Por primera vez en la historia de la humanidad todos los seres humanos formamos parte una sola “sociedad” global. Ciertamente existen diferencias culturales, en la forma de vida o en como interaccionan con su medio, una ejecutiva de la City londinense, el trabajador de una fabrica china o el aspirante a mártir del Estado Islámico, pero la mayor parte de la humanidad compartimos una serie de referentes comunes, el más importante de los cuales es, para bien o para mal, el dinero.

La “religión” del liberalismo económico se ha impuesto a lo largo y ancho del planeta e incluso aquellos que la cuestionan a niveles éticos han aceptado por completo sus reglas: cuando Kruschev pronunció su famosa frase “los enterraremos”, se refería a que la sociedad comunista de la que era líder, aplicando métodos de control de la producción propios de su manera de entender el mundo, pronto sería capaz de superar al mundo capitalista en cuanto a la producción de bienes industriales y económicos. Ni siquiera los comunistas se planteaban si era necesario producir más cosas o aumentar el PIB. No ponían en duda el objetivo, solo cuestionaban el método.

Porque el mantra hoy es ese: “crecer”. El crecimiento económico es todo y vivimos en una época en la que se da por sentado que la economía tiene que crecer, y que va a seguir haciéndolo de forma continua; y es cierto que el actual sistema económico, tal y como esta planteado, necesita del crecimiento constante para realimentarse y perpetuarse. No concebimos otra cosa, pero no siempre ha sido así.

Durante la mayor parte de la historia, de hecho, la economía se mantuvo aproximadamente en el mismo nivel de producción, y cuando la producción global aumentaba se debía a explosiones demográficas o a la colonización de nuevas tierras, pero la producción per cápita se mantenía constante. Así, según estimaciones del banco mundial, mientras la producción per cápita justo después del descubrimiento de América era de 400 euros al año, hoy cada persona que pisa la Tierra produce, en promedio, 6.500 euros en el mismo intervalo, ¡y la población mundial ha pasado de unos 425 millones de seres humanos en el año 1500 a los más de 7.000 millones de la actualidad!

Este crecimiento prodigioso se ha tratado de explicar de muchas maneras, pero a mí, la que más me convence es la que liga el crédito, la confianza en el futuro y la tecnología.

Para producir, para innovar, hace falta capital; y para que ese capital se mueva hace falta crédito: hace falta que alguien quiera dejar de disponer momentáneamente de su dinero y se lo preste a alguien que lo necesita para una actividad productiva, a cambio generalmente de que se lo devuelva con un interés. Pero para sacrificar el poder disponer ahora de tu dinero a cambio de que te devuelvan más en el futuro hace falta un requisito básico, y es que tienes que tener fe en el futuro. Es más, la característica básica que explica que el crecimiento económico no fuera significativo durante un largo intervalo de la historia humana – tan difícil de asimilar desde el punto de vista de un ciudadano occidental de principios del siglo XXI–  es que la mayor parte de los seres humanos que han pisado el planeta antes de la revolución científica del siglo XVII no creía en el progreso, ni económico ni de ninguna otra índole.

Hasta hace poco más de 300 años casi todas las civilizaciones que han poblado la Tierra, no solamente Europa occidental, miraban al pasado con nostalgia, y pensaban que las épocas pasadas habían sido mejores que el momento que les había tocado vivir. El ejemplo más claro es el Renacimiento, que nació como una búsqueda de los ideales clásicos, un intento de vuelta a un pasado glorioso, pero es que incluso en los textos de la Roma imperial se destila añoranza de la República… La idea de que las cosas hoy son mejores que ayer y son peores de lo que van a ser mañana es, en la historia del hombre, un concepto muy reciente, y es un concepto muy ligado al cambio de mentalidad que trajo consigo la Revolución Científica: como somos ignorantes y no lo sabemos todo, hay cosas que podemos descubrir. Asumiendo nuestra ignorancia abrimos la posibilidad de un futuro mejor.

Antes de la Revolución Científica del siglo XVII se tenía interiorizado que cualquier época pasada fue mejor que la propia y que el futuro sería peor, o en todo caso, muy parecido al tiempo que se estaba viviendo. Estos esquemas mentales tienen, a nivel económico, una implicación muy profunda: si tú crees que la cosa no va a mejorar, incluso que va a ir a peor, no dejas tu dinero a nadie esperando que le vaya bien y te lo pueda devolver; simplemente te lo gastas construyendo palacios o vistiendo sedas, que es lo que han hecho reyes y nobles -los que tenían el dinero- a lo largo de la historia.

La ciencia y la tecnología es lo único que hace avanzar la economía, ya sea entendida como avances tecnológicos o como mejoras organizativas, pero para desarrollarlas hace falta dinero; y ese dinero, en un circulo que puede pasar rápidamente de virtuoso a vicioso, proviene de un crédito que depende de la confianza en la capacidad de la ciencia para encontrar el nuevo avance que haga que el futuro sea mejor que el pasado.

