Cualquier titular que empiece con un “eres mala madre si…” me pone los pelos de punta. De verdad, ¿a quién le importa? Existe un nuevo movimiento, ahora llamado “colectivo”, inventado por los medios de comunicación para generar un debate, como siempre, alrededor de las mujeres, que insiste en reivindicar la no maternidad. Lo han llamado las “Nomo” (No mothers) y se une al polémico estudio y posterior libro de Orna Donath “Madres arrepentidas”.
Por lo visto es egoísta no tener hijos para seguir con tu vida. Por lo visto es egoísta tenerlos porque eso significa que no sabes qué hacer con ella. Puede que casi cualquier decisión humana sea egoísta, y puede que en el estado algo precario en el que todavía nos encontramos como especie no nos quede más remedio que asumirlo.
Pero observo en los medios y en las opiniones cotidianas, que hemos pasado de la propaganda de la maternidad al estigma de la maternidad, porque no sabemos estarnos quietos y si no es una cosa tiene que ser otra. Al igual que hay mujeres que no se atreven a decir abiertamente que no quieren tener hijos por miedo a ser juzgadas como egoístas, yo cada vez me atrevo menos a decir que la maternidad es lo mejor que me ha pasado en la vida, por miedo a ser juzgada como retrógrada.
Pero ya nos conocemos todos y nos cuesta movernos sin tocar los extremos; si no eres una madre modélica que hace tartas de arándanos los sábados por la mañana, significa que eres una madre desnaturalizada que alimenta a su bebé con San Jacobos.
Lo agotador de todo esto es que las mujeres siempre acabamos siendo juzgadas, tanto por los hombres como por nosotras mismas, por las decisiones que tomamos, las que no tomamos, las que deberíamos haber tomado y cómo ejecutamos todas esas decisiones. Somos juzgadas por cómo afrontamos la maternidad o la vida sin hijos, por cómo alimentamos a nuestros hijos y cómo de naturales o artificiales son los biberones o la lactancia materna, por cómo nos vestimos, por cómo reivindicamos nuestros derechos, por nuestra promiscuidad o nuestra abstinencia, somos juzgadas por cómo afrontamos un puesto de poder o por cómo no luchamos por acceder a él. Somos juzgadas por cómo envejecemos, por nuestros cuerpos, demasiado delgados o demasiado gordos, en definitiva: por no encajar en el modelo de mujer que tantos individuos aburridos o cabreados han decidido y consensuado que deberíamos ser. Pero insisto, ¿a quién le importa?
Hablaba el otro día Javier Marías, desafortunadamente, de las “madres enloquecidas”, y pocos días antes hablaba Orna Donath de las “madres arrepentidas”. Somos muchas las madres que no nos encontramos en ninguno de estos estados, porque no solo somos madres, somos seres humanos intentando encontrar nuestro camino y hacer las cosas bien, sea lo que sea eso. Ser madre no tiene por qué convertirte en un tipo de persona, en un rol definido, en un personaje caricaturesco. Ser madre no te despoja por arte de magia de tus defectos, pero tampoco de tus virtudes. No tiene por qué hacerte más fuerte, ni más débil, ni más posesiva, ni más depresiva. No tiene por qué hacerte más feliz, porque eso solo depende de nosotras.
Entiendo que existe una presión social para casi todo en este mundo, pero no sé hasta cuándo podemos culpar a la sociedad como si la cosa no fuera con nosotros. Ya sabemos demasiadas cosas como para sentirnos decepcionadas. Tener hijos no es fácil, tampoco es fácil no tenerlos, no es fácil trabajar toda la vida ni luchar por la supervivencia, no es fácil lidiar con la soledad ni a veces con la compañía, no son fáciles las relaciones familiares, ni las amistades, ni las parejas. No es fácil vivir. Y aun así, nuestra responsabilidad humana es seguir encontrando motivos para seguir haciéndolo.
