En las políticas educativas hay dos planteamientos extremos, que conducen a dos modelos diferentes de escuela. De un lado están aquellos que consideran que la educación reglada o formal debe ser para aquellos que la merecen o la pueden aprovechar, y no para los que no quieren estudiar o no tienen capacidad para hacerlo, mientras que en el otro extremo se encuentran los que consideran que la educación debe ser para todos, sean cuales sean sus circunstancias o peculiaridades, ya que la escuela es un poderoso mecanismo de compensación de desigualdades y debe concebirse de manera que sea capaz de cumplir esta función. De hecho, una de las principales diferencias entre los distintos sistemas educativos es el momento en que comienza a seleccionarse a los alumnos, obligándoles a optar por una u otra vía según cumplan, o no, ciertos requisitos.
Hasta mediados del siglo pasado, esta selección se hacía en edades muy tempranas, alrededor de los 10 años, una vez finalizada la enseñanza primaria, habitualmente mediante algún tipo de examen, como el examen de ingreso que muchos tuvimos que superar en su momento. En esta selección precoz la procedencia social del alumnado era decisiva. Todos los estudios demostraban que favorecía, sin lugar a dudas, a los alumnos procedentes de las clases sociales mejor situadas.
Para compensar esta desigualdad, numerosos gobiernos optaron por aumentar la edad de escolarización obligatoria y retrasar lo más posible el momento de la selección, suponiendo que cuanto mayor fuera el tiempo en que los alumnos recibieran las mismas enseñanzas, tanto mayor sería el papel compensatorio de la escuela y más se igualarían las oportunidades de todos los que acudían a ella.
Pero las desigualdades no son solo económicas, sino que también pueden deberse a la diferencia de sexo, religión, aptitudes físicas o coeficiente de inteligencia, por citar algunas, o a la combinación de varias de ellas. Si lo que se pretendía era compensarlas, parecía lógico que algunos de los planteamientos de la escuela tuvieran que cambiar. En contra de lo que se venía haciendo, se trataba de reunir en una misma institución y en la misma aula a todos los alumnos de una misma edad, ofreciéndoles los mismos contenidos comunes pero teniendo en cuenta las peculiaridades de cada cual; es decir, adaptando en cada caso tanto la metodología como la dificultad.
Es lo que se conoce como escuela inclusiva, que es el modelo vigente en la enseñanza pública de numerosos países, entre ellos el nuestro. Aunque, después de varias décadas de funcionamiento, ahora se está cuestionando su efectividad. Y hay opiniones que sostienen que no solo no se están consiguiendo los efectos que se pretendían sino que, además, se están perdiendo los beneficios o ventajas que proporcionaba la escuela tradicional.
Era de prever, entre otras cosas, porque el planteamiento de partida no era del todo limpio, ya que sobre la función compensatoria de la escuela se superponía otra más utilitaria: acoger a los menores en un recinto mientras que sus padres asistían a sus trabajos; con ello se evitaba la aparición de bandas de niños y adolescentes deambulando por las calles, sin una ocupación concreta. Aunque, a medida que se ha ido aumentando la edad de escolarización obligatoria, y por tanto la edad legal en la que se puede trabajar, la resolución de este problema ha ido generando otros, muchos de ellos derivados de la dificultad de retener a alguien en contra de su voluntad.
Pero este no es el único problema, sino uno más. El gran error de base es que el modelo inclusivo se ha intentado imponer por decreto, sin que la sociedad en su conjunto ni muchos de los que lo tenían que aplicar estuvieran convencidos o preparados para hacerlo, y se ha aplicado conservando muchos de los rasgos de la escuela tradicional, entre ellos la mayoría de las prácticas que conducen inevitablemente a la selección. Desde el momento en que los alumnos se agrupan por cursos, siguiendo el criterio de tener la misma edad, y el Estado fija unos conocimientos mínimos que todos deben alcanzar en cada nivel, ya se está desvirtuando la esencia de la inclusión.
