En el año 2014, cursaban estudios reglados no universitarios alrededor de ocho millones de alumnos, que eran atendidos por 670.000 profesores; es decir, por cada 12 alumnos había un profesor.
Comparando esta relación con la de los otros países de la Unión Europea, encontramos que es inferior a la de Alemania, Francia o Finlandia, similar a la de Suecia y superior a la de Polonia, Grecia o Portugal. Todo ello en una escala que va desde los casi 18 alumnos por profesor en Reino Unido hasta los 8 alumnos por docente de Lituania.
Disponer de un profesor por cada 12 alumnos tendría que permitir el diseño de una educación casi tutorial, como la que recibían en otros tiempos los hijos de los nobles y de las familias adineradas; pero no es esto lo que está sucediendo. Al contrario, una de las quejas más recurrentes de los que denuncian el deterioro de la educación pública es que las aulas se están masificando; es decir, que superan el número de alumnos que sería deseable.
Si la relación de 12 a 1 es correcta, ¿cómo es posible que, en muchos colegios e institutos, el número de alumnos por aula se aproxime a los 30 y estos alumnos sean atendidos en cada sesión por un único profesor?
Evidentemente, en el razonamiento anterior hay un error; porque no tiene en cuenta que parte del trabajo del profesorado consiste en la preparación de materiales, corrección de ejercicios, elaboración de programaciones, asistencia a reuniones de coordinación, entrevistas con padres, etcétera. Tampoco contempla que hay profesores que dedican la mayor parte de su tiempo a tareas directivas o administrativas, y otros cuya función no es la atención a grupos convencionales de alumnos sino a colectivos que tienen necesidades específicas, como sería el caso de la educación compensatoria o la pedagogía terapéutica.
La situación es considerablemente más compleja de la que puede deducirse de una simple división. Y el resultado de esta división no basta para formarse una opinión sobre si faltan o sobran profesores. Algunos países con una ratio considerablemente más alta obtienen mejores resultados académicos, mientras que otros en los que la ratio es más baja están peor situados que el nuestro en los baremos internacionales. Parece que no es suficiente con tener muchos profesores sino que además se necesita que estos profesores estén bien utilizados. No se trata solo de un problema de cantidad sino también de eficiencia.
Mantener el sistema educativo que tenemos precisa de una ingente cantidad de burocracia y de servicios complementarios, así como de personal que los mantenga. Parte de este personal es docente, o está contabilizado como tal, pero no tiene relación directa con los alumnos. Realiza otras funciones y atiende a otras necesidades, como la inspección, la investigación, la formación de otros docentes o la elaboración de currículos, pero no “está en la trinchera” por utilizar una expresión popular, y muy manida, entre el profesorado. Habría que estudiar cuáles de estos servicios y funciones son necesarios y cuál es la efectividad de cada uno de ellos. De lo que no cabe duda es que una parte significativa del gasto y el esfuerzo educativo se disipa entre tantos trámites y entre tanta gente.
Pero, si pasamos de lo general a lo particular, la organización de los centros y la actual forma de docencia, articulada en torno a los horarios, las agrupaciones de alumnos por edades, los currículos cerrados y las asignaturas, también propicia que los recursos humanos y materiales que se emplean no se correspondan con la pobreza de los resultados. Con menos profesores, pero mejores y trabajando de otra manera, se podría conseguir mucho más de lo que ahora se está consiguiendo. La falta de calidad y la concepción errónea de qué es necesario aprender y cómo debe aprenderse se están intentando compensar con la cantidad, con más de lo mismo.
La educación se ha convertido en un proceso progresivo de especialización que comienza en las edades más tempranas. Ya desde la educación infantil, solo puede enseñar inglés el especialista en inglés, música el especialista en música, y lo mismo para la educación física o la religión. Según pasan los cursos, aumentan las especialidades y los especialistas, cada uno aportando su dosis específica de conocimientos que es necesario ajustar en una parrilla horaria. Parrilla cuyo contenido viene fijado por la ley de educación vigente y la interpretación peculiar que hace de ella cada Comunidad Autónoma.
