Si yo tuviera que montar una escuela, y la ley me lo permitiera, haría poco caso de los currículos oficiales. Entre otros motivos porque la lógica de algunas materias lleva implícita su propia forma de desarrollo, mientras que en otras la elección y la secuencia de los contenidos son totalmente arbitrarias y vienen dictadas por la tradición, los criterios y las preferencias de las autoridades reconocidas y las modas de cada época.
Nadie duda de la necesidad de unas orientaciones generales acerca de lo que es más conveniente en cada etapa educativa (aunque si los docentes estuvieran bien preparados no las necesitarían), pero hay dos razones poderosas para evitar cualquier intento de regular con excesivo detalle qué es lo que se debe enseñar.
La primera de ellas es que la experiencia de aprender, aunque pueda ser similar, es única para cada persona y las decisiones que se tomen deben basarse en el respeto y el aprovechamiento de esta singularidad. La segunda razón, que no se puede separar de la primera, es que cada cual debe ser protagonista de su propio aprendizaje, lo que implica hacerse responsable de él y tomar decisiones al respecto.
En este sentido ya hay experiencias en las que los contenidos no se desarrollan de forma secuencial, siguiendo un temario, sino que se articulan en torno a proyectos o centros de interés formulados por los propios alumnos. Por ejemplo, y es un ejemplo real, un grupo de niños y niñas de nueve años quieren estudiar a los piratas.
Para ser un buen pirata hay que aprender a trepar por una cuerda y caminar sobre una tabla; hay que saber usar la brújula, dibujar y leer mapas y encontrar las estrellas, es preciso reconocer las banderas y de dónde proceden los barcos que las ostentan, también hay que localizar los puertos y las islas en los que refugiarse, y cuál es el camino más corto para llegar a ellos. Se debe saber sobre vientos y velas, corrientes, nubes e indicios de tormentas. Y también sobre gaviotas, loros, arañas, tiburones y serpientes.
Si queremos montar en un barco y salir a la mar, ¿qué tendremos que llevar con nosotros? ¿Cuánta comida y cuánta agua necesitaremos? ¿Cómo la vamos a guardar? ¿Cuánto peso podemos cargar sin que nuestro barco se hunda? Día tras día, ¿dónde vamos a dormir? ¿Cómo podemos cocinar? ¿Qué podemos hacer para que no pese el tiempo? ¿Y cómo podemos hablar con los ingleses que viajan con nosotros? Habrá que leer para enterarse de cómo lo han hecho otros: el Corsario Negro, John Silver, el capitán Singleton…
Como puede verse, esta forma de aprender es incompatible con la rigidez y no tiene una respuesta única, sino que depende de las características, peculiaridades y circunstancias de cada comunidad educativa. Por tanto, si se quiere dar a cada alumno la respuesta que realmente necesita las escuelas deberían tener mucha más autonomía de la que tienen ahora.
Se podría objetar que la singularidad de las enseñanzas de cada escuela podría suponer una dificultad para aquellos que tienen que, o quieren, abandonarla antes de completar todo el proceso. Esta posibilidad existe y los que acudieran voluntariamente a este tipo de escuelas deberían asumir el riesgo, que no lo sería tanto si se tiene en cuenta que las enseñanzas que se estaban recibiendo tienen como principal objetivo proporcionar herramientas y desarrollar aptitudes que permitan enfrentarse a cualquier tipo de problema. Es decir, sabiendo leer, escribir, razonar, investigar, moverse, escuchar… el problema de adaptación no residiría tanto en los conocimientos sino en el contraste entre dos concepciones distintas de cómo debe ser una escuela.
Una segunda objeción es que esto que puede ser válido para la enseñanza primaria no lo parece tanto para la enseñanza secundaria obligatoria y menos para el bachillerato, claramente encaminado a la obtención de una nota media y la superación de un examen que abran las puertas de la universidad. Sería algo así como decir “está bien que los niños aprendan jugando hasta cierta edad, pero en algún momento habrá que ponerse serio y empezar a estudiar de verdad”.
