cambio de que éste nos ofrezca seguridad y sobre todo ejerza el control y uso de la fuerza.
Mas allá de la actual situación de descrédito del «Gobierno» o del «poder», que está arrastrando también a la «política» por esa torticera utilización de la identificación entre ambos, cuando los hombres han soñado el futuro siempre han empezado construyendo ideas emancipadoras de la necesidad de ser gobernados, en la historia reciente anarquistas y socialistas utópicos. Sin embargo al final también siempre, al menos hasta ahora, han terminado imponiéndose revisiones autoritarias de esas ideologías liberadoras. Quizás porque el sueño de vivir sin ser gobernados o al menos administrados, pueda ser contrario a las leyes de la Naturaleza que establece sistemas jerárquicos en todas las especies por más que lo haga de las formas mas variopintas. Y cuanto más social, más necesita el hombre de esa estructura que le trasciende, arropa y limita. Solo los outsider, en sus distintas variantes, eluden al Sistema, para terminar cayendo muchas veces en estructuras informales mucho mas opresoras que las formales. Cuanto menos contacto social, menos necesidad de esa estructura y sus consecuencia. Así que igual en esa pendiente hacia la hipercomunicación virtual y el aislamiento físico que parece caminamos, podemos obviar la necesidad de ser gobernados por las estructuras tradicionales, posiblemente obsoletas, para caer en mano de otro poder más difuso pero no menos cercenador de la libertad. O superamos el estadio animal en el que aun nos encontramos como especie y entonces podremos burlar las inapelables leyes de la Naturaleza.
Tiene usted toda la razón, pero ¿cómo empezar a girar la rueda del cambio?.
Gracias, Ramón, por su comentario, y gracias también a todos los demás.
No me siento con la capacidad de contestar a una pregunta tan aparentemente sencilla como amplia y compleja, pero al menos quisiera esbozar las ideas que me suscita. Quizás no se trate tanto de empezar a cambiar, como de tomar consciencia de que el cambio es inevitable. Creo que la clave está precisamente en ir aumentando nuestra consciencia de la realidad. De hacerlo así puede que descubramos que en el fondo todos los estados, personales o colectivos, son situaciones imposibles y falaces pues conllevan la connotación de detenimiento. El poder, ejercido desde dentro o desde fuera, intenta aturdir nuestra percepción del movimiento para fijarnos, pues su supervivencia depende de ello, el aventurero por el contrario buscará tomar consciencia del movimiento para entregarse a una aventura polirítmica.
A modo de respuesta, pues, yo diría que ante el hecho incuestionable de que nos movemos inevitablemente, se me ocurren básicamente tres opciones, tratar de negar el movimiento, movernos a la velocidad del modelo, y también podemos optar por una tercera opción: hacer del movimiento un arte.
Querido Alberto,
Un placer leer tu artículo y encontrar en un mismo espacio textual-cibernético que política, arte y estética se amigan de esa manera.
Leer tus palabras luminosas me inspira y me impulsa a la reflexión, incluso a mí que vivo en Marte y no acabo de orientarme a la hora de pensar en estos asuntos. Continuará? Sí, sí, sí, porfa.
¡Gracias!
Magniifico subrayo:
«Por mi parte hace mucho tiempo que no espero nada de quienes nos gobiernan o aspiran a hacerlo, pues no solo no suelen ser sabios, ni filósofos, ni artistas, sino que ni siquiera consideran que para conducir la vida de los demás necesiten llegar a serlo; no me parecen sino gentes perdidas de sí mismos que ahogan la sed que ya no sienten en un mar de confusiones sin horizonte.
Pongamos nuestras expectativas y exigencias en nosotros mismos, cambiemos derechos por responsabilidades, pues éstas son el único pasaje hacia la libertad; no olvidemos que, al fin y al cabo, como diría un físico, una infinitud creativa lo impregna todo, los seres, las ciudades, las montañas, los anhelos, el poder, la política, todo.»
Es curioso ver como en todas nuestras aspiraciones tanto a nivel individual como social, por muy aparentemente dignas o “limpias” que parezcan, siempre hay un fin, una meta, en definitiva, un premio que se nos concederá caso de llegar, y que no haber llegado nos justificaría a nosotros mismos el no poder disfrutarlo.
