Para estimar los resultados del sistema educativo de un país se utilizan parámetros cuantificables, como el número de alumnos que obtiene un título universitario o el porcentaje de jóvenes que abandona los estudios. Estos parámetros se cotejan con los obtenidos en años anteriores, para valorar los logros propios, o bien se comparan con los resultados conseguidos por otros países, para contrastar los logros propios con los ajenos.
Entre otras funciones, la OCDE es uno de los organismos internacionales que se ocupa de llevar a cabo este tipo de comparaciones; no solo en educación, sino también en salud, empleo, ciencia, comercio, energía y demás temas que afectan al bienestar económico y social de las personas. Sus análisis y recomendaciones, según sus propias palabras, son análisis objetivos, independientes y basados en la evidencia.
Centrándonos en la educación, la OCDE es la responsable del conocido informe PISA, en el que se analizan los resultados obtenidos por estudiantes de 15 años de distintos países al realizar una serie de pruebas estandarizadas sobre lectura, matemáticas y ciencias. Aunque PISA no es la única evaluación internacional de este tipo. Hay otras pruebas y estudios, como TIMSS (Trends in International Mathematics and Science Study) y PIRLS (Progress in International Reading Literacy Study) que también permiten que las naciones participantes comparen sus logros educativos.
Y, para algunos países, la comparación varía de unas pruebas a otras. Por ejemplo, a los estudiantes de los países de la Europa del este les va mejor en las pruebas TIMSS que en las pruebas PISA, mientras que a los estudiantes finlandeses les ocurre lo contrario. Lo que quiere decir que este tipo de estudios no son tan objetivos como pretenden, sino que dependen de las características de la prueba que se haga; de que sea más o menos academicista o prime más o menos las destrezas generales sobre los conocimientos curriculares.
En cualquier caso, la comparación de resultados tiene efectos políticos inmediatos, suministrando datos y proporcionando argumentos, a favor o en contra, de la política educativa que se sigue en cada país. Y suele suceder que un mismo hecho, una misma evidencia, se puede interpretar o utilizar de múltiples maneras.
Por ejemplo, el informe PISA pone de manifiesto que los países que más gastan en educación no siempre ocupan los primeros puestos. El gasto por alumno de los de los Estados Unidos es considerablemente mayor que el de la República Checa, por ejemplo, y sus resultados son mucho peores. Es decir, no hay una relación lineal entre el gasto y los logros de la educación recibida, sino que intervienen más factores. Dicho de otro modo, a partir de un cierto punto, un aumento del gasto no viene acompañado de una mejora sustancial de los resultados; lo que indica que el problema no reside solo en la inversión.
Estos son los hechos, y tanto se pueden utilizar para justificar una reducción del gasto en educación como para cuestionar la efectividad de una ley educativa. Esto es lo que se viene haciendo desde los distintos escaños parlamentarios. Aunque en este debate en el que se mezclan los presupuestos y la educación lo que está primando es la política, los intereses y la ideología de los que participan en ellos. De no ser así, también se estarían discutiendo cuestiones como las que siguen.
En primer lugar, el concepto mismo de resultado educativo y los indicadores que se utilizan para medirlo. Porque, además de los parámetros convencionales, como el número de respuestas acertadas en un examen de lengua o de matemáticas, se podrían estar utilizando otros; por ejemplo, los índices de audiencia de los programas telebasura, el número de libros que se prestan anualmente en las bibliotecas públicas, la cantidad de espectadores que asisten al teatro y muchos otros parámetros, contables y medibles, que a cada lector se le podrían ocurrir. Y es posible que, contemplando estos indicadores, llegáramos a la conclusión de que todavía no se está gastando lo suficiente en educación; y pongo un ejemplo: reducir a la mitad el 21% de IVA que ahora se paga por una entrada de teatro sería una forma de “gastar” (en realidad, de no ingresar) que tendría consecuencias culturales inmediatas.
Una segunda cuestión, estrechamente relacionada con la anterior, es la tendencia a considerar la educación como un producto o un servicio, como algo que se compra y se consume; lo que conduce a la idea de que cuanto más gastemos en educación más educación tendremos. Y esto no es así, salvo que confundamos la educación con los sucesivos títulos y diplomas que vayamos obteniendo.
Una educación más cara no es necesariamente mejor. O, el planteamiento complementario: en muchas ocasiones, se pueden conseguir los mismos o mejores resultados de una forma más barata.
Al analizar el coste de la educación sería preciso cuantificar qué parte de ese gasto se emplea estrictamente en educación y qué porcentaje se destina a sostener las organizaciones en las que se desarrolla, junto con la burocracia que llevan emparejada. El tamaño del sistema educativo actual es gigantesco y las pérdidas son múltiples; desde los gastos desmedidos y oportunistas, como la compra masiva de dispositivos tecnológicos sin que haya planes ni materiales didácticos que los justifiquen, hasta los miles de pequeños gastos evitables que se hacen cada día.
Otro tipo de organización, menos tutelada por el Estado y más dependiente de sus propios medios, conduciría necesariamente a una forma más racional de utilizar los recursos y, posiblemente, a formas distintas de educación. Esto supondría que el gasto público fuera menor, pero también que hubiera más recursos en manos de los ciudadanos. No es esto lo que está sucediendo en este momento, en el que se están recortando los gastos pero no se están reduciendo los impuestos.
