Calvino tenía una profunda desconfianza hacia la música. Entre otras lindezas afirmó: «Al igual que el vino se vierte con el embudo en el barril, con la melodía se filtran el veneno y la corrupción hasta las mayores profundidades del corazón. ¿Qué hemos de hacer, entonces? Tendremos que conseguir canciones que sean no solo rectas, sino santas, que nos inciten a rezar a Dios y alabarlo, meditar sobre sus obras, temerlo, honrarlo y glorificarlo».
Sin embargo, para Lutero, la música tenía la máxima importancia. La consideraba un regalo de Dios y, por ello, todos los que fueran ordenados debían saber cantar y tener conocimientos musicales. El mismo Lutero tocaba varios instrumentos y compuso una serie de himnos y corales.
Esta diferente forma de pensar de los dos reformistas tuvo evidentes consecuencias: mientras que en los países de influencia luterana se instaló el respeto a la música y el cultivo de la cultura musical, lo que dio lugar al surgimiento de grandes compositores e intérpretes, en los países calvinistas se produjo el fenómeno contrario. Queda en el aire la pregunta de cuántos músicos hubieran surgido en los países calvinistas sin la demoledora influencia de los pensamientos del líder religioso.
Todavía está por estudiar cómo las ideas que nutren y soportan a los distintos modelos sociopolíticos y económicos determinan la forma de pensar, las prioridades vitales y emocionales de las personas que viven en esos modelos. En definitiva, cómo el modelo sociopolítico se inventa un determinado concepto de ser humano, que nos hace tragarnos a pies juntillas desde un sistema educativo uniformado y generalizado.
En el antiguo régimen, dominado por los dogmas religiosos, el hombre estaba adoctrinado para pensar que todo poder y la propia organización social venían legitimados por una figura divina: el poder procedía de ese Dios y lo ejercían sus vicarios en la tierra, ya fueran seculares o religiosos. Las leyes humanas y las decisiones del soberano eran necesariamente legítimas porque se inspiraban en las leyes divinas. La moral religiosa regía la vida de las sociedades y todos la acataban por convicción y/o miedo al castigo divino, ya fuera en la otra vida o en esta por mediación de los poderes divinamente instituidos.
Aparte de los desmanes, abusos y excesos cometidos por las organizaciones e instituciones eclesiales, la sociedad religiosa convencional entró en crisis cuando se percibió que sus organizaciones jerárquicas y su dogmatismo se habían convertido en carcasas vacías de toda autenticidad y alejadas del mensaje original. Además, las jerarquías llenaron el mundo de dogmas estáticos que frenaron la evolución y el progreso; obligando incluso a Galileo a renegar de sus revolucionarias ideas para suavizar su condena por herejía (“y sin embargo se mueve”).
Fue por ello inevitable el replanteamiento de todo: la tabla rasa de Descartes. Todas las certezas desaparecen y se abren todos los interrogantes. Surge la seductora posibilidad de descubrir, mediante la inteligencia, los misterios que nos rodean.
Sin embargo, el ser humano seguía necesitando unos referentes firmes y, en el nuevo modelo surgido de la Revolución francesa, la legitimidad divina es sustituida por la legitimidad racional. Muerto Dios, se divinizó la Razón, como nueva prisión de la inteligencia.
Elevada la razón a la categoría divina era “racional” que toda persona se percibiera como individuo y que se ocupara fundamentalmente de la satisfacción de sus propias necesidades o deseos. Si la razón de cada individuo es Dios, nada mejor que rendirle pleitesía colocando la satisfacción de las necesidades y deseos surgidos de esa razón en el centro de la vida de cada uno.
Los modelos económicos se elaboran a partir de la premisa de que los integrantes de la sociedad se comportan racionalmente y que ese comportamiento racional les conduce a tratar de maximizar la satisfacción de sus propios deseos y necesidades.
Este cambio de modelo conduce al ser humano individualista, utilitarista y pragmático, que cree en su propia razón y en la satisfacción de su ego. El choque de razones y deseos individuales y colectivos, convertidos en ideologías, genera los graves conflictos que jalonan la historia de Occidente desde la Revolución Francesa y están en la base de la fuerte conflictividad que percibimos en las sociedades de nuestro entorno.
