
El orgullo humano ha sufrido un golpe tras otro. Después de Copérnico la Tierra dejó de ser el centro del universo para pasar a girar alrededor del Sol y, con el paso de los años, convertirse en un minúsculo planeta que orbita en torno a una estrella de segunda fila en una galaxia como tantas otras. Desde Darwin, el hombre ya no era un ser especial creado expresamente por Dios, a su imagen y semejanza, sino simplemente un animal dotado de razón, de la capacidad de razonar y elegir. Y entonces llegaron Freud y el inconsciente, ese mundo oscuro que nos hace cuestionarnos si realmente somos los dueños de nuestros actos y conocemos sus motivos.
Pero todo esto lo sabemos porque pensamos. Lo sabemos gracias a nuestra actividad mental y a nuestros razonamientos. Es en la razón donde ubicamos conceptos o facultades tan abstractas como la voluntad, el libre albedrío, la objetividad o la verdad. En la razón residen la lógica y la Filosofía. Pero la consciencia, el pensamiento consciente, es tan solo una de las manifestaciones de lo que somos.
Este pensamiento no es el que rige nuestra biología; a lo sumo la altera, pero no la controla. No podemos detener nuestro corazón pensando, ni tampoco decidir cuáles son las hormonas que se segregan o los jugos gástricos que se vierten en cada momento. Hay un mecanismo de seguridad, una sabiduría más profunda, que nos mantiene vivos a pesar de la razón; porque hacer a sabiendas algo que nos hace daño es una decisión consciente, una decisión racional. Continuamente estamos tomando decisiones en las que no interviene nuestra razón y muchas de ellas se toman para corregir lo que nuestra razón concluye.
Se desconoce cómo se produce la consciencia, el pensamiento consciente, pero sí sabemos que pensamos porque tenemos sentidos y memoria, los pensamientos siempre se elaboran a partir de algo, dan forma a una sensación o a un sentimiento. Nuestros sentidos reciben muchas más sensaciones de las que somos capaces de asimilar; pero estas sensaciones quedan registradas en alguna parte de nuestro organismo y están activas, aunque no sepamos hasta qué punto. A esto hay que añadirle la genética, la historia, la educación y la circunstancia, aquello que está pasando y lo que creemos que está pasando, tanto cerca como lejos.
Lo que está claro es que razonar es una forma particular de pensar pero no la única. Si se pudiera llegar a la verdad con un método infalible no habría enfrentamientos doctrinales ni ideológicos. Pero todo razonamiento, incluidos los científicos, está contaminado por algún tipo de creencia, de interés o motivo oculto o de premisa indemostrable.
todo razonamiento está contaminado por algún tipo de creencia
Y sin embargo, a pesar de sus limitaciones, tenemos la prepotencia de legitimarnos mediante argumentaciones. Mediante la razón, argumentando, se pueden justificar las mayores atrocidades.
Todo el mundo tiene sus razones, pero no todos tienen la capacidad de razonar, de demostrar la verdad de una afirmación a partir de unos argumentos; y mucho menos la capacidad de dialogar. Porque una cosa es llegar a una conclusión mediante la confrontación de razonamientos y argumentaciones y otra cosa bien distinta es conseguir que una tesis se imponga sobre las demás aún a sabiendas de que no es cierta. Una cosa es debatir para descubrir la verdad y otra es hacerlo para tener razón.
Sobre este tema, sobre cómo quedar vencedor en una discusión, hay un pequeño libro de Schopenhauer que, posiblemente, esté en la mesilla de noche de más de un político. Se titula Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en 38 estratagemas, y comienza de la siguiente manera:
La dialéctica erística es el arte de discutir, pero discutir de tal manera que se tenga razón tanto lícita como ilícitamente –por fas y por nefas-. Puede tenerse ciertamente razón objetiva en un asunto y sin embargo, a ojos de los presentes y algunas veces también a los de uno mismo, parecer falto de ella.
