Competición

En los ancestros de nuestra civilización, las culturas mediterráneas rendían culto a las cualidades atléticas a través de las Olimpiadas, celebradas de tiempo en tiempo entre las diferentes Ciudades-Estado que componían la marca geográfica del Mar Egeo. Eran los tiempos de los dioses del Olimpo, de los primeros patriarcados conocidos con sus ejércitos y sus guerras, anteriores a las Monarquías de sangre y a la generalización del sentido del bien y del mal.

Con excepciones muy limitadas a las clases dominantes, la mayoría de la población no tenía posibilidad alguna de salir del guión vital que les obligaba a la esclavitud, la servidumbre y la condena de por vida a circunstancias incluso por debajo de la mera subsistencia. Tanto era así, que solo los ejércitos ofrecían una posibilidad de romper lo que cualquiera entendería como una maldición.

Ha sido muy reconocida la importancia que tuvieron los antiguos juegos en la estructuración de la cultura panhelénica, pues acabaron por participar colectivos mucho más alejados de las fuentes que al principio, se establecía la “paz olímpica” y se paralizaba toda actividad administrativa en todos los territorios. No era especialmente una lucha tribal, ni una competición entre Estados, ni tampoco un hecho social, sino toda una convocatoria para idolatrar a aquellos hombres que eran capaces de romper los límites de sus propias capacidades. Era la búsqueda de los héroes, una figura necesaria para siquiera acercarse a las divinidades del Olimpo.

Visto así, lo que a nuestros ojos serían simples competiciones deportivas, en realidad eran actos con un marcado carácter religioso implícito: romper con el destino biológico de simples seres humanos, y tratar de transcender nuestra naturaleza, algo que en su espíritu ha impregnado a toda la civilización occidental hasta nuestros días, y aún está muy activo en las áreas más importantes de nuestras sociedades. Ese espíritu sigue presente en el emprendimiento, en la ciencia, en la agricultura, en la industria o en la ingeniería, por poner importantes ejemplos. Luego, no se trata de una cuestión anecdótica o accidental, una original ocurrencia para la distracción y la alienación de las masas, como el materialismo dialéctico nos los querría presentar.

Desde una perspectiva social, dos hitos de transcendencia pueden destacarse de lo que supusieron las Olimpiadas, uno fue la aparición de la figura del héroe olímpico, y el otro la “democratización” de su participación. El alcance de ambos está en el profundo arraigo adquirido en la cultura social que llega hasta nuestros días, hasta el punto de que son paradigmáticos y no se nos entendería sin ellos.

Bien se podría decir ahora que el lema olímpico tradicional se ha transformado en “más inteligente, más culto, más capaz…” Toda una declaración de intenciones sobre la forma de estar de la especie humana en la vida y sobre la Tierra.

Esencialmente, la competición es una manera determinada de desarrollar las “competencias” –cualidades y capacidades– individuales, poniéndolas en rivalidad con las de los demás, dentro de un espacio concreto en el que rigen unas reglas y unos objetivos prefijados. Este sistema de desarrollo ha sido el utilizado a lo largo de nuestra civilización para llegar a las cotas de progreso y bienestar en la que están viviendo nuestras sociedades, y se le pueden hacer críticas fáciles, pero, nos guste o no, está en el eje vertebrador que forma parte de nuestra identidad esencial.

En cierta medida, la competición es el escenario conceptual y la competitividad la fuerza activa en las escenas representadas. Respecto a esta segunda circunstancia, se suelen meter en el mismo saco de forma indiscriminada la competición con uno mismo (interna) y la competición con/contra los demás (externa).

La primera, basada en el esfuerzo personal, el sacrificio, la inconformidad, la renuncia y la estimulación, supone que la persona trata de llegar a sus niveles más altos, consciente de que los hay, y que para ello tiene que vencer un conjunto de circunstancias y resistencias internas que se le oponen.

Algo que solo se puede entender desde la fe en que es posible ser “más alto, más rápido, más fuerte”, es decir desde la creencia en ser mejor.

Esta posibilidad, es una opción evolutiva, transcendente, y marcadamente crística, rompedora de las perspectivas estáticas, tan características de las religiones y sociedades matriarcales precedentes y futuras.

