
Husmeando en Internet, encuentro en la sección de Educación de uno de los principales diarios nacionales la siguiente noticia: “El gobierno japonés propone eliminar las carreras de humanidades de la universidad”. Y, así de primeras, me alarmo y me la creo, porque no me sorprende en absoluto. No obstante, para verificarla, escribo japon + eliminar + humanidades en el buscador de Google.
Y lo que aparece ya me indica que la información, además de no ser reciente (data de septiembre de 2015) tiene más de sensacionalista que de cierta: la mayoría de las páginas que la publicaron son, por decirlo de alguna manera, de segunda categoría. Y las fuentes a las que remiten, además de escasas, tampoco parece que tengan el peso del New York Times, del Daily Mail o The Guardian.
No obstante, el mensaje tuvo su repercusión y se le cita en algunos artículos y entradas de blog . Y es que llueve sobre mojado. La desaparición progresiva de la Filosofía de los currículos, el discurso sobre el emprendimiento, la competencia y la cualificación profesional que impregna la educación, la poca atención que se le dedica a la Cultura Clásica, la irrelevancia de las Artes… indican la orientación y la intención de aquellos que diseñan los planes educativos.
Aunque este retroceso generalizado de las humanidades, para ser reemplazadas por materias más prácticas o funcionales, viene de antiguo. Ya en mis tiempos escolares, se planteaba la disyuntiva de elegir entre el bachillerato de Ciencias o el de Letras; y esta elección en muchos casos no era vocacional sino forzada, bien porque parecía que las Ciencias tenían más futuro profesional, bien porque la experiencia con las matemáticas había sido nefasta. Y ya flotaba en el ambiente lo poco prácticos que eran los estudios de Filosofía, Geografía e Historia, Literatura o Filología; cuya principal salida laboral era dedicarse a la enseñanza.
Este enfoque de la educación, profesionalizador y basado en el utilitarismo de los conocimientos, no es nuevo; pero se ha acentuado a medida que se extendían la Globalización y la educación obligatoria. En este contexto de competición económica, parece que lo que los países necesitan son más técnicos cualificados y menos lingüístas, sociólogos o antropólogos; y por eso orientan sus políticas y los recursos públicos, cada vez más escasos, a fomentar lo primero y no potenciar lo segundo.
Aunque el resultado no es el esperado. Al finalizar la educación obligatoria, los alumnos son más analfabetos, desde el punto de vista de las Humanidades, que los de las generaciones anteriores, pero no por ello son más cultos en lo científico; simplemente son más diestros en el uso de la tecnología, pero desconocen sus fundamentos. Y la proporción de estudiantes que optan por las Ciencias y la Tecnología no es mayor, sino que se ha reducido.
Y esto es así, en buena medida, por optar por una especialización temprana en lugar de plantear una educación generalista. Al parcelar los saberes también parcelamos las mentes de los que van a recibirlos, reducimos, en vez de potenciar, la capacidad de establecer relaciones y de llegar a ellos por distintas vías. Y provocamos rechazo por unas parcelas y preferencia por otras, según el éxito académico y los profesores que hayamos tenido en cada una de ellas.
Saber quiénes eran Heráclito y Parménides y por qué se enfrentan sus ideas puede que no sea útil para fabricar microprocesadores, pero sí para reflexionar sobre el devenir, la realidad y la posibilidad o imposibilidad de conocerla. Leer a Cervantes, a Lorca o a Tolstoi aparentemente contribuye poco a la economía de un país, pero sin duda enriquece nuestro lenguaje y, por tanto, nuestro pensamiento; porque así es como pensamos, con palabras. Conocer los mitos de Prometeo, de Cronos o de Gea no se necesita para que los puentes no se caigan o se mantengan en el aire los aviones, pero sí para explicar la psique humana desde otro punto de vista diferente o complementario al de las neurociencias.
El modelo cosmológico del Big Bang, la teoría sintética de la evolución, la anatomía, la fisiología, la bioquímica y, en general, los modelos y teorías que ha construido la Ciencia no bastan, ni de lejos, para explicar qué es la Humanidad y cómo ha llegado hasta dónde se encuentra.
