Esperando a Ulises

El otro día, cuando estaba tendiendo la ropa, llegó mi hija para jugar. Le dije que “ahora no”, pero ella insistía tirándome del pantalón (de chándal; uniforme doméstico) hasta que tuve que decirle: ahora no, Olivia, esto es IMPORTANTE, y ella se alejó cabizbaja de allí. Cuando me escuché a mí misma diciendo “importante”, así, con esa grandilocuencia, me paré a pensar: (no me paré del todo, seguí tendiendo porque no hay tiempo que perder) ¿Cómo de importante es esto en realidad? Que sí, que tengo que tender y fregar y esas cosas, pero ¿de verdad quiero vivir pensando que todo esto es IMPORTANTE? ¿No es más bien “inevitable”? Que la rutina doméstica nos esclaviza no es nada que no sepáis, que siendo padres te esclaviza mucho más, tampoco, pero lo grave de esto acaba siendo que consiga sepultar todo lo demás. A veces le relato a mi pareja que me ha dado tiempo a fregar y además a recoger la ropa tendida, y él no se queda corto y me cuenta detalladamente la compra que acaba de hacer. Me congratulo por haber recogido la casa, él por haber vaciado el lavavajillas… Y luego, con todo ordenado, limpio y recogido nos moriremos. Y a nuestras espaldas tendremos la plenitud doméstica Y YA. Quizá en mi epitafio rece la frase: “tenía la casa muy limpia”. Solo tengo una hija y ya siento que me paso la vida poniendo lavadoras, así que empiezo a temer que las imágenes que pasen ante mis ojos justo antes de morir tengan todas que ver con detergentes, suavizantes y programas de lavado.

Y entonces no puedo evitar preguntarme: ¿Para qué sirve esto, para qué sirve TODO? Quiero decir, que esto hay que hacerlo mientras otras cosas suceden, pero ocupando tanto tiempo y energía en estas, acabas olvidando las otras. Y un día, mientras tiendes la ropa o haces la compra, resulta que te has llegado a creer que vives para la intendencia, olvidando que la intendencia es solo un paso en el camino hacia algo más importante.

Pero para no deprimirnos en el día a día, llegamos a inventar que nuestro trabajo es importante, que nuestra vida social es importante, que todo lo que hacemos es súper importante, porque quizás no nos atrevamos a aceptar que lo importante lo estamos dejando pasar o que puede que esté por llegar, pero cuando llegue es probable que nos pille pasando el aspirador y no escuchemos su llegada. A veces, uno se consuela pensando que cuando acabe esta vorágine por fin llegará el momento de la plenitud: “cuando tienda la ropa ya podré dedicarme a otra cosa, cuando llene la nevera podré parar un rato, cuando acabe la semana llegará el momento de hacer algo con mi vida …” Aunque ese llano en mitad de la montaña no acaba de llegar y, no quiero desanimaros, puede que no llegue nunca. Nos toca aprender a vivir con cierta inspiración y plenitud mientras estamos en el trabajo, ponemos lavadoras, vamos en metro a la oficina o compramos las pechugas, los huevos, los calabacines, las zanahorias, los yogures… (perdonad, aprovecho para apuntar la compra, que luego se me olvida).

En mi cuerpo y mi mente conviven, y no siempre armoniosamente, Don Quijote y Sancho Panza. Don Quijote me anima a levantarme a escribir al amanecer, con los cielos aún violáceos y el silencio arropando la inspiración, me invita a leer, a ampliar mi conocimiento, incluso a dedicarme unos minutos a la contemplación… Y Sancho Panza irrumpe sin previo aviso y me dice que sí, que todo eso es muy bonito, pero que, ya que estoy levantada, podría aprovechar para fregar lo que hay en la pila, que luego se acumula y vas mal todo el día. Y finalmente, la inercia se decanta por Sancho Panza, Don Quijote se retira con gran decepción y yo me pongo el delantal para cumplir con esa misión esencial para la posteridad que es… FREGAR CACHARROS.

