A lo mejor Skynet solo dice “compra” y “vende”…

El primer aviso de que el sistema financiero era más endeble de lo que todos creían llegó en 1995, cuando las acciones de un solo hombre llevaron a la quiebra al banco más antiguo de Inglaterra. Un banco que había sido fundado en 1762 y que había financiado las guerras contra Napoleón fue derrotado por una buena acción, unas cuantas malas prácticas y un terremoto.

A principios de los años 90 del siglo pasado Singapur era un mercado muy interesante para los operadores de los mercados financieros: era la puerta de Asia y presentaba buenas oportunidades para los jóvenes británicos que querían escapar de la saturada City en busca de nuevas oportunidades. Uno de estos jóvenes ambiciosos, Nick Leeson, llegó en 1992 a la sede en la ciudad del Banco Barings -el que entonces era el más antiguo de Inglaterra- como responsable del equipo de operadores en derivados.

Según cuenta el mismo en su autobiografía, “Rogue Trader”, llegó con la sana intención de hacerse muy rico muy rápido y todo parecía indicar que lo iba a conseguir sin excesivos problemas: era muy ambicioso, pero también brillante y extremadamente trabajador, y pronto pasó a convertirse en uno de los operadores más famosos del mercado de futuros de Singapur.

Con poco más de treinta años ganaba cantidades indecentes de dinero y se las hacía ganar a su banco, pero, como él mismo cuenta, la presión empezaba a hacer mella en su carácter y le hizo cometer sus primeros errores.

Todo comenzó con una buena acción, algo extraño en este mundillo: una de sus operadoras metió la pata al ejecutar una orden, haciendo perder al banco varios miles de libras y, para no tener que despedirla, Leeson hizo un pequeño ajuste contable que ocultó el fallo de su empleada, convencido de que podría recuperar el dinero en otras operaciones.

Leeson había renunciado a las matemáticas en la universidad para especializarse en letras, pero lo de jugar con números no se le debía de dar del todo mal, teniendo en cuenta que desarrolló una exquisita habilidad para modificar los libros de cuentas y mantener engañados a todos los auditores durante mucho tiempo, mientras él operaba para recuperar ese saldo inicial, que se hacía cada vez más escandaloso.

Cualquiera que piense que los mercados no están manipulados y crea en ellos solo ha de leer el libro de este señor para salir de su error, pues en él explica cómo, él solito, hacía moverse en un sentido y en otro a un mercado tan enorme como el de Singapur basándose en su poder de mercado -poco antes de que se desatase la catástrofe, copaba el 40% del mercado en que operaba-, pero su poder, como el de todos, tenía un límite.

Leeson trabajaba con futuros sobre el índice de la bolsa japonesa utilizando un método que le permitía ganar siempre (subiese o bajase) aprovechándose de ciertos productos financieros enormemente apalancados (productos que permiten apostar con grandes cantidades de dinero aun cuando se tenga poco, lo que aumenta exponencialmente el riesgo). Su método era infalible siempre y cuando el mercado estuviera lateral, es decir con movimientos leves de subida o bajada, que es como los mercados financieros pasan la mayor parte del tiempo, por cierto.

No obstante, a la madre Tierra el destino de un operador de futuros de Singapur se la trae tan al fresco como todos los bancos del mundo, y el 17 de enero de 1995 se desató el terremoto de Kobe: durante 17 segundos todo tembló en una de las ciudades más pobladas de Japón, arrasándola, matando a casi siete mil personas, haciendo que se desplomase el índice Nikkei, y llevando a las posiciones de Nick Leeson a una pérdida de más de 1.200 millones de dólares.

El Banco de Inglaterra intentó rescatar al Banco, pero por aquel entonces no debían estar tan por la labor de gastar dinero de los contribuyentes en salvar el c**o a banqueros sin escrúpulos como lo estarían unos años más tarde, y el Banco Barings quebró y fue vendido a ING por una libra.

Y ahora volvemos a 2019, cuando que parece que estamos saliendo de una de las mayores crisis económicas de la historia, el sistema financiero internacional posiblemente sea tan poco robusto como lo era en 1995 o en 2008, con el añadido de que ahora ni siquiera son seres humanos los que operan y toman los riesgos en estos mercados: ahora ni siquiera hace falta un señor para hundir el sistema financiero, un algoritmo puede hacerlo sin ningún estrés.

Las estimaciones más conservadoras cifran el valor de la economía financiera en 126 veces el de la “economía real” y si algo nos enseñó la última crisis es que cuando el sistema financiero sufre, en la calle se pasa hambre; pero nada se ha hecho para proteger a la economía real de los peligros provenientes de la toma de riesgos en el ámbito financiero, y además ahora no es un Nick Leeson, sino un algoritmo programado para ejecutar ordenes sin dudar.