Los ritmos de aprendizaje son muy diferentes y desde el momento de partida comienzan a producirse los retrasos. Antes incluso de asistir a la escuela ya se habían producido. Algunos de ellos se pueden compensar con más atención, personal especializado y metodologías de aprendizaje cooperativo; pero no todos. Y la compensación es tanto más difícil cuanto más tarde se pone en práctica; de ahí la importancia de concentrar los esfuerzos y los recursos en las edades más tempranas.
A pesar de ello los retrasos se van acumulando y sus efectos van siendo más evidentes; especialmente si la intervención ha sido tardía o no se ha llevado a cabo como se debiera: ha sido irregular, ha recaído principalmente en los especialistas, se ha centrado en minimizar el retraso pero no ha intentado resolver el problema que lo producía, etcétera. Todo ello conduce a grupos cada vez más heterogéneos y difíciles de atender, en los que cada vez hay más alumnos que se encuentran a una distancia enorme de conseguir lo que se pretende que consigan.
Y los exámenes, tanto de la propia escuela como externos, no hacen más que poner en evidencia lo diferentes que, académicamente hablando, son algunos alumnos de los demás. Y las notas contribuyen a cuantificar este fracaso. Y la sensación de fracaso provoca reacciones muy distintas en los alumnos, que se agudizan a medida que crecen y consideran, o deciden, que han sido excluidos del sistema, pero no pueden salirse de él.
Ante lo contradictorio de la situación, en la que al final priman más los resultados que los procesos, se buscan todo tipo de fórmulas y de apaños, manteniendo la ilusión o la apariencia de que se atiende a la diversidad, cuando lo que se está practicando son distintas formas encubiertas de selección, acompañadas de una tendencia creciente hacia la igualación a la baja.
Por citar algunos ejemplos: las exigencias se reducen para que haya más que las puedan satisfacer; los profesores tienden a delegar su responsabilidad en los especialistas y solicitan que los alumnos con dificultades manifiestas sean atendidos privadamente, fuera del aula; cuando es posible, los grupos se dividen en otros grupos más pequeños, buscando que el nivel académico de los alumnos sea lo más homogéneo posible o intentando aislar o neutralizar los alumnos más problemáticos o conflictivos; mientras que la ley lo permita, se busca el momento más idóneo para que los alumnos repitan curso, con la esperanza de que maduren, se solucionen sus dificultades o recuperen el retraso. Incluso los padres son selectivos, buscando aquellos colegios donde consideran que es más alto el nivel y menor la conflictividad, lo que dichos colegios consiguen a base de seleccionar los alumnos que contribuyan a ello y denegar la plaza a aquellos que no se ajustan a cierto perfil. Todo ello sin cuestionar la premisa principal: para seguir estudiando, una vez terminada la enseñanza obligatoria, es necesario haber demostrado que se saben ciertas cosas.
Y cuando no se demuestra se culpabiliza a la escuela, que al ser inclusiva lo tenía que garantizar y no ha hecho todo lo que debiera para conseguirlo, obviando la responsabilidad de los propios alumnos, sus familias y el resto de la sociedad. Sin embargo, a pesar de la supuesta reducción de las exigencias y los contenidos, a pesar del aumento de los apoyos y del gasto, se mantiene persistente el fracaso escolar.
Y caben dos alternativas, que no son mutuamente excluyentes: o se acepta que este fracaso es inevitable y se opta por un modelo abiertamente selectivo que ofrezca alternativas válidas a los que se van quedando por el camino, o bien se establece un modelo mucho más diverso y flexible que el que tenemos ahora y se abandona la idea que actualmente se tiene de fracaso; que consiste en no haber obtenido una titulación, preferentemente universitaria, que da la opción a un trabajo socialmente más considerado y a un sueldo en consonancia. Lo cual, como todos estamos comprobando, cada vez es menos cierto.
