En el siglo XVII, cuando los portugueses empezaron a comerciar con China, se dieron cuenta de que había algunas personas que tenían más influencia que las demás. Eran los que mandaban: los mandarines. El imperio chino estaba administrado por altos funcionarios, que actuaban en nombre del emperador.

Mientras que en Europa eran los monarcas los que elegían a las personas que formaban la corte y gobernaban el reino, para ser magistrado en China había que superar un proceso extremadamente duro de selección. Se podría decir que fueron los chinos los que inventaron las oposiciones, la selección por meritocracia.

Cualquiera, desde los campesinos a los miembros de las familias aristocráticas, podía llegar a ser mandarín si demostraba que tenía dotes para ello. Y la demostración comenzaba aprobando un examen tras otro hasta alcanzar el grado de shengyuan (estudiante de gobierno o licenciado). Entonces y solo entonces podía aspirarse a un grado más alto, el de juren (hombre empleable o maestro), que se obtenía superando los exámenes que se celebraban cada tres años en la capital de cada provincia y que consistían en tres sesiones sucesivas, cada una de tres días, que tenían lugar dentro de recintos amurallados en los que cada aspirante era encerrado en una angosta celda individual, sin puerta, que no podía abandonar y en la que disponía de lo necesario para comer, dormir y escribir, estando vigilado en todo momento por los guardias imperiales. Cada provincia tenía asignado un número máximo de aprobados. Finalmente, si se conseguía ser uno de los elegidos, se podía realizar el examen de la Capital, para conseguir el título de jinshi (letrado avanzado o doctor) que abría la puerta a la aristocracia y los cargos más altos del gobierno. Entre toda China, uno o dos centenares por cada promoción.

Lo curioso de estas pruebas es que en ellas no se medía la capacidad administrativa o técnica de los aspirantes, sino su estilo literario y su conocimiento de los textos confucianos. Se buscaban burócratas eruditos, moralistas y seguidores fieles de las enseñanzas de Confucio. Y este tipo de burocracia proporcionó al Imperio Chino una enorme estabilidad. A pesar de las rebeliones internas, las invasiones extranjeras y los cambios de dinastía, los funcionarios aseguraron la continuidad de la administración durante más de 2000 años, hasta que, en 1912, fue derrocado el último emperador.

Después se sucedieron la República, la invasión japonesa de Manchuria, la guerra civil, una nueva República, ahora Popular y dirigida por Mao, las reformas de Deng Xiaoping, la apertura comercial… y un crecimiento económico espectacular, hasta situar el país en la situación de influencia en la que se encuentra hoy.

Y con todo, en China, después de veinte siglos de imperio y de cien años de turbulencia, llegar hasta lo más alto de la pirámide educativa es, todavía, el principal mecanismo de ascenso en la escala social. Salvo que hoy los funcionarios de carrera con más futuro no son eruditos sino ingenieros.

El 7 y 8 de junio de cada año, millones de estudiantes se examinan del gaokao, la selectividad china, una prueba en la que, según la nota, se decide si se puede acceder o no a la universidad y a cuál de ellas se podrá acudir. Las plazas que se ofertan son contadas y cerca de la mitad de los que se presentan no serán admitidos. Cada uno de los candidatos que consigue plaza en las mejores universidades ha sido elegido entre varias decenas de miles de aspirantes. Esto desata una histeria colectiva en el país. El futuro profesional y económico de cada estudiante, y por extensión de sus familias, depende enormemente de los resultados conseguidos.

Toda la educación primaria y secundaria del país está condicionada por este examen. Desde la infancia, la presión que sufren los alumnos es enorme; pero los resultados académicos que consiguen en las pruebas internacionales superan ampliamente a los de los demás países, incluso a los de Finlandia, tal y como reflejan las últimas pruebas PISA. Además del éxito económico parece que el gigante asiático también ha conseguido el éxito escolar. Los gobernantes occidentales observan asustados como China está tomando la delantera y, al menos en lo educativo, pretenden emularla: más control estatal, mayor estandarización del currículo, más horas estudiando y más tareas; para conseguir puntuaciones más altas en las competiciones internacionales.

