El gasto masivo en instalaciones, tecnología y formación del profesorado, siguiendo las inquietudes sociales o las corrientes pedagógicas de cada momento, no es algo nuevo, sino recurrente. Podemos remontarnos, por ejemplo, a la gran inversión que se hizo en su momento para dotar a los centros de laboratorios convenientemente equipados, con la intención de impulsar el aprendizaje activo de las ciencias. Algo similar a lo que ocurrió con el montaje de las aulas taller necesarias para el desarrollo de la Tecnología o las aulas de informática que se instalaron en cada colegio e instituto público.
Aunque la metodología clásica de pizarra y clase magistral seguía siendo la dominante, se reconocía la necesidad de introducir metodologías nuevas, menos académicas y más orientadas hacia la actividad de los alumnos y la resolución de situaciones prácticas. Al parecer, los países industrial, científica y tecnológicamente más desarrollados basaban en ellas gran parte de sus sistemas educativos.
Y cada una de estas innovaciones ha venido acompañada de una primera hornada de profesores innovadores y entusiastas dispuestos a implantarla. Una minoría que ya lo venía haciendo, que sabía cómo hacerlo y que estaba dispuesta a formar y ayudar a sus compañeros. Todo ello con el apoyo de la Administración que, durante un tiempo, proporcionaba los recursos, el tiempo o los reconocimientos necesarios para la labor que se estaba desarrollando.
Así, hubo unos años en que las prácticas de laboratorio eran algo habitual y de obligada ejecución en la formación científica. Y todos los alumnos, al menos alguna vez, habían empleado una balanza, manejado un microscopio, encendido un mechero Bunsen o medido una intensidad eléctrica con un amperímetro. Todos ellos habían preparado una disolución, observado cómo se formaba un precipitado al mezclar ciertas sustancias o comprobado que la ley de Hooke o la de Ohm efectivamente se cumplían. Esto se fue abandonando poco a poco. Ahora, salvo honrosas excepciones, la visita al laboratorio es algo inusual o anecdótico.
Con la Tecnología, la nueva materia introducida por la LOGSE, está sucediendo algo similar.
En sus orígenes, en las clases de Tecnología se construía mucho y se explicaba muy poco, solo lo necesario para orientar la actividad o proporcionar algunas informaciones teóricas puntuales. Casi toda la labor de investigación, diseño y fabricación era realizada por los alumnos. El cuerpo central de la asignatura consistía en la realización de proyectos que se iniciaban, más o menos, de la siguiente manera:
Se trata de diseñar y construir una estructura resistente con un material barato y ligero, por ejemplo papel o cartón. La estructura debe tener un metro de longitud en su dimensión mayor y ser capaz de soportar una carga de 2 kg sin desmoronarse.
Una vez formuladas las características del problema que se quería resolver y los requisitos que debía reunir la solución, comenzaba la actividad, que se llevaba a cabo mediante la misma metodología ordenada que se emplea para resolver un problema técnico real: investigación, diseño, planificación del trabajo, construcción de un prototipo, evaluación de los resultados, etc. El trabajo se realizaba por equipos de cuatro o cinco componentes que cumplían distintas funciones y debían repartirse las tareas.
Como puede deducirse, esta forma de trabajar necesitaba de muchas destrezas y habilidades, y también las desarrollaba. Entre muchas otras competencias, para llevar a buen fin el proyecto se necesitaba saber dibujar, planificar, elaborar presupuestos, manejar herramientas y materiales, utilizar máquinas, medir y calcular, montar circuitos o tomar decisiones en común. Y un buen indicador del trabajo realizado era el proyecto mismo que funcionaba o no funcionaba, que cumplía o no su cometido.
Posiblemente la concepción inicial de la materia fue demasiado optimista sobre las capacidades reales de los alumnos. Para ser capaz de diseñar y de crear antes hay que conocer, hay que tener un cierto bagaje o sabiduría técnica. Y lo mismo puede decirse del trabajo en equipo, que no surge automáticamente por el hecho de agrupar a los alumnos. También pasa con la autonomía, la planificación, el uso de materiales de consulta y tantas otras habilidades necesarias para llevar a cabo un proyecto sin estar excesivamente dirigidos. Habilidades de las que carecían los alumnos porque no se habían trabajado previamente en edades más tempranas y en otras asignaturas.