Porque lo que subyace en el fondo es la continua comparación que hacemos con los demás, valorando las ventajas o desventajas que tenemos sobre ellos y la posición en la que esto nos va a colocar. Y aunque nuestro catecismo, religioso o laico, nos induce a la caridad o la solidaridad (Pobrecitos, ¿cómo no van a venir los deficientes o los marginados a la escuela?), en la práctica buscamos que esta atención se proporcione de manera que no nos perjudique, que no nos prive de ninguno de nuestros privilegios ni vaya en contra de nuestros intereses.
¡Buen artículo! Aunque vivo en un contexto muy distante, creo que esa es la pregunta ¿Inclusión o selección?, y coincido con el diagnóstico y los caminos.
Creo que los dispositivos de reproducción social funcionan a pleno, y actúan sobre los excluidos, obturándoles la visión.
¿Qué significa «vivir la vida» en el postmodernismo? ¿La escuela ofrece eso?
Saludos
Alberto
http://www.reproduccionsocial.edusanluis.com.ar
Creo que atender a la diversidad es posible. Sin embargo, atender a la diversidades individuales implica atender a las diversidades de los grupos. No es lo mismo un grupo diverso pequeño que grande. No es lo mismo la diversidad cultural, que la diversidad por razones de discapacidad. No es lo mismo la diversidad por razones de discapacidad motórica que por discapacidad intelectual. A necesidades diferentes ofertas diferentes y en los grupos se forman tantas combinaciones que una buena atención sólo es posible si «se establece un modelo mucho más diverso y flexible que el que tenemos ahora y se abandona la idea que actualmente se tiene de fracaso». Para ello, una mayor inversión económica en educación es imprescindible y la actualidad educativa no parece que vaya en esa dirección.
Por otra parte, últimamente se habla de modelos educativos de éxito, como el de Finlandia, que puede ser para quitarse el sombrero. Muy bien, pero ¿es la sociedad española como la de Finlandia? ¿Podemos nosotros copiar el sistema de otros? Cuando los maestros eran entrevistados, una de las cosas que más me llamó la atención era que los niños tenían que llevar la educación de casa, allí iban a aprender las materias. Ponían ejemplos concretos: la maestra no tiene que enseñar al niño como sentarse en la silla, eso se lo tienen que enseñar los padres. En el último colegio en el que trabajé como interina no sólo tenía que enseñar la postura correcta en la silla, sino a que a veces hay que estar en la silla y, además, sentarse correctamente es imprescindible para nuestra columna y, por tanto, para nuestra salud. Tenía un niño con problemas de control de esfínteres, y no estoy hablando de infantil, estoy hablando de segundo de primaria. Tenía niños que llegaban sin desayunar y que la única comida que hacían al día era en el comedor del colegio -no sé ahora-, todo ello sin hablar de otras diversidades. Cuando se habla de fracaso, se comparan los resultados con otros países europeos, pero, ¿por qué medimos a los niños en relación con los niños europeos y no medimos a los adultos con los adultos europeos? ¿Por qué no medimos también la televisión de otros países en relación con la nuestra? Los niños ven mucha televisión, se educan con ella. En Finlandia hay demanda de colegios bilingües en español porque ha crecido el gusto por las series y películas españolas y todo se da en versión original. No es que a nosotros se nos den mal los idiomas, es que la solución para aprender inglés no es que el especialista en inglés lo aprovechemos para dar matemáticas y lengua -con lo cual, ni matemáticas, ni lengua, ni inglés- eso no es bilingüismo.
La inclusión con recursos -sobre todo humanos-, con formación y apoyo al profesorado, con atención y ampliación del servicio educativo a las familias, y, sobre todo, con una voluntad de toda la sociedad de llegar a un ACUERDO sobre lo que se quiere transmitir a los niños y jóvenes en lo que se refiere a conocimientos, actitudes y valores, mejorarían los resultados, de forma inmediata sobre el mismo grupo en años anteriores, y dando un margen al futuro, sobre el resto de países con los que se compara.