Existe mucho miedo a la renuncia, a renunciar a lo que queremos hacer y no podemos, a renunciar a nuestras carreras, a nuestro tiempo y nuestras aficiones. Pero yo me planteo a cuantas cosas estamos renunciando cada día sin que se escriba una tesis sobre ello. Y sin que se postulen unos colectivos u otros a favor o en contra.
Que una mujer no tenga instinto maternal no significa que no exista, sino que esa mujer no tiene instinto maternal. Otras sí lo tenemos, y esto no nos hace más mujeres, ni más valientes, ni más completas. Pero os diré una cosa que no se dice a menudo: no tenemos por qué tener un argumento que justifique nuestra elección de lo que sea. Cuando alguna amiga me explica que no quiere tener hijos porque vivimos en un planeta inmisericorde y superpoblado, yo le pregunto: ¿pero a ti te apetece? La respuesta suele ser que no. Bien, entonces ¿de qué me sirven los argumentos? Si te apetece pero renuncias por el bien del planeta y de tus no hijos, quizá tenga un sentido tu discurso, pero si no te apetece, ¿por qué justificarlo?
Ser madre es tan maravilloso como agotador, tan estimulante como aterrador, tan enigmático como rutinario. Y os reto a que me nombréis una sola cosa importante en esta vida que no contenga todos estos elementos simultáneamente.
Se toman sentimientos pasajeros como dogmas, y por eso ahora se da voz a todas esas mujeres que preferirían estar muertas antes que seguir siendo madres, o que desean que sus hijos no existan para volver a su vida anterior. Y creo que es positivo que se les dé voz a todos los que tienen algo que decir. Pero cuando el amor de tu vida, o el que creías que lo era, te ha dejado y tú gritas a los cuatro vientos que te quieres morir, nadie escribe un libro contando cómo las mujeres desearían estar muertas tras una ruptura. Porque todos desearíamos morir en algún momento, en situaciones extremas de agotamiento o de tristeza y esto, casi siempre, se pasa. Y si no se pasa, bastante duro es ya encontrarte en una situación irreversible como para además tener que aguantar los adjetivos despectivos de todas esas personas que se sienten amenazadas ante cualquier cambio social.
Yo pasé de la pena espantosa de ponerme a trabajar con una niña de tres meses a estar en la oficina escribiendo y dándome cuenta de que no quería volver a casa. ¿Soy una mala madre por estar disfrutando de mi actividad? ¿Acaso no me muero por ver a mi hija sobre todas las cosas? No, me estaba divirtiendo, estaba desarrollando otro aspecto de mi, que es esencial y sin el cual mi hija acabará siendo una desgraciada. Lo que haga con mi vida al margen de mi condición de madre solo puede enriquecer a mi prole.
Esto no significa que mi carrera profesional sea mi prioridad en la vida, sino que hay otras cosas importantes además de mi hija. Aunque a menudo se habla de no tener hijos por no renunciar a la carrera profesional. Bueno, yo tengo una amiga teleoperadora que no quiere tener hijos y me temo que su trabajo le importa una mierda. Una vez más, no necesitamos una excusa para explicarle a nadie, ni siquiera a nosotras mismas, el porqué de nuestras renuncias.
A estas alturas, debería ser evidente que la maternidad no proporciona la felicidad, y que nuestro proyecto vital no puede estar basado en otra persona, sea nuestra pareja, nuestra hija o el vecino del quinto. No podemos, o al menos no debemos, cargar con ese peso a nadie.
Igual es hora de que nos dejéis en paz, de que nos dejemos en paz, de asumir que no existe un estado ideal ni dentro ni fuera de la maternidad, que si se ha quedado obsoleta la idea de realizarse a través de los hijos, también debe estarlo la idea de realizarse a través del trabajo. La realización personal, un término tan vapuleado como abstracto, es una idea por descubrir, pero sobre todo es un trabajo personal en el que nadie debería inmiscuirse.