La segunda, o externa, apela directamente a la relación con los demás, de forma que lo que se hace para mejorar tus propias capacidades, tiene como fin ganar, vencer a los otros, quedar por encima y derrotarlos. Esta segunda perspectiva, ya no tan individualista como la anterior, genera una mentalidad competitiva y una actitud de competitividad, que conforma un mundo de ganadores y perdedores tan característico de tantas esferas y ámbitos en los que nos movemos. El héroe no es quien, ganando, se acerca a la gloria de los dioses, sino el que está por encima de los demás, una deformación acomplejada que no redime a toda la especie humana, sino que glorifica el ego del vencedor.

Hace tiempo, ya en el declive de nuestra civilización, la competitividad se ha convertido en la fórmula reinante, que en vez de apelar a tu responsabilidad personal en aquello que se está llevando a cabo, adiestrando tus sentidos y centrando tu percepción, trata denodadamente de que exclusivamente te centres en el logro de tus intereses y en la consecución del fin que persigues, en un juego de enemigos y alianzas, que no va a aportar nunca nada sustancialmente distinto a la escena representada, salvo el cambio de las personas que la ponen en pie.

Qué distinta es la colaboración, como sistema y dinámica, cuando los equipos que la componen se exigen a sí mismos lo mejor de cada uno, a cuando prima la homogeneidad, la uniformidad y el acuerdo tácito entre los miembros del equipo. El “Uno para Todos” de los mosqueteros de Dumas, es una estocada mortal en el espíritu último de las sociedades occidentales, un lema militarista perfectamente aplicado a los sistemas y partidos políticos que rigen nuestros colectivos.

En cambio, el “Todos para Uno”, representa mejor la idea olímpica original, en la que el sacrificio de todo un conjunto adquiere sentido para que el mejor de ellos, alcance el “más allá” y transcienda sus limitaciones. Este lema se aplica con indudable éxito a las cordadas que buscan alcanzar las cimas más altas y difíciles de la Tierra, mientras que con el lema anterior nos encontraríamos a todo el conjunto haciendo yincanas en el campamento base, auténtico símbolo de las dinámicas colectivas actuales.

Esa misma idea de colaboración, que predomina entre los colectivos asociacionistas, suele ser una trampa para que los competentes no prevalezcan, y los mediocres de la perpetua “autoestima herida” hagan valer sus criterios escondiendo sus incompetencias, pero implícitamente compitiendo con los demás sin exigirse nada más a sí mismos, ni aportando los mínimos de responsabilidad personal.

En esta premeditada confusión conceptual respecto a la competitividad, conviene aclarar que, al final, la cuestión no estriba en la necesidad de competencia, que tantos frutos ha dado a nuestra civilización, sino al servicio de qué se pone esta. Es más una cuestión de generosidad con los demás frente al propio egoísmo, de brindar lo logrado o manipularlo para tus propios intereses, de ofrecer lo conquistado o de utilizarlo en tu favor. Entonces no se trata tanto de que fórmula se ha utilizado para ello, sino de para qué se pretende usar, el destino de los beneficios adquiridos.

Los grandes logros de los últimos dos siglos siempre han procedido de mentes geniales, de individuos que han querido traspasar fronteras del conocimiento y han peleado denodadamente por ir más allá de lo establecido; y, con demasiada frecuencia como para ser casual, luchando con un entorno conformista, dogmático y mezquino que se opuso, y lo sigue haciendo, cerrado por la visión de sus intereses particulares pero ampliamente establecidos y compartidos.

Por eso, por bien que esté el modo colaborativo que empieza a funcionar en distintos frentes y del que tanto se espera por parte de muchos, conviene advertir de las trampas que pueden venir con él, que suelen ser la colectivización de la mediocridad, la socialización de la incultura, o la “asamblearización” mayoritaria y consensuada del conocimiento.

Antes de que el antídoto de la competitividad sea el colaboracionismo, ante todo hay que aprender el auténtico sentido de la generosidad, que nunca va a pasar por la anulación de uno mismo.

8 comentarios

8 Respuestas a “Competición”

  1. Manu Oquendo dice:

    Gran artículo que quisiera comentar más. Lo haré en otro momento pero la reflexión final es muy oportuna.