Yo, personalmente, tengo esa confianza. Simplemente, por mencionar un tema: la energía. Cada cierto tiempo se actualizan las estimaciones de las reservas mundiales de crudo y, desde que existen estas publicaciones, estas estimaciones no dejan de crecer. ¿Hay más petróleo en la actualidad disponible que en los años 60, después de todo lo que gastamos? No, no hay más, pero tenemos acceso a más; hay nuevos métodos de extracción que hacen que sea más barato acceder a él y, además, el incremento del precio hace que sea viable la extracción en sitios donde antes no lo era.

Aun así, el petróleo, la principal fuente de energía de la sociedad actual, tiene fecha de caducidad. ¿Debería preocuparnos? Desde mi punto de vista, que tengo fe en la ciencia, no: debería preocupar a Exxon y a BP, que ya se encargan de fomentar nuestra necesidad, pero no a la humanidad como tal. Cada tres minutos llega a la Tierra procedente del Sol más energía de la que consume la humanidad en todo un año, por no mencionar las inmensas cantidades de energía que están atrapadas en los átomos de cada gota de agua de mar, simplemente aún no sabemos como aprovecharla.

Pero el crecimiento económico ilimitado, nuestra actual “religión” mundial, sí trae consigo un problema grave, vital: el verdadero problema no es la falta de fuentes de energía, o la falta de recursos, el verdadero problema es que este crecimiento económico ilimitado se está haciendo a costa del planeta. El problema no es que se acaben los recursos para seguir creciendo  -encontraremos otros-, es que en el camino para aprovechar los nuevos recursos estamos cambiando el planeta, convirtiéndolo en un sitio donde a lo mejor no nos gustará vivir. El problema es que no conocemos los «efectos secundarios» que inducimos en la compleja estructura, composición e interacción de la vida y del planeta, y con el progresivo agotamiento de esos «recursos» -denominación utilitarista y económica, pero en definitiva «componentes» del planeta Tierra- podemos estar modificando la Tierra irreversiblemente.

El ser humano, en los últimos 20.000 años, ha cambiado por completo la faz de la Tierra, adaptándola a sus necesidades económicas: han desaparecido las selvas mientras que el trigo, la cebada y el arroz -plantas residuales en el pasado lejano- ahora ocupan gran parte de las tierras emergidas. Los tigres de sable y los mamuts han dado paso a la increíble proliferación de gallinas (segunda especie de más de 10 gramos de peso más exitosa del planeta, a nuestro rebufo), las vacas (tercera) y los cerdos (cuarta). Hemos acabado con cientos, miles de especies, y estamos empezando a crear otras nuevas que no sabemos que impacto van a tener a largo plazo en los ecosistemas, al tiempo que el asfalto y el acero van cubriendo el terreno que antes ocupaban las praderas y los bosques.

No pretendo hacer un alegato ecologista, pero lo que trato de hacer ver es que, como especie, deberíamos pararnos a pensar a donde queremos ir. No vamos a acabar con el planeta, no podemos; aunque arrasásemos su superficie con todas nuestras armas atómicas en unos cuantos miles de años- un intervalo muy pequeño a nivel geológico- se recuperarían los niveles normales de radiación, pero sí que podemos acabar con el planeta que nos interesa, el que permite la vida humana.

No es solo cuestión de encontrar nuevos recursos que sustituyan a los que hemos agotado, es que tenemos que asumir que no sabemos lo suficiente de cómo funciona nuestro mundo y los ecosistemas que lo componen, y por tanto desconocemos qué papel juegan esos recursos en su funcionamiento; tenemos que asumir que es poco inteligente y casi suicida ser muy ignorantes del medio en el que vivimos y, sin embargo, seguir lanzados en nuestra actitud depredadora.

La actual “religión”- la denomino así en tanto en cuanto tiene un componente altísimo de fe no probada y porque se sostiene solo porque todos creemos en ella- del liberalismo económico capitalista, como cualquier otro invento de la mente humana, es susceptible de cambio o matización, pero las Leyes de la Termodinámica, hasta donde sabemos y como parecen indicar todas las evidencias, son verdades absolutas.

Como en cierto momento le comenta indignado Homer Simpson a Lisa: “en esta casa se respetan las Leyes de la Termodinámica”, y el Principio de Le Chatelier, que se deduce directamente de la Segunda Ley de la Termodinámica, nos informa de que todo sistema reacciona para contrarrestar aquello que lo perturba, y quizá la humanidad está empezando a perturbar demasiado el enorme sistema en equilibrio que es el planeta que nos cobija. Puede que este se esté empezando a volver contra la fuente de perturbación.

El crecimiento económico no tiene por qué tener límite. Al menos más límite que el del fin de la especie que lo impulsa.

Un comentario

Una respuesta para “El crecimiento económico y el fin de la especie”

  1. Sindo dice:

    Viendo lo que va pasando en las sociedades mas evolucionadas ( o mas ricas, no se) con su reducción a marchas forzadas de la natalidad traerá en un futuro no muy lejano que la población deje de multiplicarse y llegue incluso a reducirse, eso en mi opinión relajará un poco la presión sobre el planeta. Sin contar con que pueda llegar una gran pandemia que diezme la población o una guerra a nivel global (tampoco nada imposible) que haga lo mismo.

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