De esta manera, según se van sucediendo las leyes, hay saberes en alza (idiomas, programación, emprendimiento…) y saberes que caen en desgracia (historia del arte, filosofía…). Y una de las consecuencias es que faltan profesores por un lado mientras que sobran por otro. Algo muy similar a lo que viene sucediendo en el mercado laboral con las profesiones y los oficios.
Nuestro sistema escolar prima los conocimientos que cada profesor detenta, y está autorizado a transmitir, sobre la capacidad que todo profesor debería tener para mostrar cómo se accede al conocimiento; esto es, para mostrar y demostrar cómo se aprende. Es decir, ha optado por los académicos y los expertos en vez de perseguir el ideal renacentista; eso que se llama polimatía, que consiste en no ponerle límites al conocimiento, restringiéndolo a un área concreta, sino en intentar abarcarlo todo, aprendiéndolo todo y de todas las cosas.
Y en este sentido sí faltan profesores; es más, tenemos muy pocos y no estamos haciendo nada para formarlos. Y no se trata de que de nuestras facultades surjan grandes artistas que a la vez sean científicos o filósofos notables; no se trata de conseguir que nuestros profesores sean una especie de Leonardo con vastos conocimientos de didáctica o de pedagogía. Se trata de desarrollar un espíritu, de fomentar una actitud que aspire a ello. Pero esto seguirá sin alcanzarse mientras esas facultades sigan estructuradas en Departamentos y mientras la titulación se obtenga aprobando por separado las asignaturas que se imparten en cada uno de ellos.
Si se busca la globalidad, esa figura de profesor que es capaz de abordar cualquier cuestión o problema desde múltiples puntos de vista, empleando para ello todos sus talentos, habrá que encontrar otra fórmula. Y esa fórmula pasa necesariamente por enfrentar a estos profesores, en su formación, con situaciones en las que continuamente tengan que desarrollarlos.
Enrique, deduzco de tu interesante reflexión, que abordar una reforma tan importante en la formación del profesorado, quizás no encontrase, hoy por hoy, un eco favorecedor en una sociedad, que, como la nuestra, parece vincular la especialización y la departamentalización de la enseñanza a una educación eficaz…no ya de calidad…sino útil para un «mercado de trabajo» en el que desenvolverse.
Sociedad, a la vez, muy conservadora, que no solo no pide más competencia sobre la educación a un Estado, por definición ya normativista en ese aspecto, sino que le demanda más control sobre ella, y por ende, del profesorado llamado a impartirla.
Planteo ésto, porque parece muy difícil, que ese temor generalizado a perder «derechos», y entiendo que la educación lo es, se desvincule de la tutela y el control estatal, en tanto y en cuanto el mensaje generalizado es que solo ese control garantiza el acceso a la enseñanza.
Desde esa premisa, y mientras no surja una reflexión menos lineal, utilitarista…y por lo tanto valiente y novedosa por parte de la ciudadanía, sobre qué es y qué supone el hecho educativo, la formación del profesorado seguirá limitada en materias concretas…con el hándicap, muchas veces, de que aventurarse en otros aspectos distintos para los que se supone se está habilitado pueda considerarse incluso como «intrusismo».
Rotundamente: No es cuestión de número.
Mi clase de Ingreso de bachiller ( de 8 a 9 años) éramos unos 80 niños. Un solo profesor, D. José, Seglar. Un tío duro con el que no cabían bromas. Un señor como la copa de un pino.
Horario: de 9 a 5.30 con recreos, comidas y tiempo de estudio y algo de rezo. Jueves por la tarde fiesta (con actividades monitorizadas o excursiones) Sábado por la mañana… clase normal. Hasta Preu no tuvimos el «sábado inglés».
Los exámenes los corregían por la noche o durante la hora de estudio y consulta. Te daban las notas de un día para otro y el resumen quincenal llegaba a casa tras lectura pública e individual en clase antes de ir a comer.