Además, la divinización de la razón supuso la caída de la moral religiosa, que mantenía la cohesión en las sociedades, limitaba el choque de deseos y necesidades individuales y reducía los conflictos. Desaparecida la moral como fuente de legitimidad de la ley, filósofos como Kant se esfuerzan en consagrar la ética como nueva ligazón de la sociedad basada en la razón. Sin embargo, el fundamento de la obediencia a la moral, en la sociedad religiosa se encontraba en la convicción o el temor al poder divino. La ética carece de ese poder intimidatorio y la razón se coloca al servicio de la satisfacción del propio interés, por lo que la imposición de la ética requiere del respaldo de un poder estatal fuerte que obligue a su cumplimiento. Con esta funcionalidad, crecen superestructuras estatales monstruosas que todo lo controlan. Ese Leviatán que caracterizó Hobbes.
La nueva concepción del ser humano surgida de la razón humana divinizada, aunque respondiera a una lógica reacción a los abusos de las instituciones religiosas, presenta no pocos inconvenientes que se encuentran en la raíz de las sucesivas crisis que venimos viviendo desde su instauración.
El nuevo modelo nos ha hecho creernos el concepto del ser humano entendido únicamente como herramienta útil para aumentar sus posesiones, su dominio y, en definitiva, su poder.
Esta concepción ha prescindido y negado elementos tan sustanciales de la naturaleza humana que han conducido al hombre moderno a una verdadera situación depresiva, como brillantemente explicaba Carlos Peiró en uno de los primeros artículos de este blog.
Así, se ha amputado la vocación hacia la felicidad a través de la búsqueda de la belleza en la perfección estética, que, con todos sus defectos, cultivó la Grecia clásica. El pseudo arte utilitarista busca, como en el resto de ámbitos de la vida, el beneficio económico que aumente el poder del autor, en lugar de tratar de hacer volar el alma y la inteligencia del espectador hacia rincones desconocidos.
La vocación científica renacentista de ir al encuentro de la felicidad mediante la aspiración de un entendimiento global del cosmos a través del progresivo crecimiento del círculo de lo conocido, ha sido suplantada por la superespecialización y la investigación útil para aumentar el dominio y el poder sobre el mundo. En consecuencia el sistema educativose ha llenado de almas en pena que sueñan con ser banqueros, en lugar de buscar la sabiduría como fuente de felicidad.
Y qué decir de la vocación anímica o espiritual del hombre, presente desde siempre como búsqueda de una realidad trascendente más allá de la pura apariencia de las cosas, y que, sin embargo, con no poco sufrimiento, ha sido suplantada por un Estado divinizado.
Para salir de la crisis endémica en la que seguimos retozando, quizá sea preciso reconocer la presencia de elementos esenciales en la naturaleza humana que han sido negados y suplantados por una única deidad. Mientras tanto ¿cuántos brillantes poetas, artistas, sabios o científicos se habrán malogrado bajo el lema utilitarista de “déjate de tonterías y lábrate un buen futuro”?
Discrepo profundamente con su interpretación de la historia. Si tomo su conclusión como punto de partida para reflexionar sobre la condición humana hoy día, lo que debo hacer es observar a cada uno de mis nietos y preguntarme qué ha estado condicionando su desarrollo personal (la mayor de mis nietas cumple 18 años la semana próxima). Lo primero que concluyo de ese ejercicio es que no puedo tener conclusiones ciertas a pesar del mucho tiempo que he dedicado a entender la historia de la humanidad. Lo segundo es la importancia de las circunstancias más allá de cualquier teoría científica que pueda aceptar por su lógica y su evidencia histórica –es decir, ninguna teoría, por científica que sea, podría por sí sola anticipar lo que un recién nacido será cuando adulto– y la sospecha de que esa importancia ha aumentado mucho en relación a mi infancia y juventud en una familia humilde pero en una Argentina que en ese momento era rica. Lo tercero es la alegría de que no importa cuanto otros, yo incluido, se preocupen por su futuro cuando adultos, ese futuro sigue dependiendo de sus decisiones porque hoy más que nunca antes, por difíciles que pinten las circunstancias, ellos tienen alternativas y su desafío es saber elegir. Lo cuarto es la tristeza de que las circunstancias de sus vidas ayer, hoy y mañana, dependerán de otros humanos que insisten en someterlos, explotando el lado bueno que casi todos tenemos, para su satisfacción personal.