Gracias por tu comentario. Para los que no tengan hijos en edad escolar, has resumido claramente la situación con la que se encuentran cotidianamente la mayoría de los profesores de las enseñanzas obligatorias. Hacen falta testimonios de este tipo.
El tener un trabajo no significa, por solo si mismo, una calidad de vida, entendida Esta como plenitud vital-intelectual; y solo las personas realmente afortunadas, en comparacion con las manadas consumidoras, son conscientes de ello. Parte del problema pues-y lo mencionas de paso-es el fin vilmente utilitario de la educacion en si, que la disvirtua profundamente en cuanto proceso en si. Pero la posibilidad de cambio, en este sentido, depende de cambios generales en todo la sociedad; a partir de esos cambios una vision mas racional-y mas seria por tanto-sera posible respecto el quE deberia ser la educacion para los individuos y la sociedad.
Inclusión o selección; o en otros términos: equidad vs libertad, que son los dos extremos en que se han manejado los sistemas educativos tradicionalmente. El primero supone dar la posibilidad a todas y todos de participar de una experiencia cultural amplia y colectiva, cada uno desde sus condiciones. Igual que no todo el mundo necesita comer las mismas cosas para alimentarse (cada organismo es diferente) la educación requiere de múltiples opciones, caminos y posibilidades. La peor justicia es la que da a todos lo mismo. Esta sería justamente la segunda propuesta: homogeneidad para que cada uno se desarrolle de acuerdo a su capacidad. Además de segregar esta opción presupone que existen capacidades innatas, lo cual, a estas alturas, sólo es defendido por un grupo reducido. El sujeto se construye en comunidad, cooperativamente, a partir de unas condiciones, no de unas capacidades innatas. En esta diferencia se mueve el debate educativo. Lo otro son tiros de salva, de alguna forma. Obvian el principio ideológico, social y político básico sobre el que se sustentan los sistemas educativos.
Buen post, Enrique
A mí me parece que sí hay capacidades innatas.
Hay condiciones biológicas, que sin cultura, por tanto, sin experiencia social, no son nada. Condiciones son posibilidades, capacidades son condicionantes. Y perdona el juego de palabras.
A fuerza de usarla, una palabra puede llegar a significar dos cosas totalmente opuestas. Por ejemplo, la palabra libertad, que yo no habría enfrentado a la equidad; salvo que asocies la libertad con el liberalismo, o más bien, el neoliberalismo. Aunque también la podrías haber asociado con los planteamientos libertarios, con lo que las interpretaciones de lo que se entiende por libertad serían diferentes. Lo mismo sucede con el término homogeneidad, que asocias con la selección, cuando la realidad es que la inclusión mal aplicada conduce precisamente a la uniformidad.
Los extremos se tocan y el conflicto entre el individuo y la colectividad no es exclusivamente escolar. Somos seres profundamente subjetivos y únicos, pero necesitamos de los demás para crecer. Ahí se encuentran el conflicto y nuestra responsabilidad para con los demás.
Gracias por tu comentario, Nacho.
Efectivamente, libertad puede ser usado en los dos modos, cosa que no aclaré suficientemente en mi comentario. Creo que como libertarios, el término libertad tiene otro sentido, que comparto contigo. El problema está en la apropiación neoliberal del término, que confunde y mal-usa, por decirlo así. En ese sentido Equidad, en relación a la justicia, nos aproxima más a la otra posición, y este sí que es un término que desprecia el neoliberalismo, como se puede ver por la crítica de la reforma educativa hacia los logros del sistema educativo actual en términos de equidad. En cualquier caso, es problemático quedarse prendado de los términos, como acostumbra nuestra cultura nominalista y olvidar los sentidos. Por eso me parece muy correcta tu matización.
Otra perspectiva.
El sistema tiene un lado oscuro o escasamente explorado: necesita y propicia un suministro creciente de discapacitados o de gente con limitaciones y dificultades de aprendizaje del mismo modo que requiere que crezca el número de personas que estadísticamente vive por debajo de ciertos umbrales económicos.
