Debates electorales

En pleno periodo electoral conviene hacer una reflexión sobre los debates entre candidatos, que se celebran durante las campañas y que tienen una indudable relevancia en los resultados.

En sociedades como las nuestras, en las que lo visual tiene una importancia infinitamente mayor que cualquier cosa que se pueda escribir, resulta indiscutible el carácter decisivo de un debate televisado en el que los candidatos se presentan, como en un desfile de modelos, ante sus potenciales clientes/votantes para “venderles” su proyecto y pedirles el voto.

Para que nos hagamos una idea de su importancia, la madre de todos los debates celebrados en España fue el que en la televisión pública enfrentó en 1993 a Felipe González (candidato del PSOE) y José María Aznar (PP). Este debate fue, con diferencia, el más visto, con una cuota de pantalla del 75,3%, y probablemente fuese determinante para que, a pesar de los escándalos que ya asediaban al PSOE, Felipe ganara esas elecciones.

Sin llegar a esa cuota de pantalla, dado que hoy la oferta televisiva es infinitamente más amplia, la cobertura total del último debate celebrado antes de las elecciones del 28/4/2019 por Atresmedia fue de más de 17 millones de espectadores, con lo que cerca de un 38% de la población vio al menos un minuto del debate.

Además, hay que tener en cuenta el altísimo porcentaje de indecisos que suele haber durante la campaña electoral. Por ejemplo, antes de las pasadas elecciones generales, según el CIS, el porcentaje de indecisos alcanzaba el 41,6%. Muchos de esos indecisos deciden su voto a última hora en función del tiempo –mayor o menor- que han visto los cara a cara de los candidatos.

Dada su indudable repercusión, es interesante reflexionar sobre el formato de estos debates. Mucho se habla y se escribe sobre cómo está cada candidato, sobre cuál fue el ganador o sobre la incidencia en el voto; pero poco se ha comentado una decisión de la Administración electoral que pudo tener una importante incidencia en el desarrollo de las votaciones.

Como recordaréis, el debate de Atresmedia estaba inicialmente proyectado por los organizadores para enfrentar a los 5 candidatos que, según las encuestas, tenían las mejores expectativas para poder ganar las elecciones y convertirse en el próximo presidente del gobierno. Así, estaban invitados los candidatos de PSOE, PP, Ciudadanos, Unidas Podemos y Vox.

Sin embargo, ante la reclamación de algunos partidos minoritarios (como PNV o Coalición Canaria), que se sintieron ninguneados por los organizadores, la Junta Electoral Central (JEC) impidió la participación de Vox y el debate hubo de celebrarse únicamente con los otros 4 candidatos.

Es absolutamente imposible saber cómo la ausencia del candidato de Vox en el debate afectó a las decisiones de voto. No sabemos si la presentación de Vox hubiera supuesto un mayor hundimiento del PP y un éxito todavía más rotundo del PSOE o si, por el contrario, la exigencia que impone el debate de que cada candidato se pronuncie sobre las cuestiones propuestas por los organizadores, hubiera provocado algún desliz del candidato de Vox que hubiera dado aire al PP. Lo que es difícilmente discutible es que la decisión de la JEC de sacar a Vox del “desfile” tuvo consecuencias en las decisiones de voto.

Ante los comicios locales y autonómicos del 26/5/2019 nos encontramos con una decisión análoga de la Junta Electoral que impide a la nueva formación de la alcaldesa Carmena y de Errejón (Más Madrid) tener presencia en los debates televisados, a pesar de sus buenos augurios electorales. Parece que a última hora ha rectificado y dejan debatir a Carmena pero no a Errejón.