    «…………..el modo colaborativo que empieza a funcionar en distintos frentes y del que tanto se espera por parte de muchos, conviene advertir de las trampas que pueden venir con él, que suelen ser la colectivización de la mediocridad, la socialización de la incultura, o la “asamblearización” mayoritaria y consensuada del conocimiento»

    Rendimientos decrecientes y negativos que invariablemente provienen de entornos de alto control social siempre ligados a reducciones de la exigencia y de la libertad personal. En ambas está el horizonte de la excelencia humana.

    Buenos días

  2. Estimado Carlos,

    En relación a la reflexión final a la que también hace mención Manu Oquendo, creo que debemos tener cuidado en no confundir una actitud colaborativa con participaciones individualistas integradas en colectivos.

    Me parece que cuando se dan casos de mediocridad, socialización de la incultura, etc., es porque en realidad los mecanismos psicológicos, la ideología y la percepción de los integrantes del colectivo, aún siguen arraigados en la participación individualista.
    Aunque a los ojos de alguien externo, un grupo pueda percibirse como un colectivo, en estos casos, la mayoría de los miembros se perciben como simples individuos aportando sus capacidades a una colectividad. Estamos hablando entonces de varias participaciones individualistas que están integradas en un colectivo, eso es todo. Por ello sin duda verán sencillo, aportar mediocridad, esperando que sea disuelta por el trabajo del resto del colectivo.

    En cambio, cuando realmente hablamos de una actitud profundamente colaborativa, los integrantes, en la práctica se perciben como parte indivisible del conjunto. Pare ellos, resulta inmediatamente evidente la influencia que produce el aportar o no aportar lo mejor de sus capacidades al conjunto. Entonces, en estos casos, resulta poco probable que los individuos caigan en una vaguedad, o en una mediocridad, pues les resulta evidente su impacto negativo sobre el colectivo. No se trata de crear una ideología colaborativa, sino que es evidente mediante la simple percepción directa del efecto particular sobre el conjunto.

    También, en una actitud colaborativa, me parece que incluso algunos aspectos de la competición pueden ser integrados. Por fines prácticos se puede ver lo bien o lo mal que uno mismo o los demás hicieron algo en algún momento. Esto no se hace para resaltar egos o logros, sino para fines prácticos integrar dicho conocimiento en la colectividad y en la particularidad.

    Los grupos colaborativos son sistemas complejos. Por ello, en una actitud realmente colaborativa, se puede entender que las capacidades y las aptitudes del conjunto colaborativo, son mucho mayores que la suma de las capacidades y aptitudes individuales de los miembros del grupo. Lo mismo con la mediocridad o incultura, etc. Tenemos que en un colectivo colaborativo, surgen nuevas aptitudes y propiedades emergentes, que en los individuos no necesariamente existen.

    Por ello, creo que no es necesario quedarnos con una idea simple sobre si ser individualista es lo que mayor impulso da para mejorar. Ni tampoco que una organización puramente colectiva abre la puerta a la mediocridad. En realidad una actitud profundamente colaborativa integra las ventajas de la competición y al mismo tiempo mediante una manera activa y dinámica, resuelve los riesgos de caer en la mediocridad.
    Saludos cordiales,

    1. Carlos Peiró Ripoll dice:

      Estimado Andrés,

      En relación a tu comentario, coincido en que cualquier sistema -de competición o de colaboración- es susceptible de desarrollarse de distinta manera en función de las personas que compongan la acción a realizar, pues van a ser ellas en su forma de estructurarse y desenvolverse los que acabarán determinando el resultado final. Dicho sea de paso, siendo la actividad colectiva, inevitablemente debe producirse un sistema colaborativo de una u otra forma, pues hasta los sistemas autoritarios requieren de ello.

      La cuestión está en si las fórmulas de competición, entendida como un ejercicio de superación personal y como tal basado en la individualidad, debe ser sistemáticamente considerado egoista, como así parece desprenderse del pensamiento único; y uno colaborativo, por el simple hecho de serlo, es altruista. A lo mejor estamos prejuzgando que la individualidad es siempre egoista, y la colectividad altruista. Me cuesta creer que los grandes hombres de la ciencia y el arte, que han jalonado el impresionante avance del pensamiento de los últimos dos siglos, siendo individualidades, hayan sido egoistas en la intención de sus propuestas. Y, a la inversa, muchos movimientos colectivos, entre los que se encuentran los que han apoyado activamente ideologías altamente cuestionables, han dado lugar en ese tiempo a las mayores barbaridades que nos hayamos podido encontrar.

