Al hablar de educación, existe la opinión generalizada de que la LOGSE ha sido un fracaso, así como los sucesivos intentos de modificarla. Y hay también una cierta nostalgia por el modelo que la precedía, el de la EGB y el BUP, cuando los niveles académicos, el rendimiento y la actitud de los alumnos eran superiores a los de ahora. Una sensación parecida a la que podían tener aquellos que hicieron el antiguo bachillerato, con sus dos reválidas. Ya se sabe que cualquier tiempo pasado fue mejor y siempre se cae en la tentación de remediar lo actual volviendo a lo anterior, como si fuera posible enmendar la historia retrocediendo hacia el pasado.
Los que ahora claman por aquellos tiempos están olvidando las razones, de peso, por las que fue necesario el cambio. La primera de ellas el aumento de la edad de escolarización obligatoria, primero hasta los 14 años, lo que supuso la implantación de la EGB, y después hasta los 16, que vino acompañada de la ESO. Si todos tienen que ir a la escuela hay que diseñar un sistema que les acoja y que no excluya a nadie por su diferencia. Y esto implica que las aulas estén abiertas tanto a los pobres como los ricos, los sanos y los enfermos, los inmigrantes y los locales, los esforzados y los vagos, los listos y los menos listos y cualquier otra categoría que nos queramos inventar.
La Ley General de Educación de 1970, la de la EGB y el BUP, dio un tímido paso en este sentido; la LOGSE de 1990 fue más ambiciosa y radical. Antes de esta ley, si tu hijo tenía algún tipo de discapacidad o minusvalía era muy difícil encontrar una escuela ordinaria a la que pudiera asistir; ahora las escuelas públicas, además de los maestros, disponen de personal puesto allí para atenderlo. Antes de la LOGSE si, por las circunstancias que fueran, no cumplías las expectativas académicas, el sistema te desviaba a los 14 años hacia una formación profesional en la que nadie creía, a la espera de cumplir la edad legal para poder trabajar. Ahora, al menos, dispones de dos años más y la formación profesional, además, está diseñada de otra manera.
Antes de la LOGSE ni siquiera se hablaba de atención a la diversidad, ni de inteligencias múltiples, ni de alumnos superdotados o con síndrome de Asperger. Todo el que tenía alguna dificultad o suponía algún problema era apartado del sistema, desviado a algún tipo de enseñanza menos exigente o hacia alguna institución que lo acogiera. Ahora, antes de deshacerse de un alumno, hay que pensárselo dos veces; entre otras cosas porque la misma ley impide que esto se haga sistemáticamente. Esto explica en parte, aunque no lo justifica, que la ley incluya limitaciones en cuanto a la repetición de curso y obligue, con independencia del número de aprobados o suspensos, a la promoción automática o PIL (Promoción por Imperativo Legal).
Pero la integración y el respeto a la diferencia no se pueden conseguir por decreto. No basta con que estén recogidos en una ley y se impongan en los colegios. No es suficiente con concienciar al profesorado mediante cursillos, ni con dotar a las escuelas de logopedas, orientadores, terapeutas, psicólogos y demás personal especializado. No se consiguen rebajando la dificultad de los contenidos, bajando el listón para que haya más que lo puedan saltar. No se llega a ellos ni se puede llegar mientras que la escuela y la sociedad de la que es reflejo confundan la igualdad con la igualación y, al mismo tiempo, sigan siendo selectivas. Es decir, no se puede implantar un modelo de escuela inclusiva y mantener las prácticas de la escuela convencional.
Si se sigue enseñando en masa siempre habrá alguien que se quede rezagado. Si se siguen poniendo notas siempre habrá alguien que suspenda. Si se entiende el saber como mera acumulación de contenidos siempre habrá quien no haya almacenado lo suficiente. Si uno se ve obligado a estar donde no quiere siempre opondrá resistencia. Todo ello añadido a la impresión errónea de que el derecho a la educación también otorga el derecho a que todos obtengan los mismos resultados, no tanto en cuanto a los saberes adquiridos sino más bien en cuanto a los privilegios que estos otorgan. Y tal vez esté ahí el problema, en concebir la educación como un derecho y una obligación en lugar de pensar en ella como una responsabilidad que cada uno asume.