El texto continúa describiendo minuciosamente conocidas estratagemas como buscar contradicciones, interrumpir, hacer comparaciones odiosas, exagerar los argumentos del adversario, provocar su cólera, inventar o tergiversar citas de autoridades, buscar los puntos débiles e insistir en ellos, aturdir al adversario con palabrería sin sentido y así sucesivamente hasta llegar al último recurso:
Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; es decir, se pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera.
Y es que, en cualquier discusión, la que sea, no se puede separar la razón de la emoción. Y es muy probable que sin emociones no habría pensamiento, ni por supuesto razón.
Parece ser que pensando, solo pensando, no se puede llegar a la verdad, a toda la verdad. Pero esta reflexión no nos exime del estudio, que es la actitud más coherente que podríamos tener. Porque estudiar consiste en poner todas nuestras facultades (la inteligencia, la consciencia, la observación, la intuición…) al servicio del entendimiento, de la comprensión.
«El corazón tiene razones que la razón no conoce….» Y es verdad. Toda razón está teñida de un complejo mundo de emociones, intuiciones y creencias.
Podemos enfocar el tema desde la consideración de los seres humanos como simple especie animal más o menos evolucionada o como especie elegida para ser dotada de un alma trascendente en algún momento de la evolución.
Podemos pensar en los caractéres hereditarios (genes) y los caractéres adquiridos (cultura) y la influencia respectiva.
Podemos separar el mundo de los sentimientos y emociones del mundo de la razón, pero probablemente triunfarán aquéllos por muy contrarios que sean a la razón.
En el debate se pueden conjugar teorías e incluso buscar certezas cuando se supone ciertas las consideradas «leyes» consolidadas (como la de la gravedad que permite el mantenimiento casi ordernado del cosmos).
Todo ello forma parte del patrimonio individual y original de cada ser humano: la diversidad.
Pero queremos «certezas» o, mejor dicho, preferimos buscarlas en quienes son los menos apropiados para garantizar algo. Y caemos en la trampa de prescindir de nuestro propio criterio (formado por nuestras creencias y razones) para tener la «seguridad» de la propaganda política o mediática que, por sus características, nos hacen sentir parte del rebaño de «creyentes». La autocensura es la negación de la verdadera comunicación, precisamente del factor humano más importante.
Llevamos muchos años buscando explicaciones a algo que sencillamente no las tiene. Y buscamos entonces la inteligencia fuera de nosotros: en los algoritmos y otras herramientas de la tecnología, renunciando a la racionalidad y con ello a nuestra propia humanidad. Y seguimos equivocándonos y nos siguen equivocando haciendo demasiado complejo lo que es sencillo y natural (de Naturaleza).
E inventamos «palabros», «slogans», teorías que construyan un pensamiento único aunque no sepamos donde nos lleve (pero lo intuimos).
Mientras tanto, al lado de casa la cola para poder tomar un sencillo plato caliente al día, sigue aumentando. Esa es la realidad dramática ajena a las disquisiciones filosóficas: primero vivir (sobrevivir) después filosofar…
Gracias por el interesante artículo.
Un saludo.
Felicidades por la reflexion , La creencia y la razón.
Un tema delicado y complejo es conjugar el instinto ,la razón , la conciencia , el espíritu y buscar la sincronía de tales conceptos que nos eleven a un entendimiento o creencia superior aunque sea solo por un instante de lucidez ,lo terrenal nos reclama . Ahora bien si un hombre me dice que atesora ese estado y no le abandona y asegura que es el hijo de Dios , no debería creerle ? . El mal existe de forma potencial , porque no iba a existir el bien potencialmente ? cuando el mal tiene menos razón de ser.
Las personas que dedican mucho tiempo ha razonar sobre conceptos abstractos pierden parte de tiempo descartando afirmaciones inexactas , lo ideal seria dedicar el tiempo de forma equitativa según el momento en el que nuestro ser nos lo priorice Las prioridades del cuerpo mente y alma se des sincronizan y es lo que nos hace ser humanos imperfectos , con lo que damos trabajo a la conciencia .
La sin razón se podría decir que es la locura o el caos , aun que dependiendo del grado y quien la padezca puede ser inofensiva y hasta simpática otras veces no y además pasa inadvertida y utiliza multiples camuflajes .
