Al paso que vamos, ¿quedará alguien mentalmente sano? Imagen de Engin Akyurt en Pixabay

Desde que hace unos años se decidió hablar abiertamente de los suicidios, los medios de comunicación nos han ido adentrando en este dramático problema. Las últimas noticias son que, en promedio, en España se suicidan casi 12 personas cada día. Más de 4.200 al año.  El suicidio es, desde el año 2008, la principal causa de muerte externa y con una tendencia creciente. Además, se da mucho más en los hombres que en las mujeres, aumenta con la edad y, en los hombres, se dispara a partir de los 80 años.

Centrándonos en lo que claramente puede entenderse como problemas de salud mental, según un reciente estudio realizado por el Grupo AXA junto con el Colegio de Psicólogos de España, un 34% de los españoles encuestados reconoce que sufre algún “trastorno mental” y un 16% que toma fármacos, como ansiolíticos, somníferos o antidepresivos, al menos una vez a la semana. Concretamente, en el año 2022, en España 4.602.888 personas tomaban antidepresivos diariamente, una cifra que había aumentado en un 45,34% a lo largo de la década anterior, desde el 2012. Y si nos fijamos en las bajas laborales debidas a problemas de salud mental, según datos oficiales éstas pasaron de casi 284.000 en el año 2016, a más de 400.000 en 2019 y a más de 600.000 en 2023. 

En realidad, si lo pensamos un poco lo que es verdaderamente sorprendente es que todo lo que englobamos como problemas de salud mental haya tardado tanto en manifestarse y todavía lo haga en cifras tan relativamente modestas. A poco que analicemos la realidad social en la que vivimos y las principales tendencias de fondo que la caracterizan, identificaremos sin dificultad varias fuerzas que parecen arrastrarnos irremediablemente hacia un mundo mayoritariamente dominado por los problemas de salud mental.  Yo destacaría estas tres:

En primer lugar, el modelo de economía de libre mercado, ampliamente globalizado, está generalizando e intensificando la competencia y la carrera por la mejora continua en innovación y productividad hasta extremos nunca vistos. Sería ingenuo pensar que este modelo, al nivel que ha llegado, no iba a suponer un fuerte aumento en el estrés y en la presión sobre las empresas y sus empleados. A fin de cuentas, en esta competición hay muy poco espacio para los ganadores y, en consecuencia, hay cada vez más perdedores. Por tanto, no es de extrañar que, con esta tendencia, el mundo laboral sea una fábrica que produzca cada vez más personas individualistas y con problemas mentales, máxime si además son expulsados al paro. Naturalmente, esa presión se traslada a los espacios en los que se tratan de preparar los empleados del futuro, es decir, al mundo de la educación, a las aulas de los colegios y a la juventud adolescente.

En segundo lugar, el modelo basado en el núcleo familiar va camino de extinguirse. Cada vez son menos los jóvenes que establecen relaciones de pareja suficientemente estables y que deciden tener hijos. Según el INE, entre enero y junio del 2024 han nacido en España un 25% menos bebés que en el mismo semestre en 2014. Cifra que sería bastante peor si no fuera por el maquillaje estadístico que suponen los nacimientos habidos de madres inmigrantes. Con esta tendencia, que parece imparable, en una o dos generaciones no habrá familias, porque no habrá hermanos, ni primos ni tíos/as. A lo sumo tu padre y/o tu madre. Y las parejas, de haberlas, serán de usar y tirar. En este asunto no tengo claro cuáles son las causas y cuáles los efectos, pero desde luego lo que sí parece evidente es que, vamos a un futuro donde la soledad, el egoísmo y la falta de relaciones afectivas serán el rasgo dominante. No me resisto a añadiros este enlace a un artículo interesante y de título provocador.  

Ya solo con las dos tendencias anteriores tenemos un cuadro nada prometedor para la salud mental de la mayoría de la gente. Pero, a eso yo añadiría una tercera tendencia: la creciente pérdida de influencia y de credibilidad en España de la religión como vehículo organizado de conexión con la trascendencia hace que, para mucha gente, prácticamente haya desaparecido la intención de buscarle una dimensión espiritual a su vida que la haga más atractiva y la dote de más sentido, dejando en cambio que ésta languidezca entre la simple lucha por la supervivencia y la necesidad de llenar el tiempo de ocio con una mezcla de consumismo y entretenimientos.

Se podrían añadir más factores, que los hay, pero ya solo con estos tres el panorama que nos presenta el futuro no es nada halagüeño en términos de soledad, de relaciones personales afectivas, de dar un sentido a la vida y, en definitiva, de algo parecido a la felicidad. ¿Es un problema que afecta a la política? Por supuesto que sí, aunque ningún político lo mencione; o peor aún, ni se lo plantee. Sin embargo, habrá que ver de qué manera se mete todo esto en la ecuación política porque es obvio que el progreso también tiene mucho que ver con la salud mental.  

Un comentario

Una respuesta para “Al paso que vamos, ¿quedará alguien mentalmente sano?”

  1. O'farrill dice:

    En este mismo blog, hace ya tiempo se publicaba un artículo titulado «¿Vivimos ahora mejor?» o algo parecido, donde se reflexionaba sobre esta importante cuestión o, por el contrario ¿nos han hecho creer eso a fuerza de propaganda a la que somas tan obedientes y sumisos?
    El progreso de una sociedad basado solamente en aspectos materiales es la cosificación del individuo o su infantilización. Pues esos aspectos materiales nos están demostrando su banalidad y su vacuidad cuando no su continuo fracaso en cuanto a su funcionamiento. No hace falta dar ejemplos tanto en el mundo tecnologico, como en el industrial o en el empresarial, etc.
    En cambio, como se dice en el artículo nos han robado la esencia humana: la espiritualidad, los incentivos morales que nos movían para convivir en paz y armonía, provocando un enfrentamiento que deja a cada cual en soledad frente a los demás. «El precio de la independencia es la soledad» decía el protagonista de «El enemigo del pueblo» (Ibsen) al final de la obra.
    La independencia o «no dependencia» es sinónimo de libertad, pero también de solidaridad humana que habïa que destruir. Y se ha hecho desde esos «laboratorios» de ingeniería social que tanto daño nos vienen haciendo, al igual de esos otros donde se experimenta con virus mortales, sin tener un absoluto control sobre ellos. En este caso, las «masas» («La foule» de Edith Piaf) han respondido perfectamente a su papel de conejillos de Indias, en la sustitución del mundo espiritual y trascendente, por el mundo «woke» y otras estupideces y mentiras presentadas como «progreso».
    No es por tanto de extrañar que el choque entre la inteligencia natural o la estupidez inducida provoque cortocircuitos neuronales en cuanto a la parte mental, pero que también se experimenten daños emocionales provocados por la soledad, la tristeza, la amargura y la desesperanza en personas que acaban por tirar la toalla.
    El médico peruano, responsable de la Sanidad en Francia durante mucho tiempo en su libro «La fabricación de nuevas patologías», así como una buena parte de la auténtica medicina (la del juramento hipocrático) asisten a una medicación excesiva de fármacos psiquiátricos en la población, sin más base que un examen por encima de supuestas patologías. ¿No es todo un tanto sospechoso? Parece incluso «moderno» y «progre» (como en EE.UU.).
    Recupérense las amistades verdaderas, las familias con vinculos fuertes, la libertad de ser uno mismo, los proyectos de vida y las ilusiones… pero también rechacemos lo banal, lo estúpido, lo vacuo, lo que nada nos aporta espiritualmente en cuanto a conocimiento y criterio. Quizá volvamos a ser humanos.

    Un saludo.

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