Cada sociedad tiene sus modas y sus modelos de lo que se considera deseable, adecuado o correcto; modas y modelos sobre cómo comportarse, cómo vestir, qué decir, qué pensar o dónde vivir para ser reconocido, admirado, envidiado o, simplemente, admitido por los demás. Y cada sociedad tiene sus referentes, ídolos o personas ejemplares -y, por lo tanto, a imitar- que los encarnan. Hércules, Casanova, Maquiavelo, Rodolfo Valentino, Marylin Monroe, Einstein… son algunos de los múltiples personajes que fueron, o con el paso del tiempo llegaron a ser, modélicos en su ámbito.
Con la llegada del cine y la televisión, y el predominio de la imagen sobre otras formas de comunicación, cientos de estos personajes han llegado a ser universales; formando parte del ideario colectivo, tanto del occidental como del africano o el chino. Messi, Ronaldo, Madonna, Donald Trump… son conocidos en todo el mundo. Son los famosos, los héroes o los villanos de nuestro tiempo. Tanto es el poder de la imagen y lo mediático que cualquier político actual debe atender mucho más a su apariencia que a su ideología.
Con el desarrollo de internet y las comunicaciones móviles y la aparición de las redes sociales ha surgido un nuevo tipo de famoso, el influencer, que es una persona que ha conseguido destacar en cualquiera de los canales digitales, como YouTube, Twitter, TikTok o Instagram. Son personas que han creado un personaje de éxito y cuyas opiniones, fotos o vídeos llegan a miles o millones de personas, que las comparten y las comentan.
Algunos de estos influyentes son los famosos habituales, sobradamente conocidos por su presencia en los medios de comunicación convencionales; pero otros son desconocidos para el gran público, excepto para aquellos que intencionadamente les siguen. Destacan por tener una reputación, por aportar algo que es valioso para sus seguidores, porque lo que muestran, hacen o dicen les hace reir, es original, aporta frescura, aconseja sobre uno o varios temas en los que son expertos… Se puede ser influencer por la apariencia, por la extravagancia, la excentricidad, la originalidad, por salirse de lo común. Aunque lo que se sale de lo común llega a ser común cuando lo imitan o lo repiten millones de personas.
Evidentemente, estos personajes son tremendamente valiosos para las empresas; proporcionan una nueva forma de promocionar sus productos, más barata, directa y eficaz que el uso de los canales de marketing habituales. Una foto, un vídeo o una opinión favorable de un influencer sobre un producto o un servicio determinado puede aumentar considerablemente sus ventas.
Entre todos los influencers, posiblemente los que llegan a más personas sean los Instagramers, aquellos que destacan en Instagram, que actualmente cuenta con más de 800 millones mensuales de usuarios activos. Si hubiera que describir esta red social con una sola frase, esta sería “Mira cómo voy, mira dónde estoy, mira lo que tengo”. Instagram es la red social de la apariencia. Sus usuarios la utilizan, básicamente, para compartir fotografías de sus indumentarias, sus casas, sus amistades o los lugares que visitan.
Mira cómo voy, mira donde estoy, mira lo que tengo
Aunque, si lo que se busca es llegar a los adolescentes y la generación Z, aquellos que nacieron pocos años antes o después del año 2000, lo más habitual es recurrir a TikTok. En esta red se comparten vídeos cortos, en los que cada uno se muestra cantando, bailando, posando o haciendo tonterías. Loren Gray, la TikToker más influyente, cuenta con 37 millones y medio de seguidores. Tiene 18 años.
Recientemente, a mediados de agosto, cuando era evidente que los contagios por coronavirus estaban repuntando, Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias y portavoz oficial del Ministerio de Sanidad contra la pandemia de enfermedad por coronavirus en España, en una de sus múltiples comparecencias lanzó un mensaje pidiendo ayuda a los influencers, para que concienciaran a la población y especialmente a los jóvenes sobre la necesidad de respetar las orientaciones y normativas para paliar la propagación del virus.
Como los avisos y opiniones de los epidemiólogos, médicos y científicos no surten efecto, ni por descontado los de los políticos, se intenta recurrir a los influyentes. Lo que no ha conseguido la ciencia, tal vez lo consiga la imitación.
Fernando Simón podía haber recurrido a los futbolistas, cantantes, actores y demás celebridades habituales; pero no: ha considerado que los “mensajes” de los influencers tienen más impacto sobre los jóvenes. Dando, de paso, por sentado que son los jóvenes los que salen, los que se relacionan, los que se quitan la mascarilla y los más rebeldes. Los principales culpables de que el virus siga propagándose.