Muy interesante el artículo y los comentarios.
Efectivamente, es un tema complejo que da para días y días de intensos ejercicios de investigación intelectual, práctica y existencial.
Dado que me es imposible abordar aquí los tantos puntos importantes, me centraré en una frase del artículo “razonar es una forma de pensar, pero no la única”.
Si primero nos detenemos y definimos claramente lo que queremos decir por “pensar”, podríamos llegar al acuerdo genérico de que Pensar, es ese diálogo interior y verbal, que se manifiesta de forma secuencial, dentro de la mente de cada individuo. Es esa voz propia que articula palabras dentro de la cabeza.
Podemos entonces identificar que el pensar, no siempre sucede de forma consciente. Es decir, no siempre nos damos cuenta que nos encontramos pensando. Muchas veces, al ir caminando, conduciendo, en el transporte público, lavando los dientes, etc., tenemos “vacíos de tiempo”, en donde no sabemos la manera, pero ya hemos llegado a nuestro destino, ya se han lavado los dientes, etc. Y en ese tiempo no fuimos conscientes de los instantes transcurridos y recordamos que estábamos pensando en algo.
Muchas veces no recordamos ni qué estábamos pensando, o lo recordamos vagamente. Alguna veces lo identificamos como bastante repetitivo, etc.
Con esto está claro, que el pensamiento no siempre es consciente, ni va acoplado a un proceso de razonamiento dirigido, organizado o siquiera relevante o trascendental.
En cambio, cuando estamos pensando arduamente en resolver un problema económico, personal, académico, laboral, etc., normalmente sí somos conscientes (nos damos cuenta) de lo que estamos pensando y cómo lo estamos pensando.
En ese “darnos cuenta”, cuando sucede conjuntamente con el pensamiento, es cuando hay un pensamiento que razona (más o menos lógicamente… eso sería otra cuestión). Es importante notar que ese “darnos cuenta” que pensamos no es verbal, ni requiere de pensamiento. La prueba de ello es que para darnos cuenta que pensamos, no necesariamente tenemos que estar pensando todo el tiempo, en que nos encontramos pensando.
Sin embargo, tal vez sea posible que incluso antes del pensamiento (simplemente con una sensación de sólo darse cuenta de las cosas), ya existe razonamiento. Algo similar al razonamiento que existe en un crío de 2 años o tal vez 3, que en un adulto podría darse a una profundidad mucho mayor.
En dicho proceso de darse cuenta, hay aprendizaje, puede haber investigación, puede haber curiosidad, cuestionamiento, relación de sucesos, etc. Ese proceso de darse cuenta, puede estar por antes y aun abarcando pensamiento, la creencia, la emoción, etc.
Lo anterior, no es algo teórico o abstracto, sino algo que valdría la pena investigar su implantación en acción, desde el sobrevivir diario, hasta el filosofar académico.
Un afectuoso saludo,
Propongo un clásico como Gustave Le Bon y su «Psicología de las masas» que enlaza con el ya mencionado en otras ocasiones «Propaganda» de Edward Barneys para poder entender que la razón, el argumento e incluso la lógica racional, no son nada ante las posibilidades de captura de mentes incluso muy preparadas (también está el dinero) para ponerlas al servicio de quienes se hacen con el poder por su osadía o su falta de escrúpulos. La sugestión, el contagio y las técnicas de afirmación, repetición de mensajes (por muy vacuos que sea, incluso cuanto más vacíos mejor) que suenen bien origina la captura de la masa y ésta que conoce su poder, impedirá cualquier discrepancia por muy razonable que sea.
Ya estamos ante «creencias» religiosas, ante seres considerados superiores a los demás (divinos), ante liderazgos basados en la técnica de compra y manipulación de mensajes, en lo falso, en lo impostado, en lo acientífico,
«Ya hemos explicado que las masas no son influenciables mediante razonamientos y que no comprenden sino groseras asociaciones de ideas» (Le Bon).
Un saludo.