Al principio era el caos; el mundo no estaba formado. Solo existían los poderes creadores, aquellos que son la causa de todo lo que existe. Después nació el tiempo y, junto con él, la incertidumbre y el orden, el azar y la necesidad. Y con ellos, para concebirlos y darles nombre, sobrevino el ser humano: un ser consciente de su consciencia que busca dotar de sentido a lo que percibe. Un ser que pretende descubrir, o recordar, su origen y su destino. Un constructor de cosmogonías, de relatos cargados de símbolos y mitos sobre el inicio y el devenir del Cosmos y la Humanidad.
Pensamos en las cosmogonías como si fueran algo antiguo, propio de los egipcios, los babilonios o los griegos; viejos relatos de la Creación, ya superados por los conocimientos científicos actuales. Incluso, para muchos de los que creen en él, el Génesis debe interpretarse con reserva, no literalmente, sino en esencia. Pero lo cierto es que toda civilización, tanto pasada como actual, tiene su propia amalgama de creencias sobre el sentido, o sinsentido, de la vida.
Porque toda explicación sobre lo existente, incluso la de la ciencia más ortodoxa, no está libre de axiomas o dogmas cuya aceptación o rechazo es una cuestión de fe. Desde la limitación de nuestros sentidos y nuestra razón no podría ser de otra manera. La realidad es mucho más amplia que aquello que nuestros aparatos son capaces de registrar, mucho más compleja que los productos más elaborados de nuestras matemáticas y encierra muchos más misterios que los que ahora nos ocupan.
Sin embargo, negando lo incompleto de nuestras verdades, pretendemos engañarnos con explicaciones definitivas. Y estas explicaciones casi nunca son propias sino que han sido implantadas; las hemos adquirido mediante la aceptación, sin elaboración, de las sentencias y simplificaciones que, tanto en la escuela como fuera de ella, no han dejado de repetirnos. Así es como se perpetúan los modelos y esta es una de las funciones de su sistema educativo.
Basta con analizar los saberes que se consideran fundamentales y la forma en que se transmiten para deducir la concepción del ser humano que tiene una sociedad, para tener una idea bastante aproximada de cuáles son sus prioridades. Así encontramos civilizaciones que han primado lo espiritual sobre cualquier otro tipo de inquietud o necesidad humana, y otras que han antepuesto la subsistencia y la satisfacción de las necesidades materiales sobre las manifestaciones artísticas o místicas, o que han concedido mayor importancia al arte que a la religión o la tecnología.
Todas ellas tuvieron su momento de grandeza, aquel de máximo desarrollo de la opción elegida. Valgan como ejemplos la seguridad y el bienestar material logrados por el Imperio Romano, el esplendor artístico de la Grecia de Pericles o la espiritualidad que impregnó la Baja Edad Media y se plasmó en la construcción de las catedrales. Todas ellas, también, declinaron y desaparecieron víctimas de sus excesos, del desprecio o la poca atención a los otros componentes de lo humano.
Esto debería hacernos reflexionar sobre nuestra sociedad y su futuro, sobre la ideología que la soporta, que no ve más allá del aumento de comodidades y seguridades, la acumulación de cosas y la preservación y prolongación de la vida. Una sociedad cuya cosmología carece de trascendencia y de poesía, que concibe al ser humano como un accidente afortunado en una evolución ciega, en una batalla perdida contra el triunfo final de la entropía. Una sociedad que sacia pero que no alimenta, que entretiene pero no satisface, que alegra pero que no proporciona la felicidad.
Todo esto se refleja en nuestras leyes educativas, en las que sistemáticamente se ignoran, se descartan o se minimizan aquellas enseñanzas y experiencias que podrían aproximarnos a eso que podríamos llamar el mundo de los sentimientos y el mundo del espíritu. Y para ello no basta con incorporar una asignatura que se llama Educación Plástica y otra que se llama Religión; no basta, y es contraproducente, con aprender mecánicamente a modelar, bailar o tocar la flauta, ni con asimilar y repetir una doctrina y su catecismo. Me estoy refiriendo a ir mucho más allá.
