Solo es posible la automatización donde hay repetición. Solo se automatizan las rutinas, aunque no parezca que lo sean. Y resulta que hay muchas más situaciones automatizables de las que nos imaginábamos.
Educar para la automatización

Solo es posible la automatización donde hay repetición, en aquellas tareas en las que se ejecutan una y otra vez las mismas operaciones y no se esperan imprevistos. Solo se automatizan las rutinas, aunque no parezca que lo sean. Y resulta que hay muchas más situaciones automatizables de las que nos imaginábamos.

Primero en el campo, después en las fábricas y ahora en las oficinas, las máquinas han ido reemplazando a la mano de obra poco cualificada, aquella que realiza tareas que no requieren de una formación académica o profesional específica y que pueden aprenderse sobre la marcha, ejecutándolas. Todavía se precisa en grandes cantidades en los servicios; para limpiar, reponer productos en las estanterías de los supermercados o transportar paquetes o viajeros, por ejemplo; pero, también ahí, va siendo menos necesaria.

Y no solo está afectando a los empleos de baja cualificación sino también a oficios y profesiones para cuyo desempeño se necesitaba un periodo de aprendizaje formal. El desarrollo de la informática, las comunicaciones y la inteligencia artificial ha vuelto innecesario el trabajo de millones de administrativos, operadores telefónicos, cajeros o agentes de viajes; pero también se pueden automatizar muchas de las tareas de un abogado o un juez, en las que el criterio aplicable no depende de un humano sino de un proceso establecido por la ley, o de un médico, cuando el diagnóstico y el seguimiento de pacientes puede llevarlo a cabo un sistema experto con acceso a un gigantesco archivo de historiales clínicos, el tratamiento que se aplicó y sus resultados. Y estas consideraciones podrían extenderse al ámbito de la educación y de la investigación.

La automatización es imparable y ya hay numerosos estudios sobre las profesiones y empleos que se verán más afectados por ella. Todos ellos coinciden en señalar que los funcionarios de correos, los conductores de taxis y autobuses, los camareros o los dependientes tienen muchas probabilidades de que una máquina haga su trabajo en un futuro cercano. En el otro extremo, los trabajos menos amenazados son aquellos que requieren cierta creatividad, como los diseñadores o los analistas de datos desestructurados, o se basan en las relaciones interpersonales, como los fisioterapeutas y los psicólogos.

Las conclusiones de algunos de estos estudios son apocalípticas, y anticipan un mundo dominado por la desigualdad económica y la precariedad del empleo, cuyo malestar social solo podrá paliarse con medidas radicales, como una renta básica de supervivencia. Otros, sin embargo, comparan esta situación con la que se produjo en la Revolución Industrial, en la que desaparecieron muchos empleos pero surgieron muchos otros, en la industria y en los servicios, que dieron ocupación a aquellos que ya no eran necesarios en la agricultura. Así, de la convivencia entre humanos, datos y máquinas, aparecerán nuevas necesidades y nuevas ocupaciones que las atiendan.

Incluso, en algunos casos, la automatización de la burocracia no solo no elimina empleos y trámites sino que los multiplica, por la cantidad de datos y formularios que es necesario introducir, para que formen parte de un gigantesco sistema de control, que hay que mantener, hacer amigable para el usuario y seguro ante los ciberataques. Los funcionarios con manguitos están siendo reemplazados por informáticos en camiseta. Y el trabajo sigue siendo igual de poco creativo.

En cualquier caso, a la hora de elegir una profesión o de educar para las profesiones del futuro, es importante tener en cuenta que lo que se automatizan no son los trabajos sino las habilidades. Cuando todas o la mayoría de las habilidades que requiere un trabajo se pueden automatizar el trabajo desaparece, reemplazado por alguna invención humana. Cuanto más diversas, complejas, polivalentes o singulares sean nuestras destrezas tanto mayores serán nuestras opciones de adaptarnos a las necesidades socioeconómicas del mañana. Y esto incluye habilidades como la cortesía, la capacidad de seducir o de encantar y la credibilidad y el respeto que los demás nos otorgan. Es decir, seremos menos sustituibles por robots cuanto más humanos seamos.

