La noche del 9 al 10 de noviembre de 1989 fue histórica: los 155 kilómetros del muro que dividía Berlín empezaron a ser demolidos a martillazos por una multitud enfervorizada. Casi un año después, el 2 de octubre de 1990, se anunciaba el nacimiento de la nueva Alemania reunificada. Llevado por la euforia del momento, Helmut Kohl, canciller de la RFA (República Federal de Alemania), hizo una promesa a sus nuevos compatriotas de la ex RDA (la Alemania comunista): “lograremos transformar en los próximos tres o cuatro años los cinco nuevos estados federados en paisajes florecientes donde valdrá la pena vivir”.
La cruda realidad se impuso después. La ideología comunista del Este había eliminado todo espíritu emprendedor en la mentalidad de sus ciudadanos; y sus empresas (de propiedad estatal) eran incapaces de competir en mercados abiertos. En la práctica, la adaptación al modelo capitalista de la Alemania occidental implicó el cierre de muchas de esas empresas, provocando un enorme desempleo y mucha emigración a los estados del Oeste. Según Juergen B.Donges, profesor emérito de la Universidad de Colonia, el desempleo en el Este pasó del 3,5% en el tercer trimestre de 1990 al 12% un año después y al 21% a finales de la década de los 90.
25 años después el nivel de vida de los ciudadanos en la Alemania oriental ha mejorado ostensiblemente.
Sin embargo, 25 años después el nivel de vida de los ciudadanos en la Alemania oriental ha mejorado ostensiblemente; y, aunque sigue habiendo importantes diferencias entre las dos partes, el 80% de los alemanes (además de muchos analistas extranjeros) está de acuerdo en que la reunificación ha sido un éxito y que los niveles de vida se han aproximado mucho.
¿Cuánto dinero ha costado hasta ahora la reunificación de Alemania? Pese a que no hay una cifra oficial, expertos de la Universidad Libre de Berlín y del instituto económico IFO han estimado que las transferencias a los cinco estados de la antigua RDA, entre 1991 y 2013, suman unos dos billones de euros (50.000 millones aportados por la Unión Europea). Una cantidad astronómica.
Para hacerse una idea de lo que representa en la práctica esta cifra baste señalar que todo el dinero que se ha dedicado en el mundo para ayudar al desarrollo de los países que lo necesitaban, durante los últimos 50 años, no llega a los 1,5 billones de euros.
Desde luego la reunificación de Alemania es un caso único y excepcional. Con todo, y trasladándonos ahora al caso de España, uno se pregunta si la convergencia económica interregional avanza y está dando los frutos esperados o no.
De entrada, si nos fijamos en el PIB per cápita, llama la atención la gran diferencia entre regiones. El caso más extremo es el de Madrid, que con sus 32.723 euros per cápita en 2016, duplica a Extremadura, con sus 16.369 euros. Otros ejemplos muestran también grandes diferencias entre unas comunidades y otras.
Parece, sin embargo, que en comparación con el resto de la UE no estamos mal. Según un estudio reciente del Banco de España para el periodo 1980-2015 en el año 2014 las diferencias en PIB per cápita entre regiones en España son similares a las que se dan dentro de Alemania (con el problema añadido que en este caso ha supuesto la reunificación) y claramente inferiores a la media de la UE y, en particular, a las que se dan dentro de Francia e Italia.
La distancia entre regiones “ricas” y “pobres” en España, lejos de haberse reducido en los últimos 35 años, ha permanecido casi constante.
La mala noticia es que, la distancia entre regiones “ricas” y “pobres” en España, lejos de haberse reducido en los últimos 35 años, ha permanecido casi constante. Es como si todo el esfuerzo realizado durante este tiempo, con la enorme descentralización que ha supuesto la creación de las Comunidades Autónomas y las transferencias económicas en favor de las más atrasadas, solo hubiera servido para evitar que siguiera aumentando la brecha entre unos territorios y otros.
Lo más desalentador, sin embargo, es que, según dicho estudio, si se mantuviera ese ritmo de convergencia, ¡se tardarían 70 años en reducir a la mitad esas diferencias! Y, visto lo sucedido en estos 35 años, quizás esté pecando de optimista.
¿Cómo puede ser que, pese a las grandes inversiones en infraestructura, las enormes ayudas de la UE y todas las transferencias financieras del Estado de Bienestar (en pensiones, sanidad, educación y ayudas al desempleo), que han tenido lugar durante todos estos años, la convergencia económica entre nuestras Comunidades Autónomas apenas haya avanzado? ¿Acaso tenemos que resignarnos a que la solidaridad interregional solo sirva para que las diferencias no vayan a más?
¿Acaso tenemos que resignarnos a que la solidaridad interregional solo sirva para que las diferencias no vayan a más?