Mientras que se piense en la educación como en una especie de inversión o de requisito para ascender en la escala social y no como en algo necesario para alcanzar lo mejor que tiene de sí cada persona, mientras no se crea firmemente que cada uno tiene el compromiso de educarse para contribuir a que los otros estén mejor de lo que ahora están, uno tras otro fracasarán todos los sistemas educativos.
Entre tanto se van dando pasos y no es honesto desentenderse de la parte que a cada uno le corresponde y descargar todo el trabajo en los maestros. No es honesto demandarles que consigan un equilibrio imposible entre la mediocridad y la excelencia, entre la necesidad de distinguirse y el miedo a verse excluido por hacerlo; no es honesto exigirles (también ellos se lo exigen a sus alumnos) virtudes y comportamientos que uno no practica.
Pero, dicho esto, ¿de qué sirve un maestro si solo enseña a los que no tienen problema en aprender? ¿Dónde está su oficio? Con apoyos o sin ellos, es el que da la cara, el que ha elegido desempeñar esa función y, por tanto, el que tiene que soportar mayor carga de trabajo; igual que es el médico el que recibe a los pacientes y al que se hace responsable de su curación, aunque los enfermos no pongan de su parte para estar sanos.
Me centraré en estas palabras: «Mientras que se piense en la educación como en una especie de inversión o de requisito necesario para ascender en la escala social y no como en algo necesario para alcanzar lo mejor que tiene de sí cada persona, mientras no se crea firmemente que cada uno tiene el compromiso de educarse para contribuir a que los otros estén mejor de lo que ahora están, uno tras otro fracasarán todos los sistemas educativos».
Me parece que la misión más importante de un educador, no es otra que le de encontrar lo mejor de cada uno de sus alumnos y desarrollarlo.
Pero esto a veces queda obstaculizado por los contenidos que marcan los programas, que son como listones que ponemos a los alumnos para medir lo que saben, y sobre todo lo que no saben, de lo que les proponemos.
¿Cómo encontrar lo que motiva a los alumnos, para tratar de introducir en esa motivación los contenidos que queremos que trabajen?
¿Cómo conseguir motivar a los alumnos para que acaben aprendiendo por sí solos?
Un saludo,
Santiago
No se cómo sonará esto, pero es lo que yo hago a veces con los míos..
Porque creo que a través de las octavas de música -que yo no aprendí en la escuela- se pueden enseñar muchas cosas;
física, mates, biología celular, energías, incluso un poco de filosofía si me apuras.
Yo con mis hijos sobretodo hago ésto:
http://www.youtube.com/watch?v=CcsSPzr7ays
Puedes hacer lo mismo, en el laboratorio, o fuera de la clase… aunque no sea con un instrumento. Creo que les gusta que se lo demostremos con ejemplos prácticos y que nosotros trabajemos mano a mano con ellos, eso les motiva, y también les motiva comprobar que no somos infalibles, yo a veces fallo aposta, y recomponemos a partir de lo no predecible…
Siempre sabes a quien se le da mejor un campo y a quien otro, y les pones a trabajar en grupo, a los creativos con los mas racionales.. eso también me funciona.Los polos opuestos se atraen.
.. Se me ocurre..
-y no veas cómo nos divertimos-
Me ha encantado tu vídeo Inés. Creo que es un ejemplo precioso del cómo acompañar en el aprendizaje ya sea en el aula, en casa o en donde surja la situación.
Mientras el sistema se mueva en ese registro lineal que señala la insuficiencia, pasa por la mediocridad y quiere alcanzar la excelencia,solo el tacto, el contacto, el involucrarse en la misma tarea, el abrazo, gozoso o no, en los detalles de la cotidiana convivencia, es lo único que puede aliviar el sistema e incluso abrir vías a una forma de hacer, pensar y sentir mucho más polidireccional.
Bueno, lo que quiero opinar podría haberlo publicado en cualquiera de los artículos anteriores. Y es que en todos se da por hecho algo así como que “…mientras que se piense en la educación como en una especie de inversión o de requisito para ascender en la escala social y no como en algo necesario para alcanzar lo mejor que tiene de sí cada persona…”, etc. Esta dicotomía aparece, de una u otra forma, en los artículos anteriores.
