Desde que nacemos todos somos educados. A todos se nos induce para que pensemos o hagamos ciertas cosas. Querámoslo o no, la educación es inevitable. Por eso no deja de sorprender la pretensión de que también sea obligatoria. Salvo que la obligación no consista en educarse sino en hacerlo de una determinada manera.

Casi hay tantas definiciones de educación como pedagogos que se atreven a definirla; pero muchas de ellas coinciden en que se trata de una intervención consciente y sistemática sobre las personas con la intención de desarrollar sus potencialidades y orientar sus comportamientos. La educación, por tanto, tiene dos vertientes, una vertiente personal y una vertiente social. Mediante la primera se intenta que cada cual aprenda lo que más le convenga y esté en armonía con su singularidad, mientras que la segunda busca que lo aprendido sea aquello que le interesa a la sociedad.  Los distintos estilos o formas de educar se diferencian en la prioridad que se le otorga a una cosa o a la otra.

La escolarización, por ejemplo, es un estilo de educación que se centra en lo social. Es la forma oficial y reglada que tienen las comunidades actuales de transmitir y perpetuar los conocimientos, comportamientos, actitudes y valores que las sostienen. Aunque la escuela es un invento reciente en la historia de la humanidad, lo mismo que lo son la infancia y la adolescencia, tal y como las entendemos ahora.

Hasta hace relativamente pocos años, las escuelas no eran la forma mayoritaria de recibir educación. Aquellos que tenían el privilegio de adquirir saberes que no fueran los estrictamente necesarios para la supervivencia o el aprendizaje de un oficio, aprendían guiados por tutores o dentro de una comunidad monástica, no necesariamente religiosa. Las Universidades o sus equivalentes eran comunidades de estudiantes y maestros con una concepción y un funcionamiento similar a la de los restantes gremios medievales; el oficio que se aprendía y se protegía en ellas era el oficio de estudiar.

Todo esto cambió con dos revoluciones y dos ideologías, que llegaron a ser simultáneas y en cierto modo complementarias: la Ilustración, el mecanicismo, la Revolución Francesa  y la Revolución Industrial. Aquellos que detentaban el poder, fuera este político o económico, encontraron en la escuela la herramienta más eficaz para la formación de súbditos o ciudadanos a la medida. Es en este contexto donde comienza a gestarse la idea de la obligatoriedad de la educación, de cierto tipo de educación.

Una obligación, la de la escolarización masiva, que ahora se concibe como un derecho y una conquista social: el derecho a integrarse en el modelo educativo vigente teniendo las mismas oportunidades que los demás.

Pero los hechos muestran que las oportunidades no son las mismas o que, incluso siéndolo, el modelo no funciona para todos por igual. Porque la forma de ser educado a la que se tiene derecho en nuestro país produce un 23,5% de abandono escolar temprano, de manera que casi la cuarta parte de los jóvenes españoles de 18 a 24 años dejan los estudios en cuanto pueden hacerlo, con título de ESO o sin él. Muchos dirían que no quieren hacer el esfuerzo de seguir estudiando, pero también podría decirse que no quieren que se les eduque más. O al menos que se les eduque de esa manera.

Y tanto el rechazo como la falta de esfuerzo, que posiblemente sean inseparables, se vienen gestando desde muy antiguo, desde los primeros años de la experiencia escolar. Estamos hablando, además, de los casos extremos. Porque el problema queda más en evidencia si tenemos en cuenta a los repetidores, a ese 40% de alumnos que a los 15 años llevan un año o más de retraso respecto a los parámetros establecidos. Y todavía resulta más patente si consideramos el crecimiento continuo de los comportamientos disruptivos, cuando no se trata abiertamente de sabotajes o desafíos.

Parece claro que frente a la obligatoriedad de este tipo de educación, y posiblemente de cualquier otro, existe una resistencia, que solo puede vencerse cuando lo que ahora se concibe como obligatorio pase a considerarse como una responsabilidad. La que cada cual tiene de aprender y de facilitar el aprendizaje de los demás.

Entre tanto, si se sigue considerando que es necesario que toda persona aprenda un mínimo, que personal y socialmente se necesita, se debería ser más flexible tanto en el mínimo en sí como en la forma de alcanzarlo. Porque lo que no se ha conseguido en la escuela, tal vez se consiga fuera de ella, con menos personas y en otros espacios.

Si lo que buscamos es que toda persona se eduque, más que de mínimos deberíamos estar hablando de máximos, de todo el potencial, el suyo, que cada ser humano podría llegar a desarrollar. Ahí es donde reside la responsabilidad. Si el que se educa y el educador fueran conscientes de ello, de que ese potencial se está desarrollando, no sería necesaria la obligatoriedad.

Para que esta comunicación se produzca, es preciso que la relación entre el que quiere aprender y aquellos que lo propician sea una relación personal; que no esté excesivamente pautada por normativas externas sino que se base en compromisos. Estamos hablando, por tanto, de un sistema educativo tutorial.

Este es el reto: sustituir o modificar el sistema escolar por otro sistema más amplio,  en el que las aulas no estarían excluidas pero tampoco serían la pieza central, en el que los educadores serían menos responsables de una asignatura concreta y más de algunos alumnos en particular.  Un sistema en el que las comunidades estuvieran tan entretejidas con sus escuelas que resultara difícil de señalar donde terminaban unas y donde empezaban las otras.