Todos tenemos miedo a dejar de ser nosotros mismos, ¿pero hay una sola persona en la sala que sepa realmente qué es eso de ser uno mismo? Yo, desde luego, cada vez tengo menos idea. Y lo único a lo que puedo agarrarme de aquí a mi muerte es a lanzarme al máximo de experiencias posibles en el camino. La maternidad ha sido una de mis elecciones en esta compleja tarea, pero hay muchas formas de conocernos en nuestro viaje. Dejemos de una vez de intentar acotarlas todas, de encasillar a las mujeres en categorías según sus decisiones, dejémonos vivir, de una vez por todas, sin que se celebre un juicio moral y mediático de cómo debe ser una mujer.
Lo dicho, dejadnos en paz.
Sí, Bárbara, y en los más variopintos terrenos de la vida, que cuántas veces no habremos todos escuchado (o, para mayor sonrojo, pronunciado) “tú, lo que tienes que hacer es”.
Tenemos una tendencia enfermiza a pontificar y unas ansias desmedidas de estar en posesión de la verdad.
Es cierto también, como bien y con gracia encantadora describes, que los sentimientos, o las emociones, no son absolutos ni lineales, y que lo mismo que nos hace felices muestra aspectos que nos hacen sentir desdichados, y que aquello por lo que entendemos nos merece la pena vivir nos hace a veces desear que no existiera, o morir para no sufrirlo, o no haber nacido jamás.
Pero en lo que más me centro de tu escrito, lo que más me llega y se me clava en el alma es esa cerrazón tan generalizada – y cada día más, que cada día tengo (yo al menos) la sensación de vivir una dictadura envuelta en el papel de celofán de palabras huecas como “autoestima”, “realizarse” o “crecimiento personal” o “libertad” (de opinión, un poner, pero atrévete a opinar a contra corriente y te vas a enterar de lo que vale un peine) – que aqueja al género humano para entender otras motivaciones que no sean las propias, la de cada uno.
Así que, sí; que la vida sigue y ahí está para vivirla con las menos mordazas posibles.
Y disfruta de tu hija, y de los desvelos que pueda ocasionarte, y de los contrastes entre sinsabores y alegrías, y de tu voluntad de sin desatenderla y teniendo en mente lo que a tu buen criterio sea lo mejor para ella, no renunciar a tu obligación de no desatenderte a ti misma…
Felicidades por tu hija y por tu artículo tan encantador y tan fresquito.
Nota: He terminado diciendo “tú lo que tienes que hacer es”.
¿No es imperdonable?
Pero perdóname ¿Sí?
Querida Bárbara,
Entiendo el enfoque del tema tratado por tí como una decisión más del ser humano, en este caso, de la mujer, sin exclusión del hombre, que también tendrá motivos para no justificarse en la misma cuestión.
Pero ¿quizá pudieras estar haciendo trizas el planteamiento patriarcal previo, que estableció el canon de la maternidad y por eso las mujeres seguimos cuestionándono lo que es ser buena madre, por encima de ser simplemente mujer?
Un abrazo,
Victoria
Me alegro de que Bárbara vuelva por donde solía.
Para mi, lo más importante del estupendo artículo es su último párrafo: «¿pero hay una sola persona en la sala que sepa realmente qué es eso de ser uno mismo? »
Esto que debiera ser muy sencillo a veces no lo es. Pero es un problema específico del Sistema Social vigente que deliberadamente ha ido tomando las medidas necesarias para llegar a esta situación.
En dicha ignorancia están no solo los aspirantes a «patriarca»´–¿queda alguno que no sea musulmán?–, sino que las mujeres están aún más perdidas porque a sus roles más naturales se ha añadido eso de «la individualidad separada, mudable por diseño y fugaz».
Podemos hacer sobre ello los chascarrillos que queramos pero ahí está la cuestión:
Partículas elementales sin conexión aparente con tierra firme. ¿Sí?
Pues no. Parece que esto no es así al menos en este Universo y si nos lo parece es porque hemos perdido lo que Bárbara echa en falta. Sentido del Ser y de la Pertenencia. Lo más elemental.
