Es evidente que no vivimos en una sociedad artística. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor, donde predomina lo funcional y lo feo; o simplemente basta con que analicemos nuestro sistema educativo y sus currículos.
Por ejemplo, en los mal llamados colegios bilingües de la Comunidad de Madrid, la enseñanza del inglés, junto con las áreas que se imparten en este idioma, ocupa al menos un tercio del horario lectivo semanal; esto es, ocho horas como mínimo, mientras que el tiempo que se destina a la Educación Artística, plástica y musical, es de una hora y media a la semana.
Un currículo que destina una de cada tres horas al inglés y, aproximadamente, una de cada doce horas al Arte, deja muy claras sus intenciones. Define perfectamente el tipo de sociedad y de personas que está intentando moldear; una sociedad de técnicos, burócratas y académicos, pero no de artistas.
En este momento, si alguien pretende que sus hijos, en su educación, reciban una formación artística, tendrá que buscarla fuera de la escuela; porque allí no se proporciona. La música, la poesía, el teatro, la danza, la escultura y la pintura son testimoniales en los colegios, apenas se les dedica tiempo o se les concede importancia.
Muchos centros educativos se venden como punteros por su enseñanza de idiomas o la atención que le brindan a la programación y la robótica, pero muy pocos se vanaglorian del especial cuidado que le dedican a las artes. El Arte no es un valor en el mercado de la enseñanza, a lo sumo es un complemento, algo que se añade o que enriquece cuando están garantizadas las competencias que se consideran fundamentales en el supuesto futuro competitivo que se avecina.
Pero, entre estas competencias se incluyen la creatividad, la innovación, la capacidad de comunicarse y el manejo de las emociones. Y parece que, para desarrollarlas, es preciso cultivar otras formas de pensamiento y de expresión diferentes de las que puede proporcionarnos la racionalidad.
Al trasladar sus conclusiones a la educación, debemos ser prudentes con las neurociencias; pero una de sus aportaciones más contrastadas es que el aprendizaje tiene un fuerte componente emocional. La información que nos llega por los sentidos es procesada por el hipotálamo y la amígdala antes de llegar a la corteza cerebral, de modo que todos los pensamientos, nuestro intelecto y nuestra memoria están impregnados por las emociones y los instintos.
Simplificando mucho, y teniendo en cuenta la singularidad de cada persona, se podría decir que el sistema límbico es el que determina lo que merece ser aprendido y el modo en que ha de ser memorizado, según las sensaciones que nos producen cada una de las experiencias que se viven. El asco, el miedo, la alegría, el placer y el dolor no pueden disociarse de las reglas gramaticales, el sistema periódico, los teoremas y la filosofía. En contra de lo que se nos ha repetido una y otra vez, el ser humano antes que racional es emocional.
El asco, el miedo, la alegría, el placer y el dolor no pueden disociarse de las reglas gramaticales, el sistema periódico, los teoremas y la filosofía.
Por mucho que lo pretendiera Descartes, no hay una mente pensante que habita y gobierna un cuerpo mecánico que no piensa. Y la mente no solo es razón, ni se piensa exclusivamente con el cerebro. Antes de adquirir el lenguaje y ser capaces de seguir un razonamiento, fueron nuestras sensaciones y nuestros movimientos los que nos acercaron al mundo. Aprendimos chupando, tocando, gateando e intentándonos poner de pie; aventurándonos y haciendo experimentos. Después nos sentaron en una silla, para aprender, y olvidamos que alguna vez lo hicimos con todo el cuerpo.
Y para ejecutar un movimiento no hay necesariamente que moverse, sino que basta con realizarlo mentalmente, activando los circuitos cerebrales implicados en él. Disponemos, al parecer, de neuronas que actúan como espejos, reflejando la acción de otros en nuestro propio cerebro. Gracias a ellas somos capaces de reconocer y reproducir los movimientos, los gestos y los estados anímicos de nuestros semejantes.
Nuestras neuronas espejo recrean el trazo del pintor, los gestos y las emociones del comediante o los movimientos de la mano del músico. Al contemplar el Arte, si realmente lo es, nos convertimos en artistas, aunque carezcamos de conocimientos y de técnica; sin olvidar que el tenerlos ayuda a que el disfrute sea todavía mayor. El que conoce el Arte lo aprecia todavía más.
