Es curioso cómo en esta época, demasiado a menudo, solo cambiamos nuestros peores hábitos y nuestras formas y actitudes de vida más perversas y más desafortunadas cuando ya no hay más remedio que hacerlo. Únicamente cuando los acontecimientos nos ponen en una tesitura donde no cabe más remedio que el de asumir el cambio… o enfrentarnos a sus graves e inmediatas consecuencias.

Este tipo de cambio forzado recuerda mucho al cambio que por fin  se opera en las personas que están dominadas por algún tipo de adicción (al fin y al cabo el hábito no deja de ser una adicción, una adicción a una cierta -falsa- sensación de seguridad). Estas personas se resisten al cambio a pesar de que ven meridianamente claro que en ese cambio se encuentra la salida a su situación cada vez más penosa.

¿De dónde procede esta resistencia? Cuando la razón es capaz de vislumbrar claramente cuál es el camino que más conviene, ¿por qué reacciona el sistema hormonal contra ella de manera tan fuerte que la hace cambiar de opinión? La respuesta parece clara: por hábito.

Los políticos puede que representen en la sociedad el papel que la razón juega en la persona. No son razonables (tampoco la persona lo es), pero sí son capaces de ver, a veces meridianamente, la fuente de un problema y su más que probable solución. Pero, como en la persona, sobre ellos actúa un potentísimo sistema hormonal, una potentísima inercia que se resiste con fuerza al cambio.

El resultado es que la política, de forma más aguda en los últimos doscientos años, se ha convertido en un teatro, en una farsa rocambolesca. En el escenario de la política se representa todos los días, con minuciosidad ritual, el espectáculo desagradable del «cambiar para no cambiar»: crear y recrear leyes para que nada cambie. Eso tranquiliza, da cierta sensación de que todavía se pinta algo en esta historia.

En política, la resistencia al cambio la representan los grupos de presión (“lobbies” en inglés, que es el idioma internacional de las grandes cortes). Estos grupos encargan a determinado tipo de personas la tarea de acercarse por los subterfugios que sean al responsable del gobierno de turno, con la misión de soplarle al oído lo que tiene o lo que no tiene que hacer. Y lo hacen con bastante insistencia y con sibilina paciencia. A estas personas se les llama “lobistas” y son profesionales de su oficio, a veces acreditados como tales en las cortes donde lo ejercen.

Cada representante gubernamental, por tanto, además de estar rodeado por una cohorte de consejeros, lo está por otra de personas que pululan constantemente a su alrededor, que van y vienen en función de los asuntos del momento. Los lobistas no suelen ser demasiado directos. Dejan más bien caer tal o cual informe sobre su mesa o la de alguno de sus allegados, mencionan en encuentros casuales tal o cual punto de vista, o tal o cual opinión. En este primer nivel no son demasiado molestos. Uno se acostumbra a ellos.

Sin embargo, con ocasión de la toma de una decisión importante, en los momentos previos, mientras se debate y se preparan las intervenciones, se vuelven más activos. Uno se los encuentra más a menudo, se vuelven extrañamente más insistentes. Suelen ir por ramos. Si se acerca una reforma sobre los cupos anuales de producción de leche, entonces los agentes del ramo se acercan al delegado gubernamental correspondiente e intentan averiguar cuál es su posición, cuál la posición de los otros actores, qué plazos tienen, qué otras personas o grupos intervienen en la negociación, etcétera.

Es un trabajo bastante técnico, por ello un mismo lobista puede ejercer su influencia para distintos clientes a la vez. En un momento dado puede ejercer para los productores de leche y en otro para los distribuidores y en otro para los comercializadores. Es poliédrico. Puede también cambiar de sector y defender en otro momento los intereses del sector del automóvil. No obstante, en los niveles más elevados, están altamente especializados y solo soplan dentro de un tipo de ramo o, incluso, para una única industria o empresa de la que pueden llegar a ser delegados permanentes. Tienen despacho cercano a los grandes centros de toma de decisiones y, por supuesto, todo el mundo los conoce (e incluso los respeta).