Esta actitud, al menos desde mi punto de vista, puede encerrar algún problemilla. Porque cuando utilizamos palabras como libertad, amor o estado, como hitos o metas a conseguir, corremos el peligro de quedarnos algo cortos, en nuestro intento y sentirnos satisfechos con creernos independientes o enamorados. Algo parecido sucede cuando utilizamos la palabra estado como la imagen de un poder político-social que nos dirige, quizá olvidándonos de nuestro estado interior. ¿Cómo estás?, es la pregunta que dirigimos a alguien para interesarnos por su salud, por su estado de ánimo, etc., y como creo en el axioma “lo exterior es una consecuencia de lo de interior”, pues me hago esta pregunta, ¿no podría ser que el estado como una concepción política y de poder de un país o ciudad, fuera la consecuencia del estado de desarrollo cerebral de sus gentes?.
Resulta difícil, aunque gentes como Alberto lo intenten, ahondar en la idea o concepto de responsabilidad sin más, es decir, de partir de la base de que somos un proyecto de ser humano y que como tal, tenemos la responsabilidad de completar o al menos ampliar ese 7 ó 10 % de nuestras posibilidades neuronales, que como dice la Ciencia estamos utilizando en estos momentos y con el que nos sentimos tan completos.
Estaría bien hacer las cosas sin esperar conseguir independizarnos de nadie ni ningún tipo de recompensa personal; sencillamente, porque toca, estando dispuestos a asumir el probable fracaso que muchas veces va implícito en nuestras acciones; sencillamente, porque es lo que se debe, en el sentido de deuda con la humanidad en la vivimos, sin pensar en nadie y menos en nosotros mismos; sencillamente, hacer las cosas para quien corresponda.
Saludos
Muy interesante el artículo Alberto.
Y creo, en contra de lo que concluye J. Mª, que las leyes de la Naturaleza no jerarquízan el modelo de comportamiento de las especies. Sí tal vez ciertos grupos lo adoptan también podemos pensar que su líder aporte algo más que una autoridad basada en el miedo. No recuerdo tampoco especie alguna en que los demás trabajen para uno, más existiendo insisto en el desconocimiento que tenemos para comparar relaciones de conveniencia entre el mundo animal o/y vegetal.
Creo que la realidad que describes no tiene mácula y es independiente de las consecuencias que una actitud de disconformidad pueda generar porque este sí que es un estado natural y en la tenacidad de su persecución parece implícita la responsabilidad de ir afrontando y creando nuevos retos.
Gracias Alberto por tu impulso
El niño, mientras lo es; es analfabeto, no empieza a aprender a leer y escribir, hasta que no tiene eso que se ha dado en llamar uso de razón que cuando empiezan a tenerlo, más que uso se convierte en un abuso de razón.
No es que antes el niño no tenga la razón, o que no la use, si no que tiene una razón intacta, inmaculada, pura, y con su razón, lo que hace como con todo,es jugar, permanece en un estado de juego, que siempre es un estado de gracia.
No obstante cuando lo alfabetizamos, normalmente es para adaptarlo al modelo social en que vivimos.
Este proceso que yo entiendo con buena intención, se realiza con el objetivo social de que el niño no sufra con la inadaptación posterior a un modelo que la mayoría entiende como bueno, aunque yo pienso que se está desmoronando.
La política en un principio, fué en determinadas sociedades, (el periodo Arcáico y Clásico en Grecia, fueron algunos ejemplos), una actividad digna marcada por una intención de servicio a los demás, y reservada a individuos que se prestaban a eso, y que es posible que no se necesite mucho más, que ponerse al servicio del otro, como ciudadano, vecino,amigo o enemigo, etc.
El problema Alberto, es que aunque la política se esté utilizando como tantas otras actividades en beneficio propio, no vivimos a mi entender en un mundo de buenos y malos.
Si hubiera como dices gentes perdidas de si mismos, querría decir que también habría gentes encontradas en si mismos, y yo creo que de estos hay muy pocos.
No creo, tampoco que haya individuos, que por su profesión, y aparente adaptación al sistema, esten en mejor disposición que otros, pues tu conoces seguramente bastantes casos de profesionales (término en principio religioso, profesión), como artistas e intelectuales, que criticando el sistema, reciben subvenciones, pensiones y ayudas de distintos estamentos del Estado, a las que no renuncian, (renuncia de derechos, principio de responsabilidad).
En cualquier caso, como tu bien dices y me consta que practicas, esta intención de responsabilidad (palabra derivada de respuesta, por lo que ya hay que formularse preguntas), y el acercamiento a la aventura (palabra derivada de viento, dejarse llevar a donde el viento nos lleve), creo que es lo acertado.
