
Hay una técnica de resolución de problemas que consiste en descomponerlos en problemas más simples y, por lo tanto, más sencillos de resolver, para después combinar todas las soluciones parciales y llegar a la solución definitiva.
Se hace algo parecido cuando se estudian sistemas complejos, como los organismos, las sociedades o la mente. Se intenta saber lo máximo posible sobre parcialidades para llegar a entender la totalidad.
También se procede así en los estudios académicos, fragmentando el conocimiento en asignaturas que son impartidas por especialistas, expertos o autoridades que saben todo lo que se puede saber sobre las parcelas que administran.
Como en el conocido cuento de los ciegos y el elefante, cada uno de ellos explica la realidad según cual sea la parte del elefante que le ha correspondido. Para unos es como un pilar, para otros como una soga, como una pared, como la reja de un arado, como un abanico o como la rama de un árbol.
Y se podría escribir una parábola similar cada vez que un físico, un músico, un economista, un sacerdote, un carpintero, un cocinero y un político, por ejemplo, observan y describen la misma cosa. Si se trata del elefante, unos hablarán de su masa, su inercia y su energía potencial, otros de la sonoridad de su bramido, otros del precio del marfil, y así sucesivamente. Pero ninguno de ellos explicará totalmente al elefante, aunque todos lo estén viendo.
No hay una única forma de observar, interpretar, representar o entender la realidad. Y la misma cosa puede observarse, interpretarse, representarse o entenderse de múltiples formas, a veces opuestas o contradictorias. Aunque esto no se tiene presente al aplicar esa técnica o invento social al que llamamos educación.
Cada grupo social educa de acuerdo con sus necesidades y, hasta este momento, la sociedad en la que vivimos (utilitarista, hiperespecializada, tecnológica, consumista) ha optado por una educación centrada en la selección y transmisión de conocimientos según su practicidad, no según su trascendencia o su poder transformador.
De este modo, la educación consiste en una especialización progresiva, que se inicia desde edades muy tempranas y se va desarrollando de acuerdo con nuestros resultados académicos y, en menor medida, con nuestras preferencias, dentro del estrecho margen en el que nos permiten elegir. Y según vamos avanzando por uno de los caminos ya trazados tanto más difícil nos resulta acceder a los otros.
El resultado final es una amalgama de personas cualificadas en lo concreto y con múltiples carencias en lo diverso. Y todas ellas desde sus parcialidades intervienen en la totalidad. Así es como se construyen edificios inhabitables, se elaboran medicamentos que enferman todavía más o se imponen leyes y normativas imposibles de cumplir.
El resultado final es una amalgama de personas cualificadas en lo concreto y con múltiples carencias en lo diverso
Y esta situación es difícil de modificar; pero puede hacerse. Aunque todavía es difícil encontrar maestros que eduquen desde la complejidad sí es posible reunir educadores que se complementen, que trabajen en conjunto intentando que el resultado sea globalizador y vaya más allá que la suma de las aportaciones individuales. Y también hay personas lo suficientemente completas como para exponer la realidad desde su interpretación personal pero sabiendo y admitiendo que existen otras, e intentando incorporarlas en la propia. Hay matemáticos que además son músicos, dibujan un poco, han leído a Góngora y a Tagore y saben de filosofía. Y se pueden encontrar poetas, y no solo ellos, que hablen de formas, rastros y memorias almacenadas en el aire, o que asocien la memoria atesorada en los mitos con la que se cobija en las mitocondrias.
Y cabe pensar en lugares en los que se reúna la gente para educarse, para aprender todo sobre casi todo como única finalidad. Lugares en los que se piensa y se hace, en los que se relaciona y globaliza, en los que se tienden puentes y se derriban barreras entre las artes, las ciencias y las humanidades. Ya los hubo en otros tiempos, en la Atenas de Platón, la Biblioteca de Alejandría o la corte de Cosme de Médicis. O, en tiempos más recientes, en torno a la Institución Libre de Enseñanza. Instituciones que nada tienen que ver con las escuelas y academias actuales, en las que, lejos de expandirse, el conocimiento se fosiliza.
El signo de la modernidad ha sido la especialización que, según las teorías evolucionistas, lleva al parón evolutivo. Dicho de otra forma: «sabio es el que sabe un poco de muchas cosas, experto es el que sabe mucho de una sola cosa». En Biología evolutiva el término «relicto», se refiere al nicho en que quedan los muy especializados.
Estoy rescatando antiguos trabajos sobre el «Yeh teh» (en términos genéricos) como una criatura superespecializada en su adaptación al medio, que quedó aislada en tal medio condenada a su extinción. Tal como ocurrirá (ya lo está haciendo) con muchos especialistas incapaces de interrelacionar contextos científicos diferentes. Las excavaciones arqueológicas son una metáfora aplicable: cada excavador en su cuadrícula que conoce mejor que los demás, puede tener una visión equivocada del contexto arqueológico de todo el yacimiento, mientras quien dirige la excavación va encajando las piezas del puzzle y tiene una visión más completa y ajustada a la realidad de todo el conjunto. Lo he vivido personalmente, incluso la imposibilidad de identificación de piezas básicas, por quienes se consideran especialistas.
En el campo de la Medicina lo estamos comprobando cada día. El especialista en determinado sistema orgánico, suele desconocer como se puede relacionar con otro diferente. Sólo quien tiene la experiencia, la sabiduría y los conocimientos del ejercicio profesional de muchos años, pueden contextualizar más acertadamente la enfermedad, pero a esos se los ha marginado o se rechaza su sabiduría (es sabido que a los tontos lo que les molesta de quienes saben es que se notan mucho sus carencias).
Un saludo.