Cuando la democracia se mide en forma cuantitativa (votos) en lugar de medir su calidad (resultados), es lógico que el colectivo mundial de los analistas políticos, tertulianos, intelectuales, medios de comunicación y “enterados” o “gurús” que circulan por las cadenas de TV, aún esté preguntándose -como al parecer ha hecho el conocido economista Paul Krugman- cómo se ha podido llegar a elegir a un hombre como Donald Trump presidente de EE.UU. Un personaje sobre el que, con más o menos rigor, se han cargado las tintas para debilitarlo desde diversas posiciones.
Hoy, con la holgada victoria de Trump, el estupor y ¿por qué no decirlo? el “cabreo” de quienes se consideran a sí mismos capaces de poner y quitar cargos o gobiernos en base a su influencia personal, de su capacidad de manipulación o de su cercanía al poder, no cabe otra postura que la aceptación por las élites de que algo muy parecido al “15-M” español y a las diversas revueltas populares en gran parte del mundo, se ha traducido en EE.UU. en una forma diferente de “populismo”, con el toque clásico USA, que parece haber conectado mucho más con las aspiraciones o esperanzas del pueblo que con los sectores acostumbrados a lo “políticamente correcto”.
No han entendido nunca que, en democracia, el escaso margen que queda a los “excluidos” de la fiesta es que su voto pueda premiar o castigar de vez en cuando a quienes se consideran superiores a ellos. Por eso Krugman, a pesar de sus títulos, cargos y prestigio intelectual, dice “no entender” lo que ha pasado en EE.UU. a la vista de los resultados electorales. Lo más probable es que no puede entender porque su conocimiento de la sociedad de la que forma parte queda restringido a un círculo elitista que goza de privilegios y buena situación económica o social, que les hace sentir superiores.
En el caso de estas elecciones la cuestión -fuera de otras complejidades- era muy simple: optar por seguir manteniendo el “statu quo” intervencionista y bélico de EE.UU. que tanto rendimiento económico brinda a esas élites o, por el contrario, empezar a preocuparse más directamente de los muchísimos problemas y asuntos internos de la que se considera la primera potencia en el mundo a pesar de su lastre. Hillary contra Trump. Elites contra clases populares. Eso parece que ha sido todo.
Cuando intelectuales como Kissinger, allá por la segunda mitad del siglo pasado diseñaban un futuro basado sólo en tecnologías y servicios, estaban creando nuevas ideologías: tecnologías para el complejo militar y corporativo de las clases superiores y servicios para las clases inferiores, con una tendencia al aumento progresivo de la desigualdad social y económica y, en consecuencia, al sometimiento de esta última si quería participar en las migajas del banquete. El enriquecimiento de unos, se pagaba con el empobrecimiento de otros, condenados a “progresar” según los cánones de los sumos sacerdotes de la economía y la política (por orden de prioridades).
En EE.UU. esta vez la política-espectáculo no ha servido para seguir la vía de la corrección impuesta, sino que ha tomado su propio camino desde la misma “indignación” que en Europa: desde las clases sociales azotadas por los ologopolios corporativos, los impuestos, el déficit galopante (por mucho que las cifras se maquillen), el paro, los salarios de miseria y el hambre, en contraste con los miles de millones que cada día ganan los mismos de siempre. Un “15-M” que, en la boca de Trump, se ha convertido en una posibilidad electoral que ha dejado estupefactos a todos los habituales del “discurso oficial” repetido hasta la saciedad.
Ahora está por ver cómo se articulan las primeras medidas con marca propia. Obama prometió mucho pero, como casi todos los socialdemócratas, hizo después lo contrario. No ha sido ni será el único atrapado entre las promesas ideales y el pragmatismo posterior de los hechos. En todo occidente están cayendo los mitos y las mentiras. Poco a poco los ciudadanos se van dando cuenta de que son ellos los que, al menos una vez cada cuatro años, van a poder decidir sobre su futuro, aunque éste quede atrapado en un bipartidismo imperfecto como es el americano.
El pueblo estadounidense no se limita a las relaciones sociales alrededor del poder llenas de fiestas y de “glamour”. Hay muchos millones de personas que han visto cómo sus hijos eran llevados a guerras lejanas bajo justificación imperial y cómo muchos de ellos no regresaban vivos. Están hartos de los muchos conflictos que sólo sirven a la industria de armamento pero cuyos fondos no les llegan a ellos. No saben, ni quieren saber (por muchos atentados que se organicen y por mucha manipulación mediática que se haga) de otros pueblos o culturas extrañas, que -se les dice- son un peligro potencial, sino de sus necesidades de cada día. Son tan humanos como los chinos, como los rusos, como los indios, como los árabes, como los europeos… y sus necesidades son las mismas que las de toda la especie humana. Por eso ha ganado quien les ha hablado de ellas por mucho que luego se pueda olvidar.