El Arte modifica nuestro cerebro, lo transforma. Y así lo confirman las neuroimágenes, en las que podemos ver cómo se iluminan nuestras neuronas cuando reconocen el ritmo de una danza o la geometría oculta de una pintura. Y esto es particularmente evidente con la poesía. Hay múltiples estudios acerca de cómo le afecta a nuestro cerebro, qué áreas se activan y cuáles no, en comparación con la lectura, por ejemplo, de una novela o de un ensayo. Con la poesía pensamos más y mejor; porque, para procesar metáforas (tocando el tambor del llano) y prosopopeyas (polvo serán, más polvo enamorado) el cerebro utiliza más recursos de lo habitual.
La escuela pretende preparar para el futuro, pero no es consciente de que lo está haciendo con los referentes de ahora para profesiones que todavía no existen. Desconocemos los giros del mañana y la enseñanza reglada casa mal con la incertidumbre. Al contrario que el Arte, que se mueve entre el descubrimiento y lo imprevisible. Cuando se crea, nunca se sabe cuál va a ser el resultado.
La enseñanza reglada casa mal con la incertidumbre. Al contrario que el Arte, que se mueve entre el descubrimiento y lo imprevisible.
La educación, además, no solo consiste en instruir sino también en formar cabezas, transmitir valores y despertar sensibilidades.
Decía Lorca, en 1935, en una conferencia en el Teatro Español de Madrid, con motivo de una representación especial de Yerma, que:
El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad de un pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar a una nación entera. El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y el sentimiento del hombre.
Aunque donde dijo edificación bien podía haber dicho educación, y así lo escriben en algunas páginas de Internet que reproducen la cita. Y el mensaje seguiría siendo el mismo.
Efectivamente, no se educa para el crecimiento humano de las personas, se educa para preparar ejércitos de «zombis» que actúen sumisamente ante las máquinas. Mi relación profesional con la Cultura, me hace darme cuenta de que no nos «cultivamos», sino que nos «cultivan» interesadamente y, además, hay que aceptar cualquier tipo de subproducto «so pena» de que te consideren anticuado y contrario al progreso. Las artes plásticas es un espacio donde «vale todo» lo ungido por supuestos artistas creadores (siempre que tengan padrino en el mercado); en el teatro (que conozco bastante) no se encuentra alguien capaz de crear un personaje y el «Calígula» de Camus (por ejemplo) quedará siempre relacionado con la figura inolvidable de José María Rodero en aquéllos «Estudios 1» perdidos en RTVE. El mundo interpretativo es mucho más «ligero» adaptado a la sociedad «ligera» en que vivimos. Cuando los supuestos actores y actrices oyen nombres como Beckett, Camus, Ibsen, T.Williams, Sartre, etc.etc. salen de estampida porque, no nos engañemos, lo de «ser artista» requiere condiciones previas y trabajo duro que pocos, muy pocos, están dispuestos a realizar. Es más fácil quedar con unos «colegas» y pergeñar algo divertido y «guay» que aprenderse o trabajar un personaje sólido. Trasládese eso al mundo del cine y las pasarelas de supuestas «estrellas». En cuanto a literatura o música nos hemos quedado con las figuras promocionadas por las editoras y productoras discográficas a través de emisoras y programas de TV puestas a su servicio.
Lo dicho, por desgracia tendremos en un futuro próximo muchas «ocurrencias» (que es lo que se lleva) banales, para que el «rebaño» monitorizado desde las «apps» se ajuste a la uniformidad pretendida. ¡Qué tiempos aquéllos en que -a pesar de la censura- fuimos un poco más cultos!
Un saludo.
Hombre, es evidente que el sistema educativo no forma Artistas. Pero, en esto discrepo respetuosamente del artículo, tampoco forma Técnicos, ni Burócratas, ni Científicos.
Para formar buenos técnicos, buenos burócratas o buenos científicos hacen falta dosis de esfuerzo personal y una dedicación que solo algunas familias son capaces de incentivar y que el sistema educativo destruye aunque solo sea por el efecto mimético que produce el entorno.