      A partir de ahí creo que debe estar el debate.

      Gracias por tu participación y cordiales saludos.

      1. Igualmente, gracias por el comentario,

        En primer lugar, creo que convendría tener en cuenta que ambos esquemas (sean colectivos o individuales), estarán inmersos en el entorno actual, el cual resulta evidentemente polarizado hacia el egoísmo.

        Por ello, las acciones individuales o colectivas, tendrán siempre la tendencia a que las interpretemos, promovamos y/o implementemos desde un punto de vista egoísta. Basta ver el lenguaje utilizado en un telediario, para observar el lenguaje que alude a la competición en casi todo acontecimiento, sea político, económico, cultural, deportivo -incluso dentro de un mismo equipo-, etc. Ejemplo: X ha triunfado sobre el oponente Y, debido a su mayor tenacidad. O, el colectivo de X ha realizado una clara demostración de intenciones, fuerza, etc.

        Dentro de ese entorno, creo que resulta difícil ver que tanto la individualidad no siempre es egoísta, así como que la colectividad no siempre se ejerce de forma altruista (a pesar de que incluso se le trate de considerar o mostrar como tal -ya sea una barbarie-).

        Sin embargo, creo que resulta cierto que ambos tipos de acción, pueden ser abordadas, con generosidad –haciendo alusión al término utilizado en el post- con apertura y con mayor amplitud de miras. En dichos casos, ni la individualidad resultará egoísta, ni la acción colectiva será utilizada para “disfrazar actividades egoístas”. Además, como mencioné anteriormente, una acción puede ser profundamente colaborativa, sin excluir aspectos prácticos que son propios de las actividades competitivas (lo que se podría entender como competencia o comparación sana).

        Un saludo,

  3. pasmao dice:

    Apreciado Carlos

    ¿Competir para qué?, o contra quien…

    Uno compite cuando está claro porqué lo hace, bien sea individualmente o asociativamente. Las reglas del juego, y lo que es mas importante su interpretación es obvia, funciona y se promueve la consecución del objetivo.

    A nivel general la globalización lo que nos ha traído es una confusión absoluta al respecto. Todo se ha relativizado y se han perdido las ganas de competir. No hay incentivos, no hay recompensas.

    Y en ese río revuelto no es que haya ganancia de pescadores. Es que se están forrando. Y quienes podrían representar un peligro para su monopolio se quedan jugando al colaborativo corro de la patata sin poner en evidencia el trile que nos han colocado. Que no ha sido por casualidad.

    Un cordial saludo. Excelente artículo.

  4. Manu Oquendo dice:

    Acabo de terminar un trabajo sobre «Crisis económica y Libertad». Durante su preparación he tenido que leer y releer a fondo cosas de bastantes disciplinas sobre la libertad, la falta de libertad y sus efectos en las sociedades humanas. Lógicamente he vuelto a leer a Hayek de cuyo pensamiento, como sucede con otros autores no del gusto de nuestro sistema, circulan versiones deliberadamente deformadas y simplificadas.

    Hay un viejo debate entre la escuela Austríaca y el Socialismo sobre la libertad económica. Superficialmente el argumento de Hayek, contrario a cualquier proceso de decisión centralizada que sustituya a un mercado libre, se presenta como una objeción «procedimental». Es decir, dicen que dice Hayek, que ningún Comité Central puede replicar los millones y millones de procesos decisorios que suceden en la producción, distribución y consumo.
    Como esto lo dijo en 1948 («Camino de Servidumbre», es la obra más citada) hay quien se pregunta si habida cuenta del poder de cálculo hoy existente sería posible sustituir el «mercado» por un supercomputador masivo de los actuales con miles de millones de operaciones por segundo.