Estoy hablando de revisar nuestros valores. Porque es posible que algunas de las sociedades que nos han precedido, a pesar de su inferioridad en el campo de los conocimientos científicos y de los logros materiales, hayan estado más adelantadas en el arte de la vida, hayan perseguido ideales más elevados o se hayan dedicado con más fervor a la búsqueda de la perfección humana.
Hay múltiples indicios de ello, como el concepto del ser humano que se tuvo en el Renacimiento:
“No te he dado ni rostro, ni lugar alguno que sea propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que te sea particular, ¡oh Adán!, con el fin de que tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desee, los conquiste y de este modo los poseas por ti mismo. La Naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma”.
Pico de la Mirándola. Discurso sobre la dignidad humana.
Es difícil hacer comentarios sobre escritos que emocionan, que nos vuelven a conmover como seres humanos. Es el caso del articulo de Sanchez Ludeña. En esta época que hemos silenciado el sonido del misterio. Época en que todo quiere ser constatado, previsto, comprado o ganado. Época en que los relojes cronometran los círculos viciosos de nuestra vida cotidiana. Época, en que los proyectos se definen por su objetivo no por su acontecer. Época que olvida a los otros en aras de lo nuestro. Época que quiere detenerse en vez de pulsar, sentir, olvidar, soñar, continuar.O, simplemente, aprender a conocer.
Grave error el de La mirándola. Creer al hombre «un imperio dentro de otro imperio». El hombre no se sustrae un ápice de la naturaleza. Y más duro nos ha de resultar admitir la base darwiniana y neurológica de lo que creíamos ser «el alma», que en otro tiempo, admitir el heliocéntrismo. Pero como supo transmitirnos Carl Sagan, no ha habido jamás más mayor cosmogonía que aquella que da la hombre el papel más humilde. Desde miles de km de distancia, fotografiados por el voayager a medio camino de salir de nuestro sistema solar, el ser humano no es más que un poco de moho, sobre una mota de polvo azul, colgada de un rayo de sol, viajando por el cosmos casi a la velocidad de la luz.
En realidad esta visión nos hace más felices que tener que esperar nuestra suerte de un dios de tres cabezas que una vez vino a la tierra pero que nadie vió.
La palabra contar tiene dos significados: calcular (computar) y relatar (hacer una relación). Una cuenta es el resultado de contar y un cuento es lo que resulta de una narración. De la misma manera, un contable es aquel que lleva las cuentas mientras que un cuentista es alguien que cuenta cuentos. El primero es un personaje respetable mientras que el segundo es una especie de mentiroso profesional. Todo el mundo sabe que tiene que creer al contable y no tomar demasiado en serio al cuentista. Cuando escuchamos al contable sabemos que nos está hablando de realidades, de hechos verificables; cuando escuchamos al cuentista sabemos que nos está relatando hechos fantásticos, que sólo existen en nuestra imaginación.
Simplificando mucho, la ciencia sería una ocupación de contables, mientras que la poesía o la religión sería un trabajo de cuentistas. Pero esto no es tan sencillo, combinando adecuadamente los números con la imaginación, la ciencia también produce historias apasionantes, en las que se mezclan la realidad con la ficción; por ejemplo, la siguiente:
Al principio fue el Big-Bang y con él nacieron la materia, la antimateria, el espacio y el tiempo. Desde un punto sin dimensiones, como todo punto que pretenda serlo, comenzó este Universo en expansión que, según el inexorable segundo principio de la termodinámica, evoluciona hacia la uniformidad, se enfría lentamente, hasta alcanzar un estado muerto y homogéneo en el que cada partícula estará quieta e inmensamente alejada de las otras.
Y aunque en este devenir se hayan formado átomos, cristales y proteínas, aunque haya surgido la vida, todo ello es tan sólo una violación aparente de esta condena hacia la muerte cósmica: cualquier orden es transitorio y se mantiene a costa de aumentar el desorden, la entropía, de lo que le rodea.
Porque esta danza ciega y sin propósito de la materia y la energía, esta epopeya en la que surgen galaxias, planetas y seres humanos es un intento heroico e inútil de resistirse a un mundo sin formas y sin relaciones.
