
Leo en un artículo y después compruebo, preguntando aquí y allá, que es una práctica habitual al comprar por internet el pedir varios artículos sabiendo que se van a devolver. Así, por ejemplo, podemos adquirir varias tallas y modelos de unos pantalones, probárnoslos tranquilamente en casa y quedarnos solo con uno. Es más, también podemos evitar que nos cobren gastos de envío; es suficiente con comprar artículos hasta superar la cantidad en la que los envíos son gratuitos y después quedarnos con lo que queríamos y retornar el resto. Al fin y al cabo la devolución es gratuita.
Gratuita para el comprador, evidentemente, pero de ninguna manera gratis: el coste de todo ello recae sobre los demás. Alguien tiene que pagar los mensajeros, los almacenes, la logística, el mantenimiento y el consumo de los ordenadores que lo hacen posible, el tiempo y el trabajo de las personas implicadas y tantísimas cosas más. Y no solo eso, las consecuencias van mucho más allá.
Esta política de compras y devoluciones solo pueden permitírsela las grandes empresas, pero es inasumible para las pequeñas. A la larga no pueden competir. Si ya la venta on line supuso una enorme desventaja frente a los gigantes del comercio electrónico, como Amazon o Alibaba, y los grandes comercios tradicionales (El Corte Inglés, Inditex, Walmart y tantos otros), el tener que asumir los costes del ir y venir de mercancías reduce todavía más sus posibles beneficios.
Aunque el comercio on line ha salvado o dado a conocer muchas pequeñas empresas, también ha provocado la quiebra de muchas otras. Así han desaparecido tiendas de ropa, zapaterías, agencias de viaje, papelerías, librerías y muchos de los pequeños comercios que formaban parte del tejido social de un pueblo o de un barrio. El cambio en los hábitos de consumo, comprar compulsivamente desde casa con la posibilidad de arrepentirse, nos está llevando a otro tipo de sociedad.
Pero hay otro tipo de costes que nos afectan a todos. Las devoluciones de los productos suponen la puesta en marcha de un ejército de transportistas y vehículos que saturan el tráfico de las ciudades, al tiempo que consumen combustible; implica también el derroche de embalajes, de plástico y cartones; supone que alguien se tenga que ocupar de verificar el estado del producto, de reacondicionarlo, de volverlo a poner en su sitio y de anotar que todo esto se ha hecho. Todo ello para, en muchos casos, tener que tirar el producto porque no resulta rentable ni siquiera intentar recuperarlo. Es decir, un dispendio de recursos, energía y tiempo de las personas, que es consecuencia de una estrategia para vender más.
Internet consume entre el 5 y el 10% del gasto energético mundial. Obtener y utilizar esta energía supone, empleando la terminología actual, una huella de carbono, que se estima en el doble de las emisiones de toda la industria de la aviación. Al fin y al cabo la Red y sus servidores se alimentan con electricidad, que muchas veces se genera quemando gas, petróleo o carbón. Por citar un dato curioso encontrado en Internet (sin verificar): enviar 65 mensajes de correo electrónico equivale a conducir un kilómetro en coche. Todo esto sin contar la huella de carbono que supone la fabricación de los teléfonos móviles, portátiles, router, electrodomésticos “inteligentes” y demás artefactos conectados a la Red.
Pero esta huella de carbono, sin dejar de ser importante, no es nada en comparación con la huella social.
Se habla de la implantación del metaverso en un futuro cercano, pero lo cierto es que ya hace años que estamos inmersos en él; ya hace años que vivimos en un mundo virtual.
Intercambiamos mensajes con personas de las que solo conocemos su supuesto nombre, su presunta foto o su avatar. Y sin embargo nos alegra o nos irrita lo que dicen, lo que les gusta, lo que piensan de nosotros y ni siquiera podemos estar seguros de que no estamos interactuando con un bot.
Realizamos trámites administrativos, retiramos o ingresamos dinero en el banco, compramos y vendemos sin necesidad de desplazarnos; pero lo cierto es que, en muchos casos, ya no podemos hacerlo de otra manera, ya no existe la persona detrás de una ventanilla o de un mostrador que nos vaya a atender. Este mundo de gestiones ya solo se encuentra en el ciberespacio.