En cualquier caso, ante la indudable incidencia de las decisiones de la JEC en el voto, cabe plantearse si están fundadas y si el criterio seguido es razonable. La ley electoral no presta excesiva atención a los debates electorales y simplemente impone a las televisiones privadas que respeten los principios de proporcionalidad y neutralidad informativa en los debates y entrevistas electorales. La JEC, desde una decisión de 2011, entiende que ese principio de proporcionalidad sólo resulta respetado si se otorga a cada partido una presencia en el medio de comunicación equivalente al porcentaje de votos que la misma formación hubiera obtenido en las elecciones que celebradas cuatro años antes. Vox en las elecciones generales de 2016 solo obtuvo un 0,1% de los votos y la JEC se niega a valorar sus expectativas electorales que todas las encuestas le otorgan o el 10,96% de votos que la formación había recibido en las recientes elecciones andaluzas.

A mi juicio, estas decisiones de la JEC resultan profundamente erróneas y pueden estar teniendo graves consecuencias en la competencia de los partidos y en los resultados electorales.

Jurídicamente, un límite tan intenso a la libertad de información sólo puede imponerlo explícitamente el legislador. La JEC se extralimita cuando establece una restricción tan rígida a ese derecho fundamental. Pero es que, además, en sociedades en las que todo va a una velocidad de vértigo, resulta absurdo obligar a que en la campaña se reproduzca la foto fija de las elecciones de hace cuatro años. Los electores debemos poder ejercer nuestro derecho de sufragio activo después de haber comparado a los candidatos que, presentándose en todo el territorio nacional, tienen unas razonables expectativas electorales. El derecho de sufragio pasivo de los nuevos partidos políticos comprende el de que no se les impongan barreras de entrada irrazonables que les dificulte la competencia electoral.

Aunque esta pueda parecer una cuestión puntual ante los graves problemas que afrontan las democracias, la calidad de estas exige que las sometamos a un continuo proceso de escrutinio en el que vayamos cuestionando y puliendo sus imperfecciones.

4 comentarios

4 Respuestas a “Debates electorales”

  1. EB dice:

    Isaac, como en toda competencia, la competencia electoral que marca a la política en las democracias constitucionales requiere momentos emotivos, esos en que se intenta mostrar lo que los competidores no son porque cualquiera que compite sabe la importancia decisiva de actual racionalmente y por lo tanto de controlar sus emociones. Muy distinto es el papel de las emociones durante la competencia que una vez terminada la competencia: mientras las reacciones emotivas pueden ser importantes en el resultado de la competencia, las reacciones emotivas de ganadores y perdedores poco o nada agregan a lo que luego harán.

    Los debates electorales fueron un invento del cuarto poder –el más corrupto de todos– para mostrar «su poder». Nunca fueron «diseñados» para presentar propuestas serias o tener un debate serio sobre alguna idea importante. Siempre han sido circo en que los candidatos tienen que mostrar su capacidad para contener sus emociones cuando les tiran piedras.

    Que en la política el recurso a la emoción es prueba de la hipocresía y la mendacidad de sus profesionales quedó en evidencia estos días en Madrid. Aunque quizás ya lo leyó, ojalá usted y sus lectores lean

    https://www.elmundo.es/espana/2019/05/12/5cd73028fdddffa83f8b4586.html

    1. EB dice:

      Isaac, aunque los debates entre candidatos alguna vez pudieron ser el momento cumbre de la competencia electoral, hoy no lo son. La probabilidad de que los candidatos no se hayan preparado bien y puedan ser tomados por sorpresa —como dije en comentario anterior, se tiran piedras entre ellos para que reaccionen emocionalmente— hoy es muy baja. Los errores de los candidatos en las largas campañas electorales se producen cuando toman la iniciativa para mostrarse racionales no emocionales, cuando quieren mostrar cualidades personales para hacer frente a desafíos específicos —no como Juana de Arco siguiendo la voz de Dios, sino como ejemplos de sabiduría y prudencia en la toma de decisiones. Por supuesto, estos intentos a veces fracasan mucho antes que termine la campaña electoral; le recomiendo leer este artículo pero tenga cuidado porque contiene “spoilers” del episodio de GoT estrenado anoche (si no lo ha visto y planea hacerlo, espere hasta después de verlo):

      https://pjmedia.com/trending/elizabeth-warrens-game-of-thrones-op-ed-did-not-age-well/

      Nota para Manu Oquendo: dado que usted ha hablado sobre Elizabeth Warren con aprecio, el artículo nos muestra su lado más oscuro. Hoy EW es una de los 20 y tantos candidatos demócratas en la elección primaria que determinará quién será el opositor a D. Trump en noviembre 2020, pero su campaña “no ha podido despegar” (lo que implica que no ha superado el 10% de las preferencias en encuestas sobre la elección primaria a pesar de su ya larga campaña).