Se podría pensar que el sistema educativo chino es extraordinariamente exigente y meritocrático; pero que, tal vez, eso no sea necesariamente malo. Al fin y al cabo, el esfuerzo se recompensa y todos los estudiantes pasan por la misma criba, sin importar si sus padres son ricos o miembros influyentes del Partido Comunista. Y esto garantiza que se está seleccionando a los estudiantes más brillantes y no a los que pertenecen a las familias con más poder o mejor relacionadas. Sin embargo, mientras que los occidentales quieren ser como los chinos, ellos intentan parecerse a nosotros, ya que consideran que su sistema está fallando y solo produce empleados eficaces y sumisos, altamente cualificados pero carentes de iniciativa, imaginación o habilidades sociales. Un sistema pensado para pasar exámenes no consigue inventores ni emprendedores. Como los estudiantes dedican casi todo el tiempo a estudiar, no saben hacer nada diferente.

Por otro lado, el sistema chino no es tan meritocrático como lo parece; como tampoco lo fue en los tiempos del Imperio. Tanto entonces como ahora estaba abierto a todo el mundo pero favorecía a las clases urbanas sobre las rurales, ya que las mejores escuelas y los mejores profesores estaban en las ciudades. También, aunque la enseñanza es gratuita, el que tiene más recursos puede invertir más en la educación de sus hijos, sea esta en forma de profesores particulares, material escolar, o sencillamente eximiéndoles de la obligación de contribuir a la economía familiar o las tareas domésticas. En torno al gaokao se ha levantado un entramado privado de academias, internados y preparadores, centradas en conseguir que los estudiantes rindan al máximo y obtengan las mejores puntuaciones en la prueba.

Dadas las implicaciones que tienen los resultados de los exámenes sobre el estatus social y el futuro profesional, los sobornos y la picaresca son habituales. La escuela pública china tiene un serio problema de corrupción. Muchos padres están dispuestos a pagar a los profesores para que presten más atención a sus hijos, falseen los resultados de sus exámenes o los seleccionen para que continúen sus estudios en una escuela preferente, a la que solo pueden acudir los alumnos más prometedores. Otros, si pueden, trasladan su domicilio a otra región del país en la que se concentran menos estudiantes y, por tanto, la competición es menor. Otros directamente pagan varios miles de euros a estudiantes aventajados para que suplanten la identidad de sus hijos y hagan el examen en lugar de ellos. La frecuencia con la que esto sucede, junto con el empleo de tecnología de última generación para copiar durante las pruebas, hace que la vigilancia para evitar el fraude sea extrema. Los guardias del emperador se han sustituido por cámaras, drones, detectores de metales y pruebas dactilares.

Para millones de chinos, aprobar el gaokao es la única esperanza de abandonar su lugar de nacimiento y este mensaje, en un país mayoritariamente rural, ha calado profundamente. Hasta el punto de convertirse en una obsesión y generar un sufrimiento psicológico masivo; incluso para los chinos, tal y como nos los imaginamos los occidentales.

Así, tanto en Shanghái como en Taipei o Macao, cada vez hay más padres que optan por llevar a sus hijos a colegios privados cuyos métodos de enseñanza se parecen a los de los occidentales, con menos carga de trabajo, menos énfasis en el aprendizaje mecánico y más interés en fomentar la resolución de problemas y el pensamiento creativo. Mientras tanto, en occidente aumentan las escuelas en cuyo ideario se oferta lo contrario; esto es, rigor, exigencia, disciplina, más contenidos de mayor dificultad, más deberes…

Y tanto los sistemas educativos occidentales como los orientales están basados en el mismo paradigma:  incidir sobre los niños y adolescentes para que consigan los objetivos del currículo, que es el que especifica los conocimientos y habilidades que todo futuro ciudadano debería tener. Todo ello diseñado y exigido desde arriba, según las necesidades, miedos o intereses de los diseñadores.