En esto de las vocecillas al oído y de los encuentros casuales, como en todo, hay también jerarquías. Hay peones, caballos y alfiles, torres y luego están, como último recurso, la reina y el rey. En una negociación de altos vuelos que afecte a la industria del automóvil (a las emisiones de CO2 por ejemplo), en la fase de debate solo se acercarán los peones, que van tomando el pulso al asunto y van poniendo al delegado en situación (el pobre empieza a hacerse una idea del aluvión que se le viene encima) que suele escucharlos cortésmente y darles esperanzas sobre su negocio.

Según avanza la negociación y según cómo transcurra entran en juego o no los caballos y los alfiles. Estas ya no son simples vocecillas. Si la cosa pinta mal, los nuevos interlocutores vienen con elaborados y costosos informes bajo el brazo. Estos ya no soplan al oído en reuniones o encuentros informales, sino que piden una reunión formal con fecha y hora. Van más en serio, pero todavía guardan las formas. Siguen dejando al actor representar su papel e intentan influir en él mediante el uso de información. Vemos como los diferentes grados de lobistas se asemejan bastante a la diferenciación que hacen los brahmanes hindús entre los distintos tipos de vocecillas que nos soplan a nosotros mismos en el oído:

  • En un primer nivel, informal, a pie de calle, estarían los gandarbas (que son algo así como diablillos o duendes). Estos lobistas asemejan ser nuestros amigos, pero lo que quieren es sacarnos información y, en la medida que pueden, llevarnos por tal o cual camino. De este tipo son los primeros que hemos visto.
  • En el segundo nivel estarían las apsaras (hadas, sirenas). Estas son más sutiles y su especialidad es la seducción (en este caso, normalmente, mediante regalos). Puede ser la misma persona que antes pero en un nuevo papel, o puede ser otra totalmente distinta. Suelen traer un elaborado informe con lo buena que va a ser determinada solución para el país; o lo nefasta que va a ser otra. Acompañan estos informes con regalos y son el segundo tipo de lobista que hemos descrito anteriormente.
  • En un tercer nivel estarían los raksasas (vampiros, hombres lobo, etc…). Estos son nuevos: entran en juego (y entran de verdad) solo cuando la cosa verdaderamente no avanza por donde quienes pagan al lobista quieren. Su labor se solapa con la de los otros dos niveles inferiores, es decir, puede llegar a ser paralela. Ya no se trata del lobista, sino de terceras personas, de mafias y grupos de extorsión, tramas de escuchas ilegales, espionaje e intimidación (en España tenemos claros y recientes ejemplos de esto).Pueden entrar en juego las amenazas al delegado o a su familia, las llamadas insistentes por teléfono, las escuchas, la confección de trampas judiciales, filtraciones, denuncias, amenazas e incluso la intimidación física pura y simple. Esta cara ilegal del asunto de los grupos de presión existe (como describen,por ejemplo,  J. Bové, Asalto a Bruselas. Barcelona, 2015; o H. Falciani, La caja fuerte de los evasores. Madrid, 2015) y sería absurdo pensar que un delegado gubernamental del tipo que sea deba aguantarla por sí solo: posiblemente la mayoría de las veces ceden sin que nadie tenga por qué enterarse de nada. Solo un lacónico ¿por qué habrá este tipo tomado una decisión tan extraña? o ¿por qué habrá este tipo cambiado tan súbitamente de opinión?
  • En el cuarto y último nivel estarían los nagas (los dragones). Aquí ya no se trata con el delegado sino directamente con su jefe. Estos sí son tipos intimidatorios, estos sí meten miedo de verdad y, en último extremo, son quienes sostienen y velan por que se mantenga la enorme inercia del sistema. Estamos hablando, para hacernos una idea, del director general de Volkswagen, como delegado de toda la industria automovilística alemana, tratando con el presidente del gobierno el tema de las subvenciones a la industria del automóvil en nuestro país. Pues el tema impresiona, y bastante. Si no se le hace una reverencia hasta los pies nada más entra por la puerta tal vez sea únicamente por guardar las formas, pero por poco más.

