Estamos rodeados de leyes. Hay leyes para todo. Leyes que rigen los aspectos más nimios de nuestra existencia. Hay normas sociales que nos dicen cómo tenemos que comportarnos, cómo hemos de vestir en cada ocasión o cómo debemos hablar. Hay leyes escritas que nos dicen cómo tenemos que conducir, donde podemos y donde no podemos vivir, cómo tenemos que comportarnos en las calles o cómo tenemos que relacionarnos con nuestra pareja y nuestros hijos.

Pero ¿sabemos realmente lo que son? Están entre nosotros. Controlan casi todo lo que hacemos y, sin embargo, estamos tan habituados a ellas que ni siquiera percibimos su presencia.

Hay muchos tipos de leyes. Leyes naturales, leyes morales, leyes sociales y leyes en un sentido jurídico que, en ocasiones, recogen algunas de las anteriores. Aquí voy a hablar de las leyes en un sentido jurídico. ¿Qué son y qué deberían ser?

Para saber qué son las leyes es preciso saber qué han sido y qué las ha llevado a convertirse en lo que hoy conocemos. Los antropólogos afirman que las primeras leyes fueron obra de los jueces: al aplicar la misma solución a casos parecidos creaban una costumbre que se iba imponiendo con fuerza de obligar (en el mundo anglosajón una buena parte de sus leyes siguen siendo de creación jurisprudencial: el juez hace la ley). El mito de los grandes legisladores que habrían liberado o configurado a sus pueblos ha existido en casi todas las culturas: Moisés, Numa, Solón, Licurgo, Confucio. Estas eran leyes breves y potentes, fácilmente retenibles en la memoria de los pueblos y que trataron de reflejar y dibujar el espíritu de una comunidad. Leyes que transformaron profundamente la sociedad.

Los primeros filósofos del Derecho afirmaban que la ley positiva debía ser el reflejo de la “ley eterna”. Hasta tal punto era así que consideraban ilegítima una ley que no estuviera fundada en la ley natural del hombre, es decir, aquella que surgía de una Ley con mayúsculas. Obviamente el problema radicaba en identificar esa Ley inspiradora, sin hacerla coincidir con puras leyes morales o códigos religiosos. Es así como los revolucionarios acaban por desvincular la ley del Derecho natural, uniéndola a la razón pura. Para Rousseau una ley era justa siempre que viniera establecida por la “voluntad general”, cuya varita mágica hacía imposible la ley opresora. La función de la ley era articular la coexistencia de derechos y libertades en una sociedad, a través de códigos de leyes sistemáticos, fácilmente conocibles y que ordenaran de forma lógica los grandes sectores de la vida social. La aspiración roussoniana era que unos pocos códigos establecieran con sencillez los principios de las relaciones en sociedad, acabando con la confusión de leyes, privilegios, fueros, servidumbres y limitaciones del antiguo régimen. El siglo XIX fue el siglo de los grandes códigos (Civil, Mercantil, Penal, Procesal).

Pronto comenzaron a aparecer de nuevo leyes especiales que trataban de solucionar problemas específicos. Tan abundantes han llegado a ser éstas que hoy los códigos son casi la excepción. La situación actual es tan absolutamente caótica y confusa que un profesional del Derecho sólo conoce una ínfima proporción de la legislación vigente en cada momento. Desde hace tiempo se habla del legislador motorizado (por su velocidad para dictar leyes) o del legislador desbocado. Cada vez que hay un problema el político presenta la ley salvadora, que normalmente no soluciona nada. En nuestro país este panorama se agrava por la existencia de 17 Parlamentos autonómicos tan desbocados como el estatal. La Unión Europea merece página aparte, con una abundantísima legislación que se integra en nuestro ordenamiento jurídico y que nadie llega a conocer mínimamente.

Todo este proceso ha conducido a que hoy la ley sea simplemente el vestido jurídico que se da a una decisión política para otorgarle una determinada fuerza de obligar. Es decir, la ley se ha convertido en el envoltorio que sirve de escudo a una medida. Se habla así de la ley-medida, alejada de aquellos principios generales de la ley-código.

Esta diarrea legislativa está provocando una descomunal confusión social. Tengamos en cuenta que una ley acota una parte de la realidad (por ejemplo, el tráfico) y nos dice qué podemos y qué no podemos hacer, es decir, qué está bien y mal. La ley así contribuye a perfilar nuestro modelo de sociedad. La histérica actividad del legislador está configurando un modelo desconcertante en el que nadie sabe por dónde se mueve, nadie sabe con certeza hasta dónde puede llegar. Nadie da un paso sin tener cerca un abogado. Es una sociedad temerosa de individuos confusos que no saben lo que pueden y no pueden hacer.

Es cierto que el ideal codificador era ingenuo: leyes simples y breves que crearan una sociedad justa orientada a la felicidad. Pero entre ese ideal y el confusionismo actual hay una amplia gama de grises.

