“El habitante de los Estados Unidos aprende desde su nacimiento que hay que apoyarse sobre sí mismo para luchar contra los males y las molestias de la vida; no arroja sobre la autoridad social sino una mirada desconfiada e inquieta, y no hace un llamamiento a su poder más que cuando no puede evitarlo (…)
El mismo espíritu se palpa en todos los actos de la vida social. Surge un obstáculo en la vía pública, el paso está interrumpido y la circulación detenida; los vecinos se establecen al punto en cuerpo deliberante; de esa asamblea improvisada saldrá un poder ejecutivo que remediará el mal, antes de que la idea de una autoridad preexistente a la de los interesados se haya presentado en la imaginación de nadie (…) En los Estados Unidos, asócianse con fines de seguridad pública, de comercio y de industria, de moral y religión. Nada hay que la voluntad humana desespere de alcanzar por la acción libre de la potencia colectiva de los individuos».
Esta potente cita del clásico de Tocqueville, «La democracia en América» (1840), todavía hoy sirve para describir el gran empuje que el movimiento asociativo tiene en los EE. UU. frente a Europa. En cualquier caso, en esta hay una enorme diferencia entre norte y sur. Así, el porcentaje de personas asociadas en la Unión Europea es de un 40%. Pero en los países del sur, como España, Italia o incluso Francia, no pasa del 30%, mientras en alguno de los países escandinavos el 90% de las personas están integradas en alguna asociación.
Por supuesto, existen razones sociológicas para estas diferencias, como serían el mayor individualismo de los países del sur o la fortaleza en estos de la red de vínculos familiares, que hace disminuir la necesidad del contacto con otros a través de asociaciones.
Sin embargo, no cabe desconocer la importancia que para la democracia tiene el movimiento asociativo. En los orígenes de toda democracia hay un momento en que grupos con intereses comunes se asocian para limitar el poder absoluto. Así ocurrió en la monarquía absoluta con las asociaciones gremiales que, poco a poco, fueron colando representantes de las ciudades en las Cortes que trataban de recortar el poder del Rey. También en la revolución industrial fue esencial el asociacionismo obrero que culminó con la creación y desarrollo del movimiento sindical.
En definitiva, los politólogos admiten que en las primeras democracias tuvo enorme relevancia el movimiento asociativo.
Sin embargo, existe cierta discrepancia sobre su papel en las macrodemocracias actuales. Sartori sostiene que la democracia participativa, en la que el ciudadano se integra y participa a través de asociaciones, supone tal carga para el individuo que podría decirse que estamos ante «un ciudadano que vive para servir a la democracia (en vez de una democracia que existe para servir al ciudadano)».
Creo que exagera; en cualquier caso, tal nivel de participación exige un alto grado de intensidad, que puede desembocar en dos escenarios muy diversos: uno deseable en el que la participación hace crecer el interés y la atención por lo político y, en definitiva, la formación del ciudadano.
Y otro escenario menos virtuoso y más peligroso, que conduce a una sociedad de extremistas. Los sociólogos afirman que existe un nexo entre intensidad, participación y extremismo. Cuanto más extrema es una posición, más intensamente es sentida por el público en general. Por tanto, para mantener viva una participación fuerte del gran público será necesario que se extremen las posiciones. Es decir, una alta participación requiere de la intensidad que sólo proporcionan las emociones fuertes de los extremos. Y el extremista no suele estar inclinado al estudio y al pensamiento crítico, sino que no tiene dudas y cree conocer bien los problemas y soluciones. Bernard Berelson afirmaba que el interés extremo que acompaña las posiciones extremas puede culminar en un rígido fanatismo que, de ser generalizado, podría destruir el proceso democrático.
En definitiva, los contrarios a la participación asociativa tienen miedo a despertar al animal dormido de la sociedad civil. Suelen decir algo así como, participación sí, pero poca, no vaya a ser que esto se nos vaya de las manos. En cierto modo entiendo el pánico: las sociedades fanatizadas aterran. En estos momentos probablemente no haya sociedad más movilizada en España que la Cataluña independentista. Y la movilización tiene todos los ingredientes que horripilaban a Sartori o a Berenson: mucha pasión, mucho extremismo/fanatismo; poca reflexión, poca duda inteligente.
A pesar de todo, tengo claro -quizá sea un extremista- que una sociedad sin un movimiento asociativo fuerte es una sociedad desestructurada, que reacciona a borbotones ante problemas puntuales, pero sin una acción continua que dé respuesta a las cuestiones que se plantean. Por eso el 15 M fue un estallido que acabó en interruptus. Una reacción pasional, que no tuvo continuidad. Nuestra sociedad reacciona así cuando llega a un suficiente grado de hartazgo: con manifestaciones eruptivas que nada solucionan. Al poco tiempo, las aguas vuelven a su cauce y todo sigue igual. El mundo ideal para políticos acomodaticios.
