Cambio, cuenta y valor

Cuando queremos comprar algo, lo mismo preguntamos cuánto vale que cuánto cuesta, pero no estamos diciendo la misma cosa. No es igual preguntar sobre la importancia que le damos a algo que sobre el esfuerzo o el trabajo que ha supuesto conseguirlo. Y en ninguno de los dos casos estamos preguntando por el precio, por la cantidad de dinero que tenemos que pagar por ello.

Utilizar la misma palabra para designar conceptos distintos siempre genera confusión. Esto es lo que sucede con el valor, que puede referirse a la valentía, a la consideración o la trascendencia de una cosa, al resultado de alguna medida o a lo que se puede obtener por una mercancía. Y está claro que cada sociedad tiene sus valores (entre los que puede estar o no la valentía), sus precios y sus unidades de medida. Si bien es verdad que una sociedad valiente tiene valores distintos de la que no lo es, y entiende las mercancías, los precios y las medidas de otra manera.

No hay un criterio claro para decidir qué es dinero y qué no lo es, pero suele decirse que dinero es todo aquello que puede emplearse como medio de cambio, unidad de cuenta y depósito de valor. Es decir, todo aquello que sirve para pagar, poner un precio y poder comprar en el futuro. Y para eso se utilizan las monedas y billetes de curso legal, los apuntes contables en una cuenta bancaria, las criptomonedas y cualquier otro ente sobre el que exista el acuerdo de que eso se acepta como dinero.

Lo que está claro es que, en este momento, lo que se utiliza como dinero no tiene valor en sí mismo (el que pueda tener un cromo o una estampa) o es inmaterial (solo son datos almacenados en la memoria de los ordenadores).

El dinero, por lo tanto, es un símbolo; se inventó para representar a las cosas y al trabajo y para facilitar el comercio, para que fuera más ágil el intercambio de unas mercancías por otras: cambiar aceite por ovejas, ovejas por aparejos, aparejos por pan y pan por trabajo, el que se necesita para extraer el aceite; en una rueda o en una red fluida y dinámica de acuerdos y equivalencias.

El dinero fue un gran invento. Tanto las cosas como los servicios se convierten en dinero y a la inversa: con dinero se obtienen unas y otros. Cambiamos nuestras pertenencias o nuestro trabajo por dinero, que luego podemos cambiar por las pertenencias o el trabajo de los demás.

Con una salvedad: aquello por lo que se paga pasa a ser de nuestra propiedad y, en consecuencia, podemos utilizarlo o lo podemos almacenar. Pero almacenar dinero, no utilizarlo, desvirtúa su idea original, aquello para lo que se inventó. El dinero fue imaginado para pasar de unas manos a otras no para ser acumulado.

En los libros de texto, suele definirse la energía como la capacidad para obtener trabajo. Y lo mismo podría decirse del dinero; y no es el único paralelismo: tanto la energía como el dinero se presentan en distintas formas, que son convertibles las unas en las otras y todas ellas en trabajo. La energía y el dinero van asociados al cambio y al movimiento, a la transformación. Incluso se podría decir que el dinero es una forma simbólica de energía. Pero el dinero que no se transforma no produce ningún cambio; de alguna manera, el dinero que está quieto es un trabajo retenido, un trabajo que no se está haciendo, una traba que no se está eliminando, una transformación que no está teniendo lugar.

el dinero que no se transforma no produce ningún cambio; de alguna manera, el dinero que está quieto es un trabajo retenido

Pero esta no es la idea que ahora tenemos del dinero; aunque, como cualquier idea, como cualquier cosa imaginada, podríamos cambiarla por otra. Y si cambiara nuestra concepción del dinero también cambiaría el uso que le damos y, en consecuencia, el modelo económico y social.

En este momento la mayor parte del dinero en circulación no tiene una contrapartida material; hay mucho más dinero que billetes emitidos por los Estados, y hay muchos más billetes que reservas en plata y oro. A medida que nos adentramos en el futuro, el dinero va perdiendo materialidad; se corresponde menos con las cosas y más con las expectativas, el respeto o el temor que despertamos en los demás. Tiene que ver, en definitiva, con el crédito que los demás nos dan.

Tenemos crédito si tenemos credibilidad. Y esto vale tanto para los países como para las personas. Sin embargo, en este momento, miles de millones de personas no tienen ninguna posibilidad de recibirlo, lo que significa que no se cree en ellas, que son prescindibles, que se está despreciando su potencial, que aquello que podrían ofrecer carece de valor.

