El sugerente artículo de la semana pasada de Manuel Bautista invita a continuar con la reflexión sobre los nacionalismos. El autor planteaba la incoherencia de un nacionalismo identitario en sociedades con la natalidad estancada y en las que se mantiene la población a través de importantes flujos migratorios de diferentes etnias, religiones y culturas.
Aunque pensemos que son así desde siempre (tendemos a dotar de una eternidad mitológica a nuestros esquemas mentales, a pesar de ser puramente coyunturales), la actual concepción del nacionalismo no tiene más de dos siglos. Como señala Orlando Figues, en el siglo XVIII y principios del siglo XIX, historiadores, filólogos y arqueólogos nacionalistas quisieron rastrear el origen de sus naciones hasta la existencia de una etnia primigenia (portadora de las semillas del carácter nacional); olvidando que todas las naciones modernas se habían formado a partir de grupos sociales complejos derivados de las grandes migraciones que tuvieron lugar, en particular, en el continente europeo.
Ernest Gellner (“Naciones y nacionalismos”) explica el origen de los nacionalismos en el tránsito entre la sociedad agrícola/ganadera a la sociedad industrial. En aquélla, de las tres clases sociales (pueblo, clero y nobleza), sólo una (el clero) tenía acceso a una educación homogénea y estandarizada; mientras que la inmensa mayoría de la población era analfabeta y tenía una concepción más bien local.
El continuo incremento de la productividad que prometía (y sigue prometiendo) el modelo industrial requería de una gran masa de población formada, lo cual exigía imponer la universalización de la enseñanza. De este modo, se pasa de una sociedad en la que sólo una mínima proporción es clerical a poblaciones de auténticos clérigos, en el sentido de haber recibido una educación uniforme y, por tanto, tener un pensamiento más o menos homogéneo.
Es tal la importancia de esa educación obligatoria y estandarizada que Gellner llega a afirmar que, mientras el símbolo del poder en el antiguo régimen es la guillotina, como manifestación del monopolio de la violencia que se reserva al Estado; tras la revolución industrial, ese símbolo pasa a ser el poder sobre la enseñanza obligatoria.
Esto lo sabían bien los nacionalistas catalanes y vascos que negociaron nuestro texto constitucional y que era gente leída y perfectamente consciente de la importancia del control sobre la educación. De ahí que su principal condición para apoyar el texto constitucional fuese que se atribuyera a las Comunidades Autónomas la competencia sobre la educación.
De este modo, aunque el planteamiento de Bautista es absolutamente razonable, los nacionalismos siguen teniendo un potente mecanismo de defensa a través de la educación: mientras todos (inmigrantes y nacionales) sigan pasando por el filtro de la educación estatal son “barro en la mano del alfarero” (como poéticamente dijo Jehová a Jeremías).
Tampoco cabe descartar que, entre los inmigrantes, pueda producirse el fenómeno del “converso” y que, para facilitar su acogida, abracen, incluso con más fuerza que los nativos, los valores nacionales.
Pero, en cualquier caso, el torrente migratorio que inevitablemente se va a producir en los próximos años nos devuelve a esos orígenes previos a la formación de las naciones de grandes migraciones y grupos sociales heterogéneos. Obviamente, en ese caldo de cultivo la labor del alfarero educativo será más difícil, pero se resistirá. Y veremos ciertos estallidos nacionalistas de resistencia frente a la invasión.
En cualquier caso, conviene tener claro que los nacionalismos (todos) no son más que sistemas doctrinales de pensamiento, que vinieron ocupar, al menos en parte, el espacio que quedó vacío tras caída de las religiones; ya que el ser humano sigue necesitando un esquema conceptual que ligue lo emocional/trascendente con lo racional y, muerto dios, el nacionalismo se convirtió en un buen recurso para servir de nexo entre ambos planos.
