No creo que haya lugar en el mundo en el que buena parte de los lugareños, tengan con su tierra tanta inquina como la que muchos españoles tienen con España. Se dice inquina, pero bien podría decirse animadversión, mala follá, manía, o cualquier otro calificativo negativo que se tenga a bien definir. Tampoco parece que profesar semejante postura esté mal visto entre los conciudadanos, que si lo toleran será porque en cierta manera lo entienden, o participan de alguna forma en ello.
Y no es que no amen, que sí lo hacen muchas veces con profusión y fanatismo pasional, a cualquiera de los territorios que pisan, con tal de que no se llame España; nombre que adquiere connotaciones malditas, diabólicas y portadoras de un sinfín de males de todo tipo. Predeterminadamente se le asocia con genocidios, imperios asesinos, absolutismo cruel, sometimientos feroces, tribunales inquisitoriales, purgas criminales, cainismo de la peor calaña y centralismo déspota, y unas cuantas barbaridades más que seguro que se quedan por el camino, pero que van en una línea parecida.
Cuesta encontrar un denominador común en las muy diferentes manifestaciones del sentimiento antiespañol, pero si nos atenemos a las más presentes veremos como estas suelen coincidir con tipos de intereses muy determinados y con la reivindicación de espacios más cerrados. Como un país es, entre otras cosas, un amplio conjunto de cosmogonías comunes, no pueden interpretarse sus disidencias sino como una negativa o rechazo a participar parcial o totalmente de ellas. Llegar a las conclusiones de lo que esto supone, partiendo del análisis de cuáles de ellas existen y cuáles son rechazadas, supondría una amplísima investigación, y nos debe valer para este texto con destacar el carácter económico y mercantil que subyace en los rechazos. Visto así, adquiere la forma de desacralización de los aspectos más esenciales del sentir español, una lucha más entre lo sagrado y lo profano en una tierra especialmente arrasada y arrostrada y por lo eclesiástico, que no acaba nunca de liberarse de las consecuencias de haber puesto por delante el poder terrenal frente al espiritual, y arrastra la maldición de su mentira.
Si algo se ha resaltado históricamente desde fuera respecto al espíritu español, es la connotación individualista de sus gentes. No en vano en su seno se han criado muchos de los más ilustres artistas de fama mundial en diferentes ramas, con figuras que han ido marcando los derroteros por los que ha transitado esa forma de transcendencia llamada Arte. Se olvidan con demasiada frecuencia estas maravillosas realidades.
Simultáneamente, también desde una perspectiva histórica externa, el nuestro es un país caracterizado por el desastre en lo colectivo. Se nos ha llamado incivilizados, fanáticos, fratricidas, fundamentalistas, por poner solo algunos de los sustantivos que en la Europa central se han utilizado para definirnos. Pero, por otro lado, paradójicamente se nos llama un pueblo amable y acogedor, de un trato fácil y franco. Esta aparente contradicción ha sido siempre muy hábilmente utilizada por nuestros enemigos, a los que bastaba con inocular una duda sobre nosotros mismos, u ofrecer una imagen negativa, para que se nos liara una mandanga mental muy considerable; porque un pueblo que mira tanto al cielo le cuesta identificarse en los espejos que le ponen deliberadamente delante, y se cree fácilmente lo que le quieren contar aquellos que lo tienen como hábito.
Los que nos conocen un poco más, dicen que somos un conjunto inseguro de sí mismo, y que para encontrarse necesita de estados extremos, como una invasión hostil, un enfrentamiento cruento o una amenaza a lo que el pueblo ama e idolatra. No es de extrañar que muchos de los ritos que nos identifican sean igualmente extremos, en lo pasional, en lo carnal y en lo sagrado.
Por eso mismo, no hay nada más español que aquel que no parece saber lo que es, que oscila entre la sublevación y el extremismo, entre la negación racial y la autoafirmación radical. Por ello será que abraza, con tanta rapidez como avidez, cualquier propuesta; que cuando amenaza los particulares dioses consagrados en el imaginario ibérico vuelve a repetir la escena en la que insiste sobre lo que no le gusta; pero que, cuando puede y le dejan, se ve incapaz patéticamente de conjugar lo más mínimo.