  2. O'farrill dice:

    Isaac, totalmente de acuerdo con el subrayado de su artículo: las decisiones de la JEC provocan consecuencias en los resultados electorales. Igual que las provocan las decisiones del gobierno en funciones, las difusiones mediáticas gubernamentales, etc.etc. Un sistema electoral ( d’Hont) injusto y discriminatorio (por eso inconstitucional) donde el valor del voto es diferente según la circunscripción geográfica, ya empieza por ser un punto de partida erróneo (salvo para los partidos instalados y nacionalistas). El Parlamento nacional es eso: una circunscripción nacional, para tratar temas nacionales (no locales o regionales). Mientras cada escaño valga una cantidad de votos diferente, nos encontraremos con casos como que el escaño del PRC ha supuesto sólo 52.197 votos, mientras otros con 326.045 votos no lo gran siquiera un escaño (PACMA) o que VOX haya necesitado 111.549 votos para cada escaño conseguido.
    En cuanto a los debates, su formato -como dice EB- busca una reacción y una influencia mediática determinada. Son parte del espectáculo en que se ha convertido la vida política. Todos buscan el poder, pero nadie sabe para qué exactamente. Al menos no existen proyectos de gestión sujetos a un rigor y solidez determinados (nadie se molesta en prepararlos) y todo queda sujeto a la mayor o menor empatía provocada por los «líderes» desde los medios de comunicación. Se vota más «contra» que a «favor» ya que casi nadie se ha leído o se cree los programas de cada uno de los partidos.
    Un saludo.

  3. O'farrill dice:

    Como aún estamos inmersos en la campaña electoral, el tema del artículo sigue vigente para analizar en qué consisten unas elecciones políticas. Razón o emoción parecen ser los parámetros en que se mueven las intenciones de los electores (como apunta EB en su comentario). Anoche tuve ocasión de comprobar de nuevo el sentido de los llamados «debates electorales» celebrados en esta caso por la cadena autonómica Telemadrid que, como en otros casos, espera de ellos espectáculo mediático. Los cinco candidato/as a presidir la Comunidad de Madrid parece que decepcionaron al mundillo de la prensa, tertulianos y politólogos por el tono relativamente mesurado y correcto de sus intervenciones (al parecer todos esperaban una edición de los «Sálvame» que llenan de gritos e insultos los platós de Telecinco). Las «razones» expuestas por cada uno de los aspirantes superaban las cuestiones emocionales hasta el punto de pensar en ellos -como señaló Gabilondo- como posibles cooperadores o colaboradores en las tareas de gobernar. Nadie insultó a nadie y los espectadores pudieron identificarse (o no) con las propuestas planteadas en ese talante por cada formación, pero falló el «espectáculo» para los apostados al lado de la guillotina esperando ver sangre.
    Hace unos días me preguntaban por quién votar. Yo de inmediato cambio el «quién» (emoción) por «qué» (razón) proyecto genere ilusión (emoción) o esperanzas (razón) de mejoras reales. A igualdad de condiciones prefiero siempre el más barato (al fin y al cabo es un concurso público donde la mesa de contratación está formada por los electores). La razón se impone a la emoción porque de eso se trata: de ser conscientes de lo que nos jugamos en cada convocatoria. Si es al revés, seremos responsables de habernos dejado engañar por los fuegos artificiales de la manipulación social.
    Un saludo.

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