Lo que se automatizan no son los trabajos sino las habilidades.

Los empleos del futuro tendrán menos que ver con la fabricación y más con la venta de información y de servicios y, sobre todo, de atenciones humanas. Incluso es posible que algunas de las ocupaciones que están destinadas a desaparecer, como la de camarero o dependiente, no lo hagan porque la sociedad no lo permita.

Por poner un ejemplo, parte de la gracia de cenar fuera de casa o de tomarse una cerveza en un bar es que nos atienda una persona, o incluso cierta persona en particular; si lo hace un robot, con o sin forma y comportamientos que recuerden a un humano, en poco se diferencia un restaurante de una máquina expendedora de bebidas calientes o de sándwiches. Salvo en las películas, no me imagino un bar automatizado, atendido por máquinas; pero ya hay sitios de comida rápida en los que se está haciendo. Las prisas y la productividad se están imponiendo sobre la salud, las relaciones y las preferencias. Aunque quiero pensar que esto tiene un límite y que hay culturas y personas que se van a resistir, aunque el servicio automatizado les resulte más útil, más cómodo o más barato.

Sea como sea el porvenir, lo que es evidente es que la educación que estamos recibiendo no nos está preparando para ello. El sistema escolar, que se basa en la repetición y la rutina, no atiende y no fomenta aquellos rasgos de lo humano que son poco automatizables. Se enseñan reglas, algoritmos y cómo resolver problemas ya resueltos, pero no cómo enfrentarse a situaciones abiertas, inciertas y que admitirían múltiples soluciones, no todas igual de buenas. Se intenta que tengamos la precisión del relojero pero se da por hecha la intuición y la capacidad de imaginar de aquellos que inventaron los relojes. Se busca que aprendamos inglés pero se descuidan las sutilezas de la comunicación, los silencios, los gestos y la empatía que nos aproximan a otro ser humano.

Se enseñan reglas, algoritmos y cómo resolver problemas ya resueltos, pero no cómo enfrentarse a situaciones abiertas, inciertas y que admitirían múltiples soluciones, no todas igual de buenas.

Un robot está programado para actuar según la información que recibe. Según lo que entra así es lo que sale: el movimiento de un brazo mecánico, el avance de una herramienta, el giro de un volante… Todo ello ocurriendo en un entorno controlado, en el que están previstas todas las situaciones y todas las respuestas. Cómo en las universidades y en las escuelas, en las que se automatizan tanto las destrezas como las cabezas.

2 comentarios

2 Respuestas a “Educar para la automatización”

  1. Estimado Enrique,

    Hay una diferencia radical entre Revolución Industrial y la Revolución Robótica. La Revolución Industrial permitió producir más productos, en cambio, la Revolución Robótica sólo busca hacer lo mismo de siempre, pero con menos. Por ello, es falso, el mito que indica que la robotización creará aún más empleos de los que destruye.
    La Revolución Industrial en realidad fue también una Revolución Energética que permitió aumentar la productividad (principalmente) mediante el aumento de la producción/consumo en términos brutos. En cambio, esta situación no sucede con la robotización, la cual en realidad consiste en seguir produciendo lo mismo, pero con menos recursos (humanos).

    La Revolución Industrial fue un salto cualitativo en la organización, que permitió reflejarse en términos cuantitativos. La gente pasó de tener unas pocas prendas de ropa a lo largo de su vida a renovarlas cada ciertos años/meses. Surgieron infinidad de productos procesados; además la producción de hierro, carbón, maquinaria, etc., aumentaron notablemente en términos reales. Con ello surgieron innumerables áreas de actividad económica que previamente eran incipientes o inexistentes.