Es como si Penélope olvidara que teje y desteje el tapiz porque espera la llegada de Ulises. Y al cabo de los años, la tarea de tejer y destejer fuera un fin en sí mismo. Quizás alguna mañana se preguntara para qué está haciendo eso, quizá un recuerdo cruzara su memoria en busca de una respuesta que traspasara la mera supervivencia, pero volvería a olvidarlo en la siguiente puntada…

Por eso sugiero que no perdamos de vista que, de alguna manera, esperamos a Ulises, y que cuando por fin regrese a casa, poco le importará si nos ha dado tiempo a vaciar el lavavajillas.

6 comentarios

6 Respuestas a “Esperando a Ulises”

  1. EB dice:

    Sospecho que solo unos pocos entre miles de millones (quizás no más del 10%) pueden decir que «tienen claro» el significado de sus vidas –o como otros más prácticos preferimos decir, sus prioridades. Recuerdo siempre cuando escuché por primera vez a un profesor (luego Premio Nobel de Economía) hablar del ordenamiento lexicográfico de las preferencias o valores a nivel individual como una versión extrema de lo que sería un ordenamiento normal. Ya han pasado más de 50 años y su análisis de las preferencias me motivó a profundizar en mi propio ordenamiento. En un ordenamiento normal uno supone la disposición para intercambiar una determinada «cantidad» de X por una determinada «cantidad» de Y –cualesquiera sean los bienes X e Y– sin que ese intercambio aumente o disminuya la satisfacción personal (en Economía, a esta satisfacción se le llama utilidad). En otras palabras, además de complementarios en nuestra satisfacción, los bienes son siempre sustitutos en algún grado. En un ordenamiento lexicográfico, algunos bienes nunca son sustitutos de otros y por lo tanto digo que la categoría A de bienes proporciona un grado de satisfacción que ningún bien de la categoría B puede proporcionar, y que a su vez la categoría B de bienes proporciona un grado de satisfacción que ningún bien de la categoría C proporcion, etc. Desde aquella reflexión siempre he pensado que tener claro el significado de la vida implica un ordenamiento lexicográfico y que las personas se distinguen, entre otras muchas cosas, por SU categoría A de bienes –esos que «estamos seguros» que nunca sacrificaremos por otros. La gracia de ese ordenamiento lexicográfico es que admite entre bienes de la categoría A si puede haber algún grado de sustitución y por lo tanto si encontramos una persona con tal ordenamiento y queremos «negociar» con ella nuestro desafío es «encontrar» qué está dispuesta a dar a cambio de lo que podemos ofrecerle.

    Todo lo anterior me sirve para expresar algo que un cómico argentino resumió en «es difícil vivir entero» (lo dijo a propósito de la corrupción de los políticos pero a nivel personal nos enfrentamos siempre con el desafío de tener claras nuestras preferencias). De manera más o menos consciente todos «buscamos» definirnos, entre otras cosas, por nuestras preferencias. Cometemos errores por varias razones, pero una razón importante y común es el lamento porque ex-post nos damos cuenta que lo que hemos sacrificado era más valioso de lo que creíamos y seguro más valioso de lo que recibimos a cambio. Se supone, sin embargo, que hay algún momento de nuestras vidas a partir del cual cometemos menos errores, en particular errores debidos a no tener claras nuestras preferencias. Pero no es tan simple porque las circunstancias cambian y en esos cambios encontramos «excusas» para justificar lo que hemos hecho, por lo menos para justificarnos con los demás, aunque sepamos que el problema es que seguimos queriendo tener todo y no nos resignamos a sacrificar algo, es decir, a no encontrarle sentido a la vida.

  2. Manu Oquendo dice:

    Así es la vida, estimada Bárbara. Una tiene hijos y tiene que bregar por ellos. En ese bregar se nos va esta vida y debemos estar agradecidos por ello. Ellos son la razón más importante que para vivir tenemos lo cual en absoluto excluye otras razones también importantes. Un poco más adelante se llega incluso a percibir que solo cuando faltamos dan ellos el estirón definitivo hacia su autonomía personal y vital. Su plenitud se va a producir tras nuestra ausencia temporal.