Así, del proyecto de libre desarrollo se pasó al proyecto dirigido, y de este a la reproducción de un proyecto ya construido. Después se dejaron de hacer proyectos y se sustituyeron por actividades prácticas, encaminadas al aprendizaje de técnicas. Y las actividades en el taller fueron paulatinamente reemplazadas por clases teóricas, fichas, vídeos, actividades interactivas y el manejo de simuladores; como si fuera lo mismo empalmar dos cables que colocar juntas dos bombillas virtuales arrastrándolas con el ratón. Y las aulas taller, lo mismo que los laboratorios, se han ido progresivamente abandonando y están siendo sustituidas por las aulas de informática, y en algunos casos ni siquiera eso.
Al analizar cómo se ha llegado a esta situación, tanto en el caso de las ciencias como en el de la tecnología se pueden encontrar motivos muy parecidos. Entre ellos los motivos obvios, como pueden ser la falta de recursos, la escasez de tiempo para su preparación o la rigidez de los horarios, que dedican una hora escasa a cada actividad, con independencia de lo compleja o laboriosa que sea. A esto hay que añadirle que cada una de estas sesiones somete al profesor a una tensión mayor de la habitual; ya que hay que estar atento al estricto cumplimiento de las normas de seguridad, prevenir los posibles accidentes e incidencias, responder a las múltiples preguntas de los alumnos y otras circunstancias que acompañan a cualquier actividad en grupo que no consiste simplemente en escuchar.
Pero estas dificultades no son las determinantes del abandono, solo contribuyen a que se produzca. La razón principal hay que buscarla en el cambio de actitud y la forma de estar de los alumnos, en el modo que tienen de relacionarse, no solo con los demás sino también con las cosas y los espacios en los que se mueven.
No hace tanto que, en la antigua FP1, un maestro de taller contemplaba sin ninguna preocupación cómo varias decenas de alumnos torneaban piezas con máquinas mucho más peligrosas que un simple martillo o una humilde segueta. Lo mismo sucedía con la actividad de treinta o más adolescentes manipulando reactivos en el laboratorio de Química. Hoy, este mismo profesor, si es que utiliza el taller, vigila con cierta ansiedad y preocupación la actividad de sus alumnos, no vaya a ser que se golpeen un dedo o se corten con el cúter, con los problemas, las protestas y las posibles reuniones con los padres que puede desencadenar este incidente.
Las actividades que van un poco más allá del uso del libro, el lápiz y el papel, necesitan y suelen venir acompañadas de mayor movimiento y ruido del habitual. Ya se cuenta con ello y nunca ha sido un impedimento para realizarlas. Pero es que, a medida que van pasando los años, se está produciendo otro tipo de ruido. Comportamientos que antes eran excepcionales, como hablar o levantarse cuando a uno le parece, maltratar el material, sentarse de cualquier manera o enfrentarse abiertamente con un adulto, son cada vez más habituales; tanto dentro como fuera de la escuela. Por otra parte, la dificultad para despertar y mantener el interés por una actividad es cada vez mayor, especialmente si los resultados no son inmediatos sino que requieren de cierta constancia y algo de tiempo para producirse. También esto ocurre dentro y fuera de la escuela.
En definitiva, ahora resulta mucho más difícil que los niños y adolescentes se comporten como pretenden los adultos. Y lo que antes se conseguía o se aceptaba, más por miedo que por respeto, ahora hay que encontrarlo de otra forma. Una forma que, además, debe ser políticamente correcta y no violar ninguna normativa, ni dar pie ni motivo a la intervención de ningún padre, madre, asistente social, delegado sindical o miembro de cualquier otra institución. Porque son tiempos en los que, en vez de colaborar, desconfiamos los unos a los otros.
