Pavlov entra en un bar con la intención de tomarse una caña después de un duro día de trabajo en el laboratorio. De pronto, se escucha el timbre de un teléfono. “¡Mierda!”- dice Pavlov- “Se me olvidó dar de comer a los perros”.
El chiste es brillante, y tiene un mensaje con el que me gustaría comenzar el post de hoy: gran parte de la culpa de la mediocridad de nuestros políticos y de lo vacuas que son sus discusiones la tenemos nosotros, la gente, sus votantes. Pavlov condiciona el comportamiento de sus perros, pero los perros condicionan el de Pavlov.
Nuestra clase política no tiene amplitud de miras y le falta el valor para abordar aquellos temas de los que de verdad dependerá nuestro bienestar futuro, si no nuestra supervivencia; pero la culpa no es solo suya, sino del conjunto de la sociedad, que premia ese comportamiento.
Cuando los índices de contaminación se disparan en una ciudad como Madrid y desde el Ayuntamiento se prohíbe la circulación de la mitad de los coches –como ya se ha hecho antes en otras ciudades europeas– el debate que se desata no es el de la idoneidad o no de la medida en relación al efecto beneficioso que pueda causar, sino que las conversaciones en las calles son para criticar sin piedad la medida o para adherirse a ella sin fisuras.
Lo que nos preocupa a los ciudadanos no es si la medida contribuirá a hacer menos probable el cáncer que podemos tener dentro de unos años, sino la incomodidad que tenemos hoy para acercarnos al centro de la ciudad, para hacer las compras Navideñas o para ir a trabajar. Somos cortoplacistas y nos comportamos como niños pequeños: preferimos el caramelo ahora que la tarta mañana, y nuestros políticos actúan en consecuencia.
Lo triste es que preferimos morir envenenados que dejar un día –o muchos– el coche en casa. ¡No vamos a cambiar nuestras costumbres por algo tan intangible como la contaminación! Naturalmente, no nos importaría demasiado si fuesen los otros los que dejasen el coche, pero el más mínimo conato de incomodidad nos aterroriza, incluso en los casos en los que sabemos que se trata de alcanzar un bien mayor, nuestra salud en este caso.
Los que nos gobiernan saben, al menos los que tienen un mínimo de conocimiento, que hay problemas que hay que afrontar, aunque no sean populares, pero generalmente les falta el valor o la voluntad de hacerlo. La mentalidad habitual suele ser: ¿Por qué voy a tomar una medida impopular ahora, cuando puede tener consecuencias desastrosas en la percepción que de mi tienen los votantes? Que las cosas se queden como están y que otro se coma el marrón.
Cuando los líderes políticos dejan a un lado lo que de verdad les preocupa, que viene a ser las luchas de poder dentro de sus propios partidos, y deciden utilizar su tiempo en hacer aquello para lo que les pagamos, esto es, gobernar en unos casos y ejercer la oposición en otros, los temas a los que se dedican son los de ahora, los de hoy, los que salen en los periódicos; pero esos temas suelen tener muy poco que ver con las cosas que realmente van a ser importantes en el futuro; y nosotros, los votantes, tenemos gran parte de la culpa de que esto suceda, entre otras cosas porque los electores tampoco tenemos una conciencia clara de cuáles son los problemas urgentes y cuales los importantes.
Para los políticos, lo urgente son los problemas que afectan al resultado electoral de las próximas elecciones, y ningún partido político, ni los nuevos ni los viejos, ni los que puedan venir, va a dejar de centrarse en este día a día para dar importancia capital a otros retos, desafíos que, aunque ahora nos parezcan lejanos en realidad, van a condicionar más nuestro futuro que una reforma laboral o que una subida de las pensiones.
Si mañana saliera por la televisión alguno de los dirigentes de los grandes partidos políticos diciendo que la agenda de su formación no iba a estar condicionada por el paro de hoy sino por el inminente marco laboral que se avecina, en el que el trabajo de una gran parte de la población no será necesario (lo harán robots), o que las medidas políticas que desde su formación va a tratar de fomentar estarían dirigidas a garantizar el libre acceso de todos los ciudadanos, no ya a una sanidad pública de calidad, sino a avances científicos que nos pueden hacer virtualmente inmortales, todos pensaríamos que había perdido la razón. No quiero ni imaginar los titulares de los periódicos si alguno de ellos mencionase la posición de su partido ante una posible inteligencia artificial (¿Qué derechos tiene Hall 9000 según Podemos? ¿Tiene Terminator derecho a la presunción de inocencia según el PP? ¿Qué opina Albert Rivera de la muerte programada en un Replicante como el de Blade Runner?): todos pensaríamos que se habían vuelto locos.