 

 

 

5 comentarios

5 Respuestas a “EDUCACIÓN OBLIGATORIA”

  1. José María Bravo dice:

    Magnifico articulo. He visto experimentos de este tipo con gran exito para el estudiante, que es lo importante. Para mi eso es lo que se espera del educador, tambien aprender. Allanar destinos nuevos.

  2. Loli dice:

    Por circunstancias, tuve la oportunidad, durante un tiempo, de estar en un Colegio Público de Integración.

    Allí se llevaba a cabo un ambicioso proyecto educativo.

    Integrar a niños con necesidades especiales, y que recibieran la misma educación y siempre que fuera posible en las mismas aulas, con niños «normales» y que siguieran los mismos programas, aunque para ello los niños con necesidades tuviesen que recibir refuerzos y apoyos.

    Para ello había un equipo multidisciplinar completo, que abarcaba desde fisioterapeuta, psicólogo, auxiliares, educadores, enfermería…

    De entre las muchas experiencias y vivencias que allí tuve, me es muy difícil destacar ninguna, pues todas fueron …..especiales y enriquecedoras. Pero sí quisiera hacer hincapié en dos de ellas.

    Entre los niños más pequeños, se desarrollaba una capacidad sorprendente, de manera que aquellos que era «normales» (vaya palabreja, pero no encuentro otra), enseguida eran capaces de «conectar», con los que presentaban alguna carencia, y sabían interpretarles, incluso los profesores se dirigían a ellos para que les indicaran lo que querían decir, o lo que les pasaba a los niños que no se podían expresar por su patología o circunstancias psicomotoras.

    Estos niños «normales», según iban pasando de clase y creciendo, además de hacerlo de manera también «normal», habían desarrollado un sentido de «solidaridad» y estaban sensorialmente más «abiertos», que lo observado en niños de la misma edad de otros centros que no contemplaban la integración de niños con «necesidades especiales».

    En el País de ayer leo que se ha puesto en marcha una iniciativa del «Plan de Educación Financiera» que al parecer han puesto en marcha la Comisión Nacional del Mercado de Valores y el Banco de España», y cuyo objetivo es «posibilitar a los niños conocimientos que les permitan tomar decisiones sensatas para defenderse en un mundo de finanzas».

    Para ello un Instituto de Sevilla puso como trabajo, al parecer, a sus alumnos, averiguar dónde saldría más rentable abrir un plan de pensiones ¡a niños de 3º de ESO!

    Buscar rentabilidades, asegurarse el futuro ya desde niños, especulación, finanzas, es , me parece a mí, lo más antisolidario y antiaventurero que podemos fomentar en nuestros niños.

    Eso nada tiene que ver con desarrollar potencialidades como la generosidad, pasión por el conocimiento, sensorialidad, para abrirse al mundo de dentro y de fuera. Más bien con implantar miedos, a vivir y al futuro.

  3. Adam Smith dice:

    Enrique, he buscado en su post las palabras madre, padre y familia y me he dado cuenta que usted no las menciona ni siquiera una vez. Resulta sorprendente que se pretenda hablar de educación sin hacer referencia a la familia y agregaría al grupo social cercano donde se forman los niños. Precisamente porque acepto su definición de educación, me resulta imposible no hacer referencia a la familia y al grupo social cercano. En su afán de pasar rápido a lo que podía entenderse por obligatorio, usted ignora dos grupos sociales que condicionan fuerte la educación hasta el fin de la adolescencia. Más aún, quizás un elemento principal para una buena explicación de la educación hoy día es la poca complementariedad y la mucha intención de sustitución entre esos dos grupos sociales por un lado y la escuela (desde el jardín de infantes hasta la universidad) como mecanismo formal del Estado para imponer un determinado modelo de educación por el otro. Los fuertes cambios en la familia, el grupo social cercano y la escuela han condicionado los cambios que creemos observar en la gente joven (entre 20 y 30 años) pero francamente poco conocemos sobre esos cambios y en particular sobre las relaciones entre ellos como para sacar conclusiones sobre lo que ha estado pasando.

    1. Enrique Sánchez Ludeña dice:

      Estimado Adam Smith, estoy de acuerdo en lo que dice. No he mencionado a la familia porque el artículo se centraba en la imposición de la escolarización. Pero debería haberlo hecho, debería haber reflexionado sobre como el Estado se atribuye algunas responsabilidades educativas que le corresponden a la familia y como la familia, muchas familias, se desentienden de ellas y permiten que se las arrebate el Estado.

      Sobre este tema, sobre quienes son los responsables de educar, rescato un fragmento de un libro (49 respuestas a la aventura del pensamiento, de Eduardo Pérez de Carrera) que creo que centra bastante la cuestión:

      8.1 La necesidad de transmitir los conocimientos acumulados por la Humanidad en los sucesivos pasos generacionales condujo a que fuera tomando forma un concepto que hoy se llama educación. Este concepto nació pegado a la infancia y a la adolescencia, y ha recorrido un inmenso camino por toda la Historia conocida hasta nuestros días. Que la educación esté relacionada con las formas culturales de cada pueblo sólo es consecuencia de que cada ámbito crea sus necesidades; los masais enseñan la caza del león, el salto, la búsqueda del agua, y sobre todo el concepto esencial para la supervivencia: que toda la tribu es una familia; por eso en plena infancia el niño es despegado de los padres apenas transcurridos los siete primeros años, y desde el primer rito iniciático, la responsabilidad de cuidar y atender al futuro guerrero se convierte en colectiva.

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