En el año 2010 se llevó a cabo en Estados Unidos una encuesta que dio lugar a un resultado muy interesante: se preguntó a una muestra de ciudadanos de este país, el más rico del planeta, qué porcentaje creían que suponía la ayuda exterior respecto del total del presupuesto federal, y la gente respondió de media que un 27% del total. Después se les preguntó cuál debería ser desde su punto de vista el porcentaje del presupuesto que debería dedicarse a este tipo de ayuda y la respuesta fue que el 13%; es decir, la gente pensó que se invertía demasiado en ayuda exterior, pero aun así estarían dispuestos a dar un porcentaje de su renta para ayudar a países desfavorecidos.

La realidad, muy lejos de estas cifras, era que ese año el montante total de toda la ayuda exterior de los Estados Unidos no llegaba al 1% del presupuesto y suponía (según la OCDE) el 0,21% del PIB del país. La encuesta antes citada nos demuestra que los Estados Unidos como país son mucho menos generosos de lo que el conjunto de sus ciudadanos estarían dispuestos a ser.

Y Estados Unidos, al menos en esto, no es una excepción, ya que aunque en la 34 Sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas (en 1980) se acordó que el porcentaje del PIB que los países debían invertir en ayuda al desarrollo tenía que alcanzar al menos el 0,7%, en 2010 solo seis países -Dinamarca, Países Bajos, Luxemburgo, Noruega, Reino Unido y Suecia- habían alcanzado esa meta.

Y lo cierto es que, pese a las posibles ineficiencias en las organizaciones que lo gestionan y la corrupción que hace que se pierda por el camino parte del dinero que debería utilizarse para otras cosas, nadie pone en duda que la ayuda exterior funciona; ya sea la ayuda directa en casos de emergencias como la destinada a promover el desarrollo de los países a través de políticas de infraestructuras, educación o sanitarias.

Los países pobres no tienen por qué estar destinados a seguir siendo pobres, como parece probar el siguiente gráfico, extraído de la página web de la fundación Bill y Melinda Gates:

curva_pobreza

Pese a que a día de hoy más de mil millones de personas viven en la extrema pobreza, y que el trabajo por hacer es ímprobo, leyendo la gráfica, el mundo que representa la curva azul, la de 2012, es un mundo mucho mejor para vivir que el de 1960, y el porcentaje sobre la población mundial que representa la gente por debajo del umbral de la pobreza es actualmente mucho menor que hace unas décadas. Aunque parezca un trabalenguas, la desigualdad está mucho más equitativamente repartida en 2012 que en 1960, es decir: es cierto que sigue habiendo un porcentaje muy pequeño de la población que acumula cada vez  mayor porcentaje de riqueza, pero, por otro lado, cada vez hay un porcentaje menor de pobreza extrema, y países (como Brasil o China) en los que la mayor parte de la población eran pobres de solemnidad hace 50 años hoy son mayoritariamente de clase media.

Entonces, si aceptamos que los países pueden salir de la pobreza, sobre todo si se facilitan las condiciones para ello, ¿por qué somos los países ricos tan reticentes a invertir una parte ínfima de nuestros recursos en ayuda al desarrollo?

Supongo que el motivo último es que, en un tiempo de populismos cabe preguntarse qué ganancia se obtiene ayudando a  personas que están muy lejos cuando tenemos vecinos que sufren y están muy cerca. Puestos a ayudar, puestos a que me quiten mi dinero, ¿por qué invertirlo en tierras lejanas, en ayudar a desconocidos, cuando en mi propio país hay gente que lo está pasando muy mal?

No tengo respuesta para esto, o mejor dicho, sí que la tengo, tengo tres: la cobarde, la racional y la humana.

La cobarde: por primera vez en la Historia vivimos en un mundo totalmente global y, como nos están demostrando crisis como la de los refugiados, la gente tiene un límite. Nos interesa estar rodeados de países desarrollados y prósperos, aunque solo sea porque nadie teme una crisis migratoria desde un país con estas características.

La racional: cada euro invertido en un país del tercer mundo, en una situación de pobreza extrema, tiene un impacto directo mucho mayor que ese mismo euro invertido en un programa de asistencia en Europa. En el tercer mundo con 30 euros se protege del sarampión a 120 niños, en España con ese dinero apenas compras un peluche.

La humana: aunque nacieran en países lejanos, esta gente que sufre son seres humanos como nosotros. A cualquiera con un mínimo de sensibilidad se le revuelve el estómago con imágenes como la del niño africano acechado por un buitre o, más recientemente, la del pequeño sirio arrastrado por las olas hasta esa playa maldita. Creo que todos daríamos dinero por poder apartarlas de los telediarios.

Entonces: ¿Por qué no lo hacemos?

Un comentario

Una respuesta para “Ayuda al desarrollo”

  1. Loli dice:

    Si se pregunta, en general, a una población, si está dispuesta a ayudar a los más desfavorecidos, enseguida la respuesta es abrumadoramente afirmativa.

    El problema empieza cuando hay que matizar cómo y de dónde debe partir esa ayuda.

    Es entonces cuando aparecen las contradicciones, y también se pone en evidencia el desconocimiento.

    Así, creo que, si se tratara (que no se hace), de, por ejemplo, en nuestro país, propiciar un debate sobre nuestro PIB, y el porcentaje del mismo que estaríamos dispuestos a destinar al desarrollo de los países que lo necesitan, sería bastante frustrante.

    Primero porque pienso que nos perdemos en siglas y números, y no parece que haya voluntad política de aplicar un lenguaje didáctico, ni ese ni en prácticamente ningún otro tema.

    Segundo, porque no hay, tampoco, un hábito por parte de la sociedad civil, de preocupación por adquirir niveles de cultura y conocimiento, siquiera del funcionamiento del modelo social en el que vive.

    Es este contexto, los discursos programáticos electoralistas, vacíos de contenido y demagógicos, desgraciadamente, tienen su campo de acción totalmente despejado.

    Nuestras conciencias se quedan «tan anchas», cuando oímos que «se acabará con los recortes, se afianzará el Estado del Bienestar, se aumentará el gasto público, aumentará el empleo…se ayudará y se traerán a todos los refugiados…todo se hará más y mejor», sin caer en la cuenta de que esos discursos guardan en su formulación grandes contradicciones a la hora de poderse lleva a cabo.

    No. …eso es populismo puro y duro venga de donde venga.

    Para hacer lo que «debemos», es necesario conocer la «polis» en que vivimos, su estructura económica y social, ser conscientes y asumir el hecho de que, responder a la responsabilidad que tenemos de ayuda a otros seres humanos, a otros países, a otras gentes que llaman a nuestras puertas, requiere cultura política y madurez en esa cultura.

    «¡Reinarás mientras seas justo!, le dijo el prior de Inglaterra a Enrique III Plantagenet!».

    Me da que, esa frase, marcará también el futuro de Europa.

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