Ellos han cultivado formas de expresión con unas singularísimas características admiradas universalmente, fruto del legado de una gran cantidad de pueblos y civilizaciones que a lo largo de siglos han poblado estas tierras, y que, lejos de someterla, la han hecho suya, integrando sus propios ritos, costumbres y conocimientos. Por eso fallan las banderas, escudos, himnos y lemas, porque si algo es indiscutible es que somos un enorme poso.
A ningún pueblo le resultará fácil convivir entre los dioses y el hambre, como atávicamente ha ocurrido con el pueblo español, que hasta bien entrada la modernidad sus gobernantes se resistieron a las reformas necesarias para atajar la tremenda mortandad que nos caracterizó. Una corte que presumía de imperial mientras no daba de comer a sus vástagos, obligados por ello a consagrarse a la picaresca o a la diáspora. Y quién nos iba a decir que, a la vuelta de la esquina, los pícaros serían los que gobernarían el país, mientras los exiliados forzados por la subsistencia, al Este y al Oeste, seguirán llorando por la tierra perdida.
Visto así no es tan llamativa, aunque no sea de extrañar, la virulencia con la que los ricos paisanos reclaman y reclaman el pan para los suyos, sin menoscabo alguno de utilizar la extorsión como forma con la que habitualmente son utilizadas en su relación con la centralidad.
Resultaría muy profuso, y seguramente ininteligible, vincular este sentimiento antiespañol con la respuesta que reclama venganza por el asesinato (castración en clave de análisis) del dictador en manos de la Dama de los íberos precristianos (hebreos); un mito, el de “Judit matando a Holofernes”, ampliamente representado en la pintura y escultura universal, que refleja la estampa arquetípica de lo femenino sagrado frente al Patriarca asesino invasor. Una historia de la que se hacen eco artistas como Botticelli, Goya, Lucas Carnach el viejo, Miguel Ángel, Gentileschi, Gustav Klimt, Donatello, o Caravaggio.
De cómo esos vengativos se van disfrazando de revolucionarios, progresistas, modernos, antifascistas, etc., debe de ser tema para otro artículo más en profundidad, en qué nos deberemos preguntar si solo se trata de afearle sus cosas a la Madre.
Pues otros lectores del artículo no lo sé, pero yo me he sentido identificada, perfectamente reflejada y para nada ni en absoluto frustrada. Todo lo contrario; que si en verdad somos todo eso y somos así – y lo creo y lo comparto – somos «muy ricos», una especie de crisol que contiene (puede que demasiado revueltas, pero que ahí están) todas las cualidades, virtudes y defectos, en las que es bueno (y a lo mejor malo) reconocerse.
Con tantas posibilidades en las manos tiene que haber, seguro, entre las virtudes, la inteligencia para saber barajarlas, y sacarles partido, y llevarlas a buen puerto.
Encantador artículo, Carlos. Y muy español.
Yo creo que los que más aman a España son los que aman su diversidad, hoy tan denostada y acallada.
Un saludo
Sin pretenderlo, nosotros mismos caemos en el tópico de la diferencia que existe entre los españoles y el resto de los europeos, más allá de los condicionantes naturales que influyen en nuestro carácter, como pueden ser factores climáticos o geográficos, interaccionando con las influencias que provienen de aquellos pueblos y creencias vigentes que se han difundido por la península a lo largo de los años. La historia de Europa al igual que la de cualquier pueblo sobre la tierra desde Oriente a Occidente, está marcado por contradicciones: hechos admirables y hechos despreciables, que de alguna manera dependiendo de la insistencia con la que colectivamente nos refiramos a ellos tendrán más o menos peso en la visión que tengamos sobre nosotros mismos. Lo que si creo, y esto es una opinión personal, que los españoles, cuando hablo de español entiendo la palabra en sentido adjetivo, casi como » Hispanidad» una condición o forma particular de entender el mundo: hoy en día por ejemplo para entender lo que hemos sido y significado en la historia de Europa y del mundo debemos ubicarnos más en América que en España propiamente. La experiencia histórica del descubrimiento de América en todos los sentidos: descubrir un mundo diferente, imaginemos lo que sería hoy en día un contacto con extraterrestres, la posterior población y contacto, el mestizaje subsiguiente, la riqueza repentina y el poder que eso generó de cara al resto de las naciones, imaginemos, ya que estamos en el mundo de la psicología, ese impacto de fantasía y grandeza entre una población saliendo de la edad media. No olvidamos que fueron siglos en que se estuvo a la cabeza del mundo y sus habitantes así lo sintiero: todo era posible para cualquiera si un pobre extremeño podía gobernar un imperio, «La ínsula de barataría» del bueno de sancho llevado a la realidad más deslumbrante. Todos somos conscientes de que cuanto más alto se sube más dura será la caída, creo que la decadencia posterior sumió a todo las generaciones posteriores en un remolino depresivo que todavía no nos hemos sacado de encima. Curiosamente en la actualidad aprecio un poco de esa misma actitud depresiva por decadencia y el masoquismo subsiguiente entre los británicos. El resto de las naciones europeas, abandonemos de una vez el slogan de que «Spain is different» son igual de diversas y plurales interiormente, ni que un provenzal fuera parecido a un bretón, un napolitano a uno del Trentino, o un bávaro a un prusiano. Lo que no han tenido es el complejo de admitir que esas diferencias son significativas y mucho menos sus clases políticas se han tragado esa fantasía de la «identidad» para crear mini estados.