Esto es en lo que se ha convertido la ley, pero ¿qué debería ser? El legislador ha perdido la consciencia de la esencialidad de la herramienta que maneja, herramienta que hoy se encuentra banalizada. ¿Por qué se está malbaratando ese instrumento de conformación social? Entre otras razones, porque las leyes se suelen aprobar cuando el político percibe que su impulso puede recibir el aplauso público y reportarle el ansiado voto. Las leyes se suelen plantear como reacción precipitada ante acontecimientos y no con una sosegada visión a largo plazo.

Cada ley debería ser fruto de una profunda reflexión sobre qué queremos hacer de nuestra sociedad. Por tanto, lo primero que debería tener en mente el político que pretende impulsar una ley es hacia donde debe caminar la sociedad. En segundo lugar debería abrirse un debate social sobre el modelo que queremos, en el que el político asuma que debe explicar lo que quiere hacer y por qué lo quiere hacer. En último lugar vendría la redacción concreta de la ley, que debería hacerse por los mejores profesionales en la materia.

En definitiva, la ley como instrumento de configuración social debería tener para los políticos que la apoyan un carácter casi sagrado. Con esa actitud, se dictarían muchas menos leyes. Cada ley sería el resultado de una detenida consideración sobre sus objetivos y su contenido concreto, sobre la dirección en que lleva a la sociedad y sobre cómo la conduce a ese destino colectivo. La ley debería aspirar a impulsar cambios que poco a poco vayan acercando el modelo a esa Ley mayúscula a que nos referíamos. Entiéndase por Ley mayúscula aquella que tiene la intención de aproximar la sociedad en que vivimos al ideal de sociedad en que nos gustaría vivir. Si todas las leyes se hicieran con esa simple intención las cosas empezarían a cambiar y la ley a asumir el papel que le corresponde.

Los ciudadanos debemos exigir esa claridad del legislador. El nuevo Presidente del Gobierno, en su discurso de investidura, prometió dictar pocas leyes: “las leyes tienen que servir para generar oportunidades, no para crear obstáculos. Necesitamos menos y mejores leyes, procedimientos administrativos más simples, con menos trámites y con plazos más ágiles”. Estaremos vigilantes para exigirle el cumplimiento de ese compromiso.

6 comentarios

6 Respuestas a “¿ESTÁ NUESTRO LEGISLADOR DESBOCADO?”

  1. José María Bravo dice:

    Es difícil interpretar este articulo de Salama. Tiene un principio y tiene un final. Pero, es difícil desentrañar la finalidad.

    El principio abunda en los orígenes de la ley y su curso histórico y el final, parece aclamar, su reforma política. Pero, es que en esto tiempos, cuando hablamos de política hablamos de economía.

    En el curso de la historia las leyes las han hecho los políticos, los legisladores. Sabemos que en los países anglosajones, a lo que aquí llamamos estudiar derecho, allí llaman estudiar leyes. Podíamos decir que los gobernantes se ocupan de administrar las leyes. Pero cuales leyes?. Las leyes originales o las leyes que permiten una finalidad?. Salama señala que la finalidad sea semejarse a la ley natural o, como dice, «ley eterna». Hasta ahí la reflexión primordial.

    En la segunda parte de su articulo, Salama, habla de la ley «que obliga», quizás en contraposición a la ley «que permite». Y, entonces, podíamos preguntarnos que obliga o que permite. También podíamos añadir la ley «que protege». Estas preguntas nos acercarían a la finalidad social de la ley. Salama dice más, hacía «un destino colectivo».

    Pero ,salta lo económico. Salama reproduce la frase de Rajoy en su investidura «las leyes tienen que servir para generar oportunidades, no para crear obstáculos». Es evidente,que esta, es una alusión directa al gran debate. A un debate historico entre los conservadores y los liberales anglosajones, de los que los manejan la economia de verdad. Rajoy se decanta por la tesis favorable, de los conservadores, en el asunto de la Desregulación ( o por que haya, cada vez, menos reglas justas) de los mercados.

    Desgraciadamente, yo creo, que lo que debemos vigilar es que el Presidente de Gobierno,nuevo,no siga defendiendo las ideas politicas que nos han llevado a estas diferencias sociales, tan profundas,en el mundo entero.

  2. Victoria Santander del Amo dice:

    Totalmente de acuerdo, Isaac.
    Frente a tu planteamiento elevado del poder legislativo y su finalidad como instrumento para diseñar y organizar la sociedad (en general, sin «territorializar»), presente y futura, se alza una realidad enmarañada de normas -más que leyes-, y reglamentos, que no sólo reflejan el interés el político de turno -y las enmiendas de los políticos «bisagra»- sino del poder económico soterrado a veces, visible en otras, pero en todo caso priorizando su interés societario -que no el social-, hay que añadir otro factor distorsionante: el control y la aplicación de esa normativa.
    Si se aplica… la inseguridad es devastadora, agravándose aún más si hay que acudir a un tercero que la interprete.
    Inevitablemente, los otros dos poderes, ejecutivo y administración de justicia no pueden quedarse al margen.
    … Y volvemos a a empezar.