Es cierto y, creo que, ampliamente reconocido el hecho de que nuestra vida está muy conducida y condicionada, por y para la satisfacción de unos intereses centrados en la posesión de bienes económicos. Sustituyendo a viejas creencias, se ha instaurado la fe en el progreso económico, que se supone indefinido, como premisa para alcanzar nuestros ideales.
Crisis: empezamos a intuir que las generaciones del futuro no van a poder centrar en el consumo de bienes económicos, las mismas expectativas que ahora tenemos.
Otra crisis: una globalización irreversible que, por cierto, vuelve a poner a la demografía como factor clave del desarrollo económico, ahora se nos presenta como grave riesgo para mantener esos esquemas de identidades personales o comunitarias que nos hemos inventado y en los que parece encontramos cobijo.
Entonces solo nos quedan como salidas, el pensar que alguien ha trucado el devenir de la Historia o descreer de las élites que nos guían y gobiernan e insisten, en hacernos creer que tienen soluciones para todo.
Magnífica, por clara y sencilla, síntesis de esa evolución modélica como «directora» de nuestra existencia terrenal: desde la divinidad hacia el egoísmo del ser humano.
Dejando aparte circunstancias e instintos de supervivencia, resulta muy difícil encontrar como referente que balancee y equilibre ese iter evolutivo «al otro» o «a los otros», complementarios de uno, de todos. No me refiero a los cercanos y elegidos, sino a todos los demás, incluyendo los enemigos. Si todos somos complementarios y ninguno prevalece sobre otros, estamos hablando de otro modelo: el de la plenitud del ser humano.
¿Seremos capaces de llegar a ese «modelo no utilitarista» algún día? ¿Cómo: desde la supervivencia sin competitividad, la búsqueda de la belleza, de la felicidad por el conocimiento, de la espiritualidad comunitaria, todo a una?
Esperemos que sí pero implica mucho trabajo con voluntad de hierro, perseverancia y mucha o fé verdadera en la esencia del ser humano.
Parece que uno de los enigmas aún no resueltos, de los muchos que rodean a la antigua cultura mesoamericana de los olmecas, es el hecho del abandono de sus ciudades, diseminadas en las intrincadas selvas tropicales, en momentos que, aparentemente, indicaban una importante prosperidad, y sin que hubiera razones para ello, al no darse cambios importantes ni ambientales ni de déficit de materias primas que justificaran su abandono, en un principio
Karem Amstrong, autora de libros como «Historia de Jerusalén», y monja católica durante siete años, recalca en este último cómo, en las culturas más antiguas, ciertos parámetros de asentamientos humanos, y su posterior desarrollo en núcleos de civilización y civilizadores a su vez, se basaban no solo y exclusivamente en criterios racionales de habitabilidad ambiental, sino que también, y a veces por encima de toda lógica al respecto, pesaban motivaciones de índole especulativas, subjetivas y metafísicas, para ello.
Y parece que muchas veces funcionaba….formándose de una de esas manera, por ejemplo, ciudades-estado, los gérmenes civilizadores de futuros e importantes imperios del mundo antiguo.
Por supuesto, no se trata de tomar como modelos actuales formas más arcaicas de organización, pero sí que me resulta curioso observar que el devenir de las civilizaciones en el ser humano, puede haber sido acompañado de una alternancia, e inclusive, a veces, de una cierta compaginación de la vertiente racionalista por un lado, y la espiritual, subjetiva o analógica por otro.
Quizás estemos ahora apostando más por la que se aferra a la racional, la que se inculca y se enseña.
Así, de algún modo desde tiempos remotos, parece que siempre se ha intuido que esa supervivencia estaba ligada a más matices de los aparenciales, de los denominados «materiales».
¿No sería interesante, a lo mejor, plantearse que en esa defensa a la «supervivencia», debemos incluir la que incluye el plano subjetivo, metafísico, que también forma parte de nosotros?.
Quiero decir, no se nos ocurre manifestarnos por el hecho de que, en cierto modo, se nos está privando de un alimento vital, que nos está, quizás, evitando crecer en aspectos sutiles o subjetivos, sí, pero tan importantes como pueda ser el alimento para poder sobrevivir.
Nos estamos privando por la fascinación de la cultura, del derecho y hasta la obligación de cultivarnos…de descubrir…sin toparnos con los límites de lo políticamente correcto, y de la muy «democrática» amenaza de que nos «eduquen para la ciudadanía», y no protestamos por ello….¿cuántas cosas se nos están quedando en el tintero, por ser eso, «ciudadanos de acorde con un modelo»?.