Los mensajes difundidos para desprestigiarlo recuerdan a aquellos acerca del “15-M” en España. Aquellos “perroflautas” ahora son la segunda formación política, ya gobiernan en muchos lugares en apenas dos años y están presentes en las instituciones públicas nacionales e internacionales. Donald Trump era alguien ajeno al selecto grupo de la política; otro “perroflauta” más, cuya ignorancia, candidez y brutal sinceridad no le auguraban nada importante en el colectivo de la mentira habitual, donde todo se esconde tras fuegos de artificio; pero ha sabido no sólo ganar, sino sacar una gran ventaja electoral a su competidora. Por eso los “Krugman” que todo lo saben, todo lo pontifican y todo debe contar con su bendición, están todavía bajo los efectos del “shock” y se empiezan a preguntar (ya es algo) por sus certidumbres políticas y sociales, desde las incertidumbres que, desde hace muchos años, han producido al resto de los ciudadanos y empiezan a temer por su futuro. Los mitos, las burbujas, las mentiras, las falacias, las apariencias, han sido muy bien camufladas hasta el momento por los prestidigitadores de la política, pero ahora, gracias a personajes singulares, probablemente vaya cambiando de rumbo la nave y nos lleve a otras formas de entender los asuntos de la gente, la política en definitiva.
Juan, «eso» no es todo ni parece serlo. Estoy seguro que hay más, mucho más que investigar antes de que uno seriamente pueda concluir algo sobre por qué Trump ganó la elección. Para empezar recordemos que la elección se gana en el Colegio Electoral, no en la votación popular, algo fundamental que muchos no parecen querer entender y que requiere un análisis mucho más profundo. Además, se requiere entender bien lo que ha estado pasando por décadas con los dos partidos que atraen generalmente más del 90% de los votos emitidos y con la participación electoral porque el porcentaje de independientes ha seguido siendo importante.
Francamente no creo que el fenómeno Trump tenga alguna similitud importante con el 15M u otro movimiento de indignados (movimientos menores basados en jóvenes muy manipulabas especialmente por profesores falsos). Ninguno de estos movimientos fue parte de algún partido tradicional sino reacción a no tener cabida en un partido tradicional. Si usted compara esos movimientos con el Tea Party del Partido Republicano pronto se da cuenta por qué son distintos: el Partido Republicano poco se parece a un partido político europeo (algo fácil de entender por el tamaño y la diversidad de EEUU en comparación con cualquier país europeo) y siempre ha incluido varias facciones, una de las cuales fue el Tea Party surgido en 2009 al que Obama destruyó en 2012 negándole financiamiento vía donaciones libres de impuesto –sí, el podrido Obama usó el SII para destruir al Tea Party, algo que todavía se está investigando en los tribunales de justicia. Si no se conoce la historia interna de la lucha de facciones en el Partido Republicano, será difícil entender cómo Trump ganó la nominación del Partido y cómo hoy, después de ganar la elección, Trump puede usar al Partido para gobernar. Además, el Partido ganó mucho el martes 8 de noviembre contra todos las predicciones falsas de quienes decían que la candidatura de Trump significaría el fin del Partido Republicano. Trump ganó y el Partido ganó y a partir del 20 de enero tendrán mucho poder, lo que explica la desesperación de algunos demócratas y progresistas por impedir que se reconozca el triunfo de Trump (no deja de ser gracioso que se hable tan poco de George Soros, el financista de los movimientos de indignados, de Hillary y ahora de los desesperados).
En cuanto a Krugman, yo lo comparo con Maradona. Nadie les puede quitar el mérito de su grandeza en algo muy especializado (creo conocer bien sus especializaciones), pero esa grandeza no los habilita para hablar de otras cosas. Ultimamente también lo comparó con el Papa Francisco porque sus púlpitos no garantizan éxito ni en predicar ni en predecir (creo conocer bien lo que pretenden predicar y predecir). No hay que perder tiempo en gente como Krugman, Maradona y Jorge Bergoglio.
Para extender mis puntos, recomiendo leer
http://www.nationalreview.com/article/442474/democratic-party-lost-governors-state-legislature-seats-2016-election
Muchas gracias EB por sus siempre valiosas aportaciones que enriquecen el debate. Un saludo.
Recomiendo leer
http://www.hollywoodreporter.com/news/cnn-apologizes-trump-crew-caught-joking-his-plane-crashing-952232
Es sólo uno de los muchos ejemplos de podredumbre del periodismo que los españoles no leerán en sus grandes medios.