    Lo cual, como bien apunta el anterior comentario de EB, ha de inscribirse en nuestras «preferencias» aunque un servidor prefiere referirse a nuestra «cosmología», a nuestra «antropología» o, lisa y llanamente, a nuestras «creencias». Algunos por este foro tenemos hijas en su etapa de vida y con «creencias» bien diferentes entre ellas o entre ellos que tanto monta.

    Y qué cosmología podemos o debemos tener en los momentos actuales?

    A mi no me caben grandes dudas: Una cosmología trascendente en la cual tenemos un antes, unas oportunidades y un después.

    En otros tiempos esto dependía de la Fe religiosa personal o de sus creencias Filosóficas. Con frecuencia esta Fe y estas creencias se presentaban secularmente y la cultura dominante parecía contraponerlas a la ciencia. Todo era materia y el espíritu un invento.

    Hoy día y desde hace unos cien años, esto ya no es así porque se a producido una gran Convergencia entre lo esencial de las creencias Religiosas, las Filosóficas y la Física. Esta convergencia es indudable para cualquiera que se tome el trabajo de estudiarlo un poco.

    De hecho físicamente ya sabemos que por debajo de 10 elevado a -30 (es decir, 1 dividido por 10 elevado a 30) la masa y la materia dejan de existir para convertirse en lo que son bajo lo aparente: Campos de Fuerza Inmateriales.
    También se conoce el «enlazamiento», es decir, la transmisión de información y estados de modo instantáneo independientemente de la distancia y se conoce también el principio de la conservación cósmica de la información. De toda ella.

    Es decir, un mundo que es imposible reducir a lo biológico y a sus limitaciones de todo tipo.

    Estamos pues en un momento mágico de nuestro proceso de crecimiento como especie, como punta de lanza en una misión que nos desborda y da sentido.

    Un físico ya fallecido y casi olvidado, David Bohm, ha definido la Vida Biológica Individual como los Remolinos en la Corriente de un gran Río. El remolino nace y se desvanece en la corriente.
    Pero todas sus gotas de agua permanecen y guardan cada momento del remolino, cada momento anterior y cada momento posterior. Otro físico vivo todavía, Kaku, define la vida como Sumatorios de Funciones de Onda. Va lento, pero va.

    Un maravilloso universo que cien años después de ser conocido sigue ausente del sistema educativo y cultural con rarísimas excepciones.

    ¿Por qué? En mi opinión por un motivo: no complace a las formas de Poder Social vigentes. Expone nuestra actual cultura como un residuo de la Historia.

    Un saludo cordial y enhorabuena.

  3. Alicia dice:

    Es algo que he pensado muchas veces, qué tiempo queda para vivir tras atender a las obligaciones cotidianas.
    Y la verdad es que si bajas la guardia queda poquísimo.
    Así que sí, Bárbara, tienes toda la razón de este mundo terrenal tan hipotecado por tanta terrenalidad.
    Yo la receta para zafarse no es que la tenga – que Dios me libre y ójala tuviese la amabilidad de no librarme, que otro gallo me cantara (o cantase, que rima mejor) – pero mientras trato de dar con ella y tanto si canta el gallo como si no canta me defiendo (cuando los hados se muestran propicios) como gato panza arriba y, a veces (cuando se muestran muy, pero que muy propicios), el gato gana y ronronea feliz.
    A base de parchear, no voy a negarlo. A base de, con el cubo de fregar en ristre y la zapatilla a rastras, dejar insensata que se me cruce el cable, y rodear el cubo, y entregarme sin el menor pudor a ni fregar ni barrer ni – si el cruce es mucho cruce o los cables se enredan demasiado – cepillarme los dientes, ni ducharme ni peinarme ni alimentarme ni (eso es lo más difícil de todo) sentirme quebrantadora del orden establecido ni culpable, y dedicarme tan sólo a vivir.
    Lo aprendí de mi madre, mujer muy de su casa y muy hacendosa (eso se me pegó poquito) a la que jamás vi sentada con un libro entre las manos pero sí muchas veces insensata, insensata rodeando el cubo de fregar, y abriendo la puerta de cristal del armario en que se guardaban los pocos libros que había en la casa, y recostada contra la pared leer, leer, leer que acuciada por las prisas le cundía más que si hubiese hecho un cursillo acelerado de lectura rápida.
    Cuando llegaba a la última página lo volvía a dejar en el armario, y cerraba la puerta de cristal y se enderezaba y suspiraba y, contemplando con un punto de desolación su cubo, “¡mira cómo se me ha ido la mañana!”.
    Viviendo, a trompicones, esos pequeños (pero muy frecuentes) arrebatos de insensatez que la vida, agradecida, le regalaba.
    Luego, cuando a las tres llegaba mi padre – que no era Ulises y sólo venía en autobús del banco – ella había guardado el cubo y preparado para comer “una pipirrana, que se hace en un periquete”.
    Y no se notaba nada. O, bueno, algo, pero sólo en que su gato (aunque ni mi padre ni yo lo oyésemos) ronroneaba.