    Por otra parte, respecto a la educación, sin duda, coincido en que actualmente está centrada en enseñar reglas y algoritmos. Eso nos va convirtiendo en adultos que creen que para resolver un problema, lo importante es saber cómo resolverlo. Por ello, acabamos consideramos que el buen político es aquel quién se percibe convencido de «saber y tener experiencia» en resolver.

    A nivel individual, esa educación nos lleva a dar por hecho que los hábitos culturales y personales, son los que conforman tanto a la identidad como a los medios de solución y planteamiento de problemas.

    Sin embargo, para resolver un problema, no siempre es necesario saber cómo resolverlo, ni tener experiencia en resolverlo. En la vida real, todos los problemas importantes siempre son nuevos, contienen tienen nuevos matices, nuevas situaciones, nuevos actores. Por ello, la educación puede ir mostrando que lo importante es aprender a percibir cada problema en su conjunto, de manera global y única.

    Con el simple hecho de percibir y entender cada problema en su conjunto, ya se tiene una parte muy importante de la solución.
    Y es importante darnos cuenta, que en ocasiones, lo único similar que existe entre problemas diferentes, es el prejuicio de que sean iguales.

    Saludos,

  2. loli dice:

    Sin ser gran conocedora de Historia, ni siquiera de la reciente, sin embargo, me parece que la Revolución Industrial empezó a gestarse hace unos tres siglos, y se desplegó en los dos últimos, siendo cierto que supuso un avance en cuanto a la producción, acceso y distribución de bienes y mejoras a una mayoría de población, ese despliegue también llevó consigo un tremendo coste de abusos, injusticias y vidas humanas.

    Desde el trabajo infantil en jornadas que abarcaban el día completo, hasta el hacinamiento en guetos que supuso la necesidad de emplear gentes en los nuevos reductos productivos, agrupándolas en base a una producción intensiva, priorizando ese producción por encima de las personas que lo realizaban, además de crear zonas y barriadas enteras cercanas a la zona de producción, donde esa nueva clase social, que más tarde recibiría el nombre de «lumpen» y «proletariado», malvivía.

    Entiendo que todo ello ha evolucionado, y en definitiva esa industria, esa forma productiva, ha hecho posible el acceso de más bienes a más gente…solo en algunas partes del mundo, pues ahora parece que no es que sean guetos los que proveen de mano de obra explotada a las fábricas, sino naciones enteras las que trabajan para que naciones más ricas hagan uso y comercio con lo que producen….

    Quizás deberíamos aprender de estos hechos históricos, al menos para darnos cuenta o tratar de discernir aquello que no deberíamos permitir que volviera a ocurrir, y sí conseguir que todo lo positivo que, por ejemplo, pudiera suponer el delegar trabajos repetitivos a la actividad robótica, supusiera para el hombre la posibilidad de dedicar más su tiempo al cultivo de sus propias cualidades, esas que no pueden ser las de un «robot».

    Si eso no es así, si lo que se está pretendiendo es equiparar el trabajo robotizado al del hombre, colocando como criterio de «valía» valores de mercado, de productividad y cuantía, haciendo que, como se apunta en el artículo, sean las posibilidades robóticas las se contrapongan a las del hombre, entonces nos encontraremos, y casi sin darnos cuenta, en otro escenario parecido al que se produjo con las revoluciones industriales, donde lo oprimido y sacrificado volverá a ser el ser humano, pero en aquello que le hace crecer y evolucionar, es decir, a mi modo de ver, algo mucho más maquiavélico en un mundo donde aún se da más veracidad a aquello que se ve, que lo que no….se intentaría arrasar con la capacidad trascendente del hombre…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza Cookies propias para recopilar información con la finalidad de mejorar nuestros servicios. Si continua navegando, supone la aceptación de la instalación de las mismas. El usuario tiene la posibilidad de configurar su navegador pudiendo, si así lo desea, impedir que sean instaladas en su disco duro, aunque deberá tener en cuenta que dicha acción podrá ocasionar dificultades de navegación de la página web. política de cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies