No. La foto que encabeza este post no es del futbolista Sergio Ramos con su último outfit, retocada con un filtro de Instagram para hacerla vintage; aunque sí es cierto que la foto está manipulada, porque en ella no se aprecian las marcas de viruela que cubrían el rostro del retratado, que haría retocar posteriormente todas sus fotos para que no se notase tampoco que era bajito (apenas metro sesenta), que tenía la mano izquierda inútil y deformada y que cojeaba. No, la foto no pertenece a las redes sociales de un futbolista de élite, sino a uno de los asesinos más crueles de la historia y una de las personas que más poder ha atesorado nunca. Para los que aún no le hayan reconocido, se trata del camarada Iósif Stalin.
Entre las muchas “historias de miedo” que se cuentan de él, hay una anécdota que me gusta mucho y que ilustra muy bien el “respeto” que provocaba el señor de la foto en su madurez:
El 12 de diciembre de 1937 se celebraron en la Unión Soviética las elecciones legislativas para elegir los diputados de la primera convocatoria del Soviet Supremo, que debía formarse en aplicación de la Constitución de 1936. Con una participación del 96,8% (no está mal, ¿verdad?) el Partido Comunista dirigido por Stalin consiguió la victoria con una aplastante mayoría, más significativa aún si se tiene en cuenta que era el único partido en liza y que los candidatos independientes eran todos afines a la corriente dirigente. Afines por la cuenta que les traía…
Las imágenes que se conservan del discurso del líder ante los recién elegidos representantes del pueblo son muy interesantes; en ellas se ve como, tras una pequeña charla –a diferencia de su colega y archienemigo alemán, a Stalin no le gustaba hablar en público, pues era consciente de que lo hacía muy mal– recibe la ovación y el aplauso generalizado de todos sus acólitos, una ovación que se prolonga tanto en el tiempo que el líder soviético, teatralmente, llega a coger un reloj de pulsera y levantarlo en alto, como diciendo “ya está bien camaradas, es suficiente”, pero estos no se fían (se olían la trampa) y siguen aplaudiendo durante un tiempo ridículamente largo, mirándose unos a otros sin atreverse ninguno a ser el primero en dejar de aplaudir. Algunos motivos tendrían para aplaudir durante minutos, pues, aunque no sale en el video, los que se sentaron demasiado pronto –lo cuenta Vasili Petrovich Nikolaev, uno de los asistentes– acabaron a los pocos días en los calabozos de algún oscuro sótano del Kremlin, explicándole a algún matón de la NKVD cuáles habían sido sus crímenes contra la patria y su amado líder…
El ejemplo de Stalin es extremo, ya que llegó a tener un poder absoluto sobre la vida y la muerte de millones de personas, que se ampliaría a otros muchos millones más después de vencer en la Segunda Guerra Mundial; un poder basado en el miedo y en el ejercicio de la violencia indiscriminada por parte del aparato de un Estado sometido a sus designios, un tipo de poder que, gracias a Dios, cada vez se lleva menos en los países civilizados (aunque queden ciertas reminiscencias).
En la actualidad, un poder así por parte de un dirigente, en el que no exista uno o varios grupos de poder que lo limiten, se circunscribe al ámbito interno de ciertas dictaduras; y aunque ciertos ejemplos, como el rapidísimo advenimiento del régimen de los ayatolás en el Irán de 1979, nos hacen pensar que situaciones como la descrita en la exitosa serie de televisión “El cuento de la criada” (en la que en pocos años se pasa de una democracia liberal a un régimen opresivo ultrareligioso) pueden no ser tan descabelladas, lo cierto es que la perdida de la capacidad de ejercer el poder llega hasta el punto de que los Gobiernos están perdiendo la posibilidad de hacer casi cualquier cosa, una situación que tampoco es positiva (aunque sin duda, si me dan a elegir, la prefiero a un régimen totalitario, naturalmente).
Cuentan que, en cierta ocasión, habiendo capturado a un temido pirata, el mismísimo Alejandro Magno se acercó a su prisionero y le preguntó: ¿Qué te parece tener el mar sometido a tu pillaje?, a lo que el cautivo respondió: “Lo mismo que a ti someter al mundo entero, solo que, a mí, como trabajo en una ruin galera me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con una inmensa flota, te llaman emperador”.
La cita es de Cicerón, en su obra De re publica (de la cosa pública), y se ajusta mucho a la definición de poder tal y como la entendían Stalin o Alejandro, concepto heredado (con matices) por Max Weber: el Estado tiene el monopolio de la violencia y a través de la amenaza de ejercerla puede imponer los designios de los dirigentes. Un tipo de poder que sin duda echan de menos muchos de nuestros políticos, pero en la actualidad (y digo una vez más: ¡gracias a los dioses!) el poder sin cortapisas ejercido por un Estado está tan limitado que en muchos casos empieza a impedir a los Estados moverse.
No hay más que ver la situación de España en los últimos años para darnos cuenta de que cuando alguien llega a la Moncloa (incluso en los viejos tiempos de bipartidismo), lo más posible es que sea un iluso si cree que tiene verdadero poder: las mayorías son cada vez más endebles y duran menos, e incluso en los tiempos de las mayorías absolutas está la amenaza de elecciones locales o autonómicas que condicionan las políticas nacionales, están los partidos minoritarios o nacionalistas con sus cuotas de poder local o nacional exigiendo cesiones de poder para permitir aplicar el poder que ya se tiene, están las presiones desde Bruselas, las de los lobbies de grandes empresas, las del aparato financiero, condicionando la política económica o presionando a los políticos, que a su vez presionan a jueces (lo hemos visto hace muy poco con la sentencia de las hipotecas), que a su vez presionan a los políticos…
Verdadero poder tenía Alejandro o Stalin, los líderes de ahora no tienen más que un espejismo de poder; un espejismo bastante real en muchos casos, pero un espejismo, al fin y al cabo, y ese espejismo está llegando a ser tan poco consistente que imposibilita que se puedan llevar a cabo políticas de impacto, tan difícil resulta en muchos casos alcanzar un consenso entre los diferentes grupos de influencia.