Y también están allí los libros, las películas, la música, los periódicos, los cuadros de los museos y tantas otras creaciones que ya no precisan de un soporte físico para contentar las inquietudes de los que las consumen. Gracias a internet tenemos a nuestra disposición más cultura y más barata; eso pensamos, como si fuera lo mismo la visita virtual al Museo del Prado que recorrer sus pasillos, por muy bien elaborada que esté y por muchas gafas con sensores que nos pongan.
Con todas las ventajas y comodidades que ofrece internet, pienso que en realidad son pocas si se comparan con el tipo de sociedad que se está construyendo en torno a él. Una sociedad en la que todos somos más dependientes, estamos más controlados, más desinformados y más aislados de los demás. Un enorme progreso tecnológico a disposición de una humanidad inmadura.
He leído por aquí con buen criterio y razonamiento sobre el tema de las patentes y el reciclaje , quisiera decir algo al respecto , seguro me dejo algo o digo algo indebido , apelo al buen entendimiento de los lectores para quedarse con lo sustancial .
Sobre el tema de las patentes esta claro que la cosa esta en abrir mercado , un mercado engañoso en lo que a mi respecta , porque aun respetando las normativas de fabricación y estándares mundiales una nueva patente consiste en cambiar cualquier pequeña pieza o añadir quitar unos milímetros a algo , y ya tienes una nueva patente si además abaratas el coste ya tienes mercado . porque digo que es engañoso ,lo digo porque el día que tengas que reparar el lo que sea la pieza a cambiar su precio ya no sera tan barato y su durabilidad la pongo en cuestión , el transporte y los gastos de envió son solo una inversion para ellos y tendrás que recurrir a ellos porque otras patentes y marcas ya no se fabrican y cada vez el mercado es mas uniformado respecto a según que productos . Sobre el reciclaje decir que tiramos muchas cosas , solo hay que mirar los contenedores de basura la cantidad de cosas que se llegan a tirar , en el campo ( por lo menos antes ) se aprovechaba todo a una lata se le podia dar muchos husos , hoy si alguien quiere reparar algo con mas de cincuenta años que cambiando una pequeña pieza puede durar otros cincuenta te miran como si fuese una antigüedad y no pierdas el tiempo en buscar otro comercio que la tengan , como dije antes el mercado esta bastante uniformado y la marca que buscas ya cerro. Es mas o menos lo que quería decir , saludos y dar las gracias a los que escriben por aqui .
Completamente de acuerdo con el artículo. Hemos elevado una simple (y a veces útil herramienta) a los altares de la religión (dogmática en este caso). Con ello demostramos dos cosas: nuestra ineptitud dependiente para resolver directamente problemas o asuntos de cualquier tipo y nuestra falta de sentido crítico a la hora de aceptar todo lo que se nos imponga.
Pero de eso se habla poco, igual que no trascienden los múltiples fallos operativos de los «sistemas» y sus graves consecuencias muchas veces. Llevados de nuestro exceso de comodidad y falta de responsabilidad, hemos transferido esa responsabilidad a las máquinas. Ello se ha producido en todos los ámbitos: en el corporativo, en el político y en el social.
Curiosamente, esa falta de responsabilidad nos está costando más cara que los métodos tradicionales, tanto en el aumento de impuestos para el pago de supuestos servicios públicos, como en esa otra cara de Jano que es el mundo corporativo o social que forman lo que llamamos «el sistema». Nadie responde de nada, pero lo cobra como si se mantuviera o mejorara la responsabilidad.
En sustitución de ese vacío, se ha creado todo un neolenguaje cuya terminología rebuscada y cursi hay que pagar (no en vano se multiplican los «asesores» aúlicos del poder en todas sus formas) y del que se provecharán como siempre esas excrecencias parasitarias en portadas de colores, papel «couchée» y extravagancias «epatantes».
Nuestra comodidad, cobardía, resignación acrítica y sobre todo nuestro sometimiento nacido de la ignorancia, han preparado un mundo de «pardillos» de los que se puede vivir, mientras ellos contemplan agradecidos y crédulos el último telediario.
Un saludo.