En este sentido, el desgaste del sentimiento nacional es tan inevitable como lo fue el de lo religioso. Mientras la decadencia de éste comienza cuando se convierte en una herramienta del poder político (el monarca absoluto actuaba como emisario de Dios en la tierra); el virus del nacionalismo surge cuando el impulso artístico y emocional que lo potenció, en el romanticismo alemán, se torna en una fuente de legitimación de luchas de poder, guerras y sometimiento.
Y en esa confusión nos volvemos a encontrar ahora. En un nuevo envilecimiento de aquello que en el ser humano es más auténtico: ese cordón que une inteligencia y emoción. Esta conexión que hace única a la especie humana y que es, al mismo tiempo, su principal impulso evolutivo y, como bien saben los especialistas en marketing, el elemento más vulnerable de su sistema de defensa frente a la manipulación.
Las grandes preguntas, por supuesto, son ¿qué vendrá después de los nacionalismos? y ¿cómo afectará a las estructuras estatales el decaimiento de lo nacional que dio lugar a los Estados-nación?
Por ahora, la confusa ciudadanía parece haberse entregado al placebo del entretenimiento, que adormece la ligazón entre inteligencia y sentimiento. Pero esta conexión es demasiado potente como para mantenerla mucho tiempo narcotizada. Veremos hacia dónde estalla o evoluciona.
Es fácil responder, querido Isaac: Van a lo suyo que es vivir del resto mientras lo van canibalizando. Este proceso se podría contener bastante si la elección del Presidente del Gobierno fuese por elección directa en vez de indirecta. Nota 1.
La situación se ha agravado mucho desde que el PSOE de Zapatero optó por reconstruir el Frente Popular como la única Estrategia que podría permitir al PSOE seguir teniendo posibilidades de gobernar. (Ver lo que les ha pasado en Francia)
Sobre el artículo creo que las citas de autores como Gellner –o Kedourie– son muy apropiadas; quizás añadiría a nuestro Jon Juaristi con su «El bucle melancólico». Tema aparte sería la explosión de políticas identitarias que ha conseguido destrozar hasta el concepto de ciudadanos iguales ante la ley. Un inmenso destrozo.
Saludos y gracias por la serie de artículos.
Nota 1. «Recuperar España. Desde la Constitución» Otero Novas, Rccuero, Uribe Otalora. Universitas 2014
Interesantes y complejas estas dos últimas columnas sobre nacionalismos, inmigración… y sus contradicciones.
Lamento ponerme tan pesado, siempre con lo mismo. Pero refiriéndome al caso español hay que destacar dos cosas. En España no había un problema nacionalista serio catalán y vasco antes del 78, incluso del 75. Y no era debido a la represión del régimen anterior, sino simplemente porque esa pulsión separatista no existía. De hecho, por ejemplo, gran parte de los alcaldes franquistas que había en Cataluña repitieron bajo el amparo de CiU en las primeras elecciones municipales y hasta ganaron en muchos sitios. Algo que no pasó en otras partes de España.
Es curioso que la mayor promoción que se hizo de ese centralismo castrador franquista, que en teoría limitaba las aspiraciones de vascos y catalanes, se hiciera bajo el amparo de la Iglesia católica. La misma que padeció una terrible persecución en los años previos a 1936-39 y también en éstos, y que gracias precisamente a los de Franco pudo salvar vidas y Haciendas, literal.
Está claro que España, según se agotaba el Régimen, por su recuperación económica desde finales los 50 hasta entonces (mediados los 70), representaba un problema para las potencias Europeas. Y si sus clases dirigentes (las españolas) posteriores no hubieran apostado por unas cesiones soberanía OTAN/CEE, para no se sabe muy bien qué (aunque ahora está más claro) habría sido una competencia muy incómoda para el estatus quo existente.
Ergo promocionar desde fuera una falta de cohesión, de manera artificial, convenía especialmente a esas potencias, lo mismo que a esa Iglesia Católica que temía que una España unida, pero con el riesgo de ser de izquierdas de verdad, pudiera hacerles perder los privilegios conseguidos durante el franquismo.