    La respuesta está explicada en otro libro de Hayek, en el texto académico titulado «The Constitution of Liberty» de 1950. («Los fundamentos de la Libertad», editado en España por Unión Editorial). El capítulo en cuestión tiene un título muy clarificador: «El poder Creador de la Civilización Libre» páginas 47 a 65.

    El Nobel austríaco entiende el mercado como un inmenso conjunto de agentes que con sus habilidades, sus conocimientos y su ignorancia , toman constantemente decisiones libres sobre producción, distribución, intercambio y consumo que manifestarían en cada instante todo ese conocimiento empírico generado en razonables grados de libertad.

    Este conocimiento, en un entorno libre y abierto, se transmite socialmente de modo natural, fluido y osmótico, siendo asimilado y mejorado continuamente de una forma imposible de ser imitada por mecanismo de control alguno. No es un flujo de arriba hacia abajo.

    De esta forma, el «mercado» sería una especie de mente social autónoma que crea cada instante millones de opciones y que forma e informa a los agentes de las preferencias y rechazos, –bienes y males, ventajas y desventajas, descubrimientos y fracasos– de decenas de millones de personas. Una inmensa máquina mental de experimentación y aprendizaje colectivo.
    Un proceso incesante de Prueba y Error que apoyado en la mímesis y en los micro cambios constantes va abriendo camino y diseminando cada pequeño descubrimiento cotidiano .

    Esta es, a mi modo de ver, la clave de la fuerza de la Libertad individual como mecanismo de Aprendizaje Empírico y Teórico constante. Un motor de conocimiento y creatividad tan diverso y poderoso que no puede existir en una sociedad regulada hasta en sus menores detalles desde las instituciones.

    Esto es lo que marca una enorme diferencia entre un tipo de sociedad normativizada, dócil, domesticada –como la que hoy se está imponiendo– y una sociedad abierta de individuos libres.

    Dicho lo cual lo que inmediatamente viene a la cabeza son dos cosas: Unión Europea y Globalización. ¿Cómo se están comportando en este sentido?

    Para mi es evidente que la UE es desde hace mucho un lugar homogeneizador, normativista y controlador a ultranza. Y que la estrategia de la globalización –el dominio global por un poder mundial al que muchos ideólogos aspiran con fuerza– es inviable sin drásticas reducciones de libertad.

    En el momento en el que la homogeneización normativa en cualquier esfera sobrepasa los límites de la óptima diversidad creadora entramos en regresión social y económica.

    Somos seres individuales que operamos individual y socialmente y con la obligación moral de, –en ambos casos, individual y socialmente–, tratar de hacer el bien.
    Para ello la libertad, hoy tan poco valorada, es un bien de primer orden.
    Un bien a mimar, como nos dice Richard Rorty

    Saludos y gracias

    PS. Por cierto, un mercado dominado por Oligopolios y Monopolios no es un mercado libre. Por la misma razón.

    1. pasmao dice:

      Apreciado Manu

      Lo peor es que estarían tan satisfechos de superjuguete IA.. que nos obligarían a todos a pasar por el aro para demostrar que tenían razón.

      Seríamos esclavos, básicamente, para que una élite que juega a ser Dios no tuviera que reconocer que se había equivocado. Y cualquier evidencia (o «evidente») que mostrara lo contario sería eliminada («o»).

      un cordial saludo

  5. Yo. dice:

    Pues sí Pasmao, ahí les has dado!

    Entre el trile y la trola (o trolas), con que me quedo?….
    Ni lo uno ni lo otro;

    Con esto de los euros que «desaparecen» cómo si aire fuera cuando se paga.. (se están forrando),
    La llevamos clara si el panorama no cambia: en un sistema de creciente desigualdad y «precarizando» al máximo a vulnerables.. Cuando la robótica y automatismos harán la labor de «millones»…
    Que harán con las personas?
    Más guerras?, en el nombre de quien?
    Siendo la vida» sagrada » que lo Es,
    Y los derechos de las personas, también..
    Al igual que con la libertad» inherente » o intrínseca de cada cual.. Sí, que van a hacer?… Ya lo pensaron?..
    O primero nos vamos a la URJC a por nuestro título, por que parece que es más fácil que te suelten un título xlacara, que alguna prestación – digna con la que afrontar pagos!!

    De flipe, Felipe.. Y usté cómo lo vé? –

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