Según los datos de la consultora Aite Group, el volumen de operaciones en mercados financieros llevados a cabo por máquinas en Estados Unidos era en 2004 de menos del 25% y hoy ese porcentaje se acerca al 70%, y creciendo: casi tres de cada cuatro decisiones en estos mercados se toman automáticamente, a lo que hay que sumar que la caída de las comisiones de intermediación ha hecho además que se abran y cierren millones de operaciones cada segundo.

El dinero se lo siguen quedando humanos, pero son las máquinas las que toman los riesgos en el sistema financiero, y entre los informáticos hay un dicho que reza: “cualquiera puede meter la pata, pero si quieres liarla bien hace falta un ordenador”.

A lo mejor Skynet (el superordenador que se rebela contra la humanidad en la saga Terminator) no es un cacharro armado con misiles, a lo mejor solo dice “compra” y “vende”…

2 comentarios

2 Respuestas a “A lo mejor Skynet solo dice “compra” y “vende”…”

  1. EB dice:

    Alguna vez en nuestras vidas todos hemos cometido errores por confiar en máquinas –o más exactamente por confiar en otros que confiaban en sus máquinas. No importa lo mucho o poco o nada inteligente que una máquina sea, lo cierto es que sigue siendo máquina y por lo tanto instrumento creado por humanos para ayudarnos. Todos quisiéramos que muchas cosas que hacemos, algunas porque «debemos» otras porque «queremos», las hagan máquinas que liberen tiempo para hacer otras cosas. Nada nuevo y más importante todos esperamos un futuro con más máquinas, más inteligentes, para ayudarnos a liberar tiempo para otras cosas. Por supuesto, los pocos que no tienen otras cosas que hacer, hoy valoran poco a las máquinas, en particular a las nuevas que además exigen tiempo para aprender a usarlas.

    En lugar de lamentarnos de las máquinas deberíamos lamentarnos de progresistas podridos que en su infinito ambición de poder, no dudan en buscar nuevas formas para molestarnos, para someternos.

  2. loli dice:

    “Las guerras siempre tienen un origen económico”, fue algo que me enseñaban en la escuela.

    No estoy muy segura de eso.

    Entiendo que, de algún modo, la economía es el reflejo de muchas más cosas, elementos no siempre tan evidenciables que quizás encuentren en el concepto “dinero” y “mercado” una expresión simbólica que convertimos en valores tangibles y determinantes.

    Pero después de cada guerra, crisis, revolución o alteración de algún tipo en las sociedades, ya sean a nivel local o global, siempre hay una revisión profunda de valores denominados “subjetivos”, que seguramente sean los más reales.

    La emotividad que se impregna a las ideas, a nuevas formas de relación, al abrazo o imposición cuasi religioso de esas nuevas formas de relación, o inclusive la imposición de “otras creencias religiosas”, después de cada crisis en una sociedad, a mi entender indican que son características mucho más profundas y de mayor envergadura, las que se trasladan en forma de “economía”.

    Las guerras es su expresión más sangrienta, pero la violencia en el ser humano se puede llevar a cabo desde múltiples aspectos, y eso es, presumo, porque nuestra entidad se sustenta mucho más en valores sensoriales y emotivos que en cualquier otra especie.

    Por ello, es posible que esta nueva manera de ejercer una “guerra” bajo la apariencia de “motivos económicos”, pueda suponer una fórmula muy maquiavélica de llevarnos a situaciones de desabastecimiento y empobrecimiento quizás no asumidas como tales aún desde nuestro estado de consciencia, pero que sin embargo, es muy posible que ya, desde un estado distinto de desarrollo que puede que hayamos alcanzado, aunque no seamos tan conscientes de ello, sí que lo estemos necesitando.

    Me refiero a la necesidad de acceder y cultivar posibilidades para las que estamos preparados, pero que las situaciones de precariedad vital, la necesidad de mantener las necesidades básicas cubiertas, siempre nos alejan de ellas, y que curiosamente, cuando se producen confrontaciones bélicas, esas posibilidades son truncadas de “facto”, como por ejemplo el arte y todas sus manifestaciones.

    Una guerra sin características bélicas a las que estamos acostumbrados en su vertiente más estereotípica, puede que no se esté dando a nivel mundial, (sí a niveles locales en sitios y lugares, para mí, importantísimos desde una localización histórica en el planeta), sin embargo sí se está, seguramente, produciendo ya, una confrontación cuyo insidioso avance puede estar haciendo su efecto en nuestros aún incipientes desarrollos sensoriales y sensitivos, en nuestras posibilidades más etéreas y sensibles, esas que también necesitan nutrientes, y puede hacer que se malogren, en una parte de las poblaciones, con la suficiente importancia, como para que esa “masa crítica” imprescindible para que las cosas no den el salto cualitativo, el que implica la “no marcha atrás”, siga sin producirse.

    ¿Deberíamos evitar que el logaritmo se redujera a compra y vende?.

    ¿Y si lo que se ofreciera al “mercado”, fuera algo, que ya reconocido como “bien”, no cumpliera ninguno de los requisitos que requiere el Skynet correspondiente, para que éste pudiera introducirlo en sus esquemas y operar con ello?.

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