El asociacionismo es el tejido vivo que conecta a los individuos y les permite afrontar problemas comunes sin acudir al Estado.
En las Monarquías absolutas los poderosos estamentos de la nobleza y el clero operaban como límites, siempre en beneficio de sus intereses. En las democracias actuales el individuo es débil frente a los poderes organizados y fácticos que manejan la sociedad. Sin ese tejido asociativo, el individuo se encuentra inerme y el único límite al poder político estaría en manos de la Justicia. Una justicia que perece bajo la presión por la sobresaturación de asuntos -derivada, entre otras cosas, de la inexistencia de otros mecanismos de control- y por los embates de un poder político que se resiste a ser amarrado.
Además, la inexistencia de un asociacionismo fuerte determina que no haya estructuras intermedias entre el individuo y el Estado, lo que supone que, para cualquier demanda, debamos acudir a este como buen dios protector. El Estado se convierte, de este modo, en el Leviatán del que hablaba Hobbes, monstruo bíblico de poder descomunal, «rey sobre todos los soberbios».
Estos días hemos visto el gran éxito de una asociación alemana de Ayuda para el Medio Ambiente, la Deutsche Umwelthilfe (DUH), en el control del todopoderoso lobby alemán de fabricantes de vehículos. Esta asociación ha conseguido que los tribunales avalen las restricciones al diesel con el argumento de que «la salud de los habitantes tiene prioridad sobre los derechos de los propietarios de vehículos diésel«.
En fin, si estamos persuadidos de que una sociedad civil viva es la levadura en la que crece una democracia saludable, ¿a qué esperamos para asociarnos en función de nuestros intereses y habilidades? Es cierto que, como impulso, vendría bien una legislación parecida a la de los EE. UU. que permite una alta desgravación fiscal de las aportaciones a organizaciones sin ánimo de lucro. Pero no podemos pretender que sea el Estado el que mueva ficha para impulsar algo que le supone perder poder y aumentar los controles a los que está sometido.
Pregunta: ¿en cuántas asociaciones estás metido? No cuentan ni las peñas ni las deportivas.
El problema del asociacionismo/ONG es que se convierten en entes que chupan de las tetas del Estado, es decir, se constituyen en clases extractivas, obligando a los contribuyentes a mantenerlos ¿Eso es un avance?
Una asociación o ONG necesita dinero para llevar a cabo las acciones que sus socios decidan, este dinero procede principalmente de tres fuentres: ayudas y subvenciones del estado, cuotas de los miembros y campañas puntuales.
Hay asociaciones que deciden no recibir ayudas del estado por que pueden condicinar su funcionamiento. Te animo a que buscas una de este tipo si este es tu problema, o incluso que te unas a una asociación para fiscalizar las subvenciones y ayudas concedidas por el estado (Plataforma Auditoria Ciudadana).
Si la transparencia en la concesión de dichas ayudas y justificación de dichas subvenciones es suficiente, no veo mayor problema mas allá del condicionamiento que puede suponer la dpeendencia de dichas ayudas.
En cualquier caso, lo que no considero un avance es que intenetemos hacer la guerra cada uno por nuestra cuenta, o, aun peor, que la damos por perdida.
Creo que, si bien es cierto que el individuo en solitario tiene una fuerza nula para resolver innumerables problemas, el asociacionismo añade un problema más, el de afrontar y resolver los intereses dispares y variopintos de los asociados.
Imaginando, en el ejemplo del obstáculo en la vía pública. Yo imagino que, si no hay un alguien a quien exigirle que lo retire ―y que lo hará con mayor o menor (más bien menor) entusiasmo y diligencia, pese a ir la retirada incluida en el sueldo que pagamos al estado mediante impuestos―, se congregará una multitud vociferante entre quienes habrá los muy dispuestos que se arremanguen y se apliquen a empujar hasta apartarlo, pero también habrá quienes digan “bueno, ya hay muchos empujando”, y se queden con las manos cruzadas sobre la barriga. Y los habrá también que sólo se tomen la molestia cuando el obstáculo los afecte a ellos personalmente y a nadie más importe.
Así que haría falta un líder, un quien organizase qué hacer y cómo hacerlo. Y sus criterios y métodos no serían bien vistos por todos los asociados, que se radicalizarían exigiendo que las cosas se hagan como ellos entienden deben hacerse y que sería, por cierto, de forma diametralmente opuesta a la que sostendrían como “la buena” los radicales del extremo opuesto.