Una forma fácil de conseguir un mínimo nivel de tranquilidad y disciplina consiste en mantener a los alumnos ocupados en una tarea mecánica, que se lleve a cabo de forma individual y que no precise de la colaboración con los compañeros ni de la intervención del profesor. Por ejemplo, completar una ficha o trabajar con un ordenador. Se trata de tareas de poco riesgo, tanto para ellos como para el docente.
Con ello se evita que se corten, se manchen o se quemen, pero también se les quita la posibilidad de hacerlo o de tener cuidado para que no suceda. La forma más fácil de no tener problemas y sobresaltos es evitando que se produzcan, salvo que la vida y el aprendizaje consisten precisamente en tenerlos, en resolver conflictos y situaciones a medida que se presentan.
Y esto conduce a una pedagogía de mínimos, carente de riesgos y situaciones conflictivas pero también de sorpresas y oportunidades. Una pedagogía en la que cualquier atisbo de innovación finalmente se academiza, se convierte en más de lo mismo. Y, lo que es peor, coloca a los afectados, alumnos y profesores, en un estado de abulia o de resistencia al cambio, para evitar las incomodidades y esfuerzos que este cambio supone.
Completamente de acuerdo con todo el artículo. Yo lo llevo sufriendo en mis carnes (y eso que trabajo en un conservatorio, donde los riesgos son míminos), y sucede que los parámetros pedagógicos se convierten en postulados defensivos ante la posible reclamación. De hecho, actualmente, las programaciones se realizan no en base a la necesidad de aprendizaje del alumno, sino como herramienta de defensa ante posibles reclamaciones. Y los profesores que queremos innovar de alguna forma nos damos de bruces con la burrocracia imperante, en que para cualquier actividad hay que rellenar papeles, pedir permisos mil, realizar proyecto, pasarlo por consejo escolar…tanto trabajo que. o bien nos arriesgamos y lo hacemos «de tapadillo» o se te terminan quitando las ganas.
Enrique, no puedo estar más de acuerdo. Burocratizamos la educación como forma de defensa pero también como una sutil (o no tanto) desconfianza ante el profesorado. Me parece que la frase «son tiempos en los que, en vez de colaborar, desconfiamos los unos a los otros» resume muy bien todo el planteamiento. Los docentes, de esta forma, se convierten solo en gestores que es la mejor manera de no tener conflictos y «cumplir» con la tarea, sea educativa o no. Gestores de un conocimiento (por llamarlo así) externo, descontextualizado e inútil en muchos casos; gestores del comportamiento del alumnado, que no se desmanden; gestores del papeleo administrativo absurdo, etc. etc. Así todos tranquilos… menos el alumnado.
Esta sociedad estúpida de tanto defenderse, los derechos, los estatus, los privilegios, la autoestima, la participación, etc. no le quedan ganas de «atacar» las realidades. Deprimente y absurdo. ASÍ NO ES.
Escucho en un programa de radio la noticia de cómo recientemente se ha suicidado una niña, tirándose desde un acantilado (creo que en Gijón) por no haber sabido soportar las burlas y otro tipo de maltratos de sus compañeras de colegio.
En el mismo programa el conductor entrevista al padre de un niño, en Vigo, que ha sufrido una agresión consistente en una patada en los genitales que le produjo una herida en el pene.
Y nadie se responsabiliza de ese tipo de comportamientos. Ni siquiera se ocuparon de que lo atendiera un médico sino que avisaron al padre que viniera a recogerlo, y el chiquillo estaba sangrando. Para colmo el personal del colegio se le encoge de hombros y le dicen que por causa de la crisis y los recortes carecen de medios para vigilar y estar al tanto de todo lo que pasa entre los alumnos.
La crisis y los recortes son una buena justificación para echar balones fuera, en todos los terrenos.
El padre, ante este panorama y que el niño venía de tiempo atrás sufriendo agresiones y vejaciones, saca al niño del colegio, le pone un profesor particular en casa para que sigo con su curso escolar, pone todas las denuncias pertinentes y acude a todos los organismos competentes.