No eran exámenes tipo test.
De aquellos alumnos casi todos terminamos sexto y reválida –tras la que se accedía a bastantes carreras de grado medio– y unos 60 hicimos Preuniversitario y luego la universidad. Nos seguimos viendo –los que quedamos en pie–.
Los abandonos fueron mínimos. Dos o tres personas. Uno, en cuanto cumplió 14, para ir al excelente negocio paterno, –una churrería y luego fabrica de patatas fritas- otro por enfermedad grave y un fallecimiento en 5º.
Hoy veo las fotos de mis hijos y ya las de mis nietos (en varios países a ambos lados del Atlántico) y no me las creo.
Parece lo que dice Enrique: Los hijos del Sr. marqués con la institutriz.
Por cierto, los «hijos del Sr. marqués» cada vez saben menos y parecen más bobos. Últimamente todos en feisbuk, igual que sus «moms and dads». Obsesivos.
La cosa no es solo en España.
A fin de cuenta los genios que organizan esto no han hecho otra cosa que montar el sistema que había en, por ejemplo, Norwalk, CT, en los setenta y ochenta. Un calco hasta en el Drop out rate. El índice de abandono.
En algunas fotos de hoy hay menos de 15 niños y niñas con su profesora (casi siempre es mujer).
En mi caso éramos solo niños y no teníamos profesoras con obligaciones domésticas ni familias pero lo mismo sucedía con mis hermanas que sí las tenían.
Los resultados del sistema se han ido degradando cada año. En mi opinión han seguido el ritmo de la degradación de los adultos. Ni más, ni menos.
Lo mismo en las universidades.
Se echa de menos una cierta objetividad que diga claramente que esto No es un sistema educativo.
Es un Parking con Vigilantes a tiempo parcial y algunos–muy poquitos–Maestros de verdad que cada vez están más Deprimidos.
Y no lo vamos a arreglar mientras la comunidad educativa siga tragando por la necesidad de tener un trabajo.
La educación es, en primer lugar, una vocación. Y quien no lo vea así debe dejarlo.
Además se ha llenado el sistema de «Drop outs» de otras profesiones, de no pocos activistas políticos y con una formación y unas ideas sectarias que dan vergüenza.
Menos paños calientes y –ya que el Sistema no se va a arreglar nunca a sí mismo– que por lo menos se permita construir un Sistema Alternativo.
Todo son prohibiciones para que los Cautivos no huyan a Chorros. Se impide demostrar con los hechos que otra educación es posible.
Ni siquiera se permite el derecho de que quien quiera salvarse o educarse en su casa pueda hacerlo sin pasar por el Aparcamiento para Degradarse o Perder el tiempo.
Es de vergüenza porque resume los males de esta sociedad que colapsa mirándose estúpidamente en el espejo.
A todo esto los más perjudicados son los más humildes y la cosa va a Peor.
Así lo veo.
Saludos
Cada vez son más las evidencias de que, después de varios siglos, el modelo escolar vigente se está agotando. Ya no cumple los fines para los que se diseñó: ni instruye, ni forma, ni los títulos obtenidos garantizan el ascenso social.
El sistema escolar nunca fue bueno. Las objeciones que pueden hacerse a las asignaturas, los horarios, el abuso del método expositivo, el mal uso de la memoria, el academicismo, la poca consideración que se tiene a las enseñanzas artísticas y tantos otros temas que se tratan en este blog también eran válidas hace cuarenta años. El sistema se mantenía porque pocos dudaban de él, muy pocos se atrevían a enfrentarse a la autoridad y estudiar era un privilegio.
Ahora no es así y la meritocracia casa muy mal con el igualitarismo. Aunque ninguno de los dos sistemas haya resuelto el conflicto entre el interés social y el crecimiento personal.
Gracias por tus continuas aportaciones
Entusiasmo, búsqueda y libertad para ejercerla, creo que forman parte de la «vocación» la llamada a la entrega a un trabajo de forma ilusionada….porque hay mucho que descubrir y desde muchos aspectos.