Porque los políticos no se guían por criterios científicos o racionales, no tratan de adivinar cómo será el futuro, sino que se dejan sobrepasar por este y muchas veces no saben reaccionar cuando tienen que hacerlo.
La excusa para escribir este post ha sido las medidas anti contaminación en la ciudad en la que vivo. Nos puede gustar o no una medida concreta, pero lo que es evidente es que hay que reaccionar ante los desafíos, y los votantes, la gente, deberíamos premiar los actos de valentía de los políticos en lugar de criticarlos sin piedad. De no ser así las agendas políticas seguirán siendo marcadas por los intereses de grupos de interés, económicos o ideológicos.
La contaminación en las grandes ciudades es un problema de salud pública, y la contaminación a nivel global es un problema mundial de primer orden.
Y si no damos pasos para revertir esta situación estaremos acabando con el mundo que conocemos. Por su puesto que no creo que tengamos la capacidad de destruir el planeta, al menos hasta que la nueva administración americana se proponga construir una réplica de la Estrella de la muerte, pero para lo que nos sobra capacidad es para convertir este planeta en un sitio en el que no nos gustaría vivir.
Que los escenarios “a corto plazo” se hayan convertido en motor de nuestro modelo social, es un hecho en el que nos hallamos sumergidos de manera casi insidiosa.
Desde una educación homogeneizada y volcada en el mantenimiento a toda costa de ese modelo, donde hasta el legado cultural parece querer quebrarse y retorcerse para ponerle al servicio de una determinada organización social, hasta el convencimiento más profundo de que los “planes de futuro”, el planteamiento garantista para una “vida protegida”….(habría que rascar también de qué y de qué cosas pretendemos estar protegidos), conforman una estructura deductiva de pensamiento, que da muy poco margen al imprevisto.
Al imprevisto, a la sorpresa y con ello a la posibilidad de crear nuevas ideas y caminos a otras formas de funcionar, a desarrollar nuevas habilidades, pensamientos nuevos.
Hace poco, una persona, me hizo caer en la cuenta de lo que realmente significa que, una sociedad como la nuestra, basada en la financiación de todo lo que concierne a la vida de sus ciudadanos, se hipoteque por generaciones y comprometa la vida y la libertad de ¡los niños de ahora, de los que están naciendo, y de los que nacerán¡ durante mucho tiempo, en base a mantener, cueste lo que cueste, los niveles de “bienestar” que creemos mantener ahora.
Es una deuda monstruosa, que no solo nos está atando a la generación actual, sino que pretende atar a muchas más.
Pero ni siquiera nos lo planteamos, a lo sumo si nos está afectando directamente entonces arremetemos y protestamos, pero del resto de realidades, no queremos ni oir hablar, como lo de la contaminación y sus consecuencias en las ciudades abarrotadas, que no solo nos afectan ahora, sino que afectarán, y de forma más grave, a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos.
Nos hemos quedado con la cantinela de que los “los logros conseguidos”…son “derechos intocables” y que los medios para conseguirlo no nos importan cuáles sean, mientras no notemos demasiado sus efectos menos deseables.
Tampoco, creo, nos interese mucho conocer de verdad la historia y el logro que subyacen detrás de esos “derechos”, en toda su extensión.
Mientras exigimos a nuestros gestores, no que nos expliquen qué está pasando, sino que mantengan el sistema como sea, que ni siquiera queremos ser conocedores de los métodos que empleen para ello, ni aunque en esos procesos estén ya contempladas las cadenas que se están fabricando y que atarán y comprometerán el futuro de nuestros descendientes.
Completamente de acuerdo.
Parece ser según tengo oído, pues en la radio como mucha gente, que tanto la OMS como la unión europea tienen puesto el límite de contaminación en 200 —gramos, o miligramos (que no me lo sé) de algo (que tampoco me sé) — por (no me lo sé tampoco) volumen o cantidad (no sé cuál) del aire disponible para ser respirado; y es cuando se llega a ese límite cuando en otros países no menos civilizados que este que sufrimos se toman medidas como restringir la utilización de los coches.