Entre el control estatal que ahora tenemos y la gestión totalmente privada de la educación hay muchas fórmulas intermedias, como las que se apuntan en otros artículos de este blog. Y estas fórmulas no deberían ser incompatibles con garantizar una educación de calidad para aquellos que no pudieran pagársela.
Pero el Estado no quiere renunciar a la educación, de la misma manera que no renuncia al control de la salud y de las pensiones. Controlando la educación se controla al sector más joven de la población y controlando las pensiones se tiene poder sobre el sector de mayor edad. Aprovechando las carencias y los miedos de los ciudadanos se les vuelve dependientes, con eso se justifica el pago que se les demanda para garantizar su seguridad.
Me pregunto si la falta de objetividad de los informes de la OCDE, no radica también en su afán de homogenizar parámetros de medida.
Así, creo que es conocido, que las características socioculturales, históricas, incluso territoriales y climáticas, marcan en las poblaciones prioridades en el desarrollo de sus capacidades sensoriales y sensitivas…y que luego estas prioridades, de algún modo, tendrán su reflejo en cómo estructuran estas sociedades sus formas de educar, entre otras cosas.
Parece que la OCDE no profundiza mucho en matices en este aspecto. Y parece lógico si se observa que, el objetivo último de estos informes es más servir de condicionante que aparecer como elemento claridicador.
También esto último parece coherente con la existencia misma de un organismo volcado en la elaboración de estudios desde un punto de vista economicista, más que antropológico o social.
Aún así, estos informes se presentan y manifiestan a los diferentes Estados, como «orientativos»..
El problema, deduzco, viene cuando las Administraciones Públicas, como parece que ocurre en España, obvian esta condición «orientativa», y la hacen «vinculante».
Ese parece el camino más fácil: no hay que darle más vueltas, ni invertir en profundizar ni buscar las adaptaciones a la realidad social del país…nos lo dan hecho y no se quiere mirar más…
Desde luego, si se toman campos como es el educativo, pero también otros, como el sanitario, científico, cultural…como sitios a acotar y homogeneizar….pues sí, ahí si que cobra más sentido utilizar los PISA, TIMSS…como modelos sobre los que direccionar los sistemas…pero en realidad, sería necesario tener claro que no nacieron con vocación de leyes….
Y quizás, si en general, la ciudadanía, tuviéramos claro en qué territorio nos movemos, seríamos capaces de no dejarnos intimidar, desmoralizar o arrastrar por siglas grandielocuentes, en las que, a lo mejor, a poco que rasquemos, encontramos una importante falta de solidez.
El comentario de arriba es una muestra del tipo de sistema educativo que tenemos, profesionales de la propaganda. Casi le falta hablar de la conjura judeomasonica, todo para tapar la realidad: los estudiantes son la excusa para que mucha gente incompetente tenga asegurado un sueldo muy superior a sus capacidades, sea como profesores, como las, como editores de contenidos, etc.
Es bastante penoso, pero. Nuestro hijos,nuestro futuro, está en manos de j a mayoría egoísta e incompetente, preocupada de que les exijan lo mismo que a los demás, y por ello salgan perdiendo. Nuestro futuro.
Por su comentario estimo que, o no ha leído bien mi comentario, o, por el contrario, ha realizado su lectura de manera soslayada.
Mi intención era hacer caer en la cuenta de que, en general, los parámetros con los que se etiquetan a los sistemas educativos, hay que mirarlos con profundidad, y que algo que es tan determinante en la forma de organizar y transmitir conocimientos en una sociedad, al direccionarlos desde unos criterios ya establecidos, nos podemos encontrar, y de hecho, creo de verdad que nos encontramos, con una forma de estancar el hecho educativo, dejándonos la mayor parte de los matices importantes, en el desarrollo y la evolución del ser humano, en el camino.
Creo que eso en nada ayuda a aumentar la calidad de lo que se pretende enseñar.
También creo que nada tiene que ver mi comentario, a lo que Ud. apunta en el suyo.
Al no haber criterios serios y singularizados en la educación, al buscarse el ajuste de conocimientos y procesos de pensamiento homogeneizados a lo que se supone demanda un tipo de modelo social, se aprisiona el aprendizaje, de alumnos y docentes.
Es esa determinación impuesta desde las instituciones la que no permite una enseñanza más personalizada, respetando el desarrollo y capacitación individual, pero, a la vez, asegurando que ese proceso no «estigmatice» las diferencias.
Quizás ésto requiera otra forma de contemplar el modelo social en el que nos desenvolvemos. En este blog hay artículos muy interesantes respecto a los parámetros de competitividad en el que nos movemos.
Una Democracia no significa homogeneización de pensamiento ni de capacidades ni de actitudes….eso es, en todo caso, una dictadura,.
Tampoco creo, que signifique una igualdad a «la baja» de la calidad educativa, eso, me parece, que es una mala lectura, un desarrollo insuficiente del modelo democrático….seguramente las dos cosas.
La «mayorías egoístas e incompetentes», a las que Ud. se refiere, es una forma demasiado general de describir una situación que se produce de forma demasiado frecuente en esa mala lectura de una democracia.
Porque creo que son variantes, es decir, varían según el contexto y la demanda social con las que los componentes de los distintos estamentos sociales se vean más identificados.
No es una manera de analizar con vocación de objetividad qué es lo que está fallando, no solo en el sistema educativo, sino en las propias aspiraciones de las personas que formamos parte de este tipo organización social…..en desarrollo: la democrática.