 

 

 

 

 

 

 

 

4 comentarios

4 Respuestas a “Los funcionarios del emperador”

  1. Alicia dice:

    Leyendo el artículo se me han representado en mi cabeza los regímenes para adelgazar. Muchos dietistas que han estudiado mucho y cada uno recomendando su método – muy famosos algunos, o que les pregunten a muchas señoras, que se los saben todos – para al remate llegar a la conclusión de que hay que comer de todo con moderación.
    El método chino de educación parece, o así deduzco, que no tiene ni más ni menos luces y sombras que el occidental.
    Y uno lee, este artículo en este momento y tantos otros a lo largo del tiempo; y no es posible sustraerse al hecho de que pasen por la cabeza infinidad de retazos – muy pequeños a veces – de pensamientos y de ideas, tan dispersos como las piezas de un puzle y tan poco “organizables” a la hora de plasmarlos que se opta (opto) por, no sabiendo cómo darle forma, callar.
    Pero queda el poso. Y se sigue dando vueltas al asunto. Y se llega o llego a conclusiones – o caricaturas surrealistas de conclusiones – quizá tan utópicas o imposibles como que la única solución que le queda a cada individuo es ir serpenteando, buscando las vueltas a lo que hay; zafarse como mejor pueda de lo que no le conviene – los pasteles, sin dietista ni nada – y esmerarse en detectar no qué le proporcionará satisfacción (oficializada) sino esa auténtica felicidad que se escapa, por las rendijas, a todos los controles de todos los poderes y de todas las normas y reglas que querrán y sabrán y podrán siempre imponer.
    Pero para eso será necesario, imagino, estar cerca y en manos, desde que se nace, de quien de verdad y con auténtica limpieza quiera “lo mejor para ti”.
    Pero cómo si quien quiere ese “lo mejor” ha sido cuidadosamente adiestrado para o no distinguirlo o descartarlo.
    Y es que a mí me parece que la felicidad está muy mal vista, y el que la pretende es considerado ingenuo, o inadaptado, o directamente estúpido.
    Ah, y otra cosa. En alguna ocasión ya me dolí de que nunca habéis escrito sobre la Felicidad. Buscas en las etiquetas y encuentras, política, economía, educación, sociología, etc. Pero FELICIDAD NO.
    A ver si por favor aunque sea.
    Besos

    1. Alicia dice:

      El NO era en minúscula.

  2. pasmao dice:

    Interesante artículo Don Enrique

    Yo añadiría un capítulo fundamental.. La «Guerra del opio», o sea la eliminación del fermento social que posibilitaba la existencia de esos funcionarios, debido al fácil acceso que tenían estos durante su juventud al opio.

    Fácil acceso debido a sus bajos precios, promocionado por las potencias occidentales (UK, Francia, USA, entre otros) para precisimente debilitar su cohesión interna y poder manejar la situació a su conveninecia. El famoso banco HSBC tiene unos oscuros orígenes ahí.

    Eso es lo que posibilitó la caida de ese último emperador y el hundimiento de una nación/cultura milenaria.

    Y ello es lo que hace que ahora sean los mas refractarios a tolerar cualqyier asunto relativo a las drogas de todo tipo y que los traficantes por muchas influencias que digan tienen acaben mayormente mal.

    La corrupción que si afecta a otros sectores es inmisericorde con el tráfico de drogas.

    Algo a tener en cuenta en estos tiempos donde tantos impulsan legalizaciones variopintas, obviando los problemas de salud que derivan en sociales, creyendo que con la simple educación vale.

    Me gratifica también que haga mención al aspecto que una selección de burócratas de élite, enfocados a ello de desde su mas tierna infancia, pueda tener en el futuro, dada la marginación que se hace en el proceso de selección (por su dificultad objetiva en ser medidas) de valores como la creatividad, honestidad, valor personal, espiritualidad.. puede tener en el futuro de una nación.

    Es preocupante que con el proceso de globalización y la ausencia de competencia real que se nos impone, dada la homogeinización que nos acecha (donde pesan mas las influencias que la meritocracia) y el mantenimiento del control de una situación que la promoción de la riqueza (vamos a sociedades cada vez mas extractivas), el estandar chino se imponga y que en largo plazo acabemos como esa China de principios/mediados del XIX, pero en global.

    Y que eloo evolucione a sistemas cada vez mas totalitarios y poco eficientes. Una Korea del Norte a escala planetaria.

    un cordial saludo

    1. jeremy dice:

      Interesante,a quien pertenece el HSBC?
      Luego quien ha devuelto que y a quien?

      Aquí hay tomate!

      Tomate tu tiempo y me contestas!

      Gracias

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