  3. Manolo Arróspide dice:

    Interesantisimo artículo… pero yo creo que ahora, más que el legislador, quien está desbocado y politizado es el Tribunal Constitucional. Convretir TC en un tribunal de segunda instancia para interpretar las leyes como el Gobierno de turno considere me parece un cáncer no solo de la justicia, si no también de la sociedad actual. Como ejemplo, véase como el TC abrió la puerta de nuevo a los terroristas por orden del anterior Gobierno (que a su vez fue torticeramente presionado por un grupo político) tras la sentencia del TS… Un país desbocado que vuelve a pagar a terroristas con impuestos…

  4. sobre estas cuestiones tratamos también en nuestro blog ¿hay derecho? coincidiendo totalmente con el disparate de esta hiperinflación normativa. La última entrada por cierto es de un compañero de Isaac y mío, para los que tengan curiosidad
    http://hayderecho.com/2012/01/29/%C2%BFtenemos-un-sistema-legal-eficaz/#comment-4483

  5. José María Bravo dice:

    Siguiendo la sugerencia de «Elisadelanuez» leí el blog que indica. En concreto el articulo del Sr.García Gomez de Mercado. Es entendible que, corporativamente, se critique la deficiencia de los sistemas, en este caso el jurídico. Aquí, y en cualquier país, el sistema judicial, junto con el sanitario, tiene graves problemas de funcionamiento. Hay que tener en cuenta que vivimos en una sociedad civil y es de suyo el litigio.

    También, partamos de la base, que los abogados son los profesionales mas politizados. También es de suyo porque, si analizamos profundamente, la política es la que se encarga de la organización de la «civitas», de la sociedad. Por lo que, mal o bien suene, están expuestos, de cara, a la política. Entonces es difícil «exonerarse» de juicios políticos. Es más, gobernar es un contrato entre el gobernante y el gobernado.

    En el blog mencionado el Sr. García Gomez de Mercado dice que «no se trata de hacer leyes con mucho arte sino que las cosas cambien». Aquí el punto de encuentro con el articulo de Salama. Pero, cambiar como y para que?. Para mi, para que la balanza, de la justicia, no se incline. El equilibrio tiene muchas connotaciones físicas, bilogicas, económicas, éticas, estéticas. Solo como referencia, J.F. Nash, Premio Nobel de Economía, en su Teoría de Juegos habla de una estrategia colectiva óptima, el equilibrio.

  6. Eloy Becerra dice:

    Hay que extender la perspectiva mínima sobre un asunto a la más amplia, que es la subjetiva de otro ser que inahibita la misma tierra y el mismo tiempo que otro. Soy sólo un humilde jurista.

    Rousseau en su Contrato Social trata de explicar, de forma poco usual para la época, que toda norma nace del convencionalismo entre las personas; para posteriormente realizar una hipótesis/comparativa de varios sitemas políticos. Lo más destacable es la justificación de la inmigración que hace en un apartado de sus páginas, respecto a la legitimidad proteccionista del interés individual y su adaptatividad a un entorno político adecuado a sus necesidades.

    En segundo término quiero comunicar la diferencia entre una norma base/general y una especial. La primera es un principio inspirador de una solución basada en la más pura lógica y moral, la segunda es maleable para atender a las necesidades puntuales que se prensenten en un contexto y un tiempo social concreto. No hay que olvidar que la codificación es un invento reciente, ha supuesto un cambio en la evolución de la sociedad y un profundo malestar social.

    En segundo término, debo decirte que existe un equipo de prestigiosos profesionales detrás de la redacción de toda Ley aprobada en el Congreso. Son humanos, no son perfectos. Hay diarrea legislativa, puedo estar de acuerdo en ese punto, hoy día no es como antaño, cuando el espíritu era intemporal en la redacción minuciosa y el sentido trascendental que le daban a las leyes, pero hay que bajar y tocar tierra en los tiempo actuales.

    En tercer lugar, San Agustín definió Ley como el arte de lo bueno y de lo justo. Evidentemente hoy día es bastante cuestionable una imposición por mayorías. Pero finalmente en el fondo de su argumento encuentro una justificación a una aristocracia autoimpuesta, lo suficientemente capaz para discernir el destino del pueblo que se subyuga a su criterio a través del voto.

    En cuarto lugar, las leyes sagradas conforman el dogma de lo que las civilizaciones de antaño una vez fueron. Nuestro derecho tiene raices romanas, de ahí que existan días fastos y nefastos (hábiles e inhábiles) para aplicar la justicia.

    Finalmente he de compartir que la solución a los inexistentes problemas, radica en cada uno de nosotros y nuesra capacidad para comprender el mundo en que vivimos. Si todos fueramos conscientes de la innecesidad de demasiadas figuras de administración pólítica, éstas no existirían. Pero es triste reconocer que la solución de un hombre un voto, es la desgracia de nuestro planeta.

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