Popularmente, se entiende por “Marías” aquellas asignaturas cuya superación no ofrece ninguna dificultad, es decir, aquellas que son fáciles de aprobar; léase Educación Física, Educación Plástica o Música. Son adornos del currículo, para sugerir que se persigue una educación integral, pero pocos padres se preocupan si sus hijos tienen en ellas algún problema, ya que carecen de proyección de futuro: no cuentan para la Selectividad, en la mayoría de los trabajos te piden que sepas inglés y en muy pocos que dibujes bien, a nadie le importa cómo corres o respiras pero sí lo rápido o lo bien que calculas, etcétera.
Esto establece una distinción implícita entre asignaturas de primera y asignaturas de segunda o tercera categoría que, de alguna manera, también alcanza a sus profesores. Con lo que puede darse el caso de que algunos no se sientan lo suficientemente valorados, lo que les mueve a imitar o imponer determinados comportamientos que demuestren que sus materias requieren el mismo rigor y el mismo esfuerzo que las otras. Es decir, introducen exámenes y clases teóricas innecesarias, abruman a sus alumnos con deberes, son excesivamente estrictos en su corrección y otras prácticas sobradamente conocidas.
Sin embargo, lejos de sentirse víctimas, todos ellos deberían sentirse agradecidos, porque son unos privilegiados, ya que tienen muchas más opciones de desarrollar una verdadera pedagogía, no condicionada por el utilitarismo y las expectativas de éxito. Tienen la posibilidad de llevar a cabo lo que podríamos llamar una pedagogía aventurera, asentada en el gozo de encaminar el aprendizaje allá donde nos lleve.
Cualquier juego reglado es un escaparate, un muestrario de actitudes y de gestos que delatan al que lo practica. Con poco que se fijen, los profesores podrían detectar aspectos de sus alumnos que posiblemente desconocen y que, sin embargo, son los que están determinando cómo se comportan cuando no están jugando. Lo mismo podría decirse de lo que se plasma en un dibujo o se fabrica con las manos. Son situaciones en las que la cabeza necesita coordinarse, cooperar, con el resto del cuerpo; descubriendo que no siempre tiene la supremacía, que no lo decide todo.
Cuando los alumnos utilizan el cuerpo y los sentidos y no solo la cabeza, cuando se mueven, cuando juegan, cuando cantan o interactúan con la materia, despertando una forma o un rasgo donde no lo había, están mucho más vivos y manifiestan mucho más de lo que contienen que en otras situaciones en las que son poco más que espectadores forzados. Para algunos alumnos es la única válvula de escape, el único momento en el que no se les está recordando constantemente que no valen, que no dan la talla. Es uno de los pocos arraigos que les quedan con la escuela y debería aprovecharse, no solo para retener sino también para impulsar, para acercarlos de otra manera a aquello que rechazan.
Tanto la Educación Física como la Artística son materias fundamentales, pero los legisladores tienden a prescindir de ellas; basta con analizar el tiempo lectivo que se les otorga en los currículos. Con ello están desestimando, en lugar de potenciar, gran parte de las herramientas necesarias para “construir su personalidad, desarrollar al máximo sus capacidades, conformar su propia identidad personal y configurar su comprensión de la realidad, integrando la dimensión cognoscitiva, la afectiva y la axiológica” (Cita textual tomada del primer párrafo del Preámbulo de la actual Ley Orgánica de Educación).
No parece coherente el principio de esta ley con la forma en que después se desarrolla. ¿Cómo se pueden integrar los conocimientos, los afectos y los valores (en esto consiste la axiología) si, en la práctica, solo se otorga importancia a los primeros? Es más, ¿qué tipo de afectos y de valores se están fomentando con ello? ¿Cómo puede haber afecto si continuamente hay comparación? ¿Cómo se le puede dar valor a algo que después no va a tener un precio?
Parece evidente que es más fácil sentir afecto por un compañero que por un competidor, pero hay pocas ocasiones en las que pueda surgir el compañerismo y muchas en las que se hace público que unos lo han hecho mejor que otros. Y esto influye en nuestra escala de valores, porque lo que se valora socialmente condiciona enormemente lo que cada uno considera como valioso.
Y si no se valora el arte ni se fomenta el movimiento, salvo como forma de evasión y objeto de consumo, la personalidad que se construya, las capacidades que se desarrollen, la identidad personal que se conforme y la comprensión de la realidad que se obtengan serán, como poco, impostadas e incompletas.
Y esta es la responsabilidad asociada al privilegio de ser profesor de Marías, y de todos aquellos docentes que tienen un pequeño o gran margen de maniobra: aprovechar los resquicios y la ausencia de presión para hacer algo distinto.
«¿Cómo puede haber afecto si continuamente hay comparación?»