En todo caso y con un tercio del horario dedicado al Inglés, lo que forma son cipayos que medio entienden la lengua del Imperio y vamos que chutamos.
En algunas Atoctonías, además, aprenden la lengua del Marquesado local.
Y seguimos aguantando la basura que nos dispensan los partidos sobre esta cuestión. Todos y sin excepción y dirigidos desde una UE que se ha cargado el nivel Matemático, ha eliminado la Filosofía –¿por peligrosa?–, sigue anclada en la Física del XIX y hasta el Latín han borrado del mapa para fomentar las Taifas.
¿Qué leches enseñan?…………..y………..
……………….¿Por qué?
Muy sencillo, porque ninguno de estos partidos se atreve a decir que vivimos en una situación colonial bajo el zapato de los Virreyes de Bruselas y el Control Panóptico-Virtual del Facebook.
En algún momento el cabreo colectivo va a reventar.
Efectivamente Manu
Nos encontraríamos con un aténtico cataclismo si comparásemos los niveles de física, química, matemáticas, filosofía, de un estudiante de mediados los 70 con los de ahora.
Y lo peor es que los conocimeintos básicos de la parte de ciencias han cambiado y mucho, y las implicaciones de ello a nivel folsófico mas.
pero el temario básico sigue siendo el mismo, pero con una diferencia en su profundidad abisal.
Las situaciones coloniales, cuando se está bajo un nivel de deuda real de mas del 150% del PIB, son lo lo que se podia espera. Por cierto a mediados de los 70 nuestro nivel de deuda respecto del PIB era del 10%.
¿Tendrá que ver?
Pero claro, entonces no teníamos 17 paises de la Srta Pepis, a los que reir las gracias y cuidar su ombligo.
un cordial saludo
Manu:
“En algún momento el cabreo colectivo va a reventar.”. Dices.
No sé en qué ambientes tú de desenvuelves pero intuyo, a tenor del nivel cultural que se desprende de tus comentarios – y que no lo digo por adularte, que de verdad me admira y me causa envidia (no sé si “sana”, caso de que alguna envidia lo sea) el imaginar en qué entorno se desarrollaron tu infancia y juventud para impulsarte a la búsqueda del conocimiento que te posibilita para elaborar criterios propios; entorno que, en mi caso, ni por asomos, de modo que del impulso ya ni hablamos.
Y porque es claro como el agua que tu cotidianidad no se parece en nada a la mía creo que, del mismo modo que para ti es habitual el codearte con gentes con las que (pese a las diferencias de opinión que pueda haber entre vosotros) compartes de algún modo un punto de mira en el que no sé colocarme, lo habitual para mí y desde mi punto de mira es ver gentes que… ¿Cómo te las definiría?
Desayunando, o comiendo, por ejemplo. Por puro masoquismo (o mala uva) pongo la oreja en las mesas cercanas y espeluznada me quedo al escuchar de qué conversan, y de qué los preocupa o los cabrea.
O cuando escucho el “lado de acá” de qué habla por el móvil quien viaja junto a mí en el metro. El “lado de allá” – sin duda no menos estupefaciente ― lo conjeturo sin dificultad alguna, y eso que no soy una lumbrera.
Y lástima que – por mortificarme un poquito más, que me gustaría, pero mi vista es demasiado mala y la pobre no alcanza ―no puedo leer que wasapean.
Los cabreos revientan por motivaciones tales como que a la mujeruca del tercero le destiñó la ropa (de colorao, encima) la vecina del cuarto. Revientan también porque a la jovencita (o no tan jovencita) le pone los cuernos el compañero sentimental que conoció anteayer. También revientan porque a la mujeruca (del cuarto) que tendió el edredón colorao se le cuela otra mujeruca (tentada estoy de imaginar la que se arma como resulte ser la del tercero, pero no quiero ser tan retorcida) en la cola del supermercado. O porque el tinte de pelo no quedó como la clienta quería. O porque un hijo de () adelanta malamente con el coche a otro que está totalmente convencido de no ser hijo de ().
Los cabreos colectivos revientan, no sé si por una especie de mimetismo o empatía, por motivaciones por lo general bastante estúpidas, bastante vacías, mediante las que las gentes se sienten identificadas por haberlas vivido con inmediatez igual de cutre.
Así que, Manu, por eso te digo. No sé entre qué gentes te mueves; pero sospecho que la multitud que conforman las gentes entre las que yo me muevo es infinitamente más numerosa que la que conforman las tuyas.
Una inmensa mayoría de seres humanos carece del nivel cultural, e intelectual, y sensitivo (o sensorial, que los confundo) y, por tanto, de voluntad, necesarios para que el cabreo colectivo reviente por lo que tú expones. O, todo lo más y a la vista del percal, el reventón sólo se traduciría en revueltas de “populacho enardecido” (la locución no es mía, por eso la entrecomillo) que ya sabemos todos a lo que pueden llevar.
Y no cabe, me temo – o es que soy pesimista incorregible –, esperar mucho más.
Buenos días, Alicia.
Menudo post. A lo mejor puedo contestarlo tras una semanita de meditación en San Pedro de Cardeña.
Es verdad que entre las conversaciones de María La Piedra con su marido, su amante y su productor–en la obra que están representando en la TV– y la relectura de un oscuro opúsculo de Tocqueville hay un mundo. Pero quizás la diferencia no sea tanta como parece. En la época de Tocqueville y un siglo antes florecieron en Francia las novelas populares del tipo que hoy se ofrecen en los «realities» de TV y lo hicieron promovidas por los poderes emergentes de entonces como instaba Diderot en su Elogio de Richardson.
Me refiero a las no tan grandes diferencias entre las personas sobre las cosas que, de verdad, nos preocupan. Una de ellas es eterna y universal: ¿Qué hacemos aquí? ¿Para qué estamos aquí?
A mediados del siglo XX Abraham Maslow, propuso una vía de progresión humana que gráficamente se plasmó en lo que se conoce como la Pirámide de Maslow. Hoy este psicólogo ha caído un tanto en el olvido pero, con permiso de nuestros profesores de la materia en este foro, voy a tratar de resumirlo porque de alguna forma es parte importante del tema que planteas.
La pirámide de A.M. se apoya en la Realización y el tránsito entre Niveles Vivenciales. Desde el Fisiológico –el nivel consciente más básico– y la Autorrealización –el nivel vital más alto según él–. Me salto los niveles intermedios que seguro conoces para resumirlos en que como una persona normal no tenga resuelta la alimentación de sus hijos, por ejemplo, difícilmente se va a parar a pensar en cómo tratar de que el niño desarrolle su altruismo.
Hay excepciones como sería el caso de un místico monacal. Y quizás tampoco sea excepcional porque el proceso del místico probablemente le permite prescindir de sus exigencias más básicas para irse directamente a lo que en su escala de valores representa el escalón más alto en esta vida.
En general creo que Maslow estaba en un buen camino pero, en mi experiencia, casi todas las personas normales sienten de forma muy parecida y en las circunstancias adecuadas son proclives a hablar de ello. Cuando lo hacen descubres lo cerca que estamos unos de otros.
Otra cosa es que las personas tengan resueltas o aceptadas las circunstancias de cada etapa de Maslow; –la aceptación estoica es una forma muy sensata de superar etapas–.
Hay excepciones pero posiblemente sean patologías porque, en algún caso que he conocido, se daba un bloqueo inconsciente de la empatía porque su ruptura enfrentaba al sujeto con una vaciedad profunda cultivada deliberadamente desde la adolescencia y que rechazaba con mucha fuerza emocional.
Aquí, en el foro, constatamos cada vez esta cercanía de perspectivas y de aspiraciones. Las diferencias son normalmente matices menores.
Creo que aciertas en la dificultad de que el cabreo colectivo consiga transmitirse correctamente y en positivo. Pero el cabreo existe y muchos están tratando de aprovecharse de él muy malamente.
Saludos cordiales
Una educación que sólo prepara para el futuro, enseña a que los problemas no se resuelvan en el presente.
Y no es posible cambiarlo, sin el valor del arte. Comenzando por el arte de vivir.
Saludos,