Lo que la ciencia y la tecnología pueden decir sobre el fuego, por ejemplo, es una parte ínfima de lo que sabemos o intuimos sobre él y sobre lo que ha significado para los humanos. El fuego no solo funde los metales y quema leña, carbón o gasolina; además purifica, simboliza la muerte y el renacimiento y, también, la energía espiritual o el deseo y la inquietud que nos consume; convoca a su alrededor a la familia, el clan y los contadores de historias. El fuego no es solo una oxidación útil y hasta cierto punto controlable, sino también un generador de cultura. Y podríamos hacer reflexiones similares sobre el agua, el aire, la sangre, los metales, el cuadrado, el triángulo, el círculo, las formas, los colores … y lo que han significado en la gestación de lo que fuimos y lo que somos.
Sin conocer estas cosas es difícil entender las civilizaciones y las culturas, tanto pasadas como futuras, y dar soluciones a realidades tan complejas como la inmigración, la planificación urbana o la degradación de la democracia. Porque para concebir estas soluciones no basta con aplicar un algoritmo y fabricar un artefacto que lo ejecute; sino que es necesario abordar el problema desde todas sus dimensiones; y valorar sus consecuencias, no solo económicas o ambientales, sino también culturales, sociales, éticas y estéticas. Pero, para valorar, se necesita comparar para después elegir. Y esta elección será tanto más libre cuanto más independiente sea nuestro pensamiento y mayor nuestro sentido crítico. Y ambas son cualidades que se propician o se atrofian según la educación recibida: basada en la utilidad y la necesidad o, como dijo Aristóteles, centrada en las cosas que son bellas.
A pesar de los currículos oficiales y del estado de opinión más generalizado, los colegios y las universidades de élite, allí donde se forman los dirigentes, no han descuidado la enseñanza de las humanidades, sino que las consideran fundamentales para la formación de los que acuden a ellos. Casi se podría hablar de dos tipos de educación, la que reciben los que tienen que producir y la que se proporciona a aquellos que van a gobernar.
A nivel de programas académicos oficiales, los responsables de su confección, ¿pueden estar tan seguros de que saber quiénes fueron Heráclito y Parménides y el debate de sus ideas, no aporta nada “útil” en la fabricación de “microprocesadores”?, o ¿que el enriquecimiento del lenguaje que supone leer a Cervantes, Tolstoi, conocer la seducción de las palabras a la que accedía Lorca, La Historia, las historias narradas desde el buceo de las almas de sus protagonistas que tanto impregnan la literatura rusa …., no aporta nada a la Ingeniería, a la Arquitectura….?.
Los procesos del pensamiento humano, aún no son conocidos, ¿por qué parece que estemos tan seguros de que nuestra mente, la capacidad de pensar y de actuar se realiza en a modo de compartimentos estancos sin relaciones entre ellas, más allá de pequeños aspectos transferibles en los que ni siquiera se ahonda?.
La ciencia no es tecnología, pero la tecnología se apoya en ella.
La Ciencia quizás sí es más consciente de la interrelación existente entre todos los aspectos de la naturaleza, y en la necesidad de no eludir ninguna expresión o manifestación de la misma, incluido como está en ella el hombre y su capacidad de pensar, para ser capaz de conocer…de acceder a una realidad que se aleja cada vez más de esa “estanqueidad”.
La Tecnología quizá justifique su “no necesidad” de ese “sincretismo” entre las diferentes materias de cultura, aludiendo a su “utililitarismo”, pero es que no se puede afirmar que la riqueza de lenguaje, la complejidad anacrónica de los relatos y la continua simbología, por ejemplo, del estudio de los mitos, las gamas desconocidas de matices lumínicos, de geometrías, de espacios…a los que nos llevaría un conocimiento, o acercamiento más profundo de materias del mundo del Arte, las complejidades de pensamiento que ya cultivaban los antiguos griegos, y que no han sido superados aún… no sea algo que aclare, vitalice y acelere procesos en la psique humana, que hagan llegar mucho antes a la resolución de problemas, de dificultades o de barreras en materias que aparentemente solo se las quiere abordar de una sola dirección?.
Por otro lado, sí es cierto que ese tipo de educación más integradora, más cercana a la realidad de la naturaleza humana, se da en circuitos de élite, y es destinada a los que han de gobernar, pues la verdad es que …actualmente…y visto el repertorio político, al menos de los países que más deberían hacer alarde de excelencia de ello, no parece que se note mucho esa exclusividad educativa para ser gobernantes…., muy al contrario, es la mediocridad,…lo que impera en esos niveles, o al menos es lo que aparenta.