No sé cuál es la solución porque, desde luego, filosóficamente me encuentro mucho más cerca de pensar que es mucho mejor tener un sistema que evita las concentraciones de poder que uno como el de la antigua URSS, pero lo cierto es que, en la mayoría de los países occidentales, sus líderes apenas tienen capacidad de acción –miren si no el fraude que resultó ser al final Obama, entre otras cosas porque el sistema de contrapesos de la política norteamericana, el mismo sistema que hace menos peligroso a Trump, le impidió avanzar en ninguna de sus políticas– y eso lleva a un inmovilismo que tampoco creo que sea bueno.
Aristóteles no decía “en el término medio está la virtud”, como frecuentemente es traducida su famosa máxima. Su frase real tiene un significado mucho más profundo: lo que de verdad decía es que “la virtud se encuentra en el justo medio entre dos extremos viciosos”, frase con la que sí estoy de acuerdo y que tiene implicaciones mucho más profundas que poner los casos extremos a ambos lados de una línea y trazar la mediatriz: uno de los extremos puede ser mucho “menos malo” que el otro y la virtud se encontrará “más cerca” de este.
Por eso, en el caso que nos ocupa, un sistema que permita a sus gobernantes introducir los cambios en los que creen no se ha de traducir en buscar un “término medio” entre el estalinismo que he puesto como ejemplo (que si considero un “extremo vicioso”) y un régimen como el de EEUU o el nuestro (a los que considero como mucho más virtuosos, pero pendientes de mejora). Lo que trato de defender es que ciertos pasos han de darse para permitir a los gobernantes elegidos democráticamente que traten de cumplir las promesas electorales por las que fueron votados, evitando que un presidente del gobierno no pueda hacer nada porque más allá de minorías parlamentarias, siempre habrá un colectivo (animalista, feminista, nacionalista, ultraconservador, religioso, pro-aborto, pro-familia, artistas, pensionistas, estudiantes, empresarios, banqueros…) con capacidad para matizar o parar cualquier iniciativa.
Creo firmemente en el aforismo de Lord Acton “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, y en su versión actualizada de la letra de Molotov (“si le das más poder al poder más duro te van a venir a joder”), por lo que estoy muy lejos de querer dar “más poder al poder”, pero sí que creo que ha de tener los mecanismos para ejercer el que ya tiene, a riesgo de que el inmovilismo nos impida avanzar en ningún sentido. Al fin y al cabo, en democracia, cuando un partido gana las elecciones, es para que ponga en marcha sus políticas, nos gusten o no.
Buenas noches Don Raúl
No estoy muy seguro de que lo que tengamos sea tan bondadoso.. no es que Stalin no tuviera Poder, que lo tenía y mucho; pero en URSS de entonces estaba claro y definido quien tenía el Poder.
El problema ahora y con los nuestros (aunque el mal es general) es saber quien tiene el Poder, y no porque sea difícil por un tema de división de poderes, si no porque nos queremos creer que mandamos y que vivimos en el mejor y mas libre de los mundos.
Y no es así.
Hace unas pocas horas acabamos de asistir a la pantomima de lo del Brexit. Donde a los españoles nos han ninguneado cómo hacía tiempo que no se evidenciaba. Y de haber estado el otro me temo que habría sido exactamente lo mismo. Eso es PODER. Y lo demás milongas.
El problema es que quien/quienes de verdad mueven los hilos de esa pantomima que hoy, quien haya podido soportar el vómito, habrá visto en vivo y en directo; no habrán salido en televisión, y de haberlo hecho lo habrán hecho en muy segundo plano. Para reconocerse entre ellos y que entre ellos se sepa quien manda, y poco mas.
El verdadero Poder también se manifiesta de manera local en otras cosas, dice usted:
» porque más allá de minorías parlamentarias, siempre habrá un colectivo (animalista, feminista, nacionalista, ultraconservador, religioso, pro-aborto, pro-familia, artistas, pensionistas, estudiantes, empresarios, banqueros…) con capacidad para matizar o parar cualquier iniciativa.»
Yo no estaría tan seguro. En estos momentos nuestro sistema de organización territorial, las Taifas, según las encuestas del propio CIS tienen un 20% que abomina de ellas y quiere un estado centralizado, otro 20% que dice pueden existir pero recentralizando competencias, y luego un 30% que dicen que están bien así y otro que que hay descentralizar aún mas.
Y yo pregunto, donde está y donde ha estado ese 40% entre nuestros 350 diputados, parlamentos autonómicos, alcaldías.. quien nos ha representado. Nadie. Porque hay un Poder al que no le conviene visibilizarnos.
Y francamente y para concluir y respecto a nuestros líderes. Sencillamente no creo que sea una cuestión de que tengan las manos atadas para hacer muchas cosas, es que no quieren hacerlas porque no saben, es su propia incompetencia la que no les permite usar el Poder. Y eso ocurre porque los que de verdad mandan procuran que sean precisamente ese perfil de lideres quienes estén arriba.
Olvídese de la democracia.
Un cordial saludo