“Divide et impera” pensaron fuera. Y nuestras “clases dirigentes” comerciaron con nuestra soberanía en su propio beneficio, con los que a ello convenía.
No tiene ninguna lógica, salvo pensando mal, que se dividiera la Castilla histórica: Madrid, la Nueva, la Vieja, Santander, Murcia, Logroño, y hasta Extremadura… deberían de haber ido en el mismo lote. Si se hubiera atendido a la historia. No se hizo y se dividió a mayor gloria de la burguesía de catalanes y vascos, por algo.
El problema actual no es sólo el que se hayan cedido las competencias de educación, con lo que se ha acelerado/contagiado el proceso centrifugador de los nacionalistas. El verdadero problema es el peso de los medios “comunicación” al tapar a los españoles el serio problema en que nos encontramos.
Qué cosas tan de “cajón de pino” como centralizar las competencias de sanidad, educación, justicia… sean tabú; incluso en medios como COPE, ABC, El Debate, El Mundo, y todas las televisiones incluidas las privadas dice mucho del problema en que estamos. Porque si lo hacen es porque en el fondo se deben no sólo a PPSOE sino a arquitecturas de poder que escapan a España. Es grotesco que desde Uropa nos pidan que cumplamos con ese menos 3% de déficit o ese 60% de deuda respecto PIB, algo que sería mucho más sencillo centralizando dichas competencias, pero que se haga pasar por antieuropeo al único partido que realmente lo promueve.
Respecto la inmigración… forma parte también, como en el resto de Uropa, de ese proceso de fomento de pérdida de soberanía, porque los países soberanos suponen un hándicap para las plutocracias globales.
No creo que las intervenciones USA en Irak y todo lo que está cerca, Siria incluida; mas las de Libia y otras francesas en África hayan ayudado dar estabilidad a territorios que podrían haber retenido mejor su población y un capital humano de escasa utilidad en Uropa pero si allí.
En España además con zonas que nunca han pertenecido a nuestra área de influencia. ¿Qué se nos ha perdido a los españoles en esos territorios, qué intereses se defienden? Porque tenemos que admitir semejante invasión, solo posible por nuestra falta de cohesión y de que nuestras clases dirigentes están más lo que digan desde afuera que a defender nuestros intereses. No es casualidad. Lo mismo que nuestra fragmentación interna.
El común denominador de el problema de nuestros nacionalismos periféricos, extendido ya a kioscos, y el problema migratorio es que ambos no responden a una dinámica “natural”, sino organizada e impuesta desde afuera. Sólo así es posible entender que siendo en apariencia antagónicas en la práctica se realimenten.
Un cordial saludo
Magnifico comentario de Pasmao. Claro y contundente.
Los llamados «nacionalismos» han venido respondiendo a lo largo y ancho de occidente a intereses bastardos geopolíticos y geoestratégicos del imperio USA, en su campaña de «democratizar» a todo quisque, por las buenas o por las malas…. (luego nos hemos ido enterando de cuantos rotos democráticos tenía y tiene el demócrata por excelencia..). Es interesante conocer la obra «Fundamentalismo USA» de Galtung para saber que la cruzada USA iba más allá de la pura política, sino que trascendía a la imposición de modelos y patrones ajustados a los intereses de los plutócratas de siempre.
En España nadie se refiere ni analiza el porqué el «clan de la tortilla» (cinco jóvernes desconocidos) eran entronizados en Suresnes (1974) a la categoría de dirigentes del PSOE. Quizás haya que pregunatyr qué fue del objetivo marcado como «autodeterminación de los pueblos de España» en el acta correspondiente. Y no, no fue porque tuviesen mentes más brillantes, sino menos escrúpulos como se demostraría más tarde.
Si tal objetivo de fragmentación de la nación española estuvo apoyado además por capital externo, parece que estamos ante «blanco y en botella». Por ello del «OTAN,NO» se pasaría al «OTAN,SI» sin ningún escrúpulo político, tras la propaganda de unos supuestos líderes (¡cuanto dió de sí la imagen de alghunos de ellos!) para encubrir otras intenciones.
