Aunque se han hecho grandes avances en neurociencia durante los últimos años, todavía no sabemos, desde el punto de vista de la ciencia, qué es el pensamiento y en qué consiste el acto o el hecho de pensar. Y distingo entre acto y hecho, porque tampoco está claro si pensar es algo voluntario o más bien es un efecto de ciertas fuerzas o procesos que lo determinan; o ambas cosas a la vez.

Es decir, no podemos asegurar con certeza si nuestros pensamientos son un producto exclusivo de nuestro organismo, fundamentalmente nuestro cerebro, o si también damos forma a  pensamientos que nos llegan desde fuera, de forma similar a como sintonizamos la radio o navegamos por Internet. Nuevamente es posible que lo uno y lo otro sucedan al mismo tiempo.

No se piensa exclusivamente con el cerebro, con el cerebro que tenemos en la cabeza, ya que, como mínimo, también hay un cerebro cardíaco y un cerebro intestinal; esto es, centros nerviosos que toman sus decisiones, por ejemplo, las hormonas que es preciso segregar. Ya sé que se puede argumentar que estas decisiones no son voluntarias, sino automáticas; pero también lo son las del sistema límbico o las del bulbo raquídeo y no por ello dejan de ser decisiones inteligentes  ni dejan de influir en los pensamientos conscientes que podamos elaborar. Es más, en muchos casos, es muy difícil establecer los límites entre los pensamientos automáticos y los que no lo son.

Nuestra anatomía, nuestra fisiología, nuestra bioquímica y nuestra genética, obviamente, influyen en eso que llamamos pensar; pero también nuestra historia, nuestra memoria y aquello que nos comunican los demás. Condiciona nuestro pensamiento todo lo que recibimos y aquello con lo que lo alimentamos.  Lo que comemos, cómo nos movemos, lo que leemos, vemos o escuchamos, lo que piensan aquellos que nos rodean y lo que nos transmiten al pensarlo… todo ello incide en nuestro pensamiento y en su calidad.

En su libro La mente. Manual de primeros auxilios, nuestro colaborador Miguel Ángel Mendo afirma que el 90% de nuestros pensamientos son basura. Nos habitan o nos parasitan múltiples voces que tratan de imponerse sobre las demás. Estamos invadidos por incontables preocupaciones intranscendentes, retazos de conversaciones, sentencias, opiniones contradictorias y, sobre todo, fijaciones obsesivas. Es decir, rutinas de pensamiento que, al repetirse, llegan a fijar ciertos recorridos neuronales, haciendo cada vez más difícil que se establezcan otros.

Sin una larga preparación y un enorme trabajo personal, el pensamiento no se puede controlar; a lo sumo se puede anular, adormeciéndolo o perdiendo la consciencia, como sucede en el sueño profundo. No obstante sí que podemos aprender a colocarnos; es decir, podemos estar atentos para evitar o buscar aquellas circunstancias y comportamientos que nos predisponen a pensar de una cierta manera.

Es más difícil pensar bien cuando hay un mal pensamiento de fondo, cuando todo lo que se piensa a nuestro alrededor es un marasmo de tópicos, simplificaciones y datos inconexos. Y todavía es más difícil tener buenos pensamientos cuando lo que sentimos o lo que sienten los que nos rodean es miedo, envidia, desprecio o furia. No se piensa bien en un ambiente hostil.

Esto, que parece tan evidente, se tiene muy poco en cuenta cuando pretendemos educar a los demás. La escuela, entre otras cosas, debería ser un entorno propicio para pensar; un lugar donde fuera fácil tener pensamientos que nos impulsen, nos abran otras perspectivas y nos ayuden a crecer, a ser más sabios.

Pero la escuela es un lugar donde ya está todo pensado y lo que se busca es que este pensamiento, verdadero y casi definitivo, sea el que adquieran, curso a curso, los que a ella van. Y forman parte de este pensamiento el juicio y la comparación constante de unos con otros, la competición y el juego de someter o ser sometidos, de colocarse en la posición que más nos beneficie en la escala social.

El pensamiento se nutre de todo lo que recibe y es responsabilidad de la escuela, aunque no única ni exclusivamente de ella, que se alimente bien. Pero siempre se ofrecen los mismos platos, elaborados con los mismos ingredientes y cocinados de la misma manera. Como sucede con nuestros muebles, nuestras casas o nuestras ropas, la comida de la escuela es industrial.