Incluso la vida es el producto imposible de una sucesión de errores afortunados y la consciencia de existir es el resultado de miles de complejas reacciones y procesos físico-químicos que están en camino de comprenderse. El único fin de la vida es mantenerse a sí misma. La misión del genoma, la pieza clave del ser vivo, es perpetuarse, fabricar réplicas de sí mismo, subsistir.
Sin embargo, la propia naturaleza se encarga de que la réplica nunca sea perfecta. Las poblaciones migran y se mezclan, los genes se reorganizan mediante la reproducción sexual y, además, el genoma de cada célula cambia permanentemente, por efectos ambientales no del todo conocidos. Estos cambios imprevisibles, junto con los errores de copia que se producen cada vez que el ADN se duplica, son lo que se llama mutaciones. Y, una vez que se produce, la mutación se perpetúa, se sigue copiando y difundiendo entre los cromosomas de la especie, aunque pueda ser letal.
La evolución biológica, el nacimiento de nuevas especies, se basa en la existencia de estos errores, en la presencia de estos fallos en el momento oportuno. Si no hubiera habido pequeñas o grandes diferencias entre los genomas, si no hubiera habido variabilidad genética, la especie no habría sido capaz de adaptarse a las modificaciones de su ambiente, no habría tenido individuos capaces de sobrevivir en un mundo cambiante.
Con este discurso, no resulta extraño que todos nuestros logros y esfuerzos científicos y tecnológicos estén al servicio de una concepción meramente física, vital, comercial y económica de la existencia, en la que prima la permanencia del cuerpo y su comodidad durante ese breve tránsito sin sentido en que se convierte la vida.
En cualquier caso, no deja de ser curioso que en un mundo condenado a la uniformidad existan mecanismos que, al menos temporalmente, impiden que se produzca. Y resulta esperanzador que cada copia mal hecha del genoma anterior, pueda contener las claves de la futura supervivencia.
http://www.deltademaya.com/user/files/1313581428.pdf
Enrique, cuánto me gusta siempre lo que escribes. El de respuesta a Spinoza, por ejemplo; que haya muchos Spinozas si van a dar lugar a esas respuestas.
Hay una cosa que no entiendo, y es que si el ADN sí se va modificando, ¿por qué cuando hay una mutación esa sí se perpetúa?
¿O es que he leído mal?
Imagina el ADN como un libro que se está copiando una y otra vez. Una mutación sería algo parecido a un error en una letra o una palabra. En la copia de la copia, el fallo se puede producir en otro sitio y, sin embargo, copiarse bien el error que tuvo lugar en la copia anterior. El ADN cambia en cada copia, pero los cambios son distintos de una a otra.
¡¡¡¡Ahora lo he entendido!!!!
Muchas gracias por contestar. Ah, y el articulo en Delta de Maya me gustó muchísimo cuando lo leí, hace tiempo.
Magnífico artículo con el que estoy muy de acuerdo.
En los últimos 150 años hemos avanzado tecnológicamente de forma exponencial, pero desgraciadamente seguimos siendo una civilización muy atrasada en lo moral y en lo espiritual.
No hay más que ver las noticias cada día para darse cuenta de la gran paradoja de nuestra civilización. Por un lado grandes logro tecnológicos, grandes logros científicos, organizaciones humanitarias por doquier. Por otro, guerras, injusticias, necesidades básicas sin cubrir para miles de millones de seres humanos.
Está claro que la humanidad no ha encontrado un modelo de sociedad que prime el bienestar físico y espiritual de sus ciudadanos. Sencillamente vivimos en una jungla reglada, pero sin una dirección clara.
O quizás sí hay una dirección en la que la humanidad está viajando, pero me temo que el final de ese viaje no tiene buena pinta.
Tanto en el artículo, como en el comentario de la cuenta y el cuento nos describes una versión del Génesis hecha con palabras actuales. Me parece mucho más poética que la cosmogonía bíblica.