Supongo que lo que pretende Fernando Simón es que los bailarines de TikTok, los jugadores de videojuegos de YouTube o los posantes de Instagram se muestren con mascarilla, y digan mensajes similares a “tómate esto en serio”o “yo me quedo en casa”, aportando cada uno de ellos su toque personal, aquello que mueve a seguirles e imitarles.
No se sabe cuándo empezó, pero la universalización de una educación mediocre, la digitalización de la cultura y el desarrollo exponencial de internet están preparando la tormenta perfecta. Actualmente, tienen más peso y llegan a muchísima más gente las opiniones y ocurrencias de un friki que las de un físico, un poeta o un filósofo. Incluso empieza a resultar inapropiado hablar de pensamiento único; porque ni siquiera es necesario pensar, solo mirar y recibir consignas o impactos breves, uno tras otro.
Apreciado Don Enrique
El problema NO son los influencers, los que via Instagram, TikTck, Youtube… aparecen y se promocionan de manera mas o menos irresponsable.
El problema son los Fernando Simón del mundo.
Hay un dicho muy cierto y es el de enseñar con el ejemplo.
Los Fernando Simón del mundo se han «jartado» de enseñar de que cuando estás en una posición de Poder puedes hacer lo que te de la gana, haciéndolo muy mal, que tendrás el apoyo y hasta el aplauso de la comunidad de los que tienen la pasta.
Pasta que se habrá sacado endeudando al país hasta el infinito, saqueando a los contribuyentes, etc, etc.. lo que redunda aún mas su posición de poder.
La «chusma» de instagramers, tiktokers, youtubers… a lo único que aspiran es a sus 15 minutos de gloria amparados por el rebufo de la irresponsabilidad general promocionada desde los esquemas de poder.
Lo único positivo de esto es que si los Fernando Simón del mundo han condescendido a mencionar a estos, es porque saben que la cosa viene muy mal dada; y es hasta posible que pierdan su poltrona, y con ello su coraza, y necesitan desviar la atención.
Y a quienes verdaderamente están haciendo algo positivo, mejor ni mencionarlos, porque será la manera de ponerlos en una diana para que los Fernando Simón del mundo puedan seguir ganando tiempo.
Enseñar con el ejemplo.
Usted da muy buen ejemplo. Por ejemplo, valga la redundancia.
Un muy cordial saludo
Antes eran los medios de comunicación escrita quienes tenían a gala influir incluso para poner o quitar gobiernos. Acordémonos de «Ciudadano Kane» y de quienes en nuestro país intentaron emularle desde diferentes cabeceras. Hoy, la existencia de redes sociales y la posibilidad de «colgar» en las mismas esos «selfies» audiovisuales caseros, permite que muchos miles de personas tengan sus momentos de gloria pasajera. Tienen capacidad de movilizar a multitudes (en el caso de organizaciones específicas) o de dar versiones personales de distintos acontecimientos cuyo resultado práctico es cuestionable.
Pero se han puesto de moda. Es más, provocan más confianza sus disertaciones (algunas francamente buenas) que las institucionales en un amplio sector de población juvenil que se mueve con soltura en tales redes. Queda sin embargo aquellos adictos a determinadas cadenas televisivas y a determinados presentadores, que han hecho de sus mensajes una especie de religión para quienes carecen de criterio propio. Estamos en lo que llaman «guerra cultural» que es en el fondo una guerra de propaganda para incautos y de experimento social con cobayas humanos.
El día que abandonamos a los «clásicos» y nos lanzamos en brazos de la sabiduría proporcionada por las tecnologías, estábamos quemando las naves de una civilización hecha de esfuerzo y progreso, para buscar un supuesto «progreso» sin esfuerzo. En tiempos de los primeros ordenadores se acuñó la frase: «Un burro con ordenador, sigue siendo un burro».
Estamos en un naufragio social ( Juanma Agulles: «La vida administrada») programado donde nada escapa a quienes lo dirigen, mientras las mentes inocentes y confiadas siguen creyendo los sueños del capitán Aqab. Ahora la pandemia es otra justificación para la caza de brujas «macarthyana» sobre quienes cuestionan los relatos, los mensajes, los cuentos….. los que todavía quieren creer en su libertad de pensar. Los llaman (había que crear un término despectivo) «negacionistas» y desacreditarlos (curiosamente los medios buscan y difunden opiniones disparatadas, mientras ocultan las más sólidas).
Un saludo.