  4. O'farrill dice:

    Decía una amiga que los muebles deben tener una capa de polvo suficiente para escribir en ellos «te quiero». Quizás lo más grave de todo sea que, desde el mismo momento en que naces, sólo queda esperar el momento de desaparecer. En ese tránsito o camino vamos a descubrir muchas cosas. Unas nos motivarán para vivir con más intensidad porque nos reconocemos en ellas, otras son meras obligaciones que nos imponemos nosotros mismos sin saber el motivo. Mientras tanto la sensación de falta de tiempo para todo lo que nos gustaría conocer o experimentar, va adueñándose de nosotros haciéndonos ver la imposibilidad de llegar a todo. Entonces surge la priorización de tareas. Pido disculpas por contar mi caso personal en el que mi hija se impone como lo más importante. Compartir con ella su mundo, sus tiempos, sus problemas, etc. estará casi siempre como prioridad. Juntos hemos viajado, jugado, hecho deporte, estudiado, reído….. Nos hemos hecho cómplices porque ella es consciente de que siempre mientras viva estaré a su lado. Esto provoca no pocos problemas con mi pareja actual que requiere las mismas atenciones. Luego se encuentra tiempo para atender otras cuestiones domésticas o para incluirlas en la rutina habitual. Pero el tiempo perdido para los hijos es muy difícil de recuperar después.
    Un saludo.

  5. loli dice:

    Siempre hay momentos que se quedan malamente grabados en algún oscurecido lugar de la inconsciencia.

    Allí lo solemos mandar desde nuestro “frontal neocórtex”, cuando hemos comprobado que el análisis al que los hemos sometido…, para tratar de justificarlos…no convencen al corazón.

    Son tantos…

    Yo reconozco que entre todos ellos hay algunos ligados, y esa es su singularidad, a dos edades extremas, la de la vejez y la de los niños.

    La primera, quizás porque he trabajado, desde un aspecto laboral, con ancianos, abarca todos los momentos en los que la velocidad de sus tiempos entraba en contradicción con mis tareas a realizar…aunque el objeto, paradójicamente, de esas tareas se supone era el bienestar y cuidado de los mismos.

    La de veces que no me he parado para que me contaran algo, o me repitieran lo que yo suponía iba a ser la misma “frase”…todo por “su bien”, para terminar sus cuidados…., o ¿para rellenar adecuadamente los “ítems” del programa informático que se me exigía?.

    Otras veces sí…he probado a adecuar mis “tiempos”, mi velocidad (anclada en el agobio…no en el avance), a la suya…y ocurrían cosas, y también había sorpresas, pero había que armarse de valor y relegar aquello que consideras prioritario para comprobar si realmente lo era, o el propio esquema mental que había configurado, era el tirano que me robaba ese tiempo que yo creía fructífero, por estar ¿cumpliendo…con qué?.

    Otro de esos momentos, escondidos, aunque no a esa especie de linterna que, sin uno quererlo, de pronto los alumbra…y el corazón hace de las suyas…y vuelve a doler el recuerdo, son las veces que, por las prisas, porque había que hacer cosas, no se sabe la razón de que tuvieran que estar ligadas tan rígidamente a unos horarios, aunque fueran domésticos o cotidianos, he dejado a mi sobrina con los ojos llorosos y una muñeca en la mano…para jugar conmigo.