Bueno, pues ha pasado mes y medio y no ha recibido ninguna respuesta de nada ni de nadie, tan sólo, y de forma indirecta, una cierta idea de que podría ser demandado por haber sacado al niño del colegio.
¿Qué tienen que hacer entonces unos padres, angustiados día tras día de qué suerte va a correr un niño en el colegio donde ha de suponerse que no va a correr más riesgo que los normales, y cotidianos, derivados de la propia actividad escolar?
¿Qué va a pasar y cómo van a ser cuando lleguen adultos niños que día tras día viven su infancia atemorizados y angustiados?
El niño no puede hacer trabajos manuales porque puede cortarse con un cúter y eso derivar en responsabilidades para el centro, pero nadie es responsable de que el niño se vea sometido a ese tipo de indignidades.
¿Es que estamos todos locos?
Nos preocupamos todos mucho por la economía y por otros aspectos de la cotidianidad, pero para ser cada cual una buena persona y para poner los medios para lograr que todos los demás también lo sean no hay presupuesto, por lo visto, ni tiempo ni… ¿infraestructuras, quizás?
El mundo podría ser infinitamente mejor si nos diera a todos la gana. Y la buena voluntad es gratis, o debería serlo.
Exacto Alicia, me encanta esa frase » la buena voluntad es gratis» y añadiría otra
«la responsabilidad personal y social a menudo también lo es».
Pero no toda esa responsabilidad es de los profesores, ni estoy de acuerdo en que todos se escuden en la crisis. Es que hay padres que se creen que, por una parte los profesores tienen que hacer de guardias de seguridad de sus hijos, a los que ellos malcrían el resto del día- y consienten- y por otra parte, son los primeros en exigir responsabilidades de la «actuación de los profesores en el caso que ellos intervengan.
No soy experta en estos temas ni mis hijos van a colegios conflictivos. Pero creo que en cualquier ámbito, todos hemos presenciado conductas agresivas directa o indirectamente entre los chavales. Los niños «pegones», los que agreden, van a intentar su objetivo de acoso en la mayoría de los casos cuando no son vigilados. Pero los padres saben que clase de hijo tienen igual que los de los niños desadaptados o retraídos. Ambos tienen que dialogar y creo que el Colegio debe facilitarles esa labor. Pero a veces no hay voluntad, esa que es gratis, porque
lo que funciona es el autoengaño ¿mi niño? que va…
En cuanto a las actividades de riesgo, el verdadero riesgo es no hacerlas, no facilitar la labor de los profesores que de verdad quieren trabajar, y eso, me consta, es tan difícil cuando la mayoría sólo cuenta los créditos, cuando desde las instituciones de enseñanza, la Universidad la primera, no se reconocen grupos de prácticas ni actividades de refuerzo como horas computables , pagables, en el cómputo de las horas laborables de un profesor, cuando aquí las leyes que se sacan de la manga unos y otros, van dirigidas a la enseñanza como negocio, pero nadie piensa en el alumno. Cuando los dineros de las matrículas que éstos pagan no revierten ni siquiera en que las instalaciones funcionen correctamente, cuando todo son papeles, como dicen arriba, y esto es la locura de correos diarios que recibimos desde la «GESTION DEL CONOCIMIENTO» y demás instituciones inventadas de la noche a la mañana y si hiciéramos caso no haríamos otra cosa que envíar papelitos justificando cada movimiento..
El profesorado está esclavo, no tiene libertad de movimiento, lo único que puede hacer es cerrar la puerta de la clase y transmitir casi clandestinamente lo poco o lo mucho que sabe y abrir la puerta de su laboratorio de investigación, de propia voluntad y gratis, y enseñar el manejo de un aparataje que de otra forma empezaría a llenarse de polvo.