Para salirse de ello hay que hacer caso omiso del Bombardeo Cultural de un Sistema Agónico y recuperar la evidencia palpable de las grandes certezas.
Es fácil. Se concreta en: «Ni puto caso» a las modas y dejarte ser con afecto para todo tu entorno. Críos incluidos a pesar de ellos mismos.
La comunidad cultural musulmana lo ha pillado divinamente: «Ni puto caso a los rollos culturales de los infieles, allá ellos. Dejadlos morir en paz»
Es ya un tema de supervivencia –personal y colectivo–y es fácil si se es proactivo y nos salimos del sistema en sus tendencias modales más degenerativas.
Cierro con dos citas de un gran físico fallecido hace unos 30 años:
1. «Todo tiene relación con todo y en cada región del todo está todo»
2. «Las vidas biológicas son como los remolinos en la corriente de un río. Fugaces pero hechas de moléculas de agua eterna».
Bohm. «La totalidad y el Orden Implicado». Unos 10 eurillos; menos que un «gintony de bienfiter»
Ojo, no estoy sugiriendo la conversión al Islam. Que nadie se vaya a lo más fácil.
Buenos días
Bárbara, le podría escribir largo sobre el tema porque he convivido con 5 generaciones de mujeres y he tenido particular preocupación por lo que ha pasado con las 3 generaciones más recientes porque he visto las grandes dificultades que siempre han tenido para adaptarse a grandes cambios durante sus vidas (esas 5 generaciones cubren 120 años, y para las 4 últimas tengo como referencia por lo menos 10 mujeres en cada generación).
Pero le daré la versión resumida. Cada generación de mujeres fue preparada para formar familia «tradicional», pero en la continua adaptación a los grandes cambios, las últimas 3 generaciones han sido preparadas –en distintos grados y formas– para optar por otras formas de vida. Estas otras formas incluyen algunas de vida en pareja heterosexual y otras «varias». No debe sorprender que creemos saber «mucho» sobre familia «tradicional» (cuya función sigue siendo la misma, pero su estructura y comportamiento han cambiado), pero «poco» sobre «parejas heterosexuales» y «casi nada» sobre «varias» (incluso sobre la opción de la «soltería»). En ese contexto, y a medida que se han ido produciendo «innovaciones» que aumentan el número de formas alternativas y que el desarrollo personal ha puesto menos énfasis en la preparación para formar familia “tradicional”, las decisiones de las mujeres jóvenes se han vuelto más difíciles porque los errores implican costos altos para futuras relaciones (la gran mentira de la ficción «feliz» es que estos costos son bajos y la «felicidad» sigue estando a la vuelta de la esquina). Aunque el cambio tecnológico y el cambio cultural han facilitado la separación de la relación sexual del resto de las relaciones de pareja, la separación está lejos de ser total (la gran mentira de la ficción «infeliz» es que es total y el «suicidio» es consecuencia de no reconocerlo). En las generaciones más viejas el fracaso en formar familia «tradicional» se vivía en soledad (sólo se podía elegir entre tipos de soledad), pero hoy las dificultades para tomar una decisión «final» lleva a su postergación, generalmente acompañada de un plan «casi-deliberado» de experimentación aunque con poco o ninguna capacidad para sacar conclusiones de los experimentos. La dificultad de una decisión «final», aunque se experimente mucho, se agrava porque las mujeres se niegan a aceptar que no haya una alternativa mejor a la vuelta de la esquina (en la familia «tradicional», si la mujer casada quería «salirse» para cambiar de marido el costo era alto, pero hoy ya no lo es y por lo tanto también se experimenta con intentos que difícilmente tengan éxito). En resumen, antes el castigo menor por equivocarse era alguna versión débil de sumisión en familia “tradicional” o algún tipo de soledad fuera, hoy es la pérdida de la ilusión asociada con aceptar el enésimo mejor como pareja o el consuelo de haber evitado un mal mayor si hubiera aceptado el enésimo mejor (ojo, esto hablando sólo del castigo menor).