8 comentarios

8 Respuestas a “Alimentar el pensamiento”

  1. Alicia dice:

    ¿Y el pensamiento inconsciente?
    No sé si utilizo bien el término “inconsciente” o si se trata del pensamiento automático que se menciona en el artículo.
    Me refiero a ese pensamiento o pensamientos de los que no se tiene consciencia.
    Esos que sin duda se están sucediendo cuando uno está eso que se llama distraído, con la parte consciente de la mente aplicada (por ejemplo) a doblar una prenda, o simplemente haciendo “nada” en esa actitud ausente en la que, si alguien nos sorprende de improviso y nos pregunta “¿qué estás pensando?”, todo cuanto podemos responder con absoluta verdad (consciente) es “en nada”.
    Creo que ese “nada” es en realidad el meollo, la parte central o esencial del pensamiento que sin dejar un rastro reconocible forja, sin intención, gran parte de los pensamientos si consciente, o voluntarios, y nos modifica sin que lo sepamos.
    No he leído el libro de Mendo, y entiendo (al igual que él) o creo entender que efectivamente existe mucho pensamiento “basura” innecesario, elaborado a base de retazos superfluos cuando no estúpidos o nocivos.
    Este pensamiento “inconsciente” al que yo me refiero lo entiendo, a mi manera, claro, y haciendo una equiparación también a mi manera, como el ADN basura desestimado por tanto tiempo para llegar en la actualidad a considerar si esa basura desconocida no es mucho más rica, más valiosa, que la parte conocida.
    Sería esclarecedor, quizás, pienso, poder descubrir y analizar en qué pensamos cuando no sabemos qué estamos pensando y ni siquiera que estamos pensando.

  2. Yolanda Hdez dice:

    Muy interesante el tema planteado. Con independencia de la creencia que siga cada uno para dar respuesta a la cuestión sobre la procedencia de nuestros pensamientos, cada vez se da más importancia a la manera de gestionarlos junto con las emociones que llevan aparejados.
    En algunos países como los Estados Unidos o el Reino Unido se extiende en las escuelas el uso de una herramienta que si bien, no es adulada por toda la comunidad científica, al menos no es denostada. Se trata de la técnica de “mindfulness”, atención plena, o lo que es para algunos en occidente, meditación.
    A raíz del estudio y método desarrollado por el profesor emérito en medicina Jon Kabat Zinn de la Universidad de Massachusetts, relativo al “control” de los pensamientos para potenciar el rendimiento académico, reducir el estrés y mejorar la conducta, son muchas las aplicaciones que se están dando a la práctica de la atención plena en diferentes ámbitos, incluido el académico.
    Las Universidades de Exeter y de Cambridge publicaron un estudio conjunto sobre la efectividad de los proyectos de “mindfulness” en los colegios de niños y adolescentes. Ello ha propiciado que cada vez se forme a más profesores sobre la materia.
    En España empiezan a realizarse en algunos colegios, talleres sobre el tema, ya se verá qué efectos produce.
    Quizás para muchos no sea la manera más adecuada de abordar la “educación” de la mente, pero al menos, ofrece una toma de conciencia sobre la necesidad de tratar “el alimento de los pensamientos”.

  3. FELIX RAMOS dice:

    Articulo magnifico, tambien habia leido que cometemos 6 errores por hora, porque supongo ha habido confluencia de pensamientos hasta que la accion final no fue la acertada….

  4. Alicia dice:

    Como tengo una duda muy grande que no sé dónde colocar he buscado en el blog la etiqueta “ciencia”, que es donde creo que puede encajar.
    La célula se compone de moléculas, ¿no es verdad?
    La molécula se compone de átomos, ¿no es también verdad?
    Uno y otra son – puesto que el átomo es “la unidad constituyente más pequeña de la materia”, que así lo leo en internet – materia; y sin embargo la célula es “el elemento (Wikipedia otra vez) de menor tamaño que puede considerarse vivo”.
    Leo, también, esta vez en el libro de Steven Rose Tu cerebro mañana, que la vida que sí tiene la célula nace (o leo muy mal) a partir de factores ambientales generados por la energía que producen las moléculas.
    Luego, si la molécula en principio vida no tiene, y la célula se “¿insufla?” de esa vida por la intervención del ambiente, entiendo que sólo puede ser porque es el ambiente el que la aporta.
    Vamos, que la vida ya estaba antes de la molécula. Y fuera de ella.
    Lo que más me desconcierta de todo este enredo es que en el libro de Rose, en el segundo capítulo, él utiliza el argumento para explicar el origen de la vida.
    Me lo podrías, Enrique, explicar facilito.
    Te lo agradeceré.

    1. Enrique Sánchez Ludeña dice:

      Según la ortodoxia científica, la vida es una propiedad emergente de un sistema complejo, la célula.