Y cada vez serán más. Hasta ahora, para la inmensa mayoría de los humanos, la principal y casi única forma de obtener dinero ha sido trabajando; esto es, realizando algún tipo de actividad por la que se paga. Pero el trabajo, entendido como esfuerzo humano empleado en la producción de bienes y servicios, está perdiendo su valor. Cada vez más, el esfuerzo lo realizan las máquinas; como productoras de riqueza, entendiendo la riqueza como la acumulación de cosas y dinero, son ellas, y no las personas, las que son valiosas.

Esta es la situación: se está creando dinero a partir de dinero, no de recursos y de trabajo real; el dinero crece pero no tenemos más, sino menos. Y casi todo el dinero que nos llega no lo tenemos sino que lo debemos. Y se da la paradoja que los emisores del dinero, los Estados, son los que más dinero deben. Cuanto más tienen más se pueden endeudar. Y pueden aumentar su deuda porque hay alguien, o algo -un ente, o una entelequia- que los financia. ¿Quién o qué es y hasta dónde puede llegar?

se está creando dinero a partir de dinero, no de recursos y de trabajo real

Resulta risible -humor negro- que una sociedad materialista, en la que solo existe lo que se ve, se toca y se puede medir, en la que nada surge de la nada desde que ocurrió el Big Bang, esté regida por una magnitud que contradice las leyes de la Física: una magnitud que se crea y se destruye en el Universo paralelo del mercado.

4 comentarios

4 Respuestas a “Cambio, cuenta y valor”

  1. Manu Oquendo dice:

    Muchas gracias por el artículo, querido Enrique. Con tu permiso voy a explayarme sobre uno de los aspectos que del dinero resaltas discretamente.

    Su función como depósito o almacén temporal de valor quizás reciba menos reconocimiento social y valoración pública de la que merece. En realidad le sucede lo mismo que al resto de propiedades a disposición de sus dueños.

    De hecho el artículo dice que: «……….el dinero que no se transforma no produce ningún cambio; de alguna manera, el dinero que está quieto es un trabajo retenido, un trabajo que no se está haciendo, una traba que no se está eliminando, una transformación que no está teniendo lugar…». El párrafo no llega a decir que merece castigo — fiscal, por ejemplo– pero es evidente que por mucho menos los Estados Socialdemócratas meten mano a tu propiedad –negándotela de facto– y buscan subterfugios para extraer rentas fiscales de ellas. Como sea.

    Esto es un rasgo acusado del Estado Socialdemócrata pero también fue cierto durante la Edad Media. Países que generaba pocas rentas del trabajo productivo, como eran España o Portugal, propiciaron numerosos gravámenes sobre la propiedad y la consiguiente fuga de estas a manos de instituciones exentas como las Religiosas. Luego vinieron las Expropiaciones de sus bienes por parte del Poder y esto se ve hoy como algo positivo cuando, bien pensado, está en las raíces de nuestra pobreza secular y en la naturaleza despótica y arbitraria de la forma de Poder que hoy prevalece bajo el cada vez más insuficiente disfraz de la vestimenta «democrática».

    Todo ello fruto de la incapacidad del Poder para producir y posibilitar la creación de riqueza por y en manos privadas y una fiscalidad sostenible.

    Como ambas actividades son difíciles, se han ido a lo facilito. Se dedican a quitar a unos para comprarse los votos que necesitan para lo que de hecho y a nivel continental ya es una Casta muy Importante y Gravosa.

    El dinero en manos privadas ofrece Seguridad, Independencia y Bienestar. Por lo tanto todo lo que sea extraerlo más allá de lo necesario para preservar y mejorar dicha situación es dañino porque crea Dependencia, Inseguridad y Pobreza. Y lo estamos viendo incluso con los actuales niveles de deuda que aún no se ha pagado ni se pagará.

    A nadie se le escapa que el párrafo anterior es contrario a la dinámica vigente en la cual bienes importantes son gravados hasta con 7 impuestos y tasas diferentes y si, por ejemplo, su propietario decide dedicar dicho bien a lugar de vacaciones, el Estado lo penaliza imputando a su dueño nada menos que entre el 1 y el 2% del valor de dicha vivienda. Una renta –falsa de toda falsedad– que equivale a un atraco en el camino porque uno es impotente ante ello. Y lo hace bajo la justificación del párrafo antes extraído del artículo de hoy.

