
Necesitamos certezas y, desde nuestra ignorancia, las manifestamos como verdades absolutas, incuestionables: “La evolución es el resultado del azar y la necesidad” “El universo se expande desde la gran explosión original” “La consciencia es una de las manifestaciones de la materia cuando se organiza de cierta forma” “Hemos provocado un cambio climático de consecuencias catastróficas” “Un ser humano no es humano hasta las siete semanas de vida” “La democracia es el mejor de los sistemas políticos posibles” y así sucesivamente.
Creemos que lo sabemos casi todo, especialmente gracias a la ciencia, mucho más fiable que la religión, la filosofía, la mística, el arte, y otras formas humanas de encontrar conocimiento. Pensamos que nuestra civilización es mucho más sabia que las anteriores, las de hace mil, dos mil o cinco mil años; aunque fueran capaces de construir pirámides o catedrales o idear cosmogonías muy similares a las que actualmente está postulando la Física. No digamos ya de los 30.000 años que nos separan de los “hombres primitivos”, los que pintaban bisontes en las paredes de cuevas inaccesibles, en profundidades donde no llegaba la luz.
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Para qué estamos aquí? Son preguntas todavía sin respuesta, y todas provocadas por la incógnita de la muerte. ¿Qué hubo antes? ¿Qué pasará después? Somos seres desvalidos, apenas conscientes de esto que llamamos vida, pero soberbios; negando la posible existencia de algo que nos trascienda, a lo que no sabemos, no podemos o no queremos acceder.
Confundimos nuestro estar, las circunstancias, con aquello que posiblemente somos: nuestro ser. Admitimos sin reservas que somos el resultado de millones de casualidades imposibles pero nos resistimos a creer que haya algo, un sentido, un plan divino, un propósito del universo, o como queramos llamarlo, que nos supera, que va más allá de lo que nuestra razón pueda concebir.
Y tanto la ciencia como lo que afirman las religiones no dejan de ser creencias, cuestión de fe, en un mundo hostil. Admitamos que no sabemos nada, o casi nada, pero podemos llegar a saber. Tal vez sea este el propósito de la vida: llegar a conocer, a conocerse, y obrar en consecuencia.
Frente a esto, nos encontramos con las miserias cotidianas: la subsistencia, las facturas, los dolores, los achaques, los desamores, el desempleo, la guerra en Ucrania, los políticos corruptos, los que llegan en pateras, los virus que matan, el hambre, la delincuencia; en definitiva el miedo, que fomentan, que nos paraliza, aquellos que pretenden someter a los demás. Como si el poder, el imponer nuestros miedos y conveniencias a los otros, como si dominar, fuera una garantía de inmortalidad.
En algún sitio leí: “No estamos aquí por accidente”. Y me lo creo, me resulta más grato quedarme con esta certeza en duda que con la contraria, con esa que nuestra sociedad de ahora nos intenta imponer. No hay verdades absolutas, si acaso una única verdad y la desconozco, pero hay verdades que impulsan y otras que paralizan, y ninguna nos exime de nuestra responsabilidad, de nuestra parte, de aquello que hemos venido a hacer.
Hay algo que se nos ha dado, el tiempo, cada uno tiene el suyo: el tiempo de su vida que, quiero creer, es diferente del tiempo de su existencia. Un tiempo de calidad, no un tiempo de duración. Es un regalo, un instante cósmico para hacer cosas, para crecer entre otros seres que son los que nos dan sentido y a los que podemos impulsar o detener.
Podemos ayudarnos o dificultarnos en este planeta, en este lugar inhóspito que presumimos conocer. Pero todos estamos aquí frágiles y despistados, dependientes de los demás, sin rumbo, confusos; y solo nos queda amarnos, preguntar, buscar a ciegas, crear belleza, imaginar mundos mejores, pretenderlos, y confiar.
Imaginemos un cambio de paradigma, una utopía, de un mundo entregado a la felicidad. Un mundo en que se venera la valentía, el arrojo, de los que vinieron antes, pioneros, constructores, soñadores de un proyecto, que llamamos humanidad.
En mi opinión hoy día estamos bastante mal situados para discernir qué somos, de dónde venimos y hacia dónde debemos dirigir nuestros pasos.
La cultura en la que nacimos los que tenemos más de 50 años ha sido deliberadamente destruida para ser reemplazada por una patética mezcolanza de materialismo de analfabetos, relativismo y nihilismo deprimentes que es lo que las élites del laicismo –hablo del laicismo doctrinario como lo define la RAE– llevan dentro del alma y se esfuerzan por inculcar en su desastroso sistema educativo. El año pasado la Sra. Von der Leyen nos instaba a no enviar por Navidad nuestras tradicionales felicitaciones cristianas. Este añio la misma gentecilla prohibió en la Feria de Strasburgo la venta de Crucifijos.