Aquí, o por lo menos en Madrid, a criterio de la Señora Carmena ese límite se ha reducido porque sí —un poquito como el chiste de “a formar, por pelotones” —a 180; y además de porque sí las medidas se toman a quemarropa y de sopetón, de la noche a la mañana y no como quien dice sino literal, que se acuesta la gente sin saber si a la mañana siguiente va a poder utilizar el coche o no.
He oído también —pues también por la radio —, a un señor del que no me aprendí el nombre pero me pareció muy sensato, que por supuesto que tomar ese tipo de medidas es justo y necesario pero que ha de hacerse después de haber estudiado y analizado la situación teniendo en cuenta una especie (a ver si me explico más o menos) de equilibrio o de compaginación de los intereses y las formas en que van a verse afectados comerciantes, consumidores, peatones, conductores, repartidores, reparadores de averías domésticas, ancianitos que no pueden con su alma, un señor que se ha roto el peroné y va con muletas, etc…
Creo que hay un tipo de especialidad, o de carrera universitaria de la gente estudiosa que se llama “urbanismo”. Pues que un urbanista, o un hatajo de urbanistas se ponga a la tarea de ver cómo hay que hacerlo, y se lo cuenten a la señora Carmena que, por otra parte, no estoy yo muy segura de que le preocupen demasiado el interés ni el bienestar de la ciudadanía que no sea la de su cuerda o de la cuerda del equipo que le da las instrucciones “y tú a tus madalenas”.
Y que, oye, tenemos el mundo al que los tiempos y eso que llamamos progreso nos han llevado; y como todo tiene sus efectos colaterales que, en términos de salud meramente física —la que atiende en concreto a los cuerpecitos, que el alma es una cosa tan intangible que a ver quién es el memo, con ganas de perder su tiempo en nada, que comete la idiotez de ocuparse de ella —, no deben de ser tantos ni tan mortíferos ya que, y la vista está, la esperanza de vida en lugar de acortarse se alarga. Y si ahora nos morimos por unas causas antes se morían por otras, y se morían más jóvenes o, dicho de otra forma, eran más rápidos haciendo la tarea (de vivir), que – siempre se ha dicho – los malos tragos cuanto antes mejor y eso que nos quitamos de en medio.
Y, por último, “convertir este planeta en un sitio en el que no nos gustaría vivir” es imposible, ya es ese sitio, y por razones que van mucho más allá de las miserias que depara la vida cotidiana.
Seguro (y eso que lo he repasado) que se me han colao erratas, con la rabia que me da.
Desde luego la salud de la gente debería ser una prioridad del Estado. Hasta ahí, vale. Otra cosa es lo que se entienda por «salud». Los fumadores, por ejemplo, siguen fumando y creen que gozan de «buena salud» o, por lo menos, que les afectaría más tener que dejarlo desde otros puntos de vista (psíquicos la mayor parte de las veces). Los de los botellones mezclados con todo tipo de porquerías están en la sima línea… entonces, ¿cómo se puede priorizar una cosa o la otra? Por la información VERAZ Y NO INTERESADA, algo que no puede partir nunca de las instituciones públicas o privadas por su total desprestigio.
Cuando el ayuntamiento «informa» de los niveles de contaminación, tienes que tener una fe absoluta en sus datos y medidas para aceptarlas, pero ya nadie se cree nada. Desde el alarmante «cambio climático» (el clima siempre ha estado «cambiando» a lo largo de la historia de la Tierra) hasta todas las campañas a favor o en contra de cualquier cosa.
La desconfianza empieza a presidir el criterio del ciudadano, lo que es el primer paso para su libertad. Un saludo.
Lo interesante es que esa desconfianza de lugar a replanteamientos y, al menos, al intento de búsqueda y reflexión.
A ejercitar el pensamiento y la creatividad, en algo más que la indignación, la repetición de consignas, y la disertación permanente alrededor de «nuestros pequeños mundos».
Sí que es verdad que el tabaco es malo para la salud, (en algunos ámbitos, por ejemplo, sin embargo, está hasta indicado, por ejemplo, en algunas enfermedades psiquátricas, además de combatir la ansiedad, el tabaco tiene elementos que mediatizan los efectos colaterales indeseables de los medicamentos utilizados en sus terapias), también lo es, y en mayor medida, la contaminación ambiental por los gases procedentes de carburantes de los vehículos.