      En la teoría de sistemas, el todo siempre es algo más que la suma de sus partes. Es decir, tiene las propiedades de sus componentes y, además, otras propiedades nuevas que son el resultado de las interacciones y relaciones entre estos componentes. Según esto, la vida aparece cuando están presentes ciertas moléculas (las de las proteínas, los ácidos nucléicos, etc) y se organizan de determinada manera. Una vez montada la maquinaria, esta comienza a funcionar por si sola. Por supuesto intercambiando materia y energía con el ambiente, tomando materiales y energía del exterior, transformándolos y cediendo al ambiente los productos de esta transformación.

      En algún momento de la historia de este planeta, la vida debió aparecer a partir de lo inerte, de lo que no estaba vivo, por una combinación afortunada de las moléculas adecuadas. Una combinación capaz de mantenerse en las condiciones adversas del planeta y, también, capaz de copiarse a sí misma.

      Hasta aquí lo aceptado por cualquier científico. No obstante, todavía no se ha conseguido obtener vida en el laboratorio a partir de las moléculas que integran lo vivo. Hasta ahora, la vida solo procede de la vida y es una discusión muy antigua si puede generarse, o no, a partir de lo inerte, de lo que no está vivo. Todavía se habla del hálito o soplo vital, de un factor o componente, como una chispa, que pone en marcha los mecanismos y procesos de la vida, que enciende la célula, por decirlo de alguna manera. Este factor, de existir, estaría obviamente en el ambiente.

      Brevemente, no puedo aportar mucho más. No sé si esto te sirve para aclarar tus ideas.

      1. Alicia dice:

        Me sirve, y te agradezco que me lo expliques. Mi problema es que no puedo dejar de dar vueltas a precisamente eso, «la chispa» o «el hálito», que tiene forzosamente que existir, y que es precisamente lo que la ciencia y los científicos (en mi corta experiencia de lecturas, al menos) evitan abordar y hacen en sus explicaciones una especie de quiebro por eludirlo, y las explicaciones les quedan bastante cojas y un poco raras.
        No hace falta que a la siguiente pregunta contestes, es sólo como que pienso en alto:
        ¿Por qué les cuesta tanto admitir que no se sabe cuando es lo más importante?
        Muchas veces he imaginado que se dan a alguien todos los ingrediente que componen una cucaracha y se le dice «hazla y que ande».
        Creo que siempre imagino «cucaracha» por el desparpajo con que le damos un pisotón sin pararnos a pensar – me voy a permitir ponerme cursi, porque por qué no – que es una maravilla de la creación.
        ¿O no?
        También es retórica.
        Gracias otra vez.

  5. Sabina dice:

    » La mente.Manual de primeros auxilios, nuestro colaborador Miguel Ángel Mendo afirma que el 90% de nuestros pensamientos son basura»

    ¿De qué manera empírica ha demostrado el autor semejante afirmación? Aunque no hay duda de que muchos superan ese porcentaje habitualmente, cuando hay una buena estructura y un bagaje amplio de conocimientos llegar a esa cifra es imposible para otros muchos, afortunadamente.
    También discrepo en lo que respecta a la afirmación de que no se piensa bien en un ambiente hostil, más bien en tales circunstancias se agudiza el ingenio y se piensa al menos cómo superar dicho ambiente.

    1. Alicia dice:

      ¿Pero a qué llamamos una buena estructura? ¿Cómo se puede tener seguridad de al denominarla “buena” o “mala” no estar utilizando un criterio subjetivo?
      Según mi interpretación – subjetiva, ciertamente – te estas refiriendo al pensamiento práctico, al que se centra en la resolución de problemas, a encontrar explicaciones y respuestas a preocupaciones o inquietudes.
      “Un bagaje amplio de conocimientos”, dices. Posiblemente haya en tu entorno personas con amplios conocimientos; pero, también posiblemente, si las sacas de su especialidad, de la o las materias que dominan, sus pensamientos no tengan tanta “calidad”.
      Quizás, los pensamientos “no basura” sean los libres, los que se forjan y vuelan ajenos a las preocupaciones y al empeño en que sean de utilidad inmediata, los que crean imágenes y sensaciones nuevas y muchas veces inesperadas que, en ocasiones, nos hacen ver el mundo y las cosas como no las habíamos visto antes de tenerlos.
      En tu último párrafo, donde dices que en ambiente hostil se piensa mejor y se agudiza el ingenio, se me ocurre bote pronto “pensamiento defensivo” que estoy segura de que no es la terminología ortodoxa de denominarlo, pero creo que se entiende.

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