Si la mitología griega se escribiera hoy, Cronos no devoraría a sus hijos, sino que se limitaría a privarles de la paga semanal. Y aun así, las voces de algunas asociaciones de padres se alzarían en contra de esta incitación al castigo infantil. Hoy Nabokov no encontraría quien le publicara Lolita por apología de la pederastia, y Henry Miller volvería a ser censurado. Nietzsche sería linchado públicamente por misógino hasta que dejara de escribir. Platón se vería cercado por izquierdas y derechas, y a Lorca le llamarían para dar el pregón de las fiestas del Orgullo gay, pero simultáneamente le insultarían por defender la Semana Santa.
Si la historia se escribiera hoy, el resultado sería una viñeta de Heidi.
Hay un tipo de inquisición más cercana a nuestra ideología, y no por eso deja de ser inquisición. Sin embargo, los que vivimos convencidos de estar del lado de los buenos, no dudamos en linchar a quienes no opinan como nosotros, y ni se nos pasa por la cabeza que estemos censurando a nadie, sino simplemente poniendo orden y sentido común. Censura es lo de los otros, que son unos intransigentes. ¡Y yo a los intransigentes, ni agua!
El riesgo de esto ya lo estamos viendo, la gente que de verdad tiene algo que decir empieza a dejar de intentarlo; no compensa tanta agresividad, no compensa vivir con el temor a que te tachen de machista, de feminazi, de fascista o de perroflauta, y se despliegue todo ese odio sectario contra ti… O quizá sí compense, eso ya depende de cómo de fina tengamos la piel.
La corrección política está minando la capacidad de debate y de libertad de expresión; esa que tanto nos gusta reivindicar, siempre y cuando exprese exclusivamente nuestras ideas o algo que se les parezca.
Estamos pidiendo que se censure todo; todo nos ofende, todo nos estorba en el camino del bien que solo nosotros conocemos, todo nos resulta amenazante, todo nos insulta si se desvía mínimamente de nuestras lúcidas y justas doctrinas (Ah, no que lo nuestro no son doctrinas sino ideas), todo el mundo debe ser aleccionado por nosotros.
Yo me temo que esta reivindicación por lo justo nos está dejando muy pequeñitos.
Y creer tan firmemente que uno sabe lo que el mundo necesita, además de arrogante es imbécil.
Lo terrible no está solo en polarizarnos cada vez más sino en jibarizarnos cada vez más. Porque de la polarización se sale, pero de la jibarización me temo que no.
Claro que hay cosas que reivindicar, y que la responsabilidad de cada uno es hacer lo posible por transformar esta sociedad en un sistema más justo, lo que me preocupa es nuestra absoluta certeza de saber dónde deben estar los límites o quién tiene derecho a expresar qué y dónde.
No predico con el ejemplo; cada vez que leo un titular u opinión machista o xenófoba se me llevan los demonios y tiendo a censurarlo cuanto antes y a expresar mi rechazo abiertamente, pero ¿es esta la solución? Una cosa es la reacción visceral inevitable, y otra llevarlo hasta el final. Con llevarlo hasta el final me refiero a apoyar o reivindicar leyes o conductas en las que solo puedan expresarse aquellos que no vayan en contra de la corriente que apoyamos. No puedo aspirar a que el mundo funcione como a mí me gustaría que funcionara, porque ni siquiera tengo tan claro que mis ideas sean tan puras como a veces pretendo.
Poner más límites no puede ser una opción. Crear más leyes no puede ser la solución. Dejar que cualquier bestia exprese sus opiniones en público quizá tampoco lo sea, pero de no serlo, debemos estar dispuestos a que nuestras opiniones también sean censuradas, porque siempre habrá quien piense que los bestias somos nosotros. Y sinceramente, ¿quién no es un bestia de vez en cuando?
Supongo que la respuesta a este dilema siempre alude al “sentido común”; no apoyar todo aquello que fomente la desigualdad, pero no siempre está tan claro. Hay muchas lagunas en ese sentido común que nos encontramos cada vez que sale este tema, y que acabamos zanjando erigiéndonos como censores indiscutibles.
El peligro siempre radica en el fundamentalismo, y el riesgo contra el fundamentalismo acaba residiendo en la tibieza. Compleja disyuntiva.