Y tampoco se puede negar.
Los criterios de la OMS, son, como muchos de los términos de una Constitución en un país democrático, recomendaciones, y además, sería muy interesante indagar en los términos y en base a qué momentos y circunstancias se producen dichas recomendaciones y/o aseveraciones por parte de dicho organismo, que como toda organización a nivel internacional de ese calibre, no está libre de intereses (aún así opino que su labor es importante en muchos niveles, recoge y recopila datos, y mantiene una información actualizada de todos ellos, aunque esto último no siempre se divulguen en toda su extensión).
Como tales recomendaciones, cada país puede aplicarlas en base a sus propias características o percepciones.
Así, entiendo que, igual no es lo mismo un determinado nivel de gases perjudiciales para la salud mantenido en un intervalo de tiempo determinado, en un país con probabilidades de lluvia y limpieza atmosférica más periódica, que en otro en el que esa probabilidad es menor.
No sé si este es el caso, en el de Madrid, me refiero, como ciudad europea donde se han rebajado el nivel crítico de contaminación para tomar medidas.
Pero, independientemente de que se pueda mejorar la implantación de las mismas, lo que intento decir es que, empezar a tener una mirada más amplia, aunque sea a nivel de reflexión cotidiana sobre lo que nos acontece en el día a día, es un ejercicio necesario, porque, muchas veces, es la única aportación inteligente que podemos hacer en pos de cambiar las cosas, inclusive para que el cambio de este mundo no nos pille mirándonos el ombligo.
Supongamos que vivimos de hacer consultoría estratégica para Gobiernos y sus Instituciones de apoyo –públicas y privadas– y que nuestros clientes nos piden identificar fuentes de fiscalidad que puedan ir sustituyendo a aquellas que desaparecen como resultado de cambios tecnológicos.
Un ejemplo sería la sustitución progresiva del motor de explosión por motores eléctricos movidos por pilas recargables. Otra –parecida pero muy diferente– serían los motores de Hidrógeno.
Otra tecnología disruptiva fiscalmente sería la autogeneración doméstica.
El problema no es pequeño para los gobiernos porque nuestro sistema de Acceso al Poder se basa en la Compra de Votos y esto resulta obligatoriamente en Gasto Público Creciente y en un horizonte de cuatro años para las decisiones políticas. Dos restricciones estructurales graves y muy importantes.
Tomemos el primer caso.
Se trataría de reemplazar una fuente de ingresos fiscales del 75% sobre el precio del combustible por una que en muchos países no supera el 25% de fiscalidad.
El primer problema para un gobierno como el Español es que aquí la Electricidad es artificialmente muy cara porque un 60% de la misma ya son costes públicos incorporados.
Cualquier pérdida de fiscalidad que resulte del trasvase «Gasolina/Electricidad» no puede ser sustituida fácilmente por mayores impuestos a la luz porque destrozaría nuestra competitividad más todavía.
En mayor o menor medida este factor es el verdadero «ralentizador» del tránsito porque el motor eléctrico es mucho más antiguo que el de explosión y mucho más barato de producción, operación y mantenimiento.
Algo parecido pero peor sucede con los motores de Hidrógeno basados en un proceso electrolítico antiquísimo (parece que ya existió en Babilonia) y cuyo combustible y su residuo es agua.
Doy por sentado que las dificultades aún existentes con las pilas electrolíticas a muy altas temperaturas serán progresivamente resueltos. Ya funcionan a 800ºC
En el tercer caso la cuestión es aún más grave porque más allá de la pérdida fiscal que supone que cada ciudadano produzca una parte de su energía sin más coste que los materiales necesarios para su captura (luz solar, viento, etc.) se va a producir una pérdida del control del Estado sobre los Ciudadanos: El detalle individualizado de su consumo y el final del acceso a una fuente de financiación pública.
Nuestro sistema es así y como consultores estratégicos sabemos que cualquier cosa que facilite el Control es bien vista por el cliente o muy mal vista si lo dificulta.
¿Cómo analizaríamos estos y otros problemas semejantes para nuestros clientes? ¿Qué recomendaríamos?
¿Y si nuestros clientes fueran los contribuyentes? ¿Recomendaríamos lo mismo?
Es un ejercicio de prospectiva que arroja luz sobre la realidad.
Buenos días