Estimado lector, gracias por su comentario.
Al respecto mencionar que el tema de la identidad es uno de los centrales a lo largo del siglo pasado y lo que va de este, y se tiene la impresión de que aún le queda bastante cuerda. Solo mencionar que esto se ha empezado a poner encima de la mesa como clave, a partir de los esfuerzos de diferentes paises de Europa por crear un espacio común.
La manera de abordarlo puede ser muy diferente, tanto por el nivel de precisión con el que se quiera contemplar, como del tipo de análisis que se efectúe. Así, respecto a la precisión, puedes simplemente comparar la idiosincrasia de un pueblo con otro distante nada más que unos pocos kilómetros, y comprobarás diferencias. Igualmente lo puedes hacer con colectivos más amplios progresivamente, como comarcas, provincias, y así hasta continentes. Y eso cojiendo una forma de división política, pero se puede hacer con divisiones geográficas (el oeste de Lérida es muy similar al este de Huesca; o los pueblos lindantes con los Picos de Europa tienen mucho entre si perteneciendo a tres provincias distintas). Por lo tanto, en este ámbito si te pones a buscar similitudes y diferencias simpre las encontrarás, y seguramente serán perfectamente razonables todas ellas.
En cuanto al tipo de análisis a emplear, es otra cuestión, bastante más subjetiva y por tanto sujeto a polémicas. Tiendo a pensar que las divisiones territoriales conocidas se deben a algo más que a cuestiones climáticas o geográficas, algo así como separaciones artificiales y modificables a voluntad. El devenir de los pueblos tiene tanta historia como la propia humanidad, y no necesariamente estos colectivos han estado vinculados a un territorio, pues olvidamos con frecuencia que esa misma historia ha estado jalonada por importantes y masivas migraciones a lo largo de milenios. Pero también es cierto que se van cristalizando de uno u otro modo singularidades que, por un lado las identifican, y por otro, las diferencian del resto. Si entendemos que la cultura de un conjunto es la resultante de formas de vivir y de sentir, de forjar los propios dioses y sus demonios, de lenguajes comunes, de hábitos y ritos, de miedos y obsesiones, que conforman una cosmogonía compartida, entonces sí entenderemos lo que significa país.
El tópico del «Spain is different», tiene que ver solamente con el importante desfase que se produjo en nuestro país en la dictadura franquista con el resto de países del entorno, a ojos del fenómeno del turismo que fué inundando nuestras costas a partir de la década de los ´60. No es mucho más que eso. Pero si nos ponemos a mirar con rigor, en realidad es tan «different» como Francia lo es respecto a Italia, o Gran Bretaña con Alemania. Solo los colectivos nacionales creados a partir de la expansión europea, como Estados Unidos, Australia o Canada, son menos «different» por el escaso recorrido histórico que tienen como naciones, y hacen denodados esfuerzos por forjarla a partir de himnos, banderas, desfiles, etc.
Saludos.