Así es como el hábito se impone tantas veces a la razón cuando esta se propone cambios razonables. Como se ve, no estamos tan lejos de cualquier trastorno de tipo disociativo como nos creemos. De hecho, todo apunta a que estamos inmersos y luchando por salir de uno bastante agudo (para colmo de males cambiamos de razón cada cuatro años). En esta situación, saludamos a la razón (política) cuando pide cambios razonables, le alentamos con todas nuestras fuerzas y le pedimos firmeza.

Pero también le avisamos de que no se trata de introducir cambios bruscos, sino sencillamente de dejar de alimentar esos fantasmas con subvenciones y privilegios. No es posible eliminar de buenas a primeras el ruido de gandarbas, apsaras, raksasas y nagas, pero sí es posible ir reduciéndolo paulatinamente si dejamos de prestar oídos a todas sus promesas o amenazas o, por lo menos, no cedemos a todas ellas. 

4 comentarios

4 Respuestas a “Colapso”

  1. Sedente dice:

    Si, si. Tremebundo.

    Cambian la opinión de las personas como que ya han hablado, y no sé si aprobado, el aumentar el índice de contaminación por vehículo para permitir los índices de contaminación superados.
    Si ante estos se reverencian, solo hace falta imaginar lo que harán ante los que fabrican esa especie de pepinos voladores como el de la película al que se sube, al más puro estilo barón Munchausen, un obediente y empecinado personaje cual jinete, al grito de «hiyaaaaaajuu», mientras espoleaba el pepino en esa locura imperativamente pasajera.

    Bravo, muy valiente artículo.

  2. Para una novata que entiende poco de cómo funciona todo el estructurado social- empresarial etc..este artículo esclarece bastantes cosas;
    Qué todo en el mundo humano se mueve por motivaciones, intereses y demás es normal;
    Cuando el 80% de la población lo pasa francamente Mal, y un 20% en general y en el mundo casi está en estado Agónico o en graves carencias o..muertos, los intereses que se mueven en ese 20% deben ser de lo más psicopateticos es decir, si se habla de lobbies entre cosas medio normales, como llamar eso de los Mangantes (Magnates financieros), con las bandas armadas o mercenarios al sueldo, para tales o cuales «trabajitos»..
    Eso sí, todo «muy bajo control» que hay la «Directa» es total..el tiro siempre DA a la Diana;
    Por fin entendí aquello de «libertad duradera» por Afganistán;
    Han convertido el país en el 1productor de Opio del mundo, ya sabes un poco de tal sustancia y la sensación de que eres «libre» dura y dura..y si obtienes dinero esa sensación se multiplica por 2;
    Estos yanquis, perdón Yanquis Sí que saben..de intereses, las tropas puestas de «farlopa» hasta arriba y, el mundo es de «ellos»;
    Lastima que hay más lobbies e intereses en «Juego»..y..cómo nadie pare Esto, todo se irá de las manos;
    Por atentados o guerra, el día que me «toque» que Sea con todo Hecho; NO WAR.

  3. Errata: un 20% está sobradamente en la más absoluta abundancia, quería decir.

  4. Jose Maria Bravo dice:

    A veces uno se pregunta que es un cambio razonable?. A una especie de slogan que mas o menos dice: cambiar razonablemente para que nada cambie.

    Es evidente que este Sistema esta suficientemente blindado como para que cualquier cambio no implique modificacion de la «estructura».

    Existe en nosotros, la masa, pasiones, vivencias, «enfermedades», crisis, etc. Yo, mismo, me pongo a imaginar que sentire a la hora de votar. Siento que posiblemente me vuelva a equivocar. Y si no voto?. No esta vez no, quisiera que haya un remeson. Pero de que tipo?

    La masa sabe lo que explicas Taid Rodriguez. La masa recuerda los papeles dejados por un «naga» sobre la mesa de un Presidente de Gobierno. La masa «llora» sobre los papeles olvidados.

    Quizas los cambios vienen cuando la masa grita, siempre se ha dicho el «grito» de independencia. Es que la masa no es «libre». Quizas solo cuando grita. Como cuando en un estertor se cambia de vida

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