En el comentario anterior fijo el contexto para la siguiente observación a la queja de Bárbara. La pérdida de importancia relativa de la familia “tradicional” ha acentuado —no disminuido— el desafío de las relaciones de pareja porque sabemos más sobre la familia “tradicional”, en particular sobre los límites que impone a la mujer, pero al mismo tiempo poco sabemos sobre cómo las mujeres podrían superar esos límites, lo que implica que para cualquier mujer adulta la elección de su pareja es una (quizás la) decisión crítica de su vida (en distintos grados, “antes” esa elección era compartida entre la mujer y sus padres). ¿Cómo elegir “el primer mejor”? Más allá de manuales prácticos y servicios de búsqueda, lo cierto es que ninguna mujer tiene o tendrá una formación personal suficiente para reconocerlo si lo ve y tampoco tendrá información suficiente para ponerle término a la búsqueda. Y a pesar de que hoy los padres parecen quedar fuera de la decisión, muchas mujeres saben que sólo pueden confiar en sus padres y que mal que les pese alguna influencia tendrán en la decisión. Peor, hoy más que nunca antes, otras personas cercanas (y la cercanía incluye parientes, amigos, colegas y entrometidos) gustan meterse en las vidas de los demás, por lo menos dando información aunque su preferencia es dar opinión. ¿Puede una mujer ignorar a sus padres y otras personas cercanas en una decisión crítica de su vida? Aunque la respuesta instintiva sea sí, sabemos que le será muy difícil no escucharlos. Por eso, si bien puedo simpatizar con la queja de Bárbara, no me imagino que ella o cualquier otra mujer pueda cerrarse al juicio y la influencia de personas cercanas.
Sin intentar una analogía y sin estar cierto de que la comparación sea útil, un comentario sobre lo que podría ser una (quizás la) decisión crítica de los hombres adultos. Esa decisión es la elección de su trabajo como fuente de ingreso. Un hombre puede dar muchos tumbos en la vida buscando “el primer mejor” trabajo, pero generalmente tiene un límite dado por la necesidad de generar ingreso —digamos que es su límite biológico porque determina qué necesidades básicas podrá satisfacer y ojalá que antes de los 40 años haya encontrado un enésimo mejor que le genere su ingreso básico. Si bien la educación “avanzada” intenta dar una formación personal suficiente para reconocer “el primer o el segundo o el tercer mejor” trabajo si lo ve, la historia nos enseña que no es suficiente porque también se requiere experiencia que se logra sólo trabajando. Además, cualquiera sean la educación y la experiencia de una profesión, la elección requiere información sobre oportunidades efectivas. Y por supuesto los padres y otras personas cercanas se meterán en las vidas de los hombres que buscan trabajo con algo de información buena y con mucha opinión. Y si tienen pareja tendrán que incluir a la mujer en alguna forma de decisión “colectiva”. No, los hombres en busca del “primer mejor” trabajo no pueden ignorar a sus cercanos predispuestos a entrometerse en sus vidas. Siempre tienen la opción de votar con los pies, es decir, de irse lejos, como muchos lo hicieron a lo largo de la historia de la humanidad, pero esta opción tiene un costo alto. Por eso, si bien puedo simpatizar con los jóvenes que escapan de las influencias de sus próximos, se que pocos optarán por irse lejos.
La influencia del entorno ― opiniones, consejos, advertencias, recomendaciones, apreciaciones, observaciones de familiares, amigos, espontáneos y entrometidos ―suele hacer por lo general poquita mella en el ánimo de tantas mujeres como, en nombre de ni ellas saben qué “libertad” ni qué “derecho a decidir”, eligen la pareja equivocada.
Porque sólo habiendo elegido la pareja equivocada puede comprenderse que haya tanta mujer maltratada.