Sin ellos no crecen el número ni las oportunidades de aquellos que viven de «redistribuir», de «remediar».
Es la versión moderna de «la función hace al órgano» y éste se las ingenia para «tener que hacer». Picaresca masiva aparte.
Tras toda una vida de «progreso» económico y crecimiento del llamado estado de bienestar, nunca hemos tenido tanto de cualquiera de las categorías anteriores de las que excluyo prejubilados e incapacidades psicológicas como depresiones. El 22% de la población está en alguna forma de psicotrópicos legales y mejor no entrar en ello.
A ver si un día la Administración nos dice el número de prejubilados y jubilados por depresión. Y , por curiosidad, qué porcentaje de esa población son Sanitarios, «Médicos y enfermeros». Estamos rodeados de ellos.
Hace dos días me contaban que la hija de alguien conocido ya era pensionista de por vida –tiene 24 años y es universitaria– porque… «han descubierto que es bipolar».
No hace tanto que unos parientes políticos franceses se quejaban escandalizados de una sobrina de 26 que, madre soltera voluntaria tras un affair breve con un señor divorciado de unos 45, recibía del estado vivienda gratuita en Toulouse (piso de unos 120 meteros cuadrados, …vous voyez!), pensiones diversas por 1800 euros y todos los privilegios y servicios civiles imaginables para el afortunado vástago hasta más allá de la mayoría de edad. Una joven, también con estudios, que ya nunca necesitará un trabajo en su vida porque le supone perder una bicoca y un mérito social, un derecho, una condición y un reconocimiento.
Esto sin mirar. Luego «le petit Jean» tendrá que superar el trauma de una familia desestructurada y recibirá clases de refuerzo y cuidado psicológico. Con seguridad presumirá de que «odia las matemáticas». Como su joven madre y su ausente padre de diseño. Lifestyles.
El sistema necesita a los «embalsados». Desde la guardería hasta los 23 añitos –o más ahora con Bolonia.
Si supieramos distinguir entre los que de verdad necesitan de los que «no quieren» y de los que han aprendido a vivir del sistema y administrarlo teníamos resuelta más de la mitad del problema.
Hoy los incentivos actúan en sentido contrario. También en la enseñanza.
Al hilo de tu comentario me ha venido a la cabeza cómo hace unos años dio para mucho en la prensa hablada y escrita que los discapacitados reclamaban el mismo derecho que los no discapacitados a un puesto de trabajo. Al poco tiempo volvió a dar para mucho tema el derecho, que también reclamaban, a jubilaciones anticipadas por ser discapacitados.
Hola Manu y gracias por tu comentario que hace el mítico número 1000 de los que hemos recibido desde que empezamos con este blog.
Comparto tu valoración de que hay un amplio colectivo, pagado por el sistema, que vive de detectar y paliar necesidades y situaciones de desventaja social; como también hay otro colectivo que ha encontrado en la necesidad y la desventaja su modo de vida. Esto no significa que estas situaciones no existan y no deban atenderse. El problema está en hacerlo prescindiendo de las altas dosis de buenismo y victimismo que las contaminan.
Respecto a aquellos que “no quieren” o que “han aprendido a vivir del sistema”, es posible que en muchos casos (al menos en educación) una cosa conduzca a la otra; o sirva a algunos como justificación: “Puesto que me obligas, o me has colocado en la situación en la que me encuentro, soporta las consecuencias”. Es un planteamiento propio de los rebeldes pero que tiene muy poco de revolucionario.
Hola, Enrique. Hola a todos.
En estos asuntos los que provenimos de culturas maniqueas propendemos a irnos a los extremos para que nuestro blanco ilumine la negritud ajena y de paso experimentemos el realce que nuestros egos merecen.
Tratemos, como sugiere el autor, de buscar el equilibrio.