Por descontado que no he pretendido en ningún momento que los culpables de las situaciones que menciono sean los profesores; ellos son el último eslabón de un engranaje, el eslabón que está directamente en contacto con el alumno. Es todo el engranaje lo que está funcionando mal y propiciando el que cualquier tipo de responsabilidad sea remitida al siguiente, al que “manda” en cada una de las personas relacionadas con el caso o la situación de que se trate.
Pero eso no es óbice para que los profesores, atendiendo a un criterio meramente ético y humano, deban estar pendientes de saber y de evitar (o de intentar al menos) qué situaciones problemáticas puedan estarse dando entre los alumnos. Y cuando tengan conocimiento de tales situaciones no mirar para otro lado.
Es desgraciadamente el tipo de sociedad al que hemos llegado; las soluciones a los problemas siempre han de ponerla las instituciones, pero las instituciones no tienen otra “alma” que la que emana de las personas que las componen. Y el alma, algo tan intangible en un mundo tan materialista y burocratizado, es algo que no merece que se le dedique ni un solo pensamiento porque… ¿adónde llegaríamos con esas sensiblerías?
Sólo se atiende a no hacer nada que no se ajuste a las leyes, pero ¿a quién importa ni quién a quién va a pedir cuentas de si lo que se hace (o se deja de hacer) está dentro o fuera de la ética?
Y eso va con la persona.
Por alguna razón desconocida, en nuestra cultura, quizás a lo largo de muchas generaciones, se ha transmitido la fobia por lo manual y la filia por lo intelectual. Esas fobias y filias impregnan a toda nuestra sociedad, quizás mediante la religión. Y eso llega hasta los legisladores, cuando deciden sobre los horarios que van a regular unas actividades y otras.
Por otra parte, las personas que trabajamos muchas horas de a lo largo de nuestra vida, con la energía que cada curso traen los adolescentes en grandes grupos a aulas en las que se practica con herramientas accesibles, materiales diversos… es natural que acaben notando el cansancio físico más fácilmente, que los que sólo utilizan símbolos.
En algún lugar siempre hay alguien que piensa que enseñar a hacer objetos y resolver problemas técnicos, se puede llevar a cabo lo mismo con 15 alumnos que con 30. Y se asignan los tiempos y los espacios para llevar a cabo cada una de las sesiones de clase.
El ciclo de ahora: «Damos énfasis a las prácticas, se lo quitamos», también puede que tenga un periodo de varias generaciones.
Eso de la masificación y la necesidad de una atención más personalizada también podría aplicarse al sistema sanitario y otros servicios públicos. Es lo que ahora tenemos y me temo que irá a peor.
Tal vez la solución no consista solo en contratar más profesores o médicos per cápita, sino también en concebir la educación y la sanidad de otra manera. Una en la que no deleguemos tanto en los profesionales y estemos todos más implicados.
Enrique, magnífico artículo. Estoy plenamente de acuerdo. Y a todo ello añadiría la enorme problemática de deserción que se está instaurando poco a poco en los colegios de manera generalizada. No comparto, como alguien ha mencionado, que haya colegios no conflictivos, desgraciadamente está en el ambiente: no creen en la metodología que se les ofrece, no se creen la filosofía y la lógica que se les ofrece y, en definitiva, no se creen el modelo. «Y si me lo salto, ¿qué?»
Estamos viviendo un periodo de tensa incertidumbre, perpetuando caminos a ninguna parte cuando no obsoletos, tratando de reconducir a la desesperada sin saber bien adónde ni cómo, y donde la negatividad y el rechazo asoman cada vez más con un hedor inquietante, que por más que se tamice y se quiera relativizar, va tomando cuerpo y mostrando su descomposición.
Efectivamente Mar, el desánimo es uno de los principales problemas con los que nos enfrentamos y no solo en el mundo educativo. Pero el desánimo paraliza y además se contagia. Es responsabilidad de cada uno estar atento para que no suceda, así como creer que los modelos se pueden cambiar y que ese cambio depende de nosotros.
Sí, muy interesante y pertinente esta idea, que acaso esté en la base de todos los problemas en los servicios actualmente, un problema de educación, de educación cívica, que existía en el mundo anterior, sin necesidad de enseñarla de modo reglado en la escuela.
