Reciclar supone un esfuerzo, no excesivo pero incómodo; además de tener la cocina de nuestra casa poblada de cubos, bolsas y cajas en las que ir separando las mondas de patata, las latas de atún, los tarros de conserva, las pilas gastadas, los catálogos de Makro y un sinfín de restos de dudosa clasificación.
Conviene hacerlo, para recordarnos el tipo de sociedad en la que vivimos y la cantidad de basura que genera; y para que nuestro planeta no se degrade todavía más de lo que lo hace.
En nuestra ignorancia, imaginamos, por ejemplo, que la montaña de plásticos que desechamos va a parar a la fábrica más cercana, donde se reutilizan, en vez de acabar en el vertedero o en una incineradora. Bendita ignorancia.
https://elpais.com/elpais/2018/01/04/planeta_futuro/1515083240_343230.html