¿Quiere decir esto que no hay nada que censurar? Quizá no. ¿Qué sería censurable? Todo aquello que incite a la violencia y el odio. Pero, ¿una escena o un pasaje violentos son una incitación o un retrato? ¿Debe desaparecer la violencia de las artes? ¿Qué es y qué no es violento? ¿Cuántos contenidos son gratuitos y cuántos necesarios para retratar una sociedad? ¿Qué es y qué no es justo? Y en caso de saberlo, ¿debe solo lo justo ocupar las páginas o minutos de lectores y espectadores? ¿Acaso esconder lo injusto lo hace desaparecer? ¿No hay algo de represivo en cualquier criba? ¿Debemos acabar con los cuentos infantiles cada vez que éstos retraten personajes o tramas violentas? ¿En qué momento debe un niño entonces descubrir ese mundo que le estamos ocultando? Y los adultos, con esta actitud entre buenista y soberbia, ¿no nos estamos tratando como a niños? ¿No es mejor fórmula educar para discernir que ocultar para proteger?
Vendarnos los ojos para caminar por el mundo no hará un mundo más justo.
O detenemos esta psicosis mediática y censora, o en los libros de mitología del futuro acabaremos leyendo que Cronos castigó a todos sus hijos sin ver la televisión entre semana. E insisto, a este paso, habrá quien todavía lo encuentre cruel.
Leo en el periódico «El País» de ayer que la presidenta de la Comunidad de Madrid expresó encontrarse en una «situación contradictoria», porque los organizadores de la manifestación del Orgullo no han invitado a incorporase a la marcha, del próximo 2 de Julio, a su formación política, pero a ella sí.
La razón: estas organizaciones vetan al partido de la presidenta; porque dicho partido, cuando hace más de diez años se aprobó la Ley de Matrimonio igualitario, recurrió, y aunque el Tribunal no apoyó su recurso, y la Ley está vigente, dichas organizaciones mantienen su «encono»…y su «censura».
Lamentablemente, esta circunstancia, lejos de ser coyuntural ,expresa, creo, muy bien, la tendencia supuestamente «proteccionista» que lleva a una sociedad a estar mediatizada por la censura y el veto, como apunta el artículo de Bárbara, democrático…progresista…todo lo que se quiera, pero veto y censura, al fin y al cabo.
Entiendo que la arbitrariedad que supone creer que se han conseguido «avances» (sociales de pensamiento, de reconocimiento, de tolerancia…) a golpe de leyes y normas, es una forma de confundir. De hacer creer que se ha recorrido un camino, cuando no es así.
Si, por ejemplo, para que las gentes que forman una sociedad, reconozcan, integren las diferencias, las diferentes formas de vivir, expresarse, amar, …es absolutamente imprescindible una «ley» que lo regularice…¿dónde está el aprendizaje’? ¿qué sendas de formación, expresión y tolerancia se han iniciado o se han querido abordar, para que, finalmente, todas nuestras aspiraciones de avance estén puestas en que se dicten una serie de normas que nos diga cómo es ser «abierto», «tolerante» y «progres».
Y que las incógnitas, los prejuicios, las ignorancias….se queden dentro, guardaditas, sin deshacer entuertos, favoreciendo el miedo y la agresividad desde su lado más temible: el inconsciente, el que no es reconocido.
Y luego a «legislar como locos», multitud de leyes contra multitud y formas de odios…no damos a vasto….pero justificamos un hemiciclo parlamentario de más de trescientas personas puestas a ello.
No importa, todo antes que emprender una verdadera labor pedagógica, que fomentar el contraste, las opiniones…que fomentar la inteligencia.
muy buen analisis, esconder no desaparece el mal. Enseñar a discernir no ocultar para proteger. Son dilemas que los padres tenemos la obligación de decidir. Y si decidimos mal , nuestros hijos lo entenderán a su manera. Tampoco es garantía de que se comporten de acuerdo a lo educado o los ejemplos que un padre les da. Siempre tenemos como hijos el libre albedrío. Y decidimos nuestras acciones como mejor nos conviene. En la mayoria de los casos ignorando lo que le conviene al resto.