Por supuesto, el tema es complejo y no admite recetas sencillas. Se dice, y con razón, que el envejecimiento y la despoblación de muchas de las regiones más pobres, con la emigración de sus habitantes más jóvenes, es una de las causas más evidentes del problema que comentamos. Sin embargo, este argumento puede valer para explicar lo que sucede en unas Comunidades, pero no en otras. Así, por ejemplo, entre 1977 y 2017, mientras la población de España ha aumentado, según el INE, en un 28%, la de Andalucía lo ha hecho en un 33,8%, lo cual no ha impedido que esta Comunidad siga teniendo el segundo PIB per cápita más bajo, tras Extremadura.
También cabe sospechar si la tendencia a gobernar pensando en las próximas elecciones esté disuadiendo de tomar medidas que impliquen la pérdida de votos cautivos (fruto de subvenciones o ayudas varias), aunque sean beneficiosas a largo plazo.
En todo caso, viendo estas cifras no queda más remedio que preguntarse si el hecho de haber llenado de autopistas, trenes de alta velocidad, aeropuertos, universidades, etc., este país ha tenido algún impacto significativo en la reducción de la brecha entre unas regiones y otras.
Cabe sospechar si la tendencia a gobernar pensando en las próximas elecciones esté disuadiendo de tomar medidas que impliquen la pérdida de votos cautivos (fruto de subvenciones o ayudas varias), aunque sean beneficiosas a largo plazo.
Habría que preguntarse, por tanto, si las políticas públicas aplicadas durante todos estos años con ese objetivo han sido las más adecuadas o si habría que pensar en otras que dieran mejores resultados.
Es más, habría que preguntarse si los sucesivos gobiernos de España, y los de las correspondientes Comunidades Autónomas, lo han hecho lo mejor posible, o si se han estado equivocando en los criterios e instrumentos aplicados.
Ahora que se habla tanto de la necesidad de establecer un nuevo diseño para la financiación de las Comunidades Autónomas, en el que estas piden que el Estado aumente sustancialmente su aportación, sería el momento de determinar si dicha financiación, además de depender de los indicadores que suelen barajarse, también debe depender de los resultados en materia de convergencia territorial. Tengo entendido que la Unión Europea proyecta, para los próximos años, dotar de un fondo financiero adicional, a los que se aplican para el desarrollo regional, que permita “premiar” a los países que cumplan con los objetivos acordados aumentándoles dichos fondos.
Reconozco que no soy un experto en esta materia, pero es evidente que perpetuar un modelo por el cual los habitantes de amplias zonas de España tengan que estar “condenados” a vivir, en parte, de las ayudas, subvenciones, prestaciones o como se le quiera llamar, que aportan las regiones más pujantes (de España y de la UE), no es ni políticamente conveniente ni socialmente saludable.
Se acaban justificando tales ayudas como si fueran “derechos” que tienen quienes las reciben (y, por tanto, como una obligación de los ciudadanos y regiones que las aportan), cuando en realidad no es así.
No es políticamente conveniente porque se acaban justificando tales ayudas como si fueran “derechos” que tienen quienes las reciben (y, por tanto, como una obligación de los ciudadanos y regiones que las aportan), cuando en realidad no es así. Más allá del papel que juega el Estado, con sus decisiones fiscales y de redistribución, la solidaridad debiera ser siempre una responsabilidad de quienes tienen más recursos; y también debiera recibirse como una responsabilidad por quienes se benefician de ella, pero nunca como un derecho. Su responsabilidad radica, precisamente, en su obligación (como ciudadanos o como gobernantes de las regiones beneficiadas) de hacer todo lo que esté en su mano para que, algún día, dejen de necesitar la solidaridad de los demás.
Lo contrario, pensar que ser beneficiarios de las ayudas de otros es un derecho, que además puede perpetuarse eternamente porque sea cual sea el uso y la utilidad de las mismas sigue siendo un derecho (y además intocable), crea una mentalidad muy inmadura. (Como la del hijo al que le parece normal vivir de sus padres toda la vida, sin agotar sus posibilidades para salir de esa situación). Por eso no es socialmente saludable.
Visto desde esta perspectiva, cabe preguntarse si realmente nuestros gobernantes están haciendo todo lo que debieran para resolver este problema. Y habría que preguntarse, igualmente, por qué este asunto no forma parte del debate público.
Las autonomias son cortijos y la existencia de los cortijos dependen de que no se conviertan en regiones bien administradas.
La prueba: los recursos que se dedican a exacerbar las diferencias, i.e., lenguas/dialectos/variedades linguisticas. Ademas de los consabidos vascuence, catalan (inventados ambos hace poco mas de un siglo), gallego, valenciano, mallorquin, ibicenco (que el catalan intenta fagocitar), bable, fabla, chapurreau y dentro de poco el panocho.
Esa es la clave, la punta de lanza de la ineficiencia buscada
Alemania tenía claro que quería reunirse y España no.