Pero hay un matiz. No se trata de “aprender jugando”, de disimular una medicina amarga con un dulce. Aprender es, o debería ser, lo suficientemente placentero como para no necesitar de un decorado que lo disimule. Se trata de aprender a utilizar el pensamiento complejo, que es el que vamos a necesitar para resolver las situaciones reales con las que nos vamos a encontrar al abandonar el mundo académico. Consiste en poner en juego todos los recursos de los que se dispone y en buscar o adquirir los que se precisan para conseguir aquello que buscamos o pretendemos hacer, con todos sus inconvenientes, imprevistos y facilidades; como la vida misma, que es compleja, no simple.
Mientras sigamos dividiendo el mundo en pequeñas parcelas, cada una con sus correspondientes problemas imaginarios, no estaremos educando adecuadamente a nuestros menores. Y si este es motivo suficiente para justificar otra forma de abordar la educación primaria, mucho más debería serlo para las enseñanzas que la siguen.
Con esta intención de globalización y resolución de situaciones reales es como deberían diseñarse las enseñanzas de la Educación Secundaria, al menos de la secundaria obligatoria que no está directamente vinculada a la universidad. Es posible que la elección de los temas de estudio no pudiera ser tan abierta como en primaria, pero hay fórmulas para que los alumnos pudieran seguir optando según sus intereses o necesidades. Por ejemplo, seleccionándolos de una lista lo suficientemente amplia, variada y atractiva; lista a la que ellos mismos podrían añadir temas, proyectos o investigaciones siempre que cumplieran ciertos requisitos (estar bien definidos, ser realizables con el tiempo y los recursos disponibles, necesitar de ciertos contenidos…). Es solo un esbozo, pero parece posible y podría funcionar.
Es una posibilidad y podría funcionar… en pequeños grupos de gente muy confiada (en los maestros y en sus propios hijos), y muy segura de que lo importante no es el aprendizaje final, sino el camino recorrido hasta llegar a él.
¿Qué hacer con el miedo galopante que tenemos los padres de hoy día?
«¿Qué mis hijos aprenden matemáticas con maderitas de colores? habrase visto semejante despropósito!!!. Además «toda la vida» hemos aprendido las sumas de memoria y no nos ha ido tan mal».¿O sí?
Este año las autoridades competentes en materia educativa, no contentas con prueba de Conocimientos y Destrezas (que consideran) Imprescindibles (CDI) que pasan los alumnos de 6º de Primaria, nos han plantado otra en 2º!!:la LEA. Durante 50 minutos los niños de 7 años tienen que demostrar de manera escrita y oral sus conocimientos de lectura, escritura y aritmética.Y esa nota quedará marcada a fuego en su expediente.
El agobio de los padres es mayúsculo…»¿Cómo es que mi niño no sabe leer?; pues que lo dejen sin recreo hasta que aprenda!
¿Qué es eso de trabajar «por proyectos»?Menos jugar y más estudiar!.A ver si no le va a dar la nota para hacer fisioterapia.»
Y esto que transcribo no es broma, es el pavor que manifestaban algunos padres a la salida del cole de mis hijas la semana pasada tras enterarse de la existencia de la LEA.
No me puedo imaginar su estado de nervios cuando se aproxime la Selectividad.
Si montas una escuela, incluso fuera de la ley, yo me apunto. Y ya de paso eliminamos este sistema de juicios y evaluaciones tan castrante y tan determinante del modo de enseñar y de aprender.
la falta de control sobre lo que hace un maestro/profesor es tan grande que no hay que sufrir por lo que se puede o no hacer. En realidadpuedes hacer lo que te de la gana. Pero no sólo por falta de control sino porque la ley lo permite. Trabajar por proyectos y competencias. Lo que no hay son ganas por parte de la mayoría de profesores que prefieren ir pasando páginas del #librodetesto.
Creo que los pocos, o muchos, que no intentan controlar pero sí acompañar a sus alumnos y propiciar las mejores condiciones posibles para que el aprendizaje se produzca, no se merecen un comentario tan esquemático y cargado de estereotipos. La realidad, afortunadamente, es mucho más compleja.