    Esa misma y perversa lógica, con pretensiones igual de arbitrarias, es la que impulsa hoy al Poder a obligar a los más humildes de sus trabajadores de clase media a cambiar innecesariamente de vehículo. Un vehículo adquirido anteriormente porque el mismo estado legisló y propició la extensión del diésel. El estado sátrapa cuyos medios en España nos ocultan los gélidos inviernos del hemisferio norte en otras latitudes.
    ¿Habrase visto mayor Cacicada?

    Mientras no desarrollemos una conciencia ciudadana adulta, que exija al Poder en primer lugar la generación de Empleos Productivos –y no la basurilla de empleos de Burbuja o de los que se cargan al Presupuesto y por tanto impiden la generación de empleo productivo– y en segundo lugar Recuperar la norma vigente en el antiguo régimen de que los Impuestos han de ser Aprobados por quienes los han de pagar y no por quienes van a vivir de ellos.

    La actual deriva, inevitablemente destructiva, solo producirá lo que hoy produce: Miseria Creciente y Compra de Votos con cargo a todo lo que se mueva. Ejemplo, las 2000 asociaciones feministas andaluzas –tres por municipio y 250 por provincia– financiadas desde la Junta.
    La situación no es coyuntural. Es sistémica.

    Por cierto, busquen las dos ocasiones en las cuales Adam Smith habla de «la mano invisible».
    No usa la expresión para referirse a «la libertad de mercado». No. La usa para defender dos cosas.
    1. Que es mejor producir cerca que lejos.
    2. Que no importa cuánto poseas se irá gastando en tu comunidad natural de modo natural.

    Por lo tanto nos importa Producir en casa y nos importa mucho tener Ricos entre nosotros.

    Y sin embargo el Poder hoy vigente hace exactamente lo contrario. Se endeuda para comprar lejos y expulsa a las personas con recursos que no desean ser injustamente esquilmadas.

    Resultado: «La pobreza de las Naciones». Insostenible.

    Un saludo cordial

  2. EB dice:

    Hay personas que entienden cosas complicadas y cosas complejas –las primeras son aquellas que en su momento fueron un problema y encontraron solución, las segundas aquellas que van cambiando por las interacciones de sus actores. Hoy, en todo el mundo, hay muchísimos «ingenieros» cada uno especializado en unas pocas cosas complicadas, y también muchos «científicos» cada uno especializado en unas pocas cosas complejas. Pero hay pocos, muy pocos, que pueden decir que entienden muchas cosas complicadas y complejas: el entendimiento de estos «filósofos» es fruto de una gran capacidad de abstracción, de saber sacar lo esencial de las cosas que observamos y relacionar las esencias para plantear teorías que ayuden a otros a entender lo que que observan. La especialización de los “ingenieros” y los “científicos” es fuente de autoridad en algo, pero nada más que en algo, a veces algo muy acotado. La abstracción de los “filósofos” es fuente de autoridad solo en su pequeño mundo (ese habitado por otros dedicados a la “filosofía”), pero a veces sus ideas son tomadas por otros fuera de ese mundo y convertidas en “principios” para “una nueva vida”.

    Por muchos años fui “ingeniero” especializado en dinero y finanzas, y por unos pocos “científico” especializado en dinero y finanzas. El post me motiva a volver a hablar de dinero y finanzas. Mejor dividir el post en tres partes. La primera que incluye los dos primeros párrafos se refieren al valor subjetivo de X, algo que queremos, y lo distingue del valor subjetivo de Z, lo que lo que estamos dispuestos a sacrificar para conseguir una determinada cantidad de X. Digo que demando X cuando expreso que estoy dispuesto a sacrificar Z para conseguirlo. Por supuesto, cuanto menos tenga que sacrificar por X, mejor estaré, o sea mayor mi beneficio (valor subjetivo de X) neto del costo (Z o menos de Z que sacrifico por X). No hay confusión alguna sobre lo que significan X y Z. Los problemas se originan en por qué hay diferencias importantes sobre los valores subjetivos de X y Z. Si voy a comprar una manzana y me piden 5 euros no la compro porque pienso que el valor subjetivo de esa manzana (por buena que parezca) es menor a 5 euros y peor si le agrego otros sacrificios que tengo que hacer para comprar la manzana (p.ej., caminar varias cuadras). Pero no me sorprendería que otra persona sí compre esa manzana y entonces puedo suponer que esa otra persona le da un valor subjetivo a la manzana mayor a 5 euros. Sí, hay intercambio de bienes porque les damos valores subjetivos distintos, a veces muy distintos. Si me he especializado en producir manzanas, no es porque me gustan mucho las manzanas sino porque descubrí que soy bueno para producir manzanas y conseguir a través del intercambio otras cosas que me gustan mucho más que “mis” manzanas, a las que tanto tiempo y dinero les dedique para producirlas. O sea, el intercambio es una manera “indirecta” de producir lo que quiero —produzco Z para conseguir X.