Gracias, un abrazo
Nunca he estado muy a favor de las metáfora que enfrentan la individuo contra la mayoría, en este caso un niño que se enfrenta a una sociedad con la que no tiene nada que ver, algo ajeno a su naturaleza y voluntad.
No estoy a favor porque entiendo la sociedad como algo inseparable de la persona, no puedo entender a la humanidad sin sociedad ¿sería posible nuestra vida sin educación, sin justicia, y tantas cosas…? Esos elementos son partes de todos nosotros y sólo son posibles en sociedad, por tanto, esa sociedad es consecuencia de nuestra propia naturaleza como persona ( somos animales, sociales, racionales), no podemos rechazarla simplemente por que nos ha sido dada y, además, pretender que esa sociedad sea según nuestras opiniones personales por que, además de ser imposible, no es democrático.
Ahora bien esta claro que ese niño no ha decidido sobre ella y tiene derecho a decidir, ahí es donde entra la política. Sería la herramienta que tienen las personas para expresar sus deseos sobre la sociedad en la que vive ya sea votando simplemente, intentando influir con nuestras opiniones, formando parte de la «estructura» … infinidad de formas.
Uno puede decir que esa estructura que recibimos impide el ejercicio de la política, sólo puedo decir que para eso esta la democracia. Esta claro que esa estructura no pone las cosas fáciles si queremos cambiarla, aquí es donde debe aparecer la democracia: por un lado esta estructura ha de ser muy participativa y transparente para que todos los que quieran puedan hablar, ser escuchados, participar y por otro lado nosotros debemos asumir que no se trata de que se haga lo que yo quiero si no lo que la mayoría decida.
Esto último es un objetivo, no es lo que hay, pero constituye un objetivo que vale la pena ponerse y que todos y cada uno de nosotros lo aplique en su ámbito de responsabilidad… y ya veríamos como la cosa mejoraria 😉
Saludos.
Políticas que clasifican, que cosifican, que etiquetan (eres Esto-y como eres Esto..no serás aquello Otro; no hay drcho al cambio-a progresar si así se desea), políticas que precarizan, enferman, te encierran mentalmente, te utilizan cada cuatro años, te mienten tranquilamente y sin alevosía; Políticas del Susto y Batacazo, del robo y estafa diarios, que se atreven a indicar hasta aquello que has de comer..guarrerías varías y qué has de cultivar..
Así como lo de los hilillos de plastilina
no era nada, y esto de fukhusima una simple molestia que ya se avista por mar californiano, y mire usted!!!- que no pasa nada eh?–que no pasa nada! !!—y aunque sobrevuelen sobres cargaítos de Eso que todo dios sabe, oye..y la justicia? , donde?–
Aparte de la responsabilidad y derechos, no todos tienen iguales oportunidades..
Aquellos que pudieran hacer algo más y con más etica y más justicia..
Donde están?——–
En primer lugar muchas gracias por el artículo con una perspectiva totalmente distinta, así como muchas gracias al blog por la inclusión de este nuevo autor, que no había leido antes. Sabia nueva.
Dos comentarios que me han venido a la cabeza y que muy posiblemente no vengan al caso.
1) La sociedad, familia, etc. nos educa hacia la competencia contra los demás, que nos midamos siempre con los otros y que seamos superiores. Quizá ahí radique el problema, somos diferentes, somos capaces de hacer alguna cosa mejor que el de al lado pero muchísimas peor que él, y la competición tendría que ser con nosotros mismos, dedicándonos a hacer lo que sabemos hacer bien, no que creemos saber que hacemos, sino lo que de verdad hacemos y eso implica que aceptemos las críticas y que mientras no seamos como esos seres que indicas que su funcionamiento es especial, estaremos permanentemente en periodo de aprendizaje.
2) «menos atentos a sus posibles derechos que a sus ciertas responsabilidades»:
Ciertas entiendo que no son algunas sino que son reales, que existen unas responsabilidades en cada persona por la mera existencia, de las cuales no nos han enseñado nada desde que nacemos y la sociedad trata de camuflar para que no se la cambie.
Posibles entiendo que quiere decir que no existen y son inventos para desviar la atención de las responsabilidades. Alguien dirá inmediatamente que donde dejo el derecho a la vida, a la alimentación, etc., cuando la contestación es la de la responsabilidad que tenemos cada uno de nosotros sobre TODO lo que le ocurre a los demás.
Muchas gracias por el artículo.