Al forjador, durante el siglo XIX, del Estado alemán moderno, Otto von Bismarck, España le parecía el Estado más fuerte de todos los que conocía. Según cuentan las fuentes, nuestro país era un recurso inagotable de referencias para forjar el Estado alemán que pretendió y consiguió construir, y así lo atestigua el prolijo conocimiento que tuvo de nosotros a lo largo de los muchos años que duraron sus responsabilidades como máximo mandatario.
Su interés por España era… por evitar los males que episódicamente sacudían a una de las más antiguas naciones de todo su entorno.
En su afán por dotar a la antigua Prusia de territorios, administración, instituciones y políticas que consolidaran la nación, buscó en el entorno de países europeos los referentes que le sirvieran para la gigantesca y difícil tarea de crear el I Reich (Imperio), cuando en estos países (excepto quizás Inglaterra y Rusia) los problemas internos y externos eran cada vez más numerosos y no exentos de radicalidad en sus idearios y acciones revolucionarias, en una Europa en plena efervescencia ideológica.
Su interés por España no era por emular los distintos episodios que jalonaron nuestra historia, sino más bien por evitar los males que episódicamente sacudían a una de las más antiguas naciones de todo el entorno, con especiales paralelismos con Alemania como la integración territorial y el modelo monárquico, y las soluciones en falso practicadas como un bipartidismo cainita tremendamente desleal, y la sucesión de levantamientos y algaradas militares por mesiánicos salvapatrias por doquier, especialmente las guerras internas derivadas de los derechos sucesorios que dieron lugar a las guerras y sublevaciones carlistas que cubrieron nada menos que desde 1833 hasta el último levantamiento en pleno 1900. Es decir, fuimos la referencia negativa a evitar a toda costa.
Efectivamente, lo que hoy conocemos como Alemania es un amplio conglomerado de sentimientos religiosos, emociones tribalistas y estilos de vida muy variados y dispares, y el éxito de conseguir de todo ello una Nación, desde la convicción de que dicha expansión les hacía más capaces de acometer los desafíos de la modernidad. Es decir, desde la lógica aplastante de que ser más grandes los hacía más fuertes.
…el discurso glorioso por la gracia de Dios no temblaba un ápice por el horror que iban dejando a cada paso.
Volviendo a nuestro país, las dos grandes e iluminadas versiones que atávicamente se han enfrentado por acceder al poder, pobremente caracterizadas por ideologías que han enmascarado las auténticas motivaciones pseudo-cósmicas que han subyacido, y que variaban de tanto en cuanto para adscribirse al movimiento que tocaba en la actualidad correspondiente, nunca han parado de tirarse los trastos a la cabeza, sin importarles demasiado lo que se llevaban por delante y el sufrimiento y sangre que han dejando por doquier, mientras que su discurso glorioso por la gracia de Dios no temblaba un ápice por el horror que iban dejando a cada paso.
Asistimos, de nuevo, a una renovada versión de todo ello con un carlismo recubierto de movimiento social de amplias y convenidas masas semi-uniformadas, que aparentemente se reivindican en cuestiones territoriales, cuando esconden hábilmente sus sentimientos supremacistas y el mal manejo de sus frustraciones, esperando convencidos que su afinidad ideológica con los estilos nacionales y socialistas imperantes en Europa les entendiera y respaldara, cuando en realidad les da la espalda.
…todo no ha sido solo un problema de reivindicaciones económicas y derechos forales… detrás de dichos movimientos radica un problema de marcado y claro matiz religioso…
De las distintas interpretaciones que los historiadores han dado a los conflictos nacionales, hemos de suscribirnos a aquellos que lejos de afirmar que todo ha sido un problema de reivindicaciones económicas y derechos forales, han visto que detrás de dichos movimientos radica un problema de marcado y claro matiz religioso como defendía, junto a otros, Fidel de Sagarminaga en 1875 en sus obras. Visto así, la política debería variar sus estrategias políticas de posiciones negociadoras, en términos de cesiones y concesiones a las reivindicaciones nacionalistas globales y locales, a líneas de acción que tuvieran más que ver la afirmación antropológica de los colectivos afectados.
Y hoy nos encontramos cada vez más inmersos en el todos contra todos irracional e infantil, y los líderes esperando captar los votos no solo desde la capacidad de cerrarle la boca al adversario, sino de tratar de ponerle en ridículo para algarabía malsana del “respetable”.
En ese sentido, el carácter redentorista de la Iglesia cristiana que subyace, cada vez menos larvado, a cualquier nacionalismo, debería suscribirse, o cuando menos asociarse, a dichos grupos. De forma que subvencionar los estudios antropológicos que rastreen las huellas del ADN del Mesías nazareno hasta vincularlo, de una u otra manera, al territorio ibero, para luego crear estampitas en las que el Redentor debe aparecer debidamente ataviado con los ropajes alusivos al folclore autóctono, sostenido en los brazos de la Inmaculada, es la vía para canalizar estas almas resentidas por el ninguneo de la lógica de la modernidad.
Creer que lo hizo por las monedas… es no enterarse de nada de nada.
Esta magnífica solución debe ir acompañada, a su vez, por acciones propagandísticas que manipulen adecuadamente la historia de quien, en su día, fue el gran hereje del judaísmo. Pues no es de recibo que Él, siendo judío, abnegara de un activismo político contra la ocupación de su territorio por los romanos, en pro de un mensaje universal, que tanto cabreó al Iscariote como para traicionarle. Creer que lo hizo por las monedas, como el párroco de Almuñecar-Salobreña, es no enterarse de nada de nada.
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El venderse al mal se hace muy fácilmente; y tras venderse todos utilizan justificaciones pilluelas, muy elaboradas, barriendo hacia el centro del ego, sofisticadas e interesadas (en excusar a favor de un seudobién inventado) tal camino.
Porque todos, en el fondo están en guerra contra la ética o contra la razón porque prevalezca sus egos o alguna sinrazón, ¡por seguro!
Para parar a la maldad, ¡hay que moverse!, no se para sola o solita por mirar al Limbo.