En este blog se intenta construir, desde el corazón y desde la razón. Por favor, sed un poco más amables.
Soy ciego, quiero estudiar los colores.
Soy sordo, quiero escuchar el mar.
Soy mudo, quiero aprender a cantar.
Soy cojo, quiero correr maratones.
Soy autista, quiero tocarte.
Y yo, quiero una escuela donde podamos hablar, sentir, vivir esos sueños, creer en nuestra inocencia, en nuestra capacidad de amor.
Quiero creer en la magia del hombre, que se hace real a través de nuestra fe en lo imposible.
Hacer las cosas de otra manera es algo factible, saludable, regala vida, pasión, nuevas oportunidades de ser mortal y equivocarte, aprender y levantarte.
Y, sonreir.
Es un proyecto muy interesante, que sería mucho más factible sin tanta burrocracia como la que hay en los centros. Yo doy clase de música en un conservatorio, y afortunadamente la burrocracia nos pilla un poco de lado, básicamente porque los inspectores no tienen la más remota idea de lo que les estamos contando…¿hacemos nuestras horas? si, ¿hay una programación con objetivos, contenidos, etc? si, ¿se cumplen las reuniones de departamento y las guardias estipuladas por ley? también….y con eso ya se sienten satisfechos y orgullosos del deber cumplido. Lo que nos permite (a los que queremos, evidentemente) plantearnos objetivos amplios a conseguir, y hacerlo por los caminos más adecuados, estimulantes e intrínsecamente relacionados entre sí. Y los que no quieren, pues siguen enseñando como siempre, y lo de siempre….y por supuesto, denostando nuestro trabajo, jeje…
Yo me apunto a ser pirata, porque cada día aprendo algo nuevo, que ni siquiera me había planteado saber, pero que surge de la necesidad de los niños y de las niñas. Cada día me sigue asombrando y emocionando ver como van descubrindo, consiguiendo, creando, disfrutando… a pesar nuestro
Gracias, Enrique, por convocarnos desde estas páginas, como profesionales, pero también como padres, a enardecer a nuestros hijos en el aprendizaje. También los padres nos acomodamos en patrones de enseñanza poco creativos, sin piratas y sin cañones por banda…
Es una delicia leer este»pirata» y como, de una manera sencilla y muy didactica, hace ver colateralmente,que las aptitudes necesarias para ser pirata- se entiende que un buen profesional de esa denostada actividad- son las mismas que para ejercer de enfermero, canonigo o ingeniero. Donde parece estar la diferencia es la actitud con la que uno se enfrenta a la tarea de su aportacion a los demas. Y éso ¿ donde se aprende?
Enhorabuena
JBD
Muchas veces «menos» es «más». Renunciar a lograr una lista de contenidos con proyectos como «Piratas» supone proporcionar al alumno mucho más de lo que se hubiera logrado sin esa renuncia.
Dicen que con los hijos somos lo más auténticos posible… Un testimonio:
Cuando a mi hijo iban a enseñarle a leer le cambiamos de cole. Paso a otra clase donde todavía no le enseñasen a leer. Queríamos que siguiese jugando.
Menos fue más. ¡A qué tantas prisas!
Hace un tiempo leí este artículo sobre los secretos del éxito de la educación finlandesa, que ostentaba en el último informe pisa publicado en 2010 un dignísimo primer lugar de los estados europeos, y unos niveles que varían del tercer al sexto lugar en el ranking.
No sé de qué fecha es el artículo, pero viene precisamente a intentar desenmarañar las razones de un exito, que calculan que ha llevado 30 años conseguir.
Algunas perlas a tener en cuenta: los ratios profesor alumno, la localización del alumno en el centro del aprendizaje, la idea del alumno como protagonista de su propio aprendizaje (me suena como en el artículo de Enrique), profesores con aptitud de guía, y no de magister, libertad pedagógica para el profesor, y algo que me parece muy útil como herramienta para el cambio: menos inspección y más evaluación interna y externa.
Espero que podáis acceder con facilidad porque merece la pena.
http://www.otraescuelaesposible.es/pdf/secretos_finlandia.pdf