Si acaso usaremos el contraste y la simplificación como forma de ilustrar y no como negación de otras posturas, situaciones o problemas.
Además todos somos fruto de nuestras circunstancias. Aclaro por eso mi perspectiva.
Tengo poca experiencia docente. Di clase en la universidad al principo de mi carrera (ayudante sustituto de profe) y en las etapas finales (algún curso técnico de postgrado).
Además, mi facultad me solía pasar los alumnos con especial dificultad con las matemátiocas en los años selectivos lo que me ayudó a ganar algo de dinero durante la carrera y me ha servido de mucho durante toda mi vida, profesionalmente y para poder supervisar los estudios de mis hijos.
La forma deficiente de enseñar matemáticas desde el inicio del aprendizaje así como la inaudita tolerancia con esa actitud tan destructiva –y poco inteligente– de gente que presume de ser “un negado con los números” son dos problemas culturales graves.
El Quadrivium es el pricipal discriminador social para los más pobres y su principal puerta de acceso a la movilidad social.
El resto, el Trivium, es importante, pero mucho menos.
También es grave la Condescendencia. Compararnos con “el montón”, con una “Europa” que en esto va como un cangrejo con turbo: mal, hacia atrás y acelerando. Aquí estamos, copiando un modelo fracasado en USA hace ya 35 años.
Acompaño los resultados de las olimpiadas juveniles mundiales.
De memoria creo que en 2012 el 1º fue Corea, luego China, luego USA, luego Rusia, India.
Irán, la próxima potencia nuclear, está en el puesto 8º, es decir 22 puestos por delante de Alemania y 52 por delante de nosotros.
http://imo-official.org/results.aspx
Pienso que como sigamos mirando en la dirección equivocada, a base de indicadores construidos para no avergonzar a quienes han legislado nuestra educación, nos vamos a encontrar…donde ya estamos. En el vagón de cola.
Supongamos que en la Liga de Fútbol hiciésemos lo mismo: Mirar el promedio y compararnos con otros promedios.
Esto es regresivo. Degrada el rendimiento de cualquier colectividad. La Regresión a la media da de sí lo que da: una asíntota con el cero.
Es mejor, –más eficaz para elevar promedios–, buscar la excelencia y recompensarla.
Porque crea los incentivos sociales para la mímesis. Y aprendemos copiando modelos.
Saludos.
Después de leer vuestros comentarios, todos ellos muy interesantes, y aunque creo que ha quedado claro, me gusta decir que, para mí, equidad es que «todos» tengan lo que «cada uno» necesita. El enlace entre «igualdad» y «diversidad». Dos términos aparentemente contrarios que pueden convivir en armonía. Parece un sueño, pero hay que perseguir metas altas para llegar más lejos. En el Proyecto INCLUD-ED, que se está aplicando en algunos colegios de España dentro del Programa Marco de la Comunidad Europea, parece que cada centro elige «su sueño» y toda la actividad se dirige hacia su consecución.
El tema de capacidades innatas-capacidades adquiridas es de gran importancia. La eterna dualidad herencia-medio. Los avances de la técnica moderna nos muestran resultados de algunas investigaciones, por medio de la tomografía computerizada, en los que puede comprobarse cómo el medio produce modificaciones en el cerebro, que pueden transmitirse, a su vez, genéticamente. Estas modificaciones pueden ser positivas o negativas, luego, independientemente de las capacidades innatas, hay mucho que hacer.
En relación con las palabras, sí, por favor, hay que cuidarlas. Es verdad que de tanto usarlas corremos el riesgo de agotarlas, pero procuremos que no pierdan su significado.