¿Y qué líder sabe ahí mantener el tipo y no tomar partido por uno de los extremos? Que puede no tomarlo, sí, pero dejará de ser líder tan pronto uno de los grupos extremistas ostente la mayoría.
Y aunque esos intereses fueran idénticos ―que ya es difícil―, y aunque todo asociado participase en la misma medida y con honestidad y responsabilidad idénticas, la asociación entera entraría en conflicto con las que tuviesen intereses opuestos.
Opino que la única solución para que los que vivimos podamos convivir es que cada persona sea totalmente consciente e implacable consigo misma a la hora de respetar escrupulosamente los derechos e intereses de los demás.
¿Pero cómo adquirir esa consciencia? ¿Cómo poder llevar a la práctica lo que se entiende que debe hacerse sin exponerse a ser víctima de la multitud?
Ah, y en respuesta a la pregunta del artículo:
No pertenezco a ninguna asociación.
Si cada persona fuera totalmente consciente e implacable consigo misma a la hora de respetar escrupulosamente los derechos e intereses de los demás. ¿no podrian participar en las asociaciones evitando los extremismos? ¿y ademas esas asociaciones no les permitirian defender, sin extremismos, sus derechos e intereses legitimos? y para rematar la faena, ¿no piensas que el fomento del dialogo que se da en el marco de una asociación ayuda a templar las opiniones y calmar los animos exaltados?
Creo que si se nota que pertenezco a varias asociaciones y estoy bastante de acuerdo en la necesidad de fomentar la participación en la democracia, pero esta tiene que ser bien entendida y a los politicos acomodaticios les sale mas rentable entenderla mal y fomentar extremismos para asegurarse su «clientela»
La raiz de la verdadera vida política en estados democráticos, nace y debe nacer de las asociaciones de ciudadanos.
Desde las juntas de vecinos, pasando por las APAS, hasta manifestaciones públicas ciudadanas, nacen de asociaciones.
Pero en mi opinión, la mayoría de asociaciones nacen viciadas.
En primer lugar, vivimos en sociedades tan normativizadas, que dificilmente aunque consiguieramos cambiar o derogar una determinada ley o norma, podríamos provocar una cambio en el contexto en el que habita esa norma, para que cambie el espíritu que la inspiró, (como ejemplo cito el tan traido artículo 155).
Por otra parte, en una sociedad con intento permanente de manejo del ciudadano, por parte de los medios en la que se nos intenta transmitir violencia y miedo para justificar la existencia de una clase política empobrecida, ademas de una estatificación de las instituciones; se producen asociaciones, cuya raiz está imbuida por la violencia y el miedo.
En España, con el ejemplo que cita Isaac, sobre la asociación alemana de ayuda al medio ambiente, quizá antes de conseguir sus logros, hubieran tenido que ocupar el Congreso, cortar calles de las ciudades, o como esta ocurriendo con los independentistas catalanes, abrir los pasos de la AP7 (a quien beneficia eso?).
Creo que por estas razones, y algunas que se me escapan, casi cualquier asociación de participación ciudadana, con capacidad de influir en la vida pública, por lo menos en España, no tiene vocación de continuidad, y está abocada a ser abortada o dirigida.
Por último creo que si no conseguimos (paradójicamente ), de alguna manera aislarnos individualmente de una sociedad tan enmarañada como es la nuestra, precisamente con objeto de mejorarla.
La participación ciudadana, asi como a veces el estado, y la propia democracia, seguirán al servicio de intereses particulares.
Y se seguiran dando casos de incoherencia como los Berlusconi de turno, el acceso de Trump al poder, o el Brexit, del que todavía creo que no conocemos la dimensión de sus consecuencias.
Enhorabuena por tu artículo Isaac, con aportaciones interesantes y bien documentado como habituas.
Un abrazo
Alicia tiene razon. Yo tengo experiencia en las APAS y en la comunidad de vecinos (seis propietarios) y es un horror.
Me conformo con que no hagan cosas que me perjudiquen. Al final todo es para el interes de la Junta Rectora. Y si te perjudica, tienes que desgañitarte mucho para arreglarlo.
Confio mas en administradores a sueldo que tengan que rendir cuentas…y aun asi…
Es muy difícil conseguir que la gente (en general) se identifique con un proyecto del que no obtenga beneficio económico inmediato. La asociación nace de un conjunto de personas que partirían de un incentivo moral (su responsabilidad como ciudadanos) pero son pocos los casos en que esto se produzca. Sólo el incentivo económico o el beneficio directo parece presidir cualquier tipo de organización. Tomemos por ejemplo a los partidos políticos, sindicatos o afines. Lo primero que se plantean sus miembros es su recompensa por participar. Si en cualquiera de estas organizaciones no hubiera más incentivo que el moral o ideológico, estarían absolutamente vacías de militancia. Es más, se mira con recelo a quien sólo tiene el incentivo moral para hacer algo. ¿Qué buscará este….? La generosidad, el altruismo y la responsabilidad ante los demás están perdidas ante el «pragmatismo», la comodidad (¡que inventen ellos…!) y la irresponsabilidad nacida de modelos que se ajustan como anillo al dedo al hedonismo social.