Parejas que no encajan, o no congenian, o no lo que sea, convierten su vida en común en un infierno en el que cada una de las partes ejerce de “demonio” del otro. Y cada demonio busca hacer daño al contrario. Y para hacer daño cada uno echa mano de los recursos con los que mejor se maneja. Si en el caso de la mujer el recurso suele ser la palabra en el caso del hombre suele ser la fuerza.
El problema, la situación desventajosa para el hombre es que la utilización desmedida de la fuerza deja huella visible en tanto que la palabra, por más que hiera, no es prueba fehaciente de maltrato.
Así que, no sé, pero creo que ese pasado de moda “nena, no sé, pero yo diría que ese chico no te conviene” ha evitado muchas tragedias.
Hoy en día cantidad de jovencitas (y jovencitos) tienen “compañeros sentimentales” de los que los respectivos padres no conocen ni sus nombres.
Eso sí, es el estado el que tiene la “obligación” de solucionar el problema.
No lo entiendo.
En muchas culturas, se me ocurre así a “bote pronto”, en las que se encuentran en el entorno de influencia árabe, hindú, . . . los massai en Sudáfrica, dentro de la judía “ultraortodoxa” … y en otras muchas más, (no hace falta, tampoco irse muy lejos, tenemos ejemplos claros y muy cercanos en el tiempo, La Casa de Bernarda Alba y Bodas de Sangre, son dos obras de Federico García Lorca, basados en hechos reales y muy sonados en su época que reflejan ese tema), se mantiene en plena vigencia el tema de los “matrimonios concertados”, generalmente por los padres, y en particular, por acuerdos entre las figuras paternas de los posibles cónyuges.
No responde a tradiciones religiosas, sino organizativas.
Bueno, no sé los estudios que habrá al respecto, pero me temo que el aspecto del “maltrato”, o de una buena elección, no se ve garantizada, en ningún caso, por esa forma de concertar los matrimonios.
Tenemos, aún, el defecto, determinar la bondad o maldad de algo, bajo los prismáticos de nuestra forma de elaborar el pensamiento.
Una manera condicionada, creo, por un lado, por los esquemas en el que se educa desde el modelo social, y por otro, por las necesidades que creemos son imprescindibles, para poder desarrollarnos y vivir de forma “digna”, o sea, sin sobresaltos, sin que nos den sorpresa alguna, sin que percepciones de otras posibilidades quebrante nuestro modelo de pensamiento, aunque para ello, tengamos que introducir, de vez en cuando, algún elemento correctivo, para que, a pesar de que parezca que va a innovar algo, en realidad su objetivo sea asegurar que la manera de discurrir, de valorar, en definitiva, no varíe.
Igual la equivocación, o un aspecto de esa equivocación, se encuentre, precisamente en que se realiza bajo una intención: conseguir algo que ya tenemos predefinido, pero que en realidad desconocemos, se produzca.
Y claro, partimos de figurarnos cómo deseamos que funcionen las cosas, y hacer de ese deseo una descripción incuestionable de cómo es la realidad.
Pero no, no parece que lo sepamos
Desde su artículo, excelente por cierto, Bárbara “clama”, en cierto modo por se deje de intentar de “acotar” lo que sentimos, no sentimos, o deberíamos de sentir.
¡Dejadnos descubrirlo….!
¿Cuál es el miedo?.
Y lo tremendo es que, este grito, nos lo tengamos que dirigir a nosotros mismos.
Enhorabuena por el comentario de EB.
Lo suscribo con un pequeño matiz.
La elección correcta del cónyuge es la decisión más importante de cualquiera sea Mujer u Hombre. Más importante, mucho más, que la de encontrar un empleo o una ocupación que también lo es.
Tampoco es fácil dejarse aconsejar. Esta virtud, la de dejarse aconsejar, la tiene muy poca gente.
Y dentro ya de la elección concreta me parece que es crucial compartir «misión vital», el objetivo de la vida en común y minimizar egoísmos personales. El egoísmo es un gran riesgo y es prudente huir de él.