Parece, o aparenta existir, cierta facilidad, a nivel emocional, y muchas veces muy “flojita”, por no denominarlo “primaria”, para encontrar motivos de distanciamiento, diferencias incontestables,…. motivos de humillación mantenida en el tiempo…,histórica…., hacia “esas características” tan identificativas, que nos señalan como “distintos”…
Distintos por “ser superiores”, en definitiva, al resto,… y que nos agravia, por eso mismo.
Lo sorprendente, entiendo pueda ser, que esta facilidad de calificación y juicio, manifiestamente encaminado hacia un empoderamiento de matices y características, no llamen la atención y sean objeto de análisis y trabajos más profundos.
Porque no ocurre sino lo contrario, gentes aparentemente preparadas, intelectuales, políticos, etc…, de pronto se ponen al servicio de ese empoderamiento de rastros que, como indica Carlos, pueden haber cristalizado y conformado hábitos, formas de pensamiento, pueden haber sedimentado en una serie de actitudes, de formas de pensar, o de afrontar los caminos vitales de grupos de gentes.
Determinadas costumbres, folklore, manera de afrontar cultos y cultura, se ponen de manifiesto en esa cristalización….
Pero es incomprensible que a nadie, o al menos de cara “a la galería” de sus intenciones, se pare a profundizar, indagar, en el origen real de toda esa “riqueza” social, que se pretende etiquetar.
Para que algo “cristalice” de tal manera que llegue a ser la causa de cultura, civilización…y desarrollo, tienen que haber existido unas experiencia, unas memorias y unos rastros productos de unas experiencias que…se han movido..
Y las experiencias las mueven, y las siembran los pueblos, las gentes nunca se han estancado en un sitio determinado…., a lo largo de la Historia de la Humanidad.
Las poblaciones que lo han hecho….finalmente han desaparecido.
Para que estemos en este momento de “civilización”…en este momento donde parece que pueda ser más fácil que mejores formas de vida puedan llegar a más gente, ha sido necesario que, a lo largo de miles,…o millones…de años, y también ahora mismo, los pueblos se desplacen.
Porque es que en realidad, también se desplaza la propia tierra, la corteza terrestre en la que nacemos, nos desarrollamos y vivimos, no está nunca en el mismo sitio.
Raíces que se dejan en algún sitio y que se echan en otros lugares….raíces que crecen hacia abajo….se extienden….y miran arriban con sus retoños y sus frutos.
Y los seres humanos hemos esparcido esas raíces, esas memorias, esas experiencias….por todo el planeta.
¿Con qué criterio no empaquetamos, entonces, en un territorio en particular, con un terruño, con una parcela?.
Tengo la sensación, de que se produce un estado emocional mucho más…mágico…., fascinante…,cuando alguien descubre en sí mismo…o en su entorno, la confluencia de rasgos, actitudes, atavíos, cultos, cultivos y cultura…tremendamente alejados entre sí…, situaciones de folklore, pensamiento…en un momento donde a algún estamento “público-estatal-oficial”, se le ha escapado o no ha podido acaparar todas las “fuentes” de comunicación, y ese feliz acontecimiento nos facilita el encuentros con “ecos” familiares, conocidos…que los hemos denominado como “nuestros”, y resulta que son compartidos y “vividos” por otros pueblos, en otras geografías…..distantes, y hasta desconocidas….
Formas de relacionarse con los territorios, bailes, hábitos, fiestas, costumbres…recorridos…, formas de relacionarse con el aire…, cantos, lenguas…, con características significativamente parecidas o a veces…iguales, aunque las tierras y los cielos que los alberga….estén en puntos absolutamente distantes del Planeta.
De verdad….cuando eso sucede….no veo que se produzcan, entonces, situaciones de “agravios históricos”, de “necesidad de segregarse de esos otros inferiores que nos humillan”…, de herir con “fronteras” artificiales esa “corteza terrestre”, que de por sí es “inestable”, en un intento de “clavarla”….(muy interesantes las palabras del ex ministro Borrell al respecto en un mitin reciente).
Porque la maravilla de esos encuentros….de esas confluencias desconocidas y ni pensadas…, aunque igual sí soñadas…, no da lugar a emociones constrictivas…., sí, más bien, a una necesidad expansiva mayor…, de buscar más….,de no dar nada por definitivamente asentado…,y para ello, las etiquetas, las “señas de identidad”…”selladas”….son un tremendo obstáculo.