Y sobre las Matemáticas, habrá que preguntarse cuándo empiezan a odiarlas y por qué. Yo he observado que en Primaria, en general, no existe tanta aversión. Y coincido en que no siempre se enseñan bien. Pero no hay que olvidar que una de las antiguas especialidades de Magisterio, cuando nos llamábamos Profesores de EGB, era «Matemáticas y Ciencias de la Naturaleza», la mía. Desapareció cuando yo terminé la carrera y no ejercí entonces, hasta ahora, que soy interina porque no tengo puntos, como los jóvenes, y en estos momentos estoy en paro. Sin embargo, he visto -como decía en el comentario anterior- a muchos compañeros de inglés dando Matemáticas con mayor o menor acierto. He intentado contar a mis alumnos que las Matemáticas también tienen su lenguaje para expresar la realidad. Decirles, por ejemplo, para explicar el concepto de línea recta, que si yo camino por la línea de baldosas del suelo no puedo seguir porque me topo con la pared, pero la línea sigue y si yo fuera un fantasma de película que atravesara paredes podría seguir la línea que no se acaba, por que si no, entienden la línea como «un trozo de raya». Pero hay aulas que son tan pequeñas que no puedes realizar el ejercicio con los pasos acompañando a las palabras, y si te sales al pasillo, no todo el mundo es capaz de entenderlo. Además, algunos conceptos matemáticos que se exigen en Primaria suponen un gran ejercicio de abstracción para su edad. Entender en 2º los conceptos que requieren el manejo de la numeración decimal no resulta fácil. No todos pueden comprenderlo en la pizarra, ni siquiera en la pizarra digital. Es importante el material manipulativo. Y si no hay recursos hay que inventarlos. En mi «cole» utilizábamos los tapones de plástico que recogían para una ONG y los agrupábamos para asimilarlos a cifras, números, unidades, decenas, centenas, valor posicional…Pero, esto no es siempre lo habitual.
De la discapacidad, sólo puedo decir que he estado en un colegio de escolarización preferente de discapacidad motórica y he sido feliz de ver que se puede y que resulta enriquecedor para todos.
Saludos,
Se ha suscitado un breve debate sobre el dilema entre lo innato y lo socilmente «adquirido» así como diversas adjetivaciones de la palabra libertad.
Los comentarios al artículo de Enrique pueden clasificarse en uno de estos dos campos clásicos entre el individuo libre y el individuo controlado.
Antes de adjetivar nos interesa definir. Esto es importante porque si no compartimos definiciones nos encontramos discutiendo percepciones simbólicas –subjetivas a nivel individual y colectivo. Jung puro.
Muchos adjetivos tienen esa función: desvirtuar el sustantivo para apelar a imágenes pre-existentes en nuestro acervo instintivo inconsciente.
Así, cuando se usa el término «liberal», es imposible o difícil saber si se refiere al significado USA (diferentes matices de ideolgías colectivistas), al significado real y literal (libre y respetuoso con la libertad ajena) o al promocionado por la social democracia europea (ultraconservador egoísta e insolidario).
Al hacer esto el propio concepto pierde operatividad. Está muerto o incapacitado para actuar socialmente con efectividad.
Esta forma de uso deliberado del lenguaje para destruir opciones políticas es vieja. Antiquísima.
En los tiempos modernos quien la redescubre es el Abbé Pierre, refugiado en Inglaterra, tras leer a Richardson y su novela «Pamela ou la vertu récompensée».
Diderot, alertado por su asociado, la lee, y como resultado produce y disemina por toda Francia «Éloge de Richardson» una carta en la que da instrucciones sobre como escribir para impactar emotivamente al «receptor».
Esta carta conmociona a Rousseau que escribe la primera novela romántica del continente («La Nouvelle Héloïse»). Así arranca el Romanticismo: Una técnica literaria dirigida al subconsciente que nace de una necesidad política sentida por los promotores del cambio: los Ilustrados.
Hay una definición de Libertad ampliamente accesible. Hay una definición de Justicia. Es curioso que quienes más hablan de Justicia o de Libertad, No las definen. Las adjetivan.
Es bueno ir siempre al diccionario aunque hay quien ya está tratando de cambiarlo por motivos políticos.
Un asunto interesante, actual y que daría para mucho más.
Buenos días