Por distintas razones, hay un colectivo pequeño, pero no insignificante, de padres que optan por excluir a sus hijos del sistema escolar oficial. Algunos porque la escuela les ha tratado mal y no han conseguido adaptarse a ella, otros porque no encuentran una escuela reglada que se ajuste a sus criterios o convicciones, sean estas pedagógicas, religiosas o de cualquier otro tipo; otros porque llevan una vida aislada o itinerante y otros porque están en contra de la escuela misma, como institución.

Esta exclusión voluntaria no debería suponer un problema, siempre que se garantice que los menores van a recibir una educación. Hay distintas formas de educar y la escolarización es una de ellas, pero no la única. Se trata de una elección legítima y son los padres los que tienen la responsabilidad y el derecho preferente de tomarla, tal y como se refleja en el punto 3 del artículo 26 de la Declaración de Derechos Humanos.

Con todo, como lo que prima es el interés del menor, parece razonable que la sociedad establezca los controles y mecanismos necesarios para asegurarse de que el menor efectivamente se educa, de que recibe, al menos, la instrucción que se considera básica o elemental en la sociedad a la que pertenece. También es comprensible que la sociedad tenga ciertas reservas sobre el tipo de educación que van a recibir aquellos que no están integrados en el sistema, sobre el posible adoctrinamiento que puedan recibir o sobre la constancia y preparación de sus educadores.

Es decir, parece lógico que el derecho de los padres a educar a sus hijos como les parezca tenga algún tipo de limitación. En este contexto es donde se sitúa el tratamiento legal del homeschooling, el unschooling, las llamadas escuelas libres y otras formas de educar al margen del sistema; que varía enormemente de unos países a otros, desde ser opciones reconocidas y reguladas en las leyes de educación hasta considerarse prácticas delictivas.

En nuestro país, la actual ley de educación especifica que la escolarización es obligatoria desde los 6 hasta los 16 años y una sentencia del Tribunal Constitucional afirma que esta obligación de escolarizarse no es inconstitucional, como tampoco lo sería que no fuera obligatorio, siempre y cuando se respeten el derecho a la educación y la libertad de enseñanza en los términos que se especifican en el artículo 27 de la Constitución. En consecuencia, en este momento, los que no escolarizan a sus hijos están incumpliendo la ley y pueden ser sancionados por ello.

Aunque no hay ninguna disposición legal que lo prohíba expresamente, el homeschooling es ilegal en España. Otro asunto es que se tolere. No existe una persecución sistemática desde la Administración de las familias que optan por este tipo de enseñanza; pero sí hay diferencias entre unas autonomías y otras, así como a nivel provincial o municipal. Hay más o menos tolerancia en las distintas administraciones y esta permisividad puede cambiar con los avatares políticos. Por eso hay familias que no tienen ningún problema y otras que han llegado hasta los tribunales. No se abren expedientes a todas las familias y no todos los expedientes abiertos llegan a la fiscalía o pasan al juzgado. Hasta el momento, la mayoría de las familias investigadas han conseguido que sus casos sean archivados; y las que no han conseguido una sentencia favorable han sido obligadas a escolarizar, pero no se les ha impuesto multas ni se les ha retirado la custodia de los hijos, como sí ha ocurrido en otros países, como Suecia o Alemania. En cualquier caso, los practicantes del homeschooling, que se estima que son entre 2000 y 4000 familias, viven en una situación de inseguridad jurídica.

Incluso en aquellos países en los que es legal y está regulado, los Estados no facilitan ni se sienten cómodos con que sus menores no se escolaricen. Y la principal reserva tiene más que ver con la socialización que con lo académico. No asistir a la escuela puede dificultar la integración social y crear o perpetuar minorías marginales o marginadas. En el caso de EE.UU. se ha llegado a decir que, cuando los padres eligen no llevar a sus hijos a la escuela, estos casi siempre reciben una educación sectaria. No es el caso de nuestro país, pero efectivamente ese riesgo existe; aunque también hay sectas y se puede recibir una educación fundamentalista en aquellos países donde no hay otra opción que la escolarización.

Las principales críticas al homeschooling se centran en las capacidades de los padres para enseñar y en la falta de interacción con otros niños. A estas objeciones se puede responder que los homeschoolers son conscientes de sus carencias e intentan solucionarlas, mediante profesores particulares, educación a distancia o con la ayuda de otros homeschoolers. En lo que se refiere a la falta de interacción, los padres se ocupan de que esto no suceda, visitando museos, apuntándose en academias de música o escuelas deportivas, reuniéndose con otras familias o participando en actividades de voluntariado. Es más puede que los niños que se educan en casa se socialicen incluso más que los niños escolarizados, puesto que tienen más tiempo para hacerlo y porque conocen gente de todas las edades.

Una gran mayoría de homeschoolers no está en contra del sistema, ni de la escuela, sino de sus métodos. Abandonaron la escuela porque no les iba bien en ella, pero no perdieron de vista el currículo oficial, obtuvieron las titulaciones por otras vías y se integraron en la educación superior cuando lo consideraron necesario.

Entre los que educan a sus hijos fuera del sistema escolar oficial hay pequeñas o grandes diferencias. Los hay que educan en casa pero con una orientación académica y los hay que se centran en los intereses del niño, con poca o ninguna planificación. Algunos están en contra de todo tipo de escuela, por muy libre que esta sea, mientras que a otros les gustaría encontrar alguna escuela homologada que se ajustara a sus expectativas. Hay antisistema radicales y los hay reformistas. Unos anteponen las motivaciones del niño sobre el currículo y otros todo lo contrario. Algunos no quieren cerrar las puertas de la universidad y deciden no apartarse del currículo oficial mientras que otros ni lo conocen ni lo tienen en cuenta.