España, empujada por partidos de gobierno, ha hecho todo lo posible para fragmentarse y ni por asomo se les ha ocurrido a PSOE y a PP fomentar de verdad la idea de España. El precio de esta carencia es grave y de un nivel de papanatismo alelado que espanta.
Por otra parte tampoco se ha producido convergencia en el caso de la UE.
En efecto. Datos como, por ejemplo, los siguientes. “La renta per cápita, que en 1959 era equivalente al 56% de la media de los nueve países de la entonces CEE, pasó al 81,4% de 1975, según FUNCAS, y se desplomó al 70,8% en los diez primeros año de la Transición. Hoy se encuentra en el 71,5%”.
“En 1975 España tenía la misma renta per cápita que Irlanda; hoy, casi 40 años después, es un 38% inferior. En 1975 la producción industrial de Corea del Sur era la misma que la de España, en 2012 es cuatro veces mayor”.
Curiosamente somos el país menos euroescéptico de los 28. Lo cual sugiere que somos la población europea más fácilmente manipulable.
A estas alturas ya está bastante claro que la UE está en una situación problemática y que son las realidades nacionales de siempre las que van a tener que rehacerse y rehacer el conjunto. España está pésimamente ubicada para ello porque las cúpulas de sus principales partidos trabajan para exactamente lo contrario.
Y lo peor es que no es fácil ver quién les da instrucciones.
Saludos
Apreciado Don Manuel, el asunto es incluso mas complejo.
Porque estamos hablando de entes completamente artificiales, las Comunidades Autónomas, vulgo Taifas (que es el nombre que yo prefiero). Las 17Taifas no responden a unas diferencias regionales, culturales, etc claras y definidas; si no a un reparto de un botín político.
Las diferencias regionales que nos debía interesar mas no son las que se derivan de exclusivamente de una reta per cápita, si no de diferencias tangibles y reales en educación y sanidad, por ejemplo. Responsabilidades delegadas a las Taifas precisamente para su teórica mejora cuando en realidad se han convertido en un colocadero de parásitos políticos.
Los mas preocupante es que los problemas REALES de sanidad y educación de el mas rancio agricultor separatista leridano de un pueblo en casa dios, sean muy parecidos a los de un rancio castellano de palentino o los un conquense.
Asimismo los problemas reales de un ciudadanos madrileño y de un barcelonés también.
Y las diferencias profundas afectan básicamente a territorios muy densamente poblados y esa España interior que excepto Madrid y medio Zaragoza no existe, pero que si que existe.
Las Taifas son un modelo completamente inadecuado para medir esas diferencias y estudiarlas para ver que solución hay, porque las Taifas viven de que no haya solución, excepto política. O sea dinero para mas parásitos.
Y dentro de la España interior la diferencia entre la capital, donde se asientan las delegaciones del último funcionariado, mayormente enchufado, y el resto de la provincia es aún mayor. Asunto que han intentado «solucionar» con otra estructura político administrativa mas como las veguerias o comarcas, en Cataluña o Aragón, para volver a reproducir precisamente ese problema provincial, pero a escala local.
Como bien dice MANU las diferencias entre Alemania y España son obvias, y no es un problema de dinero, si no de mentalidad. En Alemania las élites querían la unión (aunque algunas por lo bajinis rezonguen) y en España una escusa para el saqueo.
Por desgracia con nuestro modelo se perpetuan las situaciones de dependencia que tan bien ha señalado al final de su artículo, porque es un modelo diseñado para generar dependencias, exacerbando diferencias artificialmente en una competición absurda de niños mimados. Pero que nos salen muy caros.
Un cordial saludo
¿Qué pasaría?, ¿cómo tendrían que cambiar los conceptos, las instituciones, el propio modelo social, si se convirtiera, en «obligación» de los que más pueden, o más preparados estén, el procurar que los que no están en las mismas condiciones, puedan llegar a ellas?.
Es decir, si en vez de, o a la vez, pues en principio sin la base de esas ayudas, quizás no sería posible, el objetivo de las mismas no fuera convertirse en «derecho», sino el de incentivar y procurar que los grupos sociales, desde niveles individuales hasta regionales, cultivasen y se procurasen su propio desarrollo, y que en realidad, esa fuera la «obligación» de los estratos más ricos, también en cuanto a territorios, y que el «derecho» de los que reciben esas ayudas, se convirtiera en la «responsabilidad», y también «obligación», de crecer y trabajar para ello, ¿qué tendría que cambiar en nuestra percepción de sociedad, de forma de contemplar la organización territorial a administrar, y sobre todo, cómo contemplamos a los individuos y a las poblaciones con las que nos organizamos en ese modelo social?.
¿Podría ser que, la extensión conceptual de «derecho», por el de «responsabilidad» para que el «otro» obtenga la posibilidad de crecer por sí mismo, nos llevara a emplear cada vez menos, el término «nacionalidades»…..a disgregarnos cada vez menos en nuestros «mezquinos reinos de Taifas»?.