    El post no lo dice pero el punto principal es si podemos hablar de valores objetivos. Lo dejo para otra oportunidad.

  3. EB dice:

    La segunda parte del post se refiere al dinero. Sí, el dinero fue un gran invento —pero lo más importante, es que surgió espontáneamente varios miles de años atrás y en varias partes. Y surgió porque nuestros ancestros se fueron dando cuenta de los grandes beneficios de la especialización y el intercambio —sí, gracias al intercambio hoy somos ricos. El intercambio sin dinero es trueque y supone que cada una de las dos partes tiene algo que la otra quiere y solo tienen que negociar “un precio”, o sea cuántas unidades de X por una unidad de Z (o viceversa). Sugiero a quienes quieran entender bien de que se trata el trueque consultar en cualquier texto básico de Economía (o incluso en Wikipedia) lo que se llama la Caja de Edgeworth. El dinero permitió el intercambio “en cadena”, esto es, ya no fue necesario que las dos partes tuvieran algo que la otra quería sino que fuera suficiente que por lo menos una de las dos tuviera dinero, algo que la otra parte aceptaría a cambio de su X o de su Z, porque supone que otras personas le aceptarán ese dinero para conseguir algo que quiere y no tiene. Para entender los orígenes de las monedas, primera forma del dinero, recomiendo visitar la colección de monedas del Museo de Shanghai (ver https://en.wikipedia.org/wiki/Shanghai_Museum ).

    Para entender los sistemas monetarios de hoy día, recomiendo salir del Museo e ir de compras a un negocio de Nanking Road y pagar usando una aplicación en su celular ordenando que se le pague al vendedor. Sí, aunque todavía conviene tener billetes y monedas en el bolsillo, y también una tarjeta de débito o una tarjeta de crédito, hoy ya podemos usar el celular para ordenar una transferencia desde nuestra cuenta bancaria a la cuenta bancaria del vendedor. Hoy hablamos de sistemas de pagos, no de sistemas monetarios, porque tenemos varias maneras de pagar por nuestras compras, pero dejando de lado los billetes y las monedas, todos los demás medios de pago implican una orden para transferir un monto desde nuestra cuenta bancaria a la cuenta bancaria del vendedor. En el caso de la tarjeta de débito, la transferencia es directa, pero en el caso de la tarjeta de crédito es indirecta porque le tengo que “pedir prestado” al emisor de la tarjeta y ordenarle que le pague al vendedor. Sí, quizás pronto el uso de billetes y monedas se reduzca a unas pocas transacciones, pero siempre habrá que pagar por lo que compramos. Si pagamos con lo que ya “ahorramos”, pido que se debite mi cuenta bancaria, y si pago con lo que “pido prestado” asumo una deuda que tendré que pagar en algún momento.

    La gran ventaja de las cuentas corrientes bancarias como medio para realizar pagos es conocida de mucho tiempo atrás. Los viejos recordamos a los cheques —un instrumento de papel para dar la orden a nuestro banco para que le pague al vendedor con cuenta en otro banco. Hoy otros instrumentos permiten la transferencia inmediata entre cuentas corrientes. Sí, los textos siguen hablando del dinero como unidad de cuenta y depósito de valor. Pero la unidad de cuenta es un vulgar problema de coordinación sobre medición del precio acordado por las partes en una transacción (el problema interesante es cuando coexisten varias unidades de cuenta). En cuanto al dinero como depósito de valor es una consecuencia obvia de su uso como medio de pago, algo que hoy es mucho más evidente que en cualquier momento anterior. Antes se decía que guardábamos el dinero bajo el colchón —sí, en algún lugar había que guardarlo porque las transacciones, incluso los pagos regulares, no son continuos y eso implica almacenar entre transacciones. Mucho más importante, aprendimos la conveniencia de ahorrar para satisfacer demandas futuras (cualquier duda revisar las discusiones sobre seguros y pensiones). En los países pobres, se ahorra poco porque el ingreso alcanza para muy poco hoy y si mañana estoy muerto no necesito ahorrar. En países ricos, se ahorra mucho por varios motivos y gracias a este ahorro se ha podido financiar el extraordinario capital que implican las máquinas y las construcciones que hoy observamos. Para ahorrar no se necesita dinero, pero el dinero igual se usa como una forma de ahorro porque mañana tengo que ir a comprar el pan y prefiero tener el dinero en el bolsillo o en una cuenta corriente bancaria que tener que hacer dos transacciones (transferir de la cuenta de ahorros a la cuenta corriente y luego debitar la cuenta corriente). La función del dinero como depósito de valor ha ido perdiendo importancia, nunca fue muy importante, y hoy poco o nada interesa por la extraordinaria variedad de formas de ahorro que tenemos, algunas de las cuales son “sustitutas” del dinero debajo del colchón.