Creo que en esta frase que extraigo del artículo esta resumida la principal aberración del sistema educativo. Éste es neuroticista porque está basado genérica y casi exclusivamente en la admiración al modelo. En otra parte he escrito:
“1. Si el resultado de una comparación valorativa [con el modelo a admirar] es negativo y doloroso nos encontramos ante un bloqueo en nuestro desarrollo. Fundamentalmente porque dejamos de confiar en nuestras propias potencialidades, nos desentendemos de ellas, las catalogamos como fracasos, y damos un salto en el vacío hacia el deseo de ser de otra manera, como percibimos en el admirado. El “yo ideal” se convierte así en una fuente de derrotas personales, en una utopía inalcanzable. Y nos sentimos impotentes, humillados. Para contener o ‘disfrazar’ dicha humillación necesitaremos fabricarnos un sistema más o menos coherente de actitudes y respuestas alternativas compensadoras, pero, en todo caso, ficticias, que nada tienen que ver con nuestras potencialidades reales. Como dice Karen Horney: <> Porque es muy difícil que en la admiración no exista comparación, y por lo tanto envidia. (…) La “simplificación” siempre está presente en toda comparación personal. Para poner en la balanza dos personalidades, cada una con su inmensa complejidad, necesitamos aislar de modo artificial al menos un rasgo del otro, buscar otro “idéntico” en nosotros mismos, y medirlos. [Esto es el ABC de lo que promueve la escuela con las calificaciones.] Una operación antinatural y, cuando menos, arriesgada. Un método tosco y artificioso, en cuanto que prescinde de la concepción holística del ser humano para forzar de modo racional falsas dualidades, puntuales y supuestamente autónomas lo que, necesariamente, niega la interdependencia esencial de todos los elementos del conjunto y desprecia los efectos de su interacción. (…) 2. Si en la comparación no se produce envidia (aparente), podríamos estar en el otro polo, el de la vanidad, la prepotencia. (…)»
La cita de Karen Horney que ha volado del comentario anterior es:
“[…] el proceso neurótico […] es un problema del yo. Es un proceso de abandonar el verdadero yo por uno idealizado; de tratar de realizar ese yo falso en lugar del potencial humano que nos es dado.”
La presión, termino que usa el autor para que el educador deje de usarlo. El poder actuar sin presión sería lo valido de nuestro sistema educativo y más allá, el de nuestra vida laboral y social. Vivimos bajo presión. El otro día, caminando por las calles, me fijaba en los ejecutivos, en los personajes que nos gobiernan. Tensos, hinchados, «feos», bajo presión. Teléfono en ristre, escasos de tiempo, ocupando espacios, desalojando a otros transeuntes. La notoriedad social es esa. Tomar decisiones acertadas, lógicas. A eso nos educan. Nos educan a perpetuar un sistema rígido, competitivo, excluyente. Un sistema sin afecto. Y, nosotros, los otros nos acobardamos. No damos nuestra opinión, si lo hacemos podemos parecer raros, molestos, hasta enfermos mentales.
Así están nuestros chicos y decimos que es asunto de la edad. Por qué no del sistema?. Por qué no de este sistema educativo?. No, esos pobres chicos no son culpables. La presión señala a los culpables y a eso estamos acostumbrados. Nos estamos acostumbrando a que la moralidad, a que la normalidad sea imitar el desafecto, la competitividad. Casi no me atrevo a decirlo, me da pena, a la autodestrucción.
Hay personas como yo que nos preguntamos, por qué no podemos hacer las cosas de otra manera. ¿Qué nos falta o nos sobra?
Yo fui profesor de secundaria de mates durante más de 10 cursos, y en el 92, con la LOGSE, me trasladé a mi actual centro para impartir Tecnología, precisamente buscando la «mariidad» y huyendo de la rigidez de las matemáticas que caracterizaban mi centro.
Al principio, todo estaba por hacer y era un poco caótico, pero teníamos muchas ganas de probar cosas diferentes, que la tecnología permite, casi todas las clases en el taller… Pero las condiciones que se prometieron de desdobles en taller nunca llegaban, se hicieron obligatorios los exámenes de septiembre y con ellos la coordinación con otros profesores para «dar los mismos contenidos».
La impartición de la ofimática, y por último, en mi centro que tenemos concedido el proyecto de Innovación Tecnológica, debo coordinar los contenidos de 1º, a parte de con mis compañeros del centro, con los 14 coordinadores de Tecnología de otros 14 centros, «para poder hacer pruebas digitales comunes».
Con tantas coordinaciones y restricciones, resulta que el sueño de poder abrir la Tecnología de modo que los alumnos, a través de la curiosidad, el diseño, la manipulación, proyectos en equipo, tuvieran la posibilidad de descubrir algunas de sus diferentes capacidades acaba desvaneciéndose.
A menudo las coordinación con las programaciones o/y el miedo a hacer las cosas de otro modo, acaba cediendo paso al continuismo de lo «malo conocido». O eso, o ir destapando tu lado ácrata y hacer la guerra por tu cuenta, si no encuentras a nadie que te acompañe en tu búsqueda de «lo mejor está por llegar».
Un saludo.
Bravo; está clavado. Este artículo debería circular por las escuelas
Buenas,
No soy formador, ni profesional de la educación, así que mi aportación, desde luego, no pasa en ningún caso de la opinión personal.
La cuestión es que leyendo tu fenomenal artículo, me he acordado de un programa de redes al respecto .
También se me ha venido a la cabeza un documental actual, llamado «La educación Prohibida».
Creo que la existencia de las «marías» viene dada más bien por la concepción de la educación que por la teoría enarbolada en un momento dado. No se ha creado un sistema educativo, sino una educación dirigida a alimentar el sistema productivo (y aquí es cuando debería de sonar «The Wall» de Pink Floid). No quieren crear ciudadanos. Quieren crear engranajes para la maquinaria industrial. Y para eso hacen falta matemáticas, ordenadores o, incluso, abogados. Pero son prescindibles los músicos, dibujantes o cualquier representación artística.
Repito que es solo mi humilde opinión y, por supuesto, podría estar equivocado.
Un saludo.