El artículo de mi querido Enrique termina proponiendo que abordemos la utopía de la felicidad. Lo cual, francamente, no puede dejar de sorprendernos.
Por una sencilla razón: para que eso suceda antes tenemos que recuperar una Antropología Seria, no la de un ser humano mero animal equiparable –como buscan los que hoy legislan– a una mascota intranscendente que hemos de castrar obligatoriamente. Una antropología de un ser vivo dotado de Espíritu. De un alma que le trasciende, un ser humano que se autorealiza en determinadas condiciones y se degrada en otras. un ser humano consciente de si mismo y ansioso de ir descubriendo la Verdad. Un ser humano capaz de discernir el Bien y el Mal absolutos y universales. Tal cual Kant fue capaz de discernir.
Porque si el bien y el mal no existen –como pretende hoy el poder parasitario– ¿qué significa la felicidad? ¿A qué nivel se mide? ¿En qué consiste la felicidad disociada de mis raíces y de mis fines, de nuestras raíces y de nuestros fines. Vamos, que han declarado a Maslow inexistente.
Para todo ello es imprescindible tirar a la basura las pretensiones de un sistema de poder que pretende imponernos el laicismo como religión doctrinaria de opresión y muerte gestionada por el poder. Una ideología para la que el ser humano no es más que un problema a controlar y erradicar.
Esto para ir abriendo la deliberación colectiva.
Es quizás nuestra cuestión más importante. la cuestión que nos roba el Poder.
Saludos y gracias
Una vez mas agradecer las opiniones de los que escriben por aquí .
Empezare diciendo que la felicidad es un sentimiento personal como lo es el amor , nada que analizar ni que añadir a estas afirmaciones , ya se encargan otros de buscarle «razonamientos» , como dijo alguien por aquí » el Corazon tiene razones que la razón ignora » . Quien no recuerda cuando era un niño la primera vez que se enamoro o la primera vez que se sintió verdaderamente libre , son sentimientos únicos y sublimes ,puros .
Sobre las las verdades absolutas , encuentro complicado asegurar algo , solo se que que la especie humana esta evolucionando y por tanto solo es un proyecto inacabado , de ahí el no saber de donde venimos ni a donde vamos , aunque al parecer algunos lo tienen claro , sera la muerte el final ? .
La ciencia nos demuestra muchas certezas de lo tangible , de lo visible y lo invisible , nos dice que el Big Bang fue el principio de todo y quien puede asegurar que solo sea una secuencia que se repite hasta el infinito sin principio ni final , solo es una teoría descabellada o un entretenimiento para la mente que no viene al caso .
Recientemente me he tenido que retirar unos dais al campo con mi perra enferma y con una edad avanzada , lejos de núcleos urbanos y he podido comprobar varias cosas , que la soledad no es tan mala , que la tranquilidad aparte de las circunstancias es apreciable , que no molesta el camion de la basura ni el trafico y por ultimo que la T.V aburre hasta el punto de dejar de verla .
saludos .
El artículo abre un debate apasionante pero creo que se enfoca de manera equivocada al partir de nuestras propias y particulares referencias a una «felicidad» que cada cual puede entender de forma distinta en cuanto partes diferentes de la especie humana.
Porque eso somos: una especie que, como todas la demás, ha ido adaptándose a un medio donde (según Darwin) sobreviven sólo aquéllos capaces de adaptarse a cada circunstancia del mundo que nos ha tocado vivir. Un mundo natural que la Ciencia trata de explicar cuando es honesta y trata de manipular cuando responde a intereses particulares, como es el tan manido caso de la «lucha contra el cambio climático» que debería avergonzar a muchos, empezando por quienes se erigen en «líderes» de opinión o el descubrimiento de los «géneros» (conocidos desde siempre desde la herencia genética de los seres vivos).
Lo que pasa es que algunos intentan imponer, manipular y sobre todo rentabilizar la ignorancia que -como apunta Manu Oquendo- es la señal de nuestros tiempos, tratando de «hacernos comulgar con ruedas de molino» (según la sabiduría popular), estableciendo dogmas, creencias y religiones sacadas de la manga que, desde luego, no nos van a llevar a un mundo seráfico y distópico de felicidad impuesta, sino a la destrucción de esa «humanidad» que, con sus luces y sus sombras, habíamos construído para sustituirla por algo artificioso, falso, de cartón-piedra….
Por eso es importante partir de la diversidad que cada ser humano aporta a nuestras vidas que, curiosamente se protege en el resto del mundo animal, mientras de uniformiza en la especie humana.
Y, por cierto, además del conflicto en Ucrania, existen otros muchos a lo largo y ancho del planeta. Una muestra más del relato dominante.
Un saludo.