    Pero esta segunda parte del post termina sin profundizar el punto de crítico de todo sistema de pagos, esto es, cómo se crea “dinero”. En tiempos del oro, la cantidad total de monedas de oro las determinaba el gobierno a través de acuñar monedas usando el oro que le traían para ese propósito y cobrando una comisión “suculenta” por el servicio de acuñación que garantizaba el contenido de oro de la moneda (este cobro se llamaba señoreaje y era fuente de ingreso para el gobierno). La cantidad entonces dependía de cuánto oro se había acuñado hasta ese momento. En los tiempos del papel moneda, la cantidad total depende de quién tiene autorización para imprimirlos, pero suponiendo que el gobierno mantiene el monopolio de la emisión bajo la condición de aceptar su propia moneda en pago de impuestos, en principio el gobierno puede emitir “todo lo que necesite”, pero si emite “todo lo que necesita” seguramente generara hiperinflación (algo que se ha visto muchas veces pero siempre en situaciones extremas), o sea que el gobierno emisor sabe que lo que emita puede generar inflación —y en caso extremo hiperinflación— y por lo tanto lo que parece oportunidad para un gran festín termina rápido (cualquier duda, la historia argentina desde 1951 lo prueba de manera contundente). Esta posibilidad de financiar gastos del gobierno imprimiendo billetes se conoce como “impuesto inflación”, sucesor del señoreaje. En los nuevos tiempos del dinero contable —las cuentas corrientes bancarias anotan los pagos como pasivos y los depósitos como activos— en principio el gobierno es el único que puede aumentar su pasivo (vía su cuenta corriente en Tesorería, Banco Central, o Banco del Estado) contabilizando como activo un papel sin valor alguno de mercado que diga algún ahorraré y te pagaré, pero esto equivale a la emisión de papel moneda y por lo tanto vale lo dicho antes para el papel moneda.

    Efectivamente los sistemas de pago en que el gobierno tiene el monopolio de la emisión están basados en la promesa implícita de que los impuestos se pueden pagar con papel moneda o con un depósito en la cuenta corriente del gobierno. Si corriera el rumor de que mañana ni el papel moneda ni los depósitos en cuenta corriente bancaria podrán ser usados para pagar impuestos, esta noche habría una corrida no contra los bancos sino contra el gobierno (como ocurrió en diciembre 2001 en Argentina). Guste o no, los sistemas de pagos que hoy tenemos dependen de los gobiernos (en el caso del euro depende de un colectivo grotesco de gobiernos). Esta dependencia está muy relacionada con el financiamiento de los gastos de los gobiernos. Lo que nos lleva a la tercera parte del post, algo que requiere puntos adicionales que no han sido considerados en el post.

  4. EB dice:

    En su tercera y última parte, el post se aventura en las finanzas. Todo esfuerzo humano debe financiarse de algún modo. No soy Miguel Angel y si quisiera vivir de mis obras artísticas puedo presupuestar de que pasarán mil años antes de que venda algo y genere suficiente ingreso para sobrevivir. Si nadie es tan generoso para cubrir mis gastos mínimos, entonces tendré que rezar para heredar pronto a la tía rica que nunca conocí, o casarme con una mujer que me pueda mantener, o confiar que el almacenero de la esquina me de crédito y esté dispuesto a apostar de que algún día generaré ingreso por la venta de mis obras, o dedicar mi tiempo a algo que me genere algún ingreso sin importar lo desagradable que la tarea sea. La gran mayoría de nosotros hemos recorrido esas 4 opciones, en el orden indicado. Listos somos aquellos que pronto nos dimos cuenta que la cuarta opción es la única válida —las otras, con suerte, dan un respiro.