Sí, Enrique, quien lo vea claro tiene que actuar, escribir y divulgar esa reflexión. Hacerse oír ante las instancias y personas responsables de todo tipo. Denunciar con serenidad y contundencia, pero no desanimarse jamás, Mar. Yo hace ya diez años que me jubilé,.Sospechaba que las cosas iban mal a través de comentarios breves de enseñantes, pero no tanto, como me descubren vuestros comentarios. Ya se veía venir. pero también me admira la lucidez que revelan vuestras opiniones, que comparto plenamente. Y esto debería saltar a la prensa, donde el análisis y discusión sobre educación brilla por su ausencia. ¡Animo¡
Hola a tod@s! Me permito escribir desde Argentina, primero porque leo el blog con entusiasmo desde que lo he encontrado en la red y segundo porque las situaciones descriptas por el Sr. Enrique son similares a las que estamos atravesando en mi país. Soy profesora de Inglés en la escuela secundaria y justamente ayer en sala de profesores discutimos sobre el sistema educativo que tenemos y con ello sus actores y la falta de criterio para implementar medidas, la cantidad de alumnos en cada aula, la falta de motivación y estudio por parte de éstos últimos y la violencia generalizada en TODAS las escuelas, tanto de gestión pública y como privada. Sumado al atraso en el pago de nuestros salarios y planes ridículos y baratos que tienden más a publicitar partidos políticos que a educar gente. Pero luego una profesora, directora de secundario también preguntó acertadamente: «y nosotros?, cuántos de nosotros como profesores nos cultivamos, nos preocupamos por formarnos en lo humano y lo espiritual más que en obtener puntos fácilmente mediante cursitos sin evaluación ni sentido práctico para competir en el juego odioso de atrapar horas y más dinero?» Casi nadie contestó. Vivimos, creo, en una sociedad idiotizada por el mercado, la competencia voraz, el tener como objetivo último el dinero, esperando que pase la hora rápido para salir de una escuela que sabemos es una farsa hecha a medida de los ministros que se llenan de dinero escribiendo libritos en su torre de marfil, pero que al aula hace rato que no entran. Por mi parte, sigo leyendo, visitando museos, viendo cine independiente, viajando y reflexionando, porque tal vez inocentemente creo que mi charla con los alumnos es más enriquecedora que si no hiciera todo eso, y porque puede que les den ganas de salir de la inercia mortal en la que los encierran: sus padres y las instituciones; y por mí, porque me eleva hacia lugares más libres, más bellos. Gracias por el blog, me hace bien leerlos!
Hola Fabiana. Bienvenida al blog. Imagino que debe estar sucediendo más o menos lo mismo en la mayoría de las escuelas de este planeta, cada vez más globalizado. Gran parte del problema es la escuela misma, lo interiorizada que la tenemos y lo difícil que nos resulta concebir que lo que hace se podría hacer de otra manera. En eso estamos.
Una reflexión magnífica, Enrique. Relatada en el tiempo, y poniendo el dedo en el punto donde salta la chispa y nos da el calambrazo: el innegable divorcio actual que se produce entre la institución educativa y la realidad. La escuela está a una cosa y el mundo a otra (me refiero a lo que se denomina Primer Mundo, evidentemente).
Coincido en lo que apuntan algunos comentarios sobre la necesidad de que el personal se conciencie: de esta situación o salimos todos juntos, o no salimos. Pero como componente de este engranaje de aburrimiento y custodia en que hemos convertido las enseñanzas públicas, considero que somos nosotros los docentes quienes tenemos que iniciar este incendio… Y de momento, no lo veo.
En cualquier caso, tenemos que seguir hacia delante, porque la única manera de cambiar el mundo es a través de las escuelas. Probablemente por eso a veces nos parece que nos ponen tantos palos en las ruedas…
Saludos, felicidades de nuevo por el artículo y mucho ánimo para todos los docentes del mundo.
L.