La vida tiene muchas alegrías pero también baches, dificultades y mudanzas. Compartir la misión ayuda a superar los malos momentos. Esos en los cuales se definen las grandes compañeras y compañeros.
Dice Elizabeth Warren que un matrimonio de hoy, con dos sueldos, está peor que uno de hace 40 o 45 años con un sueldo. O sea, la vida no es más fácil hoy que ayer y todo apunta a que no va a mejorar «any time soon»
Por lo tanto la importancia de la decisión aumenta dado que ya es estadísticamente probado que las «neo-familias» no mejoran el original. Caeteris Paribus, claro.
Saludos cordiales
https://www.youtube.com/watch?v=akVL7QY0S8A
Hola Manu, un comentario rápido. Elizabeth Warren es una mentirosa e hipócrita. Ya lo era como académica, con un grado de podredumbre tan evidente que uno se pregunta cómo Harvard le dio trabajo (peor, en su postulación Harvard mintió respecto de sus ancestros, algo que se conoció cuando se dedicó a la política –sí, ella fue ña que alegó tener ancestros indígenas para que en el concurso de profesores le dieran puntos por ser de una minoría). Como política se ha posicionado para ser candidata a presidente pero la muy cobarde no quiso competir con Hillary y por eso el Partido tuvo que disfrazar al muñeco Bernie y simular una competencia con Hillary. Como persona días atrás mostró su podredumbre al cuestionar a la persona propuesta por Trump para Ministra de Educación con todo tipo de preguntas personales, excavando en búsqueda de basura. Cualquier cosa que diga debe ser verificada por que tiene cero credibilidad (algo que se probó 20 años por las conclusiones falsas de sus investigaciones sobre quiebras).
Hola, EB.
Lo sé. Y algún rumor de su primer divorcio y más cosas. Pero lo que importa son los datos que EW ofrece en esta conferencia en Berkeley y ver si –desde el 2006– alguien ha dicho algo que los descalifique. Yo los desconozco.
Ciertamente son contrarios a los que sostiene el establishment y ratifican lo que muchísima gente ha vivido los últimos 45 años.
Pero es que, en lo tocante al Establishment, incluido el Académico, tampoco están para tirar cohetes ni mucho menos la prensa.
Lo que dice Warren se corresponde con la experiencia vital de cientos de millones de familias a ambos lados del Atlántico norte. Desde luego en todas las familias de mi entorno y sus hijos ya no digamos. Aquí y allá.
Creo que vale la pena escucharlos y cuestionarlos si parece oportuno. No lo veo fácil.
Por otra parte el partido demócrata de Clinton y Obama se las trae. Como si cualquiera de los dos tuviese un mínimo de credibilidad para ponerse a descalificar a sus propios senadores.
A ver si por la noche hacemos memoria de la credibilidad de Obama o de los Clinton. Va a ser interesante. Comenzando por las guerras, los muros y los ilegales.
Un saludo cordial
Hola Manu,
Prefiero discutir ideas y no personas, pero cuando se hace referencia a la autoridad de personas que no merecen confianza alguna no me callo.
Usted hizo referencia al libro que EW escribió con su hija. En internet no hay disponible revisiones críticas de académicos (algo que a mi no me sorprende) aunque sí hay algunas de no-académicos. Entre estas la única que me parece destacable es
http://slatestarcodex.com/2014/06/28/book-review-the-two-income-trap/
que seguramente, si antes nunca ha entrado en ese blog, le llamará la atención. Bajo el seudónimo de Scott Alexander se esconde alguien que tiene una gran audiencia. La revisión fue escrita en 2014, 10 años después de publicado el libro, y recuerde que en el interinato EW dio el gran salto de Harvard a la política. En todo caso, Scott simpatiza con EW.
Aprovecho para recordarle que EW heredó el cargo de senador de Ted Kennedy, un ejemplo de lo peor del político podrido, y que pronto será recordado por que fue el principal promotor de cuestionar a los candidatos a juez de la Corte Suprema por sus posiciones políticas y de atacarlos cobardemente en las audiencias.