En la mayoría de los casos se sabe lo que no se quiere, pero no sucede así con lo que se quiere. Se pueden enumerar aquellos aspectos de la escuela que provocan rechazo pero no se sabe exponer, más allá de algunos tópicos, cómo debería ser esta educación alternativa.

La escuela deja una huella profunda en todos los que pasan por ella. Se olvida el currículo explícito pero no se borra el currículo profundo: la forma de estudiar y de aprender, la dependencia y la falta de autonomía, la concepción que tenemos del éxito y del fracaso, la aceptación de la autoridad y el poco desarrollo del pensamiento crítico… Si realmente queremos desescolarizar y hacer algo distinto, lo primero que tendríamos que hacer es desescolarizarnos a nosotros mismos.

2 comentarios

2 Respuestas a “Educarse fuera del sistema”

  1. Luis dice:

    Hace tiempo leía como Albert Camus, cuando le comunicaron la concesión del Nobel decía que sus pensamientos de gratitud se centraron, en su madre y en su maestro de la escuela, al cual le comunicó por carta este agradecimiento. El maestro, a su vez, le contestó resumiendo la intencionalidad que le había guiado y su prioridad en lo que fue el desarrollo de su tarea: “Creo haber respetado, durante toda mi carrera, lo más sagrado que hay en el niño, el derecho a buscar su verdad”. Y añadía, en esa carta, que “un maestro debía hacer todo lo posible por no pesar sobre las jóvenes inteligencias de sus alumnos”.

    Prima el interés del menor. Debe garantizarse que los menores reciban una educación. Con estas premisas parece comprensible llegar a la conveniencia de la escolarización obligatoria, que se establezcan controles para asegurarse la educación del menor y las reservas sobre cualquier tipo de educación al margen del sistema. Se justifican así, ciertas limitaciones en el derecho de los padres en la educación de los hijos. ¡Cuidado con la capacidad y la intención de quien educa y el posible adoctrinamiento que pueda sufrir el menor!.

    El artículo nos dice como al Estado le gusta poco que el menor no se escolarice fuera del sistema; más por la posibilidad de su no sociabilización que por lo meramente académico. Y… riesgos existen, aunque también existen fórmulas para controlarlos o minimizarlos.

    Educar y hacerlo convenientemente es algo que no resulta nada fácil decir como hay que hacerlo. Resulta, por tanto, comprensible que la gente no sepa decir lo que quiere. Pero… el Estado, sí que lo sabe. Se deben producir ciudadanos, al coste que sea, capaces de dar continuidad al modo de vida y preceptos que tenemos. Todo ello a pesar de las altas cotas a que han llegado los fracasos, ineficiencias e ineficacias de la operativa del sistema educativo actual. También las aportaciones de la ciencia están aclarando los “porques” que conducen a cuestionar dicho sistema. No se trata de tirar todo al río, pero sí, dada la trascendencia, de buscar opciones de mejora permanente, cubriendo riesgos y pensando fundamentalmente en los menores. Dejar atrás las sucesivas legislaciones educativas a que se nos viene acostumbrando para, dar la ilusión de un movimiento que, no es, sino como el de una hamaca que nos balancea pero que siempre nos deja en el mismo punto.

    Educar, según el diccionario de la RAE es dirigir, encaminar, doctrinar. “La escuela deja una huella profunda” es como inicia el último párrafo del artículo. Es ese “pesar” profundo al que se refería el maestro de Camus. La escuela nos deja esos surcos, a veces muy profundos, que nos marcan y condicionan la vida, llevándonos, de hecho, a la incapacidad para salir de las repeticiones de todo aquello que otros nos indican.

    Creo, también, que buena parte de los maestros actuales tienen bastante de responsabilidad al admitir esta forma de educación que mantenemos. Creo adivinar, en la finalización del artículo, que su autor también compartiría la idea de buscar otros lugares distintos a las cabecitas de los escolares para realizar esos “surcos” que tanto van a condicionar su futuro.

  2. O,farrill dice:

    Hasta ahora no había leído el artículo de Enrique. Lo siento. Me parece de gran interés no sólo desde el punto de vista educativo, sino de lo que hay de trasfondo en la libertad de las personas para diseñar su propio camino. Me explico. He seguido toda la educación escolar de mi hija y he podido comprobar en directo -al igual que otros muchos padres- las muchas lagunas de la misma. No sólo por los contenidos (de los que habría mucho que hablar) y su manipulación interesada, sino por la desaparición progresiva del «maestro» (universal) para ser sustituida por el «profesor» (sectorial). Pérdida del amor a la sabiduría y auge de la expertización en cuestiones cada vez más banales.
    Desde Primaria he procurado hacer una educación paralela y cubrir por las tardes con mi hija todos esos huecos que el sistema actual de educación deja. Recuperar las materias que forman la estructura básica del conocimiento humano, sin las cuales el otro conocimiento «moderno» no tiene ningún sentido.
    El Estado (no la sociedad que pinta poco) dependiendo de su ideología va a formar de la manera que interese, como estamos viendo en las CC.AA. Los editores van a adecuar sus textos a lo que se les pida y los profesores van a seleccionar los que les parezca. ¿Donde queda la opinión de los padres o de los jóvenes? Una cosa es que se pretenda dar «oportunidad» para que todos puedan escolarizarse (lo podríamos llamar «tutela escolar efectiva») y otra que nos impongan lo que estudiar, lo que conocer (hay censura encubierta sobre muchas cosas) y lo que ignorar. Es como la «tutela judicial efectiva»: hacer que aparezca el nombre de un letrado en las causas; lo de menos es cómo haga su trabajo después. Lamentablemente estamos más en las apariencias que en las realidades. Un saludo.

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