Todo ello creo que tiene una base en el escaso interés por aprender, por formarse, por saber…. más allá de lo que nos dicen y proponen los medios de comunicación sabiamente conducidos hacia las banalidades y sandeces. Mientras escribo esto se oye en otra habitación los gritos de los «reality shows» de unos supuestos «supervivientes». La mayor parte de la gente se aprenderá todo acerca de sus pobres vidas, pero rechazará cualquier intento de racionalizar el supuesto interés de estos programas, sencillamente porque se los está cuestionando a ellos mismos.
Ha sido (y todavía es) un largo proceso de destrucción y desmontaje de valores de todo tipo para sustituirlos por «estrellas», «líderes» y «famosos» que exhiben el resultado de su divinización, aunque ésta se haga a costa de talonario (que ya no se usa) o de las subvenciones públicas de uno u otro tipo.
MI modesta experiencia hace que sea muy escéptico sobre las motivaciones morales de las personas para mejorar sus sociedades. Es más, soy consciente de que las condiciones que se han creado en su entorno, les impediría hacerlo aunque quisieran. ¡Ojalá me equivoque! Un saludo.
Felicitar al autor y a los comentaristas.
Dice el gran profesor Dalmacio Negro que de la palabra Democracia hay registradas 650 acepciones diferentes. En las diez páginas de la Constitución USA no aparece la palabra democracia. En fin, que cada vez que la usamos estamos recurriendo a un Significante Vacío –de contenido– un mito sacralizado en vano. Una forma de manipulación y de esterilización.
El sabio Mr. O’Farrill, en su comentario, resume perfectamente la obra cumbre de Mancur Olson sobre esta cuestión desde la perspectiva de un ciudadano anónimo.
Mancur se centra en los «incentivos», efectivamente. No da por sentado que solo puedan ser monetarios pero a efectos prácticos como si lo diera. Su obra debería estar en todas las bibliotecas de ciudadanos normales. «La lógica de la acción colectiva» 1965. Un año de gran cosecha. Fácil de encontrar en buenas librerías.
En general despachamos con facilidad el tema de los incentivos pero no lo tratamos en profundidad. Hay incentivos mucho más poderosos que los económicos y una tarea ingente por delante para crear grupos con una homogeneidad razonable en capacidades, valores e incentivos. Hay que dedicar más tiempo a esto porque no es territorio estéril.
La principal conclusión de la obra de Mancur Olson es que los Grupos Pequeños y Organizados siempre prevalecerán en la defensa de sus intereses contra los de los Grandes Colectivos sociales.
La razón está en la menor dilución de los Incentivos y las Recompensas –no necesariamente materiales– , por un lado, y por otro en la inevitable labor de zapa sistémica de los «Free Riders», –los Gorrones Parasitarios– en los grandes grupos. Este segmento –que existe en toda organización– es como las termitas que todo socavan y nuestro ecosistema social es especialmente fértil en dicha subespecie.
La Socialdemocracia, –una ideología que dio su juego histórico al Poder pero que hoy, en franca hiperplasia, es rueda de molino al cuello de nuestras sociedades–, tiene muy bien organizado su esquema de sostenimiento clientelar, lo trabaja y lo ejecuta aún mejor. Una de sus funciones es la detección temprana del peligro y su pronta esterilización.
Los intelectuales a sueldo de la Social Democracia están haciendo desde hace décadas un gigantesco trabajo que no encuentra respuesta al nivel de recursos financieros, mecanismos de difusión académica y medios de comunicación. Lógico, lo primero que hace un sistema ideologizado y sectario es retirar hasta el agua a cualquier adversario potencial.
Su red clientelar es inmensa y sus «tiestos» de todo tipo están bien regados. Las cabezas dedicadas a ello son de gran calidad, John Rawls, Philip N. Petit, Raymond Plant, etc. Ganan por goleada y, en mi opinión, merecidamente porque enfrente no hay nada equivalente al menos en número y constancia. Solo casos aislados que no sobreviven mucho tiempo a la apisonadora cultural y al olvido inducido.
Este es el principal campo de batalla.
El caso es que incluso en estas condiciones nos tienen miedo.
Saludos