La queja de Bárbara está plenamente justificada, bien expresada, y totalmente acorde con los tiempos que corren (y han corrido) en todo lo relacionado con las mujeres.
Al tomarnos a la mujer como un colectivo, y objetivo de las políticas sociales (direcciones generales, ministerios, subvenciones, investigaciones, asociaciones, y un largísimo etcétera) se han sentado las bases de un supuesto espíritu común, en que se nos debe aglutinar en unos fines predeterminados, una forma se sentir concreta, y un pensamiento exclusivo. Tenemos que ser un solo Una.
La libertad emocional no es tenida en cuenta, y se legisla para encorsetarlas, constreñirlas, y poder identificarlas. Paso previo y necesario para su adecuada manipulación. Y esto es lo que pasa por dejar que «jueguen» con la libertad íntima que suponen las emociones del aire.
Asfixia.
Quizás el problema radique más en seguir intentando mantenernos en las «reglas del juego» de la lucha o confrontación de géneros. Las mujeres y los hombres son, ante todo, personas. Seres humanos que intentan entender qué pintan en el mundo y sobrevivir en medio de sus tormentas.
Aquel gran autor que fue Ibsen, describe muy bien lo que significa para su protagonista de «Casa de muñecas» el ser uno mismo. Cuando Norah que vive en un entorno familiar y social plenamente feliz y decide marcharse ante la sorpresa de su marido dice: «Ahora, voy a hacer lo más importante: saber quien soy….» Conozco algunos casos de quienes al cabo de los años y sin que parezca haber un problema concreto, deciden saber quienes son. Reconocerse en el espejo de su autenticidad con sus luces y sombras. El aforismo griego de «conócete a ti mismo» es la base para intentar conocer y comprender a los demás.
Cuando, en el caso de la mujer, generación tras generación se le ha dicho quien es y lo que debe ser, se la carga con un complejo de falsa culpa si sólo intenta ser persona. Por el contrario no conozco ningún caso masculino en que exista tal complejo. Sólo cuando nos reconocemos en nuestra humanidad, en nuestras diferentes y enriquecedoras formas de ser, sentir y hacer, habremos aprendido a conocernos un poco más a nosotros mismos.
Un saludo.
más vale tarde que nunca dice el dicho. Enhorabuena por el artículo. Te había perdido la pista desde que dejaste Yodona. Sigues escribiendo tan bien y con tanta clarividencia como siempre. Quiero comentar algo, respecto de la mujer como colectivo. Yo soy hombre y no me siento cómodo cuando se habla de mí dentro de un colectivo. Es agotador oír «es que los hombres sois….» ¿qué hombres? me pregunto yo ¿las madres por ser madres sois un colectivo? es decir, aparte del embarazo y parto ¿tenéis un estándar? supongo que sí habrá cosas en común para todas las madres, pero en la infinita complejidad del ser humano ¿es tan importante? tengo un hijo de 30 años que me ha enviado últimamente links de YouTube sobre las relaciones hombre-mujer y yo le he respondido que no me siento en absoluto reconocido en nada en lo concerniente a los hombres, ni estoy de acuerdo en hablar de mujeres como colectivo. Para mí, le respondía, hay personas, esa es la clave. Personas buenas, malas, normales, personas curiosas, personas interesantes, anodinas, cultas o no, generosas, egoístas, personas mezquinas o elevadas o ni lo uno ni lo otro, personas simpáticas (como tú) o sosas e incluso antipáticas…..en fin, personas al fin y al cabo. Yo tengo amistad con personas, no con mujeres ni con hombres, eso es irrelevante. Me interesan los valores no el género o el sexo. Una madre es una mujer pero sobre todo una persona. Siempre me han chirriado los colectivos, como si fueran objetos fabricados en serie en una industria despojándoles de su ser. Ah, y también siempre me he quedado en blanco con esa expresión tan manido «sé tú mismo»….nunca he sabido qué es eso de ser uno mismo…