Nuestro dinero no es más que unos datos, una cadena de ceros y unos, introducidos en una red informática. Unos datos que puede modificar cualquiera que tenga acceso a ellos y los privilegios necesarios para alterarlos. Para proteger estos datos, para garantizar que realmente llega a ellos el que puede hacerlo y no otro, se recurre a distintos sistemas de seguridad, como las claves y contraseñas. Pero lo mismo que se diseñan protecciones y barreras también se crean múltiples maneras de saltarlas.
En otros tiempos, cuando uno transitaba por ciertos caminos estaba expuesto a los bandoleros. Algo similar ocurre cuando transitamos por internet. La red mundial está llena de personas que acechan con la intención de asaltarnos.
Desde el momento en que uno entra en internet ya está expuesto a ser víctima de estos delitos, además de abrir la puerta de su intimidad. Nuestros movimientos bancarios, nuestros desplazamientos, nuestros gustos, nuestras compras, nuestros amigos, toda la información que publicamos en redes sociales, correos o tiendas on line, incluso la que solo tenemos almacenada en nuestro ordenador, puede llegar a ser vulnerada por otros, no solo los por los delincuentes, sino también por las compañías de seguros, las empresas telefónicas, los gigantes informáticos, el Estado; en definitiva por todos aquellos que tienen o buscan algún tipo de poder.
El eslabón más débil de un sistema de seguridad informático suelen ser los usuarios y no el que el software de protección haya sido mejor o peor concebido. Son las personas las que voluntaria o inconscientemente proporcionan los datos o realizan las acciones que de otra manera no se podrían obtener. Algunos de estos intentos de engaño o estafa son elementales y fácilmente detectables, y sin embargo funcionan. Esto pone en evidencia la gran falta de educación que tenemos en el uso de estas tecnologías.
Se conoce como ingeniería social a un conjunto de técnicas empleadas para ganarse la confianza de las personas y conseguir que hagan algo bajo su manipulación y engaño. En nuestro caso, para que faciliten sus claves privadas, compren en sitios web fraudulentos, ejecuten un programa malicioso o hagan una transferencia bancaria, por ejemplo. A veces es suficiente con reunir un mínimo de información (nuestro nombre, nuestro teléfono, el nombre de nuestro jefe, nuestro gerente bancario o nuestra hija…) para ganarse la confianza del que recibe un mensaje o una llamada telefónica. Y estos datos, muchas veces, son muy fáciles de encontrar.
Aparentemente muchos de los servicios que ofrece internet son gratuitos, pero no es cierto, estos servicios se pagan con nuestros datos. Y somos muy generosos y muy confiados a la hora de proporcionarlos, los nuestros y los de los demás.
A veces se abren puertas que cambian el rumbo de la humanidad. El fuego, la metalurgia, la imprenta, la energía nuclear, la genética o la informática. Y es nuestra responsabilidad usar bien este fuego que le roban a los dioses. Hay quien piensa que la tecnología anticipa capacidades que la humanidad ya tiene, pero que todavía no ha sabido desarrollar. Se podría especular que este anticipo es una especie de entrenamiento antes de que este potencial esté a nuestra disposición.
Imaginemos un mundo en el que fuera imposible la intimidad, en el que todos y cada uno de nuestros actos o nuestros pensamientos fueran imposibles de ocultar. Tal vez por eso estemos ahora disfrutando y padeciendo, enredados en esta Red.
El título del artículo ya establece claramente nuestra situación: «enredados». Enredados además en algo que nos supera y que con un cierto infantilismo consideramos «juegos» o simple cotilleo, pero que esconde otras intenciones más en línea con esa ingeniería social de la que además presumimos.
No tengo Whatsapp, no estoy en ninguna de las muchas redes extendidas para la pesca de pececillos inocentes que creen y adoran a las máquinas,.
Únicamente foros como este nos brindan la oportunidad de contrastar y debatir superficialmente temas de actualidad.
Hace ya años, sorprendí a una amiga de ese ejército de creyentes, informándole de cómo había saltado a mi ordenador una conversación que había tenido por una de las numerosas redes (menos mal que eran cosas tan » importantes» como decir lo que estaba cocinando en aquel momento). El caso es que su intimidad doméstica quedó al descubierto en millones y millones de pantallas del mundo.
Aquí la cuestión reside en ese afán de exhibicionismo que nos invade, pretendiendo ser «reinas por un día» protagonizando algo tan trivial como esa conversación porque, lo que está claro, es que no caeríamos «enredados» si no cediésemos a la tentación de publicitar quienes somos, lo que pensamos o lo que hacemos a través de trampas tecnológicas.
Ocurre lo mismo que con la llamada «prensa del corazón» de la que vive mucha gente gracias a esos deseos de promoción e importancia personal a base de exhibir sus intimidades (tanto físicas como psíquicas). Los hay verdaderos adictos y otros que con buen criterio no caen en la trampa del micrófono en la boca o de las fotografías inadecuadas.
Somos nosotros los que nos encerramos voluntariamente con nuestros datos, con nuestras intimidades, con nuestras mentes, en esas redes sutiles tendidas por doquier y que hacen creer al personal que de las redes pasarán a la fama instantánea sin necesidad de ganar el pan con el sudor de la frente.
Quizás `por eso tengamos merecidas las consecuencias de los aparentemente inocentes saludos que desembocan en otras cosas. Hay que madurar.
Un saludo.
Estar enredados invita a buscar creativamente la forma de desenredarse, me recuerda que estamos adentrándonos en lo que los astrólogos llaman la era de Acuario. Su cualidad es la trasparencia, no poder ocultar nada abre espacio para descubrir la autenticidad que también existe en cada persona ( que desconocemos de nosotros mismos) y por ende, potenciar una actitud más integra, noble y transparente. Confío en la infinita capacidad de cambio del ser humano y su búsqueda de la trascendencia.