Y me parece que falta algo, para terminar de comprender de verdad qué sucede en la enseñanza: pues, que su verdadera función es formar ciudadanos sumisos, o peor aún, ni siquiera ciudadanos, si no trabajadores-consumidores sumisos. Cuando se comprende esto, todo el sistema educativo toma sentido.
Y el interesado en que esto sea así no es precisamente el Estado, si no el Mercado (desgraciadamente hoy en día el Estado, que debía ser la organización natural de los ciudadanos, sólo es un intermediario del Mercado).
Pero es que la cosa va más lejos, pues hay una institución en nuestra sociedad, con más poder que el Sistema Educativo, y que tiene exactamente la misma función: la Familia.
En una batería de artículos sobre la Educación, hay que incluir reflexiones sobre la función y funcionamiento, de facto, de la Familia, y sobre las prácticas de crianza más extendidas. Porque el verdadero sometimiento no se enseña en la Escuela, si no en la Familia. La represión de los deseos, la destrucción de la autoestima, el adiestramiento para la búsqueda del premio, la postergación de la Felicidad al eterno futuro, la represión de la curiosidad, la exploración y la experimentación, la cultura de la dominación, se producen en la familia.
Tanto la escuela como la familia son instituciones que han sido necesarias, y todavía lo son, en el proceso evolutivo de la humanidad; lo cual no significa que vayan a mantenerse siempre ya que, posiblemente, darán paso a otras formas, a un nuevo modelo. En cualquier caso, los modelos, por buenos que estos sean, tienden a perpetuarse y a convertirse en moldes y la educación es una de sus herramientas para hacerlo.
Pero no debemos olvidar que, además de soportar el modelo en el que nos encontramos también somos sus ejecutores y, en mayor o menor medida, los que lo perpetuamos. Siendo conscientes de ello, ya que formamos parte de una sociedad que tiene familias, escuela y una forma determinada de entender la educación, está en nuestra mano que nuestra familia, nuestra escuela y nuestra contribución al aprendizaje (propio y de los demás) sea de una manera o de otra.
Respecto a las reflexiones sobre la función de la familia en la educación, ya han aparecido algunas en otros artículos de este blog (por ejemplo, en los artículos sobre Adolescencia o sobre Infancia) y habrá otras que se publicarán. Tan solo llevamos cinco meses de funcionamiento y estamos, como quien dice, empezando a rodar.
Yo creo que no se entiende la educación sin la familia, ni la familia sin la educación. Igual que no se entiende lo militar sin la patria, ni la patria sin lo militar. No se explica el monoteismo sin la iglesia, ni la iglesia sin monoteismo, y así podrían ponerse infinidad de ejemplos.
Debemos de partir de que estamos en una sociedad patriarcal y que todos los fenómenos que en él se dan tienen como principio y fin sus valores, objetivos, estilos y prioridades, y lo que sucede en la familia tradicional en pequeña escala, sucede con la educación clásica a gran escala.
En cualquier caso, recoges un análisis de ciertos aspectos contradictorios de la escuela y la familia, y los generalizas en ambas a todo lugar y momento, y conozco muchos profesores y muchos padres que no reprimen los deseos sino que los satisfacen como mejor pueden, que no destruyen la autoestima sino que se vuelcan en sacar lo mejor de los chicos, que no educan hacia el premio sino hacia el conocimiento, que no postergan la felicidad sino que se esfuerzan en darla aunque sea en pequeñas dosis, que estimulan la curiosidad, la exploración y la experimentación, el compañerismo y la amistad, y el alejamiento y práctica del poder propio sobre los otros.
Parece también que la familia está cambiando bastante rápido, la escuela algo más lenta, y el poder nada de nada, porque cuanto más grande es una estructura más le cuesta modificarse. Y entiendo que estos cambios en la base van a ser una buena manera de que empiecen a cambiar cosas, y, como es previsible, se perderán cosas válidas, se darán «palos de ciego», o se realizarán con torpeza y contradicciones, pero se irán consiguiendo avances a distintos niveles.
Esta página pretende concienciar que el modelo social en el que nos hemos asentado está llegando a su fin, parece caducado e incapaz de dar respuestas válidas a la realidad del hombre del futuro que ya está aquí, y pretende aportar visiones de los caminos por los cuales transitar hacia un nuevo modelo personal, colectivo y social.
Un saludo,