Como dice muy bien Pasmao, en España (ni en otros lugares del mundo) había «nacionalismos» reales, sino que se plantearía la creación de los mismos en forma artificiosa (el dinero da mucho juego para montar tenderetes). Las gentes venían conviviendo en paz y armonía sin que a nadie se le ocurrieran enfrentamientos sociales más allá de lo normal.
Y caímos en la trampa «saducea» (según Fdez. Miranda) de las «autonomías» con la excusa banal de «acercar la gestión a los españoles» y en contra de un centralismo que impedía la efectividad de la misma. Se montaron incluso antes de ser reconocidas en la Constitución de aquella manera: en el artº 143 de la C.E: «podrán acceder a su autogobierno y constituirse en comunidades autónomas» dejando la iniciativa a las diputaciones limítrofes.
La autonomía era una simple gestión delegada de competencias para la cercanía de trámites admibnistrativos, pero se llevó a las últimas consecuencias: la eliminación del Estado y la titularidad de sus competencias.
Se crearon órganos «ad hoc» para profundizar en lo que nos separa (teóricamente). Se crearon enfrentamientos ideológicos inexistentes antes. Se dividió a la población por cualquier motivo, siempre de acuerdo con un plan preconcebido.
Y no sólo en España. «El tablero mundial» de Bzerzinski lo explica claramente para lograr el predominio mundial. Así muchos «nacionalismos» eran considerados democráticos y merecían el apoyo externo; por lo contrario el patriotismo fue descalificado como una antigualla de reaccionarios. De nada valía que se primase la economía de determinadas regiones… el plan no admite réplicas.
Y aquí estamos: sin entender todavía lo que hay detrás de todo ello.
Un saludo.
Pues si O’farrill
Es grotesca esa veneración por las «Autonomías», cuando estoy seguro de que si se hiciera un referendum en Almería (para separarse de Andalucía y unirse a Murcia), ídem con Alicante para también unirse a Murcia.
Pese a que históricamente las rencillas entre murcianos y almerienses son de tiempo atrás, lo mismos las de ilicitanos y murcianos.
Pero solo por «practicidad», que les dejen de una vez de tocar las narices desde Sevilla o Valencia, se podría obrar el «milagrito».
Por mucho que que se desgañiten con el cuento chino del principio de subsidariedad. Pregunten a uno de Lérida, incluso separatista, si se sentía mas «tutelado» por Madrid en los 70 o por Barcelona ahora. Yo conozco varios, empresarios, autónomos, no funcionarios, que lo tienen muy claro.
Pero sobre eso no toca que hablar en el telediario.
Y sobre Wilson, ese presidente USA que mando tanto durante la I GM, que se negó a un armisticio en 1917 entre Francia y Alemania, y alimentó todo ese infierno de naciones de «libro de Tintin» (Borbudia, Sildavia…) durante el post I GM… que recuerda a lo de Ucrania ahora que apesta, me parece que ciertas cosas NO ocurren por casualidad.
Y en el corto plazo tenemos lo que pasó en la exYugoesalvia, donde se alentó que acabara como acabó (aunque no haya acabado).
Apesta.
Todo ello condimentado, por los mismos, con esa inmigración donde primero se destruye la convivencia en las Asia y África que convenga, y luego se les da la «salidita» de que se vengan a esa Uropa que desprecian y donde saben que si vienen no es a integrarse. Imposible integrarse en un lugar que tiene unos valores (a la baja) que desprecian.
Los separatistas, por ejemplo, «catalanes», tienen muy claro que su apoyo internacional depende de los mismos que fomentan esa inmigración que muy procatalana no la veo. Hasta el punto que antes o después veremos un partido islámico «catalán». Pero no osarán criticarla porque saben entonces sus apoyos exteriores desaparecerían.
Y es por ahí por donde esa «contradicción» deja de ser contradictoria.
Un cordial saludo