Eso, supongo, hace, que, por ejemplo, un profesor se haga cargo de muchos más niños, y el tiempo, los horarios no cuentan, se diluye ante la intención de experiencia y descubrimientos a realizar juntos, el tiempo se descronifica…porque siempre se están construyendo cosas nuevas..siempre hay nuevas plataformas desde la que mirar espacios continuamente nuevos…el profesor junto con los alumnos.
Pero, desde el momento en que esa libertad se limita, se encajona la aventura en programaciones frías volcadas en binomios «verdadero», «falso»..o como mucho «ninguna de las anteriores», ¿qué vocación puede mantener su llama..? . Muy difícilmente.
Alguien a quien se le obliga a funcionar en términos impuestos ya desde el principio, se convierte en «funcionario» (público o privado)?…¿cómo va a cundir un tiempo ya predestinado a impedir la aventura?¿cómo va a motivar eso a maestros y a alumnos?.
Esto me lo han pasado mis hijos.
https://www.youtube.com/watch?v=-fRwhcGMhSU
Saludos
No creo que sea lo más importante seguir las estadísticas «alumnos por profesor» independientemente de su homogeneización. En España tenemos un grave problema de fracaso escolar y otra cuestión sin respuesta sobre por qué nuestras evaluaciones comparativas con el mundo no parece que nos favorezcan. Lo primero tiene mucho de ausencia de valor cultural , de ambiente escolar y familiar que no estimula el aprendizaje , lo segundo un déficit de excelencia en la enseñanza. Todo esto nos lleva a cómo encontrar y motivar mayor excelencia en el profesorado desde las dos perspectivas , capacidad de enseñanza y competencia emocional con los alumnos en todo lo relativo al ambiente escolar. Supone habilidades difíciles de alcanzar en cualquier disciplina laboral pero en este caso , la enseñanza, supone un reto de la máxima dedicación pues los niños, los adolescentes constituyen presente y futuro de la sociedad actual. ¿Creemos que con la titulación actual de maestro , licenciado y una oposición o elección por parte de la dirección de un colegio privado o concertado, la formación postgrado escasa…..se seleccionan y motivan a los potencialmente mejores profesores?. Por lo que vemos en los medios y lo que personalmente hemos ido experimentando nosotros mismos, no veo que tengamos establecido un mecanismo óptimo para atraer a «los mejores en esa vocación»,ni se les educa en las habilidades emocionales necesarias ,ni el sistema aparentemente ofrece una gobernanza donde el profesor pueda ejercer con soltura y determinación sus capacidades. Existe temor…al ambiente alrededor y eso también es causa de falta de estímulo y se traslada en dar un paso menos del que la voluntad te marca debieras dar.No es un tema de educación obligatoria , de menos niños por profesor , de instalaciones mejores,..que también . Cambiemos la percepción.Si de verdad creemos que la enseñanza es clave del futuro de una sociedad busquemos al mejor profesor y permitamos que pueda ofrecer lo mejor de si mismo cuando empieza y 20 años después.
Sin duda algunas modas actuales no estimulan a ser estudiante. No es un tema de más profesores.La aparición de personas que viven muy bien ofreciendo al público sus vidas personales, el boom inmobilario que demandaba trabajadores con 16 años que podían alcanzar unos miles de euros al mes, la falta de convicción de los propios padres sobre si merece la pena el esfuerzo, una clara devoción hacia el aspecto económico como fin último , no a los resultados formativos de la enseñanza. Hoy en España la desesperanza del paro universitario tampoco ayuda. Como siempre nada relevante se resuelve de forma sencilla, pero no parece que en la cuestión suscitada en el blog el problema principal sea ni la escasez de dinero ni si la educación deba ser más pública o más privada. Tampoco la educación por Comunidades Autónomas parece que ayude mucho. No se ve ninguna de ejemplo a seguir.
Saludos