    Momentos que me duelen….momentos que no volverán,…momentos de niños y de viejos…

    Mi madre me enseña cada día que los tiempos son distintos a cada edad, o grupo de edades, en los seres humanos…que su tiempo no es el mío…pero en el suyo está escrito todo el amor que prodigó, y que es lo que prevalece cuando me mira,…,que me está contando cosas, que yo, tonta de mí, presa de mis prioridades, puedo perderme…

    ¿Cuál es ese «tiempo» idóneo? ¿cuál debe mantenerse para que una sociedad evolucione?, ¿cuál se considera útil para ello y cuál no?….¿qué criterios utilizamos para definir útil?.

    Hemos dividido nuestras vidas en unos tiempos con horas determinadas para cada cosa: para dormir, ocho horas, para trabajar, ocho horas (bueno aún estamos en ello), y para el “ocio”…también impuesto en este modelo, bueno pues o medio fin de semana o las veinticuatro horas del último de la semana, (como regla general..sé que es mucho más lábil esta distribución), pero solo para eso…para el entretenimiento.

    Pero esta acordado así…¿desde qué parámetros?, no nos paramos a pensar en ello, y en realidad es posible que lo que ocurra es que esa distribución horaria de la vida de la gente, esté acordada para unos estadios de edades, las que se denominan las más útiles, por estar aún en condiciones físicas y mentales de un condicionamiento a un esquema horario, aunque éste no corresponda , ni siquiera se acerque, a los tiempos biológicos y mentales de un ser humano…en evolución.

    Por eso también es un rígido esquema para la integración de aquellos rangos de edades que se consideran no productivos y dependientes, donde a los niños se les presupone que deben ir “aprendiendo” lo que va a ser su vida… “las cosas importantes y las que no”…y a los “viejos”, se les empieza a mentalizar, bien pronto, cuando asoman los primeros indicios de disfunción entre sus “tiempos”, y los que les “demandamos”, que empiezan a ser un obstáculo para “nuestra realización como personas..útiles”, y que además nos “impiden rellenar” de forma impecable, esos maravillosos programas informáticos que a lo mejor nos facilitan el esperado ascenso, o los merecidos incentivos laborales.

    La salida de esta forma tan terrible de calificar así a las personas que forman el conjunto social, a toda, niños, adultos y ancianos, nos lleva a tremendos conflictos que implican incluso la frágil “salud mental” de la ciudadanía que se ve inmersa, en esta organización, fragmentada y dividida en función de una supuesta «utilidad», o no, a la estructura consensuada.

    De algún modo, sería necesario, discriminar, con lo difícil que eso es cuando la vida laboral, cotidiana y doméstica no depende solamente de nuestra voluntad, sino que se ha de acomodar, hoy por hoy, a lo que está establecido, discriminar, digo, aquello que realmente sí es importante, de lo que no lo es, aunque suponga la renuncia, o el enfrentamiento con un “estatus quo”, no ya impuesto desde fuera, sino demandado tiránicamente, y aplicado en forma de “agobio” y de “estress”, desde nuestra propia configuración mental y conductual.

    Tuve un profesor, doctor en psiquiatría, uno de los mejores a cuyas clases tuve la oportunidad de asistir, y el único al que escuché reconocer, en medio de alumnas veinteañeras, que los médicos no sabían prácticamente nada, y que había que actuar desde esa humilde premisa.

    Este hombre nos explicaba que, había un momento en la edad adulta, y antes, donde no era necesario ejercer ningún tipo de coacción o represión de impulsos o ideas, (muy ligados a aspectos sociales y morales), pues ese trabajo ya se había realizado durante la educación, y se habían colocado los resortes, en la persona, para que fuera él mismo, su propio controlador y carcelero, a lo largo de su vida.

  6. Xema dice:

    ¡Grande! Bárbara, en la línea de la reflexión y el pensamiento crítico. Gracias por estos momentos de escritura que nos regalas.
    Xema

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