    La necesidad de financiamiento no cambia porque nos asociemos con otros —sea en matrimonio (imaginen dos artistas jóvenes recién casados, sin padres ni almaceneros generosos), o en una empresa con fines de lucro, o en una organización sin fines de lucro. Los proyectos de empresas están condicionados a conseguir suficiente financiamiento para cubrir los gastos iniciales y los déficits de gastos corrientes hasta que los ingresos aumenten y el déficit se convierta en superávit. Por suerte, hoy la gran acumulación de ahorros permite financiar muchas empresas con la expectativa de que se generen superávits de caja suficientes para pagar a quienes financiaron las empresas. Hoy el sistema financia organizaciones sin fines de lucro pero capaces de generar expectativas de ingresos futuros por donaciones suficientes para pagar a quienes los financiaron en su etapa inicial. Las oportunidades de inversión en títulos de deuda o de capital accionario de empresas y organizaciones son difíciles de aprovechar directamente por los ahorristas y entonces se recurre a intermediarios especializados, y al mismo las oportunidades de obtener financiamiento son difíciles de aprovechar y por eso también las empresas y las organizaciones recurren a esos intermediarios. El sistema se basa en normas sociales y en las expectativas de que en todos los contratos financieros las partes cumplirán con sus obligaciones legales y contractuales. Esas expectativas, a su vez, están fundadas en la institucionalidad jurídica para hacer cumplir esas obligaciones pero también y más importante en la confianza entre las partes —la institucionalidad nos protege del lado oscuro de quienes toman y usan los ahorros, pero la confianza es la que permite negociar acuerdos y firmar contratos entre partes inicialmente anónimas pero no luego de empezar a negociar. Este sistema de intermediación financiera implica transacciones que requieren transferir fondos entre las partes, es decir, usar dinero, pero de la misma manera que el dinero se usa en todas las demás transacciones. El dinero no juega ningún papel especial en ese sistema. Ninguno. Afirmar lo contrario equivale pensar que la gracia del juego del Monopoly depende de los papelitos que se usan como dinero. No. Y sin duda alguna ha sido gracias a la evolución de ese sistema financiero que hemos llegado a ser ricos porque facilitó el ahorro y el financiamiento de las empresas y las organizaciones. Nadie ahorra para que le roben sus ahorros y hablando de robar ahorros pasemos a las finanzas públicas.

    El financiamiento del gobierno en cuanto gestor del estado-nación es distinto porque el gobierno puede siempre recurrir a la coerción tanto para apropiarse de riqueza e ingresos privados como para evadir el pago de sus obligaciones legales y contractuales. Cualquier gobierno se puede financiar a través de imponer a los residentes y visitantes de su país la obligación legal de pagar distintos tipos de contribuciones forzosas (y sin olvidar la expropiación y la confiscación). Cualquier gobierno puede abusar de su poder y gastar sin asumir responsabilidad legal aunque sí puede haber una responsabilidad política (sus opositores pueden recurrir primero a la indignación y luego quizás a la rebelión, por los votos o por la fuerza). Además de las contribuciones forzosas, los gobiernos pueden financiarse emitiendo deuda y recurriendo al impuesto inflación que mencioné en comentario anterior. Todavía más: a través de su intervención en el sistema de intermediación financiera mencionado en el párrafo anterior, los gobiernos han forzado a los intermediarios a desviar parte de los fondos de sus ahorristas a su financiamiento con términos preferenciales. No debe sorprender que los cambios en la economía mundial hayan abierto nuevas oportunidades a los gobiernos para financiarse, en particular para emitiendo deuda (se puede decir que a partir de 1980 muchos países optaron por emitir deuda y discutir el recurso al impuesto inflación). Como ayer, hoy y siempre habrá una gran diferencia entre quienes quieren y pueden recurrir a la coerción para satisfacer sus demandas —usando como excusa el bien común que supuestamente los motiva y su supuesta representación de los residentes– y quienes no pueden hacerlo aunque quisieran y lo intentaran. La coerción diferencia al Estado y al gobierno como su gestor, aunque todavía muchos se niegan a aceptar las consecuencias de esa diferencia. Sí, la institucionalidad de la política y el gobierno debería ser fuente de confianza para los residentes de la jurisdicción política, pero una y otra vez hemos observado las deficiencias graves de esa institucionalidad, incluso en las democracias constitucionales, y no sorprende que esa confianza se pierda rápido al punto que el orden social se mantenga por el miedo a una guerra civil y no por la expectativa común de cumplir normas sociales.

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