Al leerlo he imaginado (por unos instantes) traducidas a este lenguaje todas la creencias que heredé de niño y que admití durante unos años de mi edad adulta. Es la labor que ahora debería que hacer la Iglesia y todas las religiones… Tendrían que perder el culo para traducir a la realidad todo lo que predican.
Nuevamente nos desvelas con la clarividencia de un educador progre (en el mejor sentido de la palabra) las implicaciones que esa forma de ver el mundo debería tener en la educación actual. De momento parece que los que tienen el mango de la sartén no te van a hacer mucho caso. Pero sigue, no te gastes, que a la larga (larga) estas ideas calan.
Ay, Enrique, ya en el primer renglón pones el dedo en la llaga de ese eterno caballo de batalla de esas viejas y tan manidas e irresolubles discusiones de qué es Dios y qué no es y si existe o si no existe, lo hay o no lo hay.
Los poderes creadores, escribes, aquellos que son la causa de todo lo que existe.
¿Serían, pues, anteriores a Dios?
Pero sólo por hacer la pregunta me estoy metiendo en eso llamado “tiempo” y que nació luego. Un “luego” que ineludiblemente encierra un “antes”; como si ya estuviera habiendo una conjugación (verbal) elaborada, latente, en la mente (¿mente?) de un incomprensible no sé qué que aun no estaba siendo pero que sería…
Pero, voy a seguir con mi pregunta.
Esos poderes creadores, principio de todo, ¿de dónde salieron?, ¿a raíz o a partir de qué se forjaron?, ¿qué los impulsó a ser principios?
Y, luego, que no lo hicieron mal. Digo que no lo hicieron mal porque supieron poner, en todo lo creado, una no sé qué especie de impulso natural que los lleva a todos — animales y plantas desde la pulga a la ballena o desde una brizna de moho a una secuoya — a ser, a tope y hasta sus últimas consecuencia, aquello para lo que fueron creados, y a llevar a cabo la tarea que se les en comentó con perfección absoluta. Dicho en términos modernos en plan cursi, a ”realizarse”, sin propósito, ni intención, ni vanidad, ni nada de lo que sí adorna a los humanos y que nos sirve para con tanta frecuencia hacer las cosas mal.
Todo lo creado (menos el ser humano) halla, sin consciencia, su fin y su para qué; en tanto que los humanos nos pasamos la vida buscándolo, estudiando para saber encontrarlo, y cantidades de vidas terminan sin haber dado con él.
¿Por qué es eso?
A veces se me ocurre pensar que ese Dios o no Dios que hemos aprendido ya para receptarlo y creer en él como para rechazarlo y no creer es una especie de “dios menor”, aunque el más grande que hemos sabido alcanzar a imaginar; y que hay otro, anterior (“¿anterior?” otra vez) que es el que dio lugar a esos poderes, los creadores.
Claro que, ¿y qué me soluciona pensar eso? Vuelvo a estar empantanada preguntándome cuáles fueron sus principios.
Pero, bueno, volviendo a los seres humanos. Contemplando a los animales — aunque a las plantas también, pero los animales (y sobre todo los que tienen facciones que llevan los mismos nombres de las facciones humanos y expresiones que sugieren sentimientos similares a los humanos, aunque no sea verdad) — y no pudiendo evitar darle vueltas a por qué ellos hacen bien las cosas y nosotros no (porque un tiburón te puede devorar, pero qué bien que te devora, oye, y qué bien responde a su lo que tiene que ser; o sea, que “hace bien”, hace bien y no se confunde posándosete en la punta de la nariz, porque entonces sería mosca), me planteo si será que a nosotros nos está faltando algo que ellos sí que tienen. Pero, y volviendo al Génesis, si se nos creo lo mejor de lo mejor no puede estar faltándonos.
Y si no puede estar faltándonos pero cometemos tantos fallos e incurrimos en tantos errores solo puede ser, no se me ocurre otra cosa, porque hemos desatendido, nos hemos desviado de nuestra propia esencia por culpa de… Pues por culpa de las tres únicas cosas que nosotros tenemos y ellos no: Razón, Inteligencia y sentimientos.
¿Y qué pinto yo con este discurso que me he marcao?
Pues discurrir. Y mi gato tan feliz hecho la rosca.
La frase «Después nació el tiempo» contiene una contradicción, puesto que incluye la idea de tiempo cuando no lo había.
Debería decir: «En algún momento, que ni siquiera se podría llamar así porque cada instante era el todo, nació el tiempo»
En cuanto al resto de tu comentario y la singularidad del ser humano, viene a ser lo mismo que dice Pico de la Mirandola:
La Naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo.
Me acabo de encontrar esta cita:
«Cuando dios no era Dios
y el sol no daba en los peñascos,
los Quirós eran quirós
y los Velascos, velascos».
Que de alguna manera me parece que encaja con mis elucubraciones.
Lo siento, pero creo que la especie humana nunca podrá conocer los principios de Todo, simplemente porque tendría que cambiar de cerebro o mejor de procesador. Buscamos los efectos y las causas, y por tanto nunca hay un principio, porque este debería tener una causa, no hay principios creadores porque estos tienen que responder a otros principios, siempre, en ciencia empirícia o en logica filosófica hay una busqueda de la causa, si no la hay, ya no es natural, no lo entendemos, eso, ese, O/, es Dios. La busqueda no tiene fin, pero si tiene sentido, lo humano es bueno o malo para los humanos, pero evidentemente la vida sigue sus leyes (causas/efectos) que nosotros creemos descubrir en un mundo limitado por nuestro cerebro, sin embargo somos conscientes de ello y nuestra finitud y esa incapacidad de entender, naturalmente, nos lleva y llevará hacia Dios, no hay otra salida, aunque no la entendamos, en nuestra naturaleza. Un saludo, es una pequeña reflexión.
Pero una pequeña reflexión hermosa. Creo entender en ella que entiendes como “error” — no es la palabra que querría utilizar, pero no la encuentro — ese afán que tenemos los humanos por encontrar la causa para cada efecto, o por mantenernos en la idea de que todo efecto ha de tener una causa reconocible que lo justifique ante nuestra razón. Error e imposibilidad de remediarlo que va, entiendo también, ligado a la condición humana.
Es muy posible, y por eso digo que es una reflexión hermosa. Sin embargo — y sin pretender por ello restarle belleza — objetaría a tu exposición, o, mejor, preguntaría, ¿es del todo seguro que la especie humana no puede cambiar de cerebro o de procesador?
¿No existen estudios que indican que el cerebro cambia?
Leí hace unos meses un libro que trataba, no sé sí repito bien la palabra, bioplasticidad. Creo que en un libro titulado “El cerebro se cambia a sí mismo”.
Del título estoy segura, lo que dudo es si es ahí donde lo leí.
Me ha gustado, o llamado la atención, tu frase “lo humano es bueno o malo para los humanos, pero evidentemente la vida sigue sus leyes”. Es alentadora porque, bueno, nosotros podemos no alcanzar los porqué, pero cabe suponer que la vida si lo sabe, y también su adónde va y su para qué.
Seguramente Alicia, gracias antes de nada por calificar de hermosa la reflexión, seguramente el cerebro según se está demostrando es mas flexible de lo que se creía, mas modulable, pero sigue siendo el mismo, digamos, sistema operativo, que en condiciones normales, sin fallos de funcionamiento básicos, buscará la causa, como yo ahora, de todo fenómeno, natural o divino. Sí, creo que la búsqueda tiene sentido, pero la respuesta no está a nuestro alcance…salvo el salto (Kant) a creer, algo que es difícil en estos tiempos que creemos descubrir bajo la lógica todo, pero que realmente no sabemos y seguimos y seguimos aproximándonos al final de la vida sin encontrar una respuesta a Todo Esto. Pero existe tal respuesta? para mí no hay duda de que debe de existir, aunque no estoy nada seguro de que la conozca (alguna vez o siempre), pero al menos si existe puede que la conozca, y existir debe. Es lo que me dice mi Naturaleza, si no nada existe ni tiene sentido (y por supuesto no estoy hablando de religiones ni de verdades reveladas ni pueblos elegidos). Un saludo, y gracias de nuevo por tu atención.