Cambiar de opinión

Una de las cosas que más agradezco es que me hagan cambiar de opinión, que me ayuden a encontrar algo que modifique lo que pienso sobre el mundo, que cuestione las explicaciones, predicciones y prejuicios que tengo sobre él. Descubrir algo que me sorprenda. Los niños lo tienen muy fácil, pero los adultos no.

Se nos educa desde que nacemos y esta educación consiste en inculcarnos las creencias, normas, valores y comportamientos de la sociedad a la que pertenecemos; consiste en convertirnos en miembros útiles y dóciles de esa sociedad. Y con dócil quiero decir no suponer un peligro para lo establecido, para la supervivencia del grupo y sus instituciones.

Siendo educados de esta forma, nuestro pensamiento se va haciendo más rígido según pasan los años. Nuestro cerebro se construye mientras piensa, estableciendo conexiones entre sus neuronas, y será tanto más rico cuantas más y más diversas sean estas asociaciones; pero lo habitual es que siempre utilicemos las mismas, fijándolas e impidiendo con ello que se formen otras nuevas. Lo llamamos experiencia, pero casi siempre se trata de la reiteración de recuerdos de situaciones que queremos que se repitan o, por el contrario, que no vuelvan a ocurrir.

Una vez que se tiene formada una opinión sobre algo, caben dos posturas: encontrar más argumentos y evidencias que la refuercen o buscar hechos y contra argumentos que la cuestionen. Es decir, fijar las conexiones neuronales o intentar que sigan abiertas, que sigan siendo provisionales. Y la mejor forma de mantenerse en la provisionalidad es mediante el estudio.

La idea general que se tiene de estudiar, que es la que se transmite en la escuela, es la de sentarse frente a un libro con la intención de aprender y de aprehender lo que allí pone, para demostrarlo después y recibir algún tipo de premio por ello. Se estudia para conseguir un resultado, habitualmente mejorar nuestra situación social, obteniendo dinero, prestigio o ambas cosas a la vez; cualquier cosa que nos proporcione alguna ventaja sobre los demás.

Leer por placer o para saber, admirar un cuadro, tener una conversación inteligente, observar cómo crece la hierba o cualquier otra actividad no productiva no se considera estudiar. Es, como mucho, una afición o un divertimento; ya que, además de carecer de utilidad, es una ocupación placentera, que nos proporciona alegría o algo parecido a la felicidad. Lo mismo que les pasa a los niños hasta que se les educa en lo contrario.

Pero la auténtica finalidad del estudio es el conocimiento, ampliar lo que somos capaces de percibir y de comprender, disponer de nuevas formas de mirar los hechos, acceder a otras realidades hasta entonces desconocidas; es decir, expandir los límites de nuestra consciencia y multiplicar las interrogantes que se puede plantear. Saber menos a medida que estudiamos más.

Asimilar lo que ya se sabe sobre un tema, lo que ya está establecido y se ha convertido en doctrina, puede llegar a conseguirse con más o menos esfuerzo, memoria y constancia. Sin embargo, aunque en ocasiones sea necesario para el estudio no puede considerarse como tal.  No lo es si no nos permite cambiar de idea, si no lo transformamos y nos transforma.

Más que un proceso de acumulación, el estudio es una predisposición vital, una actitud de atención, de estar atentos a la vida. Supone el empleo de nuestros sentidos y de nuestra inteligencia para comprender, para intentar ir un poco más allá de las apariencias. Requiere contemplar sin prejuicios, sin estar condicionados por nuestros intereses, nuestras conveniencias o nuestra ideología, por esa construcción mental que llamamos nosotros mismos y aquello que creemos que sabemos. Solo así se puede llegar a descubrir y a descubrirnos.

3 comentarios

3 Respuestas a “Cambiar de opinión”

  1. O'farrill dice:

    Hay una cuestión más básica para el cambio de opinión: que estemos dispuestos a venderla. Como decía Groucho Marx: «Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros….» Al final, cuestión de dinero.
    Normalmente la opinión propia nace del entorno educativo (familiar y escolar) ya que no hay otras referencias. Sólo cuando las buscamos o encontramos, las podemos incorporar al propio criterio tras discernir su importancia. En esa búsqueda de la «verdad» (ver el artículo de Bárbara) y el conocimiento estamos a lo largo de nuestras vidas, tanto de forma consciente como inconsciente, tanto con rigor como con frivolidad (TV y algunos medios de comunicación, donde aplicaríamos el primer párrafo).
    Efectivamente, las sociedades van construyendo una opinión que -en teoría- está basada en la experiencia y conocimientos, pero también en la intuición instintiva. Se sabe lo que es bueno o malo para ella (Derecho natural) y se acepta en términos generales aunque según el criterio personal de cada uno. Así en determinadas culturas, creencias o tradiciones la opinión general se ha conformado a veces por cuestiones prácticas transformadas en dogmas. En unos casos se vivirá de acuerdo con ellos, pero en otros se habrá formado una opinión incluso contraria que debe esconderse ya que es una herejía.
    En el mundo actual asistimos a claros ejemplos de opiniones preformadas por intereses o propaganda, frente a otras que se han configurado libremente desde el estudio, el conocimiento, las inquietudes intelectuales y, sobre todo, el sentido común. Los primeros que siguen el dogma oficial sin cuestionarlo, bien por comodidad, falta de responsabilidad o ignorancia supina (muy interesante el comentario de la ministra de Igualdad sobre el machismo del cambio climático), son los que han renunciado de alguna forma a ser «humanos», para convertirse en «cosas» a las que se puede tratar, dirigir, orientar y explotar de cualquier forma. Los segundos son llamados «negacionistas» (en vez de «ilustrados» o «racionalistas») y formarán siempre esa minoría herética de opinión divergente a la de la masa que los marginará y rechazará. Eso desde principios de la Historia.
    Benedetti decía: «Al final hay que elegir….»
    Un saludo.

  2. pasmao dice:

    Excelente reflexión Enrique

    Yo a los «míos» muchas veces no los escucho porque escucharme a mismo me aburre. La ventaja de esta web es que no aburre, sean «mios» o no.

    Una de las cosas mas importantes de no tomarse muy en serio es que uno se puede reir de uno mismo, tomarse la vida con humor. Yo veo imposible que nadie del Gobierno actual se pueda tomar nada con humor. Y si hacen un chiste, será un chiste de esos que cómo no te rias ya te puedes ir preparando.

    Lo peor de los dogmáticos es ese metalenguaje que usan, que cuando lo emplean para hacer «chistes» en realidad sólo buscan a ver quien no lo ha entendido, para ubicar a los desafectos a la causa. Los «chistes» que hacían los nazis sobre los judíos me temo que tenían esa función; detectar a los no afectos de su entorno cercano para ver en quien podían confiar o no.

    Al final no es un tema de opinión, si no de si estás conmigo o contra mí. Esto es lo mas espeluznante de lo que está pasando.

    Un cordial saludo

  3. Loli dice:

    Hace poco fui testigo, involuntariamente, de una conversación en un vagón de metro.

    Una chica comentaba, emocionada, a otra cómo en un lugar le habían contado cómo se sentía y por qué.

    Le había contado lo que quería oir, pero para ella era como un “descubrimiento”.

    Es como si para emocionarnos con algún concepto “nuevo”, éste no tuviera que ser tal, sino simplemente algo que se embala y adorna con pedacitos de atributos, intuidos de otros momentos en los que realmente sí aprendíamos….y nos alegrábamos con ello.

    Como si necesitáramos presentárnoslo, a nosotros mismos, y al resto si se tercia, la forma, más bien sesgada y monolítica, de nuestro pensamiento, como un descubrimiento nuevo.

    Son tantos y tantos los artificios a los que hemos habituado la capacidad de relacionarnos con el entorno, y nuestros procesos para pensar, sin que nada, o muy poco, cambie de verdad, que hasta la felicidad que aún reposa en nuestros mejores recuerdos infantiles, aquella que nos hacía reír al sentir y aprender cosas nuevas, la utilizamos como “papel de celofán” para envolver los mismos conceptos con los que nos queremos sentir identificados….aquellos con los que acabamos adoctrinándonos a nosotros mismos.

    Hay un montón de problemas de cognición “al uso” que se suelen agrupan bajo la etiqueta de “demencias seniles”.

    Pero muchas veces me he preguntado, ante las sorpresas que me he ido llevando en el trato con los “mayores”, si no había algo más profundo, o sutil, que intentaba de hacer, por fin, su aparición.

    Se dan momentos trágicos, en cuanto a memoria…sobre todo la inmediata… recuerdos, capacidades de comprensión, de reconocimiento, de actividades básicas…., pero también se producen momentos…brillantes, hasta lúdicos…, como si esa persona estuviera “desaprendiendo” y empezase a reírse de la identidad a la que nos tenía acostumbrados.

    Se libera….y lo seguimos llamando a todo ello, sin entenderlo aún muy bien..”demencia senil”.

    Tuve una profesora, enfermera, especializada en “geriatría”.

    Nos pedía, por favor, no tratar a los ancianos como si fueran “niños grandes”…porque no lo eran, por mucho que nos empeñásemos, y atentábamos contra su dignidad.

    Lo primero que hacemos con ellos cuando los “institucionalizamos” es ponerles a hacer “palotes” y a colorear sin salirse del dibujo….

    También insistimos en que hagan una serie de movimientos con su cuerpo, brazos y piernas, para no perder movilidad…necesaria,… para ir… a ninguna parte.

    Sin una “chispa” nueva que les enseñemos sobre sí mismos, sus movimientos, la diferencia entre cada persona, las posturas….las incógnitas que existen.

    Lo que se hace con los niños para doblegar su “aprendizaje”.

    Pero…tengo la impresión que la persona que va llegando a cierta “frontera”, se va sorprendiendo a sí misma, como si la “libertad” se fuera abriendo paso, a pesar de todo.

    Pienso que, a lo mejor, a la muchacha del vagón de metro, le podrían quedar, afortunadamente, muchas decepciones por vivir….,que podría descubrir, en algún momento, la emoción de no tener que depender de nadie